martes, 20 de diciembre de 2011

Encuentro inesperado

La noche era fría y el rocío de la gran ciudad de San Cristóbal empañaba los cristales de las humildes casas del ensanche. El ensanche de San Cristóbal era conocido por lo por la cantidad de mendigos, gitanos y artistas de pacotillas que se agolpaban en la puerta sur, aprovechando el poco espacio que daba el puente para avasallar a los visitantes o gente de caridad. Por la noche aquello era otra historia. La Inquisición salía a la caza de herejes, los criminales salían a hacer de las suyas y afloraban los vicios.

De todas formas, Valia no le dio importancia. ¡Tenía que encontrar una vaca!

La muchacha destacaba demasiado en el lúgubre ensanche. Sus ropas eran ligeras y de colores azulados, así como los enormes aros que adornaban sus orejas y brazos. Monedas colgaban de su pañuelo elegante (y pirata)justo encima de sus ojos y hacían un leve tintineo que siempre le hacía gracia. Normalmente llevaba su violín, como si fuera parte de ella, pero la delgada muchacha no creyó conveniente llevárselo ahora. Tenía que desinfectar de alguna manera las heridas de una compañera. Menos aún las novelas de aventuras y romántica que tantas veces intentó terminar de escribir. No encontraba el final perfecto. Sacudió la cabeza y siguió su camino. La delgada figura no hacía ningún ruido. Ser la hija del Rey de la Fraternidad de los Piratas le había enseñado mucho, aunque era la primera vez que salía de su casa, aquel pedazo de roca aislado en el océano.

"¡Por todas las barbas de los siete señores de la piratería! Para una amiga que tengo y estoy a punto de perderla. Ella es mi única mejor amiga. ¡Tengo que salvar a Marina!¡Piensa Valia! Piensa,piensa, piensa, piensa, piensa, piensa, piensa, piensa. Tengo que desinfectar las heridas de su espalda, esos latigazos no tienen buena pinta. Pero para eso necesito orín de vaca, como hacía papá ¡Es lo único que sé de medicina! ¿Pero dónde encuentro una vaca a estas horas? Mmm..¿Dónde estaría yo si fuera una vaca? Uf, realmente tendría que ser un rollo repollo ser una vaca, todo el día en el campo, comiendo, con un puñado de gente que solo espera que le des leche... já ¡¿Que les des leche o de leches?! ¿Por qué no habrá nadie conmigo siempre que tengo el ingenio agudizado?"

En esto iba divagando Valia en sus dispersos pensamientos sin darse cuenta de que se metió en el peor callejón del barrio pobre del ensanche. Unas figuras oscuras, sucias y de sonrisas maquiavélicas la miraron como depredadores al ver que alguien había caído en su red. Y no alguien cualquiera: una indefensa y pobre muchacha. Valia no le dió importancia al imprevisto y saludó a los matones que le sonreían de forma malvada.

-Buenas noches.- saludó Valia a los indeseables con una sonrisa, y prosiguió su camino.

Uno de ellos, contrariado, la detuvo con un golpe seco contra la pared, cortandole a Valia el paso.

-¿A dónde te crees que vas, pequeño ruiseñor?- preguntó el que la detuvo acariciándole una mejilla con su manaza sucia.

-¡Oh! ¿No tenéis miedo de mi?- dijo ella con los ojos abiertos de la emoción ¡Nadie se detenía a charlar con ella! La única que lo hizo fue Marina en Puerto Diablo. ¿Sería que su suerte está cambiando?

Los matones rieron de forma estúpida. El líder habló sacando un puñal.

-¿Por qué deberíamos tenerte miedo?
-¡Ah, pues eso es lo que yo digo!- dijo la muchacha empuñando el dedo índice ante la nariz del matón.- ¡No entiendo por qué la gente tiene que huir de mi sólo por ser la hija del sanguinario Rey de los Piratas de la Bucca! Solo tiene que mantener su falsa reputación de pirata, leches. No es necesario andar con pies de plomo conmigo solo porque todo el que haya intentado hacerme daño esté colgando del Acantilado de los Ahorcados. Mmm...vosotros parecéis piratas, o por lo menos oléis como ellos. ¡Sois de la Bucca! ¡Seguro! ¡Yo también! ¡Vivo al lado del Castillo Negro! ¿Y vosotros? ¿Dónde vivís? ¿En los campos de azúcar? ¿El mercado de esclavos? ¡!Ah, no me lo digáis! ¡Puerto Diablo!

