martes, 16 de septiembre de 2014

Un cortejo desastroso

Al grito de "ya llegan" despertó la villa de Santa Elena. Si bien mucho antes habían levantado las gentes del pueblo, no se habían sentido despiertos hasta ahora. Era un grito infantil y enérgico el que sonaba desde los campos de más allá de la empalizada y que se coreaba con entusiasmo por las ventanas de todo el pueblo. Los portales y las ventanas se abrían, asomando de ellas los curiosos inquilinos. En los balcones de las  casas de fachada blanca y tejas naranjas las muchachas casaderas se asomaban entre las cortinas, discretas. Las viejas alcahuetas, las viudas y casadas se abanicaban sofocadas en la plaza del pozo, rodeadas de palomas y de un rebaño de ovejas apiñadas por un pastor que no quería perderse tampoco el asunto. Los hombres, todos villanos, campesinos y artesanos, se asomaban con disimulo desde sus negocios, pretendiendo no parecer cotorras como sus respectivas señoras.

Todos hacían la guaña para ser testigos. Antonio el bodeguero había colgado un cartel de "vuelvo en 5 minutos"; el posadero de las Castañuelas, más conocido como el Rancio, servía su clientela en la calle; Baltasar Temprado, antiguo sargento de un regimiento de espaderos de Castilla, observaba toda la plaza desde su banco preferido con una pipa de caña humeante en los labios. Las viejas Engracia, Encarnación, Euclides y Evangelina ya estaban todas agarradas entre ellas comentando que esto era lo más emocionante que pasaba en el pueblo desde que el joven barón llegó a la villa hará unos cuatro días. Bajando desde el barrio del cementerio bajaba casualmente por la plaza la campesina Micaela Narváez con una cesta de flores, dirección a las tierras que debía trabajar en lugar de la anterior campesina, Marina Oliván, que ahora había probado suerte y fortuna como aventurera en la capital del reino de Castilla. El padre Merino hablaba con su peculiar tartamudeo a sus monaguillos desde la puerta de la parroquia para que prepararan los botafumeiros. Octavio, despeinado y torpe pintor, aprovechaba la enorme reunión de pueblerinos bajo el amparo de la iglesia para ponerse a pintar un cuadro y colocaba torpemente su lienzo en el caballete sujetando los pinceles con los dientes. El último en llegar fue don Gaspar Ferrer, el alguacil del pueblo, que debía preparar los corchetes para evitar que la pequeña masa de curiosos estropeara la bienvenida del carruaje que se aproximaba desde la Sierra del Testigo.

A pesar de los intentos de disimulo de algunos, al final todos invadieron con sus miradas cargadas de curiosidad la carretera que venía de fuera de esa villa en la que todo se sabía.

Pero era normal, era un día atípico y dejado del espanto de la rutina pueblerina. Quién sabe, a lo mejor en ese carruaje que se acercaba a la villa venía la futura baronesa de Santa Elena. Aquella que se casaría con el querido señorito del pueblo amado por todos, Alonso Lara, barón de Santa Elena.

Un mozuelo con el pelo mal recortado corría por el feo empedrado de la plaza.

-¡Ya llegan! ¡Ya vienen!

El grito se propagó como el fuego y llegó hasta la mansión de piedra que había alejado de los barrios llanos, ligeramente por encima del resto de tejados al estar situado sobre un suave montículo. En su balcón de piedra se encontraba Umberto Lara, viejo profesor de la Universidad de San Cristóbal. Profesor de una calidad más que cuestionable y de quién se dice que el poderoso caballero don dinero le consiguió su puesto en tan estimada universidad, aunque nadie sabe quién se lo proporcionó ni a cambio de qué. Actualmente, Umberto Lara se tomaba un tiempo libre de su cargo por cuestiones puramente familiares que tenían que ver con el reparto de herencia al fallecer su hermano mayor, Gregorio Lara, Primer Barón de Santa Elena.

La ama de llaves, gris y de semblante aburrido, apareció en el balcón con un rodillo. Lo pasó por las ropas del profesor para quitarle las motas de polvo de su austero traje de satén negro y le apretó la diminuta golilla blanca al cuello, prenda que había pasado de moda hace ya un tiempo y que solo los viejos más rancios de Castilla llevaban.

Un muchacho apareció de entre las desiertas calles circundantes a la mansión Lara y gritó al profesor desde abajo.

