lunes, 12 de mayo de 2014

El filo de las palabras (I)


La decrépita Madamme Dupin volvió a repetir la pregunta a sus pequeños alumnos regla de madera en mano. Y esta vez esperaba una respuesta:

- Debe ser que me estoy quedando sorda, porque no oigo que ninguno de ustedes haya respondido a mi pregunta.

La pequeña clase de alumnos y alumnas (la academia de la señora Dupin era famosa por considerar conveniente la convivencia de ambos sexos en el aula) se había quedado petrificada, como si alguien los fuera a retratar. Cada uno escurría el bulto como podía mientras esperaban un salvador que aplacara las exigencias de la vieja profesora de historia. Unos pasaban páginas de libro, como si buscaran una solución profética; otros evitaban la mirada de la profesora mirando al suelo, mientras que los más despistados miraban por la ventana.

Jules Angelier, de 10 años, era uno de los privilegiado que se encontraba cerca de la ventana, pero había optado por fingir que tomaba apuntes en su libreta.

No era justo para unos niños de su condición trabajar, menos aún con el día que hacía. Fuera hacía un día despejado y el jardín de la Chateau du Bantreaux se veía más verde que nunca. Los jardineros trabajaban arduamente como hormigas, pero parecían divertirse más que ellos. Los sirvientes abrían manualmente los aspersores y, a veces, cuando el chambelán no miraban, se bañaban en el agua para aplacar el calor. Definitivamente aquél lugar era hermoso, pero como escuela privada para los pequeños hijos de la aristocracia, apestaba.


-Clara Chassier- nombró la profesora, y la docena de alumnos restantes bajaron los hombros de alivio

La niña, sentada justo al lado de Jules , sintió que un sable se clavaba en su estómago. Esa espantosa sensación que todo niño ha sentido cuando el profesor le nombra en clase. Clara jugaba con un tirabuzón que se le había salido de su elaborado recogido, como si con ello pudiera acelerar el mal trago. El corazón se le iba a salir del pecho y se quedó mirando al vacío.

-¿Sí, Madamme Dupin?- preguntó Clara casi como si hubieran presionado un resorte en su mente.

La vieja tomó un largo trago de agua, mientras le clavaba su mirada. Una vez carraspeó, continuó:

-Se lo pondré más claro, señorita Chassier, dándole más datos sobre la pregunta que aquí nos atañe ¿Qué Rey de Montaigne inició la invasión de Ávalon en el 1028?

La alumna fue claramente abrumada por la pregunta y el incómodo silencio solo fue combatido por una temeraria mosca.

-Señorita Chassier- dijo la profesora-. ¿Acaso no ha estado atenta a la lección de hoy? ¿Es que no sabe que sus padres depositan una enorme confianza en mi para convertirla en algo valioso para el futuro?

-Es...es que...-tembló la niña con duda, captando la atención de los alumnos-. Es que Jules me ha estado distrayendo.

Jules, que seguía fingiendo que tomaba apuntes levantó la mirada y la miró con relámpagos en los ojos.

-¿Cómo dice, señorita Chassier? ¿Le está distrayendo el señorito Angelier?

Clara Chassier tuvo que tomó más confianza en su voz.

-Sí, señorita. Además, no está tomando apuntes, ¡está dibujando! ¡Como uno de esos mendigos que hay en las calles de Charouse! No pude estar atenta a la lección, señora Dupin...

El resto de alumnos convirtieron el aula en una jaula de gallinas en menos de 3 segundos.

-¡Niños! ¡Basta ya!- la profesora pegó grandes zancadas hasta el pupitre de Jules, y éste notó su enorme y amenazante sombra-. ¿Jules? Enséñame que estás haciendo.

Jules sacó la hoja que había escondido bajo la mesa, ni siquiera intentó ofrecer ninguna resistencia. Sabía que era inútil, aunque a la traidora de Clara, le había salido condenadamente bien la jugada.

La profesora miró la hoja y arrugó la nariz, mientras deducía qué era lo dibujado. Al principio pensó que había pintado todo el folio con carboncillo y le había faltado el centro, que estaba blanco. Sin embargo, pronto percibió que el dibujo era precisamente lo que no estaba pintado con el carboncillo, dejando un cisne blanco justo en el centro de la oscura hoja. El dibujo tenía estilo, indudablemente.