El líder de los matones echó un paso atrás y miró a su grupo.

-¿Qué demonios le pasa a ésta? ¿Está poseída o algo así?- dijo dándole vueltas a su índice sobre su sien.

Pero Valia seguía hablando, aunque nadie la escuchara. Hacía tiempo que no hablaba con gente diferente. Mucho tiempo.

- Lo malo es que no puedo quedarme a charlar, tengo que buscar orín de vaca para curar las heridas a una amiga que ha sido azotada vilmente por la Inquisición y...

-¡Cállate! ¡Cállate!¡Cállate!¡Cállate!¡Cállate!¡Cállate!¡Cállate!¡Cállate!- gritó el matón.

-¿Por qué? ¡Ah claro! Supongo que vuestras mercedes también querréis hablar. ¡Qué tonta soy! Es que hace taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaanto que nadie habla conmigo. A excepción de mis mejores amigas Marina Oliván y Cintia Ruíz. ¿Las conocéis? Pues mira...

-LA MATO.- esgrimió el malo su puñal, el resto la rodeó.- Después le quitamos los maravedíes que tenga y nos largamos antes de que llegue la Ronda.

-¡¿Qué?! Ah...claro, supongo que a fin de cuentas seguís siendo piratas.

-¡Que no somos piratas, cojones! ¡Callate ya!- el matón estaba fuera de sí.- ¡A por ella!

Pero una elegante voz de barítono salió de la oscuridad del callejón. Detrás de ellos.

-Nadie va a tocar a la señorita.

Los matones se giraron. Pero allí ya no había nadie. Solo vislumbraron una sombra púrpura que desapareció velozmente.

-¿Quién demonios va?- gritó el matón.

-Aquí arriba, caballeros.

Allí estaba. Un elegante hombre castellano se encontraba como una gárgola en cuclillas sobre las tejas de la casa castellana del callejón. Sus ropas púrpuras volaban al frío viento nocturno. Su figura era recortada por la luna llena, haciendo juego con la máscara blanca de sonrisa misteriosa.

-¡Quién pollas eres tú!

-Ah...¡qué descortesía! Permitidme que me presente. Soy El Vagabundo. Un hombre de todas los lugares y de ninguna parte. Protector del Buen Rey Sandoval y de los indefensos. Ayudante de los pobres y servidor de los débiles. Me temo que habéis cometido un error, caballeros. Extorsionar, intimidar, robar y matar es un delito contra la humanidad. Supongo que ahora que lo sabéis dejaréis a la muchacha tranquila y os reformaréis como hombre de bien. De lo contrario- aquí endureció la voz- tendré que considerar que sois viles bestias y tendré que trataros como tal. No me hagáis desenvainar, me supone un gran esfuerzo tener que devolver mi espada a su sitio...y siempre lo hago.

Los matones se quedaron boquiabiertos. A Valia se le iluminaban los ojillos. Aquél caballero enmascarado sería inspiración para sus novelas románticas esa noche.

-¡Disparad a ese invertido de púrpura!- gritó el matón. Todos desenfundaron pistoletes y dispararon sin ton ni son.

La sonrisa del Vagabundo se ensanchó detrás de la máscara.

-Respuesta equivocada.- dijo antes de recibir los disparos.

El callejón se llenó del estruendo de las detonaciones y de nubes de pólvora. ¡La figura púrpura había desaparecido! ¡No estaba en el tejado! Miraron por todas partes, pero no podían ver con la nube de pólvora que habían formado. Les escocía los ojos. De entre las brumas salió el enmascarado realizando una floritura arriesgada con su estoque. Cazó a los matones de uno en uno. Un golpe en la garganta, seguido de un barrido de estoque que se cobró las vidas de otros tres. Cuando conseguías verlo, él desaparecía en la nube, para volver a mirar a tus espaldas y ver la sonrisa de su máscara a escasos centímetros de distancia. Hasta sentir su aliento de justicia. El líder de los matones estaba solo, frente al enmascarado, rodeado de cadáveres.