-¡Ya están aquí!

Don Umberto Lara miró a la apática y aburrida ama de llaves.

-¿Está todo listo?- preguntó.

-Todo, señor.

-¿Impoluto?

-Sí, señor.

-¿Listo para impresionar a la familia?

-Sí, señor.

Umberto se tomó un momento, dubitativo, casi temeroso.

-¿Y...el muchacho?

-Abajo, señor. Está a la espera mirando por la ventana del jardín trasero.

Umberto suspiró aliviado, temía que el muchacho escapara de sus deberes en cualquier momento.

-Bien, pues recibamos a la pretendienta como se merece.

-¿Y cómo es eso, señor?- preguntó la ama de llaves. Umberto la miraba ojiplático ante semejante pregunta.

-Pues tan bien como de llena estén sus arcas.

Umberto Lara entró al edificio en busca de su hermano, seguido de la ama de llaves. Bajó las enormes escaleras de la entrada principal, admirando la balaustrada de duro roble. Umberto nunca entendió por qué su fallecido hermano mayor, con un título nobiliario, decidía quedarse a velar unas tierras tan turbulentas con unos ciudadanos tan vulgares en vez de salir fuera a aumentar sus influencias o a gozar de sus privilegios. La única razón que encontraba siempre es que la comodidad de la pequeña mansión era lo único que lo retenía allí.

Siempre que pasaba por el descansillo de las escaleras observaba el enorme retrato de su hermano mayor, el barón Gregorio Lara, antes de noble un modesto capitán de un Tercio Viejo en la Guerra de la Cruz. El retrato engrandecía a su fallecido hermano, la mirada se presentaba marcial y a la vez serena, mostraba un señor reacio de generoso  mostacho vestido de forma austera y con coraza de batalla. El porte era militar y regio, mano siniestra a la empuñadura de la espada envainada y diestra por encima del pecho, encogida en un puño. Fue un gran soldado y mejor estratega, pero fue salvar al Rey de una escaramuza lo que le hizo ganar un título nobiliario como signo de gratitud real.

"Ah...si hubiera sido yo en vez de mi hermano."

Fue tal la gratitud que le otorgó un título especial de cercano al Rey, no llegaba a ser ni un Duque ni un Grande de Castilla, pero todos debían dirigirse a él como Excelencia.

Gregorio Lara había merecido todo lo que había ganado en la vida, era un hombre correcto, responsable y marcial. Sin duda Alonso había salido a su madre, ingeniosa, avispada y alegre ante las adversidades. Rasgos propios de mujeres y no de hombres. Sin duda el muchacho era un desperdicio.

Pero ahora era Alonso el que tenía el título. Y con él, las influencias con las que Umberto jugaba para conseguir lo que quería, prosperar en su trabajo, comprar cargos...dependían de él. Eso era lo que importaba ahora mismo. Si no fuera gracias al título de su hermano, Umberto Lara jamás habría conseguido que Donato Orsini le diera crédito para comprar su puesto de profesor en la prestigiosa Universidad de San Cristóbal.

Aunque para eso le hubiera prometido que casaría a Alonso con su hija Alicia Orsini. Intentaron manipular el testamento para que Alonso tuviera que casarse con Alicia, pero no contaron con la espadachina. Ya daba igual, el corrupto Donato Orsini estaba entre rejas y sus planes fracasados. Todo por culpa a Marina Oliván.

Pero no estaban derrotados. Aún no.

Tenía que conseguir que Alonso, su sobrino, se casara cuanto antes con alguien de gran fortuna para poder recibir él parte de la herencia de su hermano fallecido. No vería un céntimo hasta que el muchacho se casara, pero ya que tenía que hacer eso, qué mejor que buscar a una muchacha de familia acaudalada.

La que estaba en camino, por ejemplo.

-Pobre Gregorio, sus esfuerzos y todo lo ganado se esfuma como el humo- dijo una voz lívida.

Umberto Lara salió de su ensimismamiento y vio a su gordo hermano, monseñor Luís Lara, mirar el retrato del hermano mayor. Era encargado de las parroquias de la zona y por ello vestía como tal, pero tenía el hábito manchado de alguna salsa. Sus manos grasientas apestaban a algún tipo de marisco.

-Tranquilo Luis, nosotros arreglaremos esto. Conseguiremos que la estirpe Lara llegue a lo más alto, hasta Grandes de Castilla si hace falta.