-Dame tus lápices y tus libretas, señorito Angelier. A partir de ahora aprenderás todo de memoria.

-No es justo- dijo él sin mucha convicción mientras accedía.

-Claro que lo es- dijo ella-. Está usted en mi academia y lo que yo diga es ley.

Mientras madamme Dupin se alejaba hacia su mesa con los materiales de dibujo, la voz contenida del niño los petrificó a todos.

-Es usted una amargada. Es cierto lo que dicen.

Todos sabían que Jules era un niño raro, y que más bien no valía hablarle si no querías que te amargara la mañana. Lo que nadie hubiera imaginado nunca es que la profesora fuera víctima de su agrio veneno.

-¿ Y qué es lo que dicen?- dijo la profesora girándose lentamente a mitad de camino.

-Que está amargada, que su marido no la soportaba y construyó esta casa de verano para esconderse de usted, mientras fingía estar de negocios. Que cuando lo pilló con otras señoritas prefirió marcharse a la Guerra de la Cruz antes que soportarla y ahora se dedica a frustrar a todo el mundo como se dedicaba a frustrar a su marido.

En este momento podían pasar dos cosas. O que todos los niños aplaudieran la ocurrencia de plantarle cara a lo que ellos consideraban una bruja, o que todos se hicieran los muertos como si ante un oso rabioso estuvieran. Ocurrió lo segundo.

Por un momento pareció que Madamme Dupin estuviera altamente sofocada. Luego, con una voz vibrante, volvió a tomar las riendas de la clase.

-Jules, a partir de ahora te encargarás de limpiar el estanque del jardín todos los días después de las lecciones.

El niño asintió, sabía que cuando abrió la boca había comprado un pase para el infierno.

Cuando fuera  el chambelán tocó la campana de salida de sirvientes y alumnos, los niños empezaron a recoger, dispuestos a subir a las calesas familiares que les llevarían a sus respectivos hogares.

-Ah, se me olvidaba. Señorita Chassier...

-¿Si?

-Usted cumplirá condena con el señorito Angelier.

-¡¿Qué?! ¿Por qué?

-Por chivata, por cobarde, por falsa y por no estar atenta en clase.

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-Oye, Jules...no sabía que fuera a pasar esto.

El niño fingió no oírla, estaba demasiado ocupado intentando sacar todos los hierbajos y bichos del estanque. Aquello apestaba hasta el punto de tener que respirar por la boca. Clara era, sin duda, la menos eficaz, porque pescaba más bien poca basura. Finalmente desistió en su tarea y se encargó de mantener alejados a los cisnes.

-¡Oh, venga! ¡Perdoname Jules! Me salió solo. Estaba nerviosa. ¿A quién le importa quien invadió un aburrido trozo de roca en el año 1000?

Pero el chico seguía en su castigo. Cuanto antes empezara, antes acabaría.

-Además, ni siquiera te tenían que castigar por eso. Ha sido tu enorme bocaza la que te ha metido aquí. ¿Cómo se te ha podido ocurrir decirle semejante barbaridad a Madamme Dupin? Serás afortunado si te dejan continuar las lecciones.

-Bien, no tendré que seguir soportándote. Con la de personas que hay en ese aula y tu siempre tienes que fastidiarme a mi.

Ella lo miró largo rato, despistada. Los cisnes empezaron a esquivarla y se volvieron a meter en el estanque.

-Bueno...no siempre te quiero fastidiar. ¡Solo lo hago porque te lo mereces! Eres un niño muy agrio, ¡podrías tener una palabra bonita conmigo de vez en cuando! Pero luego tienes cosas muy bonitas. Sabes dibujar muy bien. Yo...también he hecho un dibujo.

Jules miró la hoja que le tendía. Eran dos monigotes feos, aparentemente niños, pegándose un cabezazo.

-¡Están dándose un beso, idiota!-aclaró la niña-. ¿Ves como nunca tienes una palabra amable?

El chico volvió a lo suyo, pero Clara lo perseguía.