-¡Buh!

El matón salió huyendo de forma alocada.

-¡El diablo! ¡El diablo!- gritó.

-Respuesta acertada.- dijo el Vagabundo lanzando un puñal.- Pero no a tiempo.

El líder matón cayó a la carrera en mitad del callejón.

-¿Estáis bien, mi dama? Lamento no haber llegado antes para indicaros que este camino no era el adecuado.

Valia, por una vez en su vida, no sabía que decir. Fue un momento histórico.

-¡Justicia al Rey! ¡Justicia a la Iglesia! ¡Dejen paso a la Ronda!- se escuchó por la calle. Los disparos alertaron a las autoridades.

- Es el momento idóneo para marcharse. ¿No lo creéis?

-S-sí. -respondió ella.

-Agarraos a mi. Vamos a desaparecer.

Otro disparo sonó, pero para lanzar un garfio que les llevaba a los tejados. Desde allí arriba, el Vagabundo vio a los guardias que examinaban a los cadáveres.

-Otra vez la misma mierda.- bufó el alguacil- Igual que ayer, disparos, cadáveres y nadie que atrapar. Espero que la Inquisición no esté metida otra vez en este caso.

No tenía nada que ver con el disparo de Marina sobre la asesina Elsa. En el tejado dos figuras estaban sentadas mirando la luna. El enmascarado y Valia.

Valia empezó a soñar.

"¡Ahora se quitará la máscara y será un hermoso caballero, nos enamoraremos, viajaremos lejos y correremos grandes aventuras!"

-¿Estás bien, Valia?

Ella la miró alertada, mas bien sorprendida e ilusionada.

-¡¿Cómo sabes mi nombre?!

-Sería un mal padre si no lo supiera.

-¡¿Papá?!- preguntó estupefacta entre el alivio y la decepción.

Él se quitó la máscara. Un rostro...quizás sospechoso para los ojos de la conspiración.

-El mismo. Alguien me dijo que estabas aquí.

-¿Quién?- preguntó sorprendida.

-Marina Oliván.

-¡Ah, mi mejor amiga!- aprovechaba cualquier momento para soltarlo.

-¿Por qué estas aquí? Te dije que te quedaras en casa.

-¡Pero papá! El Pirata Roberts, el Libertino, el senescal que dejaste, está militarizando toda la isla. ¡Toda la Fraternidad parece que va a entrar en una guerra! Está en bancarrota. ¡Tienes que volver!

Él miró la luna.

-Lo siento. Aún no...estoy detrás de algo grande. Algo que no puedo ignorar.

- Ya...como siempre- dijo abatida.

Él la rodeó con el brazo y con un truco de prestidigitación le sacó una rosa roja de la nuca.

-¡Una de las rosas de mi mamá!- gritó animada

-Así es. Y en mi otra mano...- sacó un frasco.

-¡Orín de vaca!

- Cura a Marina, se lo merece después de lo que ha sufrido. Quizás haya descubierto algo importante en mi investigación. ¿Tú estás bien? ¿No tuviste problemas para salir de la Bucca?

-Sí...pero tranquilo papá. Marina y sus compañeros cuidan de mi. Tengo buenos amigos.


"Los mejores"

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San Cristóbal. Después de que Marina fuera ajusticiada con 50 latigazos en la Villa de la capital por la Inquisición y fuera rescatada por el Vagabundo para cumplir su deuda con ella.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Una carta que recorre el mundo

El día se había tornado noche. El sol fogoso del sur de Castilla se había ennegrecido como si sus venas se hubieran gangrenado. Los nubarrones formaban en el cielo siendo nutridas por las nubes de pólvora de los arcabuces castellanos y mosquetes montaigneres. Los truenos resonaban en el cielo y eran respondido con los cañonazos en tierra. La guerra se recrudecía en el cielo y en la tierra. Y para colmo del correo, estaba comenzando a llover.