-¿Cómo? Ahora por testamento prácticamente solo somos cuidadores del muchacho sin un céntimo que ver por lo menos hasta dentro de muchos años. Fermín Losada ni siquiera nos quita ojo...si nos desentendemos del muchacho no heredaremos nada. Estoy harto de este pueblucho. ¿Qué propones?

Umberto dio una palmada y los seis criados de la casa se pusieron en sus respectivos puestos para recibir la calesa con la pretendienta y su familia. Los hermanos bajaban las escaleras mientras Umberto le explicaba a su hermano:

-Pues verás, el verdadero testamento de nuestro hermano me obliga como nuevo tutor legal a llevar a Alonso por el buen camino y encontrar una esposa. Hasta que eso ocurra no veremos nada de la herencia.

-Pero si eso apenas es nada.

-¡Exacto! Por eso tenemos que casar a Alonso con alguien con dinero. ¿Entiendes? Entonces el capital aumentará y cuando se casen nos tocará más dinero por cabeza. Tenemos que hacer eso antes de que se nos acabe el tiempo, tenemos diez años para conseguir que el muchacho se case. En ese tiempo conseguiremos doblegar la voluntad del muchacho si aún sigue pensando en Marina Oliván.

-¿Entonces nos conviene que se case antes?- preguntó el orondo monseñor, sin entender.

-Depende. Si es una pobretona, no. Si es rica, sí.

-Ahh, eso sí lo entiendo.

-Y yo, como tutor legal puedo decirle con quién debe casarse.

El gordo hombre de dios se frotó las manos, restregándose el aceite de sus sucias manos.

La ama de llaves salió a recibir el carruaje que ya estaba en la entrada, seguida de un enorme cortejo enorme lleno de catetos residentes del pueblo que no querían perderse el evento.

Umberto y Luis se quedaron en la entrada. Cuando la muchacha salió de la calesa se escuchó un "ooooohhh".

-Debe ser bellísima-comentó Luis-. Aunque estos catetos se impresionan por cualquier cosa.

-Eso espero. Si encandila a Alonso el plan quedará perfecto y no tendremos que esperar tanto.

Desde el porche veían acercarse a una muchacha con un cortejo de sirvientes. De lejos Umberto pudo entrever cómo la pretendienta se colocaba un modesto velo de seda, dejando entrever unos ojos oscuros. El cortejo de sirvientes atravesó el jardín de jazmines de la casa y llegó al porche con la pretendienta al frente, de la mano de su padre. El padre, de tez morena, delgado, pomposamente vestido con una capa de seda y adornado con alhajas de oro de las colonias, venía muy estirado y con aires de grandeza. Umberto dio un paso al frente y saludó a los invitados.

- Bienvenido, don Filiberto de Ariza. Es un honor recibirles aquí en nuestra humilde morada y estamos agradecidos de que acudan a esta llamada para nuestro joven noble y casadero.

El canijo pero pesadamente vestido Filiberto saludó con una exagerada reverencia propia de los que no conocen la aristocracia. Sus joyas chocaron entre sí haciendo un tintineo pesado y Umberto se agitó excitado mientras no quitaba ojo a la reverencia de su invitado.

-El honor es mío por conocer a sus grandezas. En cuanto supimos que buscaban esposa para el excelentísimo barón de Santa Elena quisimos venir. Además, nuestra Lupita está encantada con el retrato que recibimos de su Excelencia.

-Oh...nos halaga señor. Pero pasen pasen, no se queden ahí fuera, delante de las miradas de la plebe.

Los invitados y su cortejo entraron y fueron recibidos de forma espectacular en la mansión Lara. En breve todos tenían una taza de té que había traído Filiberto.

-Este té lo exportamos desde las colonias. Soy el mayor exportador de la Isla de las Especias en el puerto de la Marcina. Solo estoy por detrás del comercio de la minería, esclavos, tabaco, arroz, harina y sedas.

Umberto le dio un sorbo al té con gusto, como si pudiera saborear el dinero que le iba a tocar si conseguía casar a Alonso con la Lupita esta o como diablos se llamara.

-Sí, sí, el té es excelente. Y dígame, Mudita...

-Lupita- le corrigió Filiberto.

-Eso, Lupita...- Umberto se quedó dubitativo- Un nombre poco común, ¿de dónde proviene?