-Jules ¿tú me darías un beso?

Jules la miró. En ese momento no sabía que le daba más asco, besar a una niña o el estanque.

-¿Por qué iba a querer hacer eso?

-No sé, pero he visto muchos hombres de la corte rivalizar por el beso de una dama.

-¿Y por qué dos personas iban a querer besarse?

-Pues no sé...creo que es porque los labios están blanditos.

-¿Para qué? Es estúpido.

-¡Pues porque les gusta, digo yo!

-Mi papá siempre dice que todo tiene que tener un sentido en la vida, y que todo hombre tiene que actuar con un objetivo.

-¡Así has salido!

Pillado con la guardia baja, Clara avanzó su rostro y besó torpemente los labios de Jules. Este, con una mueca de horror la apartó asqueado, tirándola al sucio estanque lleno de sapos, raíces y bichos.

-¡Puaj!- gritaron al unísono.

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Madame Dupin tenía la mirada fría.

-Así que la empujaste a la señorita Chassier al estanque, porque...

-Porque me dio un beso- respondió Jules.

La señora Dupin estalló en carcajadas, como si no recordara las ofensas que le había hecho el niño hacía unas horas.

-Señorito Jules, a lo largo de su vida muchas señoritas van a pretenderlo, y usted tendrá que poseer la etiqueta adecuada como para rechazarlas públicamente con educación y cortesía.

Jules miraba el suelo.

-¿Por qué?

-Porque los sentimientos son complicados y cuando uno no es correspondido uno tiende a sufrir. Por suerte, las palabras nos permiten convertir los mensajes dañinos en algo correcto o dulce. El don de la oratoria se nos dio para amortiguar los efectos que provocan las palabras en los humores de las personas. Confío en que usted aprenda los intrincados designios de la cortesía y el protocolo algún día. Tenga en cuenta que, para rechazar a alguien, elegir las palabras es como elegir un arma para cazar: elijes cómo acabar con la presa, sin dolor o con crueldad, pero recuerda que el fin es matarla. Escoja sus frases como si escogiera un arma, lo único que debe saber antes es cuánta sangre quieres derramar con sus palabras.

Jules se mantuvo callado.

-Algún día comprenderás lo valioso que es es medir las palabras para multiplicar o dividir un efecto; comprenderás lo valioso de ser educado y suave en el insulto, el rechazo y la crueldad. Algún día entenderás por qué necesitamos azucarar el rechazo. Algún  día te enamorarás y sufrirás por ello.

-Ni lo sueñe- dijo el niño limpiándose aún los labios y marchando a la puerta. Una vez en la puerta, volvió la vista-. Lamento lo que dije sobre usted, Madamme Dupin.

A la vieja le tembló la rugosa piel.

-Mi marido huía de mí porque no podía darle hijos. Buscaba escaparse a esta casa con sus amantes a ver si podía dar a luz a algún bastardo, supongo que para después intentar convencerme de hacerlo pasar por hijo nuestro. Una vez me negué, me abandonó marchándose a Eisen, a buscar futuro en otra nación. Me dejó sola, señorito Angelier. Sepa que no debe hablar llevado por la ira, ni crea cierto ningún rumor. Sea un caballero y use guarde sus palabras como si de munición se tratara. Disculpas aceptadas.

-¿Puedo recuperar entonces mis herramientas de dibujo?

-No.
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Una vez Jules salió de la finca, se escondió entre los lindes de una carretera principal. Allí, probó uno de los trucos menores había aprendido. Rajó la palma de su mano con una pequeña navaja y comenzó el ritual. Con la mano ensangrentada, la hechicería del ambiente le permitió introducir la mano en una herida palpitante en la realidad, que se lamentaba de forma ahogada. Su mano se perdió en un bolsillo que acababa en otro plano de la realidad y cuando lo sacó, tenía en sus mano los lápices, los carboncillos y alguna vitela en blanco.

Aquello sí que le parecía práctico, y no las palabras, los modales o el amor.
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Infancia de Julius, uno de los mayores espías y hechiceros de Porté de la historia de Théah. Academia Chateau du Bantreaux de hijos de la aristocracia de la provincia Gloyure, 1646, Montaigne.

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