"Bueno, quizás así les falle la pólvora"

Joselito, el mochilero, vestido totalmente de negro y con un sombrero chambergo con las alas hacia abajo para cubrirse de la gris lluvia, estaba agazapado en los arbustos silvestres de una de las ondulaciones del monte. Bajo las faldas de las montañas y llanuras, podía ver claramente los dos frentes desde una zona relativamente segura. El frente de Montaigne estaba al norte y se habían hecho fuertes en un pequeño alcázar castellano en ruinas. Sus firmes hombres de azul y amarillo corrían de un lado para otro, llevando pólvora y balas rasas para sus cañones de seis libras. Por lo que vio el correo, los hombres de Montaigne se retiraban por la entrada secreta del castillo mientras una guarnición de cazadores y artillería les daba cobertura desde las ruinas del alcázar arruinado.
Por otro lado, los castellanos se encontraban al sur. Si bien no eran mosqueteros elegantes, firmes y bien pertrechados como los de Montaigne, eran una fuerza unida, tosca, cabezona y altiva. Los hombres del Tercio, de coleto de cuero y capacete sucio, habían tomado con valentía (ya que el armamento no estaba a su favor) las caponeras que en su momento montaron para parar la invasión. Desde las caponeras y trincheras, los veteranos voluntarios del Tercio Viejo (soldados pobres, algunos groseros y toscos, pero de gran valentía y honor) bombardeaban con sus culebrinas los muros del alcázar. Algunos guerrilleros castellanos hacían de tiradores mientras sus hermanos de armas hacían señuelos asomando sombreros o el cuerpo entero por la trinchera, para poder ver a su enemigo por encima del muro.
Joselito tomó aire y le entró un escalofrío cuando le caló el agua. Miró las cartas de su mochila. Estaban bien. Traía dos cartas para el frente, pero había llegado una nueva. Miró al hombre que estaba con él y venía de San Cristóbal con la nueva carta. Le había pagado para que llevara la carta a las caponeras. Iba a ser difícil, pero no imposible.

-Vamos chico, esa carta tiene que llegar a terreno castellano y ya casi me vi atrapado cuando me topé con un enorme ejército montaignere que iba hacia el sur, a la Reina del Mar. Yo ya traje la carta de San Cristóbal así que sigue tú.

-¡Espera, viejo!- le recriminó el joven mochilero, intentaba concentrarse mientras rezaba un rosario- Tu correo puede esperar, mi alma no.

La lluvia aumentaba de intensidad y empezaba a negar visibilidad. El mochilero lo consideró una señal para empezar la carrera por el frente. Se santiguó y salió de su escondite.

-¡Santiago!- gritó para si mismo el chico mientras empezaba a correr por la tierra mojada.

Corrió y corrió, y aumentó la velocidad de la marcha cuando escuchó grito de los montaigneres, que empezaron a disparar sobre la figura oscura que corría por tierra de nadie.

-¡Mierda, mierda!

El chico se desvió en cuanto una bala de cañón incendiaria estalló demasiado cerca de él. Corrió de frente a las caponeras castellanas y alzó los brazos en señal de no agresión.

-¡Santiago! ¡Correo! ¡Por el amor de Dios no disparéis!

El capitán del Tercio, León, vio la figura oscura acercarse a la trinchera. No necesitó gritar, se acercó a los suyos cojeando con una muleta y alzó un puño. Los veteranos cesaron el fuego y avisaron a los guerrilleros de la señal. El chico cuando alcanzó a ver la zanja castellana se lanzó de lleno, cayendo al barro.

-Ostia la virgen, que jeta tienen los gabachos. Han dejao de dispararnos plomo y ahora nos lanzan sus niños mimaos, cojones.- escupió Castellanos Jiménez, un pobre soldado del sur que no simpatizaba nada con el invasor...aunque eso era algo general de los castellanos - Bien muchacho, tú a que has venio.

-Cabo primero,- increpó el capitán León a Castellanos- yo me encargo del muchacho. Usted encárguese de ese francotirador gabacho que ya se ha llevado a tres pueblerinos voluntarios.

-Joé capitán, tengo los ojos pepos de tanta pólvora, ¿no podemos dejar que se vayan corriendo los hi de puta con el rabo entre las piernas a su puta casa?

-Ni hablar del tema. Hay que asegurarse de que esa avanzadilla llegue lo más mermada posible. Ni un respiro al invasor.

-Va, va...- respondió el arcabucero poniéndose en el frente de la caponera, con sus compañeros de penurias bajo la lluvia. Estaban amargados, pero tenían que dar una guerra sin tregua al invasor, se lo debían al pueblo sureño que tanto tiempo había mantenido a ralla un gran ejército solo con palos y piedras.

León habló con el mochilero. Éste cogió las cartas y leyó los remitentes bajo una tabla de madera para que no se mojaran demasiado.

"Mala hierba desde la Reina del Mar, otra de la esposa de uno de mis guerrilleros y...¿Marina desde San Cristóbal para el Marqués de Santiago?"

-Chico, me quedo con las cartas, pero deberás llevar esta a Santiago, tendrás que atravesar el monte y dirigirte al sur, cuando veas el río crúzalo. Ten cuidado porque tuvimos que destruirlos durante la batalla. Buena suerte y que Dios te acompañe.

Un alférez se acercó a León.

-¡Capitán, el invasor se retira a la Reina del Mar! Pero se espera una gran resistencia.

-Bien...ya nos queda menos para llegar al Mariscal.

El muchacho suspiró y se largó con un bufido y tuvo malos pensamientos hacia esa tal Marina Oliván que tanto trabajo le estaba dando. Ahora tendría que atravesar el río sin mojar el correo...¿cómo lo iba a hacer? Bueno, por lo menos el correo lo mandaba para su casa.
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El muchacho entró por la puerta norte de la ciudad y venía empapado. La ciudad amurallada de Santiago le recibió sin problemas y fue a la primera posada que encontró, para secarse y buscar información. El ambiente de la posada era brutal, maleantes y bribones infames estaban reunidos en esa cutre posada y no paraban de gritar, apostar y liarse a puñetazos. Joselito se acercó a la barra. Conocía el Gato Negro, después de todo, él vivía en esa ciudad y había servido de espía, pero nunca había entrado. Los maleantes se habían reído y burlado de la "criaturita". El mochilero hizo caso omiso.

-¡Eh! Posadero.

Un hombre con una sola muela le recibió y recogió el correo. Los hombres seguían gritando y habían empezado a lanzar botellas. Abrió los ojos sorprendido al ver la carta, pero no podía concentrarse con tanto ruido. Cogió una botella y la rompió en la barra.

-¡Eh! ¡Maleantes! ¡Callarse coño! ¡Que tengo noticias de Marina!- gritó

Los hombres dejaron de lanzar dados, pegarse de hostias y echar pulsos al unísono. Una parte de la posada sonrió y alzó su copa con un grito estruendoso de júbilo ante la noticia, la pequeña niña guerrillera se había convertido en una pequeña leyenda por ahí por "el por culo" que le había dado a algunos gabachos de las altas esferas (¡incluso se decía que le robó al Rey Sol!). La mayoría de los maleantes simplemente pasaron del tema sin saber de qué iba la cosa.

-¡Pero qué dices!- le increpó el niño.- ¡Sólo quiero que mandes esta carta al Marqués!

-Ah...- replicó el Muela,- ¿No es para mi?

-Eso no es de mi incumbencia.

-Bueno, bueno, está viva, eso me vale.- replicó mientras mandaba otro muchacho calle arriba para el castillo del "marquesito"

No tardaría demasiado en llegar.

Joselito suspiró y volvió a casa, Castañuelas le estaba esperando en la puerta con una sonrisa y su guitarra.

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-Dejad el correo en mi despacho, ya lo sabéis.- recordó Fernando Galán, apodado el "marquesito", a su secretario.- Ahora estoy comiendo.

-Solo es una carta de una tal Marina Oliván señor.

Fernando alzó el rostro por encima de los cubiertos.

-Trae esa carta.

"Después de todo lo que logramos juntos por Santiago, es lo menos que puedo hacer"

Abrió la carta sin acabar de comer. Una sonrisa se le dibujó mientras leía. Se levantó si haber terminado de comer.

-¿Señor?- dudó uno de sus criados.

-Sí, no he acabado, pero a los amigos no se les debe hacer esperar.- se excusó Fernando ante su criado para dirigirse al despacho de su padre, que ahora era suyo.

Cogió el tintero y sacó papel. Debía responder. Quería responder.

Saber de alguien en los tiempos oscuros que corrían era casi un milagro.
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Frente de la guerra Montaigne-Castilla. Una semana después de la llegada de Marina a la corte del Buen Rey Sandoval.

jueves, 1 de diciembre de 2011

Retomar el naufragio de la vida

El capitán Barceló suspiró ásperamente al volver a encontrarse con su elemento: el mar y la libertad. Cabalgando sobre el nuevo navío sin nombre, no miró atrás. No quiso despedirse mentalmente de la isla del Diablo (o Palabra de Dios, como la llamaban sus carceleros). ¿Para qué despedirse? Odiaba aquél lugar. Aunque ahora fuera un lugar de libertad para los piratas, para él no dejaría de ser nada más que su prisión. No había ningún lugar de la isla que le trajera un buen recuerdo: ni los campos de azúcar donde le hicieron trabajar de sol a sol; ni el castillo negro, donde lo torturaron sin piedad; ni siquiera Puerto Diablo, que por aquél entonces no era más que cuarteles para la guarnición de los carceleros castellanos y un mercado para vender esclavos.

"¡Adiós, maldita y apestosa roca!", pensó mientras echaba un trago de ron, apoyando su peso para mantener el timón en la dirección en la que tenían que ir. Camino a la corte del Infante Sandoval. A San Cristobal, capital de Castilla.

El capitán Barceló era un tipo enorme embutido en una elegante levita escarlata y de larga y espesa barba negra, la cual trenzaba para que no le molestara en los combates. Tenía todo el aspecto de un pirata (y lo era), pero en realidad no tenía ese aspecto porque así lo quisiera, sino porque se había dejado de cuidar hace muchos, muchos años. La vida le había tratado muy mal, y no solo por la pérdida completa de su identidad y su vida pasada. Su aspecto descuidado y su áspera voz no eran más que consecuencia de la dejadez de la vida, los vicios, el ansia de libertad y ron, mucho ron.
Barceló, ex-almirante de la Gran Armada castellana, no sabía que rumbo poner. Hacía tiempo que no lo sabía. No desde que pasaron todas sus desgracias seguidas, no desde aquella traición... Pero ahora la pequeña campesina que había aparecido en su vida le había dado un sentido a su difuminado rumbo. Incluso le conducía a la pista del traidor...aquél hijo de puta. Definitivamente, después de muchos años "muerto", volvería a la corte castellana, aunque no sabía con qué cara.

Ahora tenía tiempo para pensar, para beber y reflexionar sobre qué hacer con su vida. ¿Venganza? ¿Justicia? ¿O seguir con el plan de malvivir hasta morir?

"Ahh, Barceló. Pareces tan decidido y tan bravucón a los ojos de tu tripulación. Y no eres más que un náufrago de la vida. ¿Es quizás por eso que dejo mi timón en manos de Marina? Ella al menos sabe lo que quiere"

¿Qué era esa fuerza que mantenía su destino ligado al de la campesina castellana? Miró a Marina desde el castillo de popa. La castellana se había remangado la camisa y llevaba animadamente un cesto de manzanas para la bodega, probablemente para Ventisca, el caballo blanco que tenía más de persona que de bestia. Vio como ella se apartaba la hermosa y corta melena negra de la campesina para dar de comer a su corcel. Miró cómo le ofrecía la jugosa fruta al caballo y éste aceptó con una noble inclinación la ofrenda y empezó a comer. A ella le parecía graciosa la manera de comportarse tan cortés de su caballo.

La vio por primera vez en la Villa de Santa Elena. Aquellos días fueron difíciles para él. Hacía unos meses había decidido volver a levantar la cabeza y empezar malvivir por el mundo, haciendo rumbo para dejar atrás su vida, para no volver a ser el hombre que fue. No quería volver a saber del antiguo Barceló. En la posada de la Villa de Santa Elena habló con Marina. Él alistaba a gente para una nueva embarcación, para el nuevo trayecto que le iba a llevar a ninguna parte en la vida. Le dijo que se podía embarcar con él algún día...¿por qué? No lo sabía ni él. No era más que una campesina en un pueblo de paso, pero en sus ojos veía las ganas de luchar de la campesina, las ganas de salir a la calle para echar a Montaigne de sus calles. Vio que sus ojos se iluminaron cuando le contó que podían, en un futuro, asaltar los barco gabachos que bloqueaban sus puertos, que hacían que no le llegara comida a los campesinos muertos de hambre. Definitivamente, en ese momento, vio que ella no estaba hecha para el campo. ¡Y no se equivocaba! Después de meses de levantamiento popular y guerra, ahí estaban, haciendo rumbo los dos juntos con su extraña tripulación.

"¿Y si ella fuera una señal para dejar de naufragar en la vida? ¿Y si quizás en su destino encontrara yo el mío...? ¿Y si gracias a ella estuviera encontrando un sentido a mi vida, mas allá de encontrar mi barco y ahogarme en mis vicios? Supongo que podría posponer mi muerte un tiempo. ¿Debería volver a aparecer por la corte de Castilla a pesar de que mis perseguidores, carceleros y asesinos, ¿siguen allí? ¿Y si estuviera allí Corsario Negro?"

El solo pensamiento de volver a encontrarse a semejante personaje hizo que se le crispara el rostro. Hacía tiempo que había olvidado, que huía por todo el mundo y lo que era peor, huía de sí mismo. Un prófugo de por vida.

Miró a Marina, que ahora hablaba con su amiga Cintia mientras ésta tallaba con morriña un molino castellano en madera.

"Si lo que me contó el muchacho es cierto...ha perdido a su padre. Puede que también a su madre...y ella, una muchacha, una campesina ¡Sigue luchando! ¿Cual era su secreto? Tiene el cuerpo vendado después de la anterior trifulca, y a pesar de ello sigue sonriendo. Yo ni siquiera tengo fuerzas para seguir adelante. Ni fuerzas para vengarme ni escupirles en la cara aquellos que me traicionaron. ¿Acaso ella tiene algo que yo no tengo? Ganas de vivir, supongo."

Siguió el rumbo y tomó la dirección a favor al viento que iba al norte.¡Bah! Las cosas así estaban bien, a pesar de que la madera del barco se lamentaba. Dejaría a Marina en puerto y probablemente se emborrachara y se iría de putas. ¿Para qué remover la mierda del pasado?

Pero ella iba a buscar al Corsario Negro...sus destinos estaban entrelazados. ¿Ahora qué? ¿La iba a dejar sola ante tal terrible enemigo?
No, iba a estar con ella. Por una sencilla razón. Ella podría convertirse en todo lo que él no pudo ser por el odio, la avaricia y la traición. Podría enseñarla, podría entrenarla...

"Pero ella no es tu hija, Barceló"

Se sorprendió escuchando ese comentario en su cabeza.

"No...ella no es Dulcinea, mi dulce hija"

Abrió el cofre con el oro castellano del rey. Sacó un relicario y lo abrió. Una lágrima se le escapó y se perdió entre su larga barba. Lo besó y se lo puso.

No...si ella no se rendía, él tampoco lo haría.

Tomaría el timón de su vida. Navegaría por los mares del destino y encontraría su puerto, por muchos naufragios que hubiera tenido en su vida.


El Capitán Barceló volvió a retomar el rumbo de su vida. No iba a vengarse...iba a hacer justicia.

Se puso su sombrero de ala ancha y le metió un enorme trago a la botella de ron.

"Sí...vuelvo a sentir la sangre corriendo en mí. Espérame Dulcinea, probablemente volvamos a encontrarnos pronto"

Acto seguido se santiguó y se rió a carcajadas. Le dio una vuelta con ánimo al timón del nuevo y destrozado barco y le pegó un largo trago al ron.

Seguirían adelante...como siempre.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...