Filiberto, que no dejaba hablar a su hija aún misteriosa tras el velo, como si no supiera, respondió:

-Oh, su madre es de las colonias del Archipiélago de la Medianoche, allí ese nombre es muy popular entre los colonos de la Marcina.

-Entiendo. Y...¿no se va a quitar el velo? Al final el muchacho es el que tiene la última palabra respecto al casamiento y me imagino que querrá verla.

"Por desgracia", pensó.

La muchacha se dispuso a quitárselo y su padre asintió con energía.

-¡Por supuesto! Lupita de Ariza es la muchacha más bella de la Isla de las Especias. Adelante hija.

-Seguro que su hija es muy hermo...

La muchacha se había quitado el velo.

Silencio.

Luis Lara la miró después y se le cayó una gamba en el té. Los Lara se quedaron pálidos y ojipláticos como dos cadáveres embalsamados.

-...hermosa- terminó Umberto y giró rápido hacia su rechoncho hermano que se había quedado con la boca abierta y la papada bailando- Hermano...¿podemos hablar?- se levantó y casi tuvo que empujar a Luis a la cocina- Un segundo- se excusó.

-¿Pasa algo?- preguntó Filiberto, preocupado.

-Oh no, nada nada. Todo va bien.

Umberto condujo a duras penas el obeso cuerpo de su hermano hasta el comedor principal, casi con asma.

-¿Has-has visto lo mismo que yo?

-Sí- respondió Luis, obnubilado.

-¿Cómo vamos a conseguir que Alonso acepte?

-No...no lo sé ¡tu eres el de las ideas!

-Sí, sí, lo sé. Pero no estoy preparado para esto. No esperaba que la pretendienta de Alonso tuviera más mostacho que él...

-Ay...¿cómo dios puede hacer éstas cosas? Extrañas son las razones de la naturaleza-dijo Luis santiguándose.

-¡Deja los rezos para luego! ¿Qué le decimos a Alonso? Esta muchacha es claramente una mestiza entre un castellano y una indígena o una india del Archipiélago...tiene rasgos de alguna tribu salvaje sin duda...esa piel color café, ojos semirrasgados, algo gruesa y ese...ese...

-¿Montón de vello facial?- completó monseñor Lara

-Eso...

-Vete tu a saber si no estará encasquetándonos una bastarda que ha tenido con una indígena que no acepta la fe vaticana. Oh dios, oh dios.

-Al cuerno, por mí como si es un rinoceronte que le reza a Alá. El padre está deseando casarla y es un poderoso comerciante de las colonias. Claramente es de clase pudiente y quiere quitarse a su hija bastarda de en medio. Lo que tenemos que conseguir es que Alonso acepte.

-Podemos ponerle el velo...a lo mejor Alonso no se fija.

Umberto lo miró como si lo que había propuesto fuera ridículo.

-¡Sí, claro! ¡Y mejor aún, le decimos que es Marina, el amor de su vida!

Al gordo monseñor se le iluminaron los ojillos.

-¡Claro! ¡Eso es! ¡Eso lo aceptaría!

-¡No seas imbécil!- gritó Umberto furioso.

-Uh...pues no sé, le decimos que es una belleza étnica y que tienen prohibido quitarse el velo hasta que se casen. El padre dice que la muchacha más bella de la Isla de las Especias.

-¡Pues la Isla de las Especias será un islote! ¡Menuda cosa!

La puerta sonó y Filiberto asomó la cabeza.

-Toc, toc, ¿hay algún problema?

-¡No!- dijeron entusiasmados los dos avaros y sudorosos hermanos.

-Bien...porque...Lupita está deseando ver a su Excelencia. Porque...él está aquí, ¿verdad?

-¡Oh, sí! está en los despachos que dan a la plaza trasera- les contaba a todos mientras conducía el cortejo hasta donde estaba Alonso- Allí el anterior barón domaba los corceles purasangre que traía de algunos de sus viajes...

Lupita se acercó a Umberto Lara y le dijo:

-He oído que el barón es un joven muy interesante con muchas anécdotas y aventuras que contar...y que es popular por su gran ingenio y elegancia. ¿Es eso cierto?

-Sssíi...-respondió Umberto con asco, odiaba esa faceta de su sobrino- Tu ponte el velo, bonita.

Dios, no podía dejar de ver ese mostacho. ¡¿Que era eso?! ¡¿Acaso también tenia un poco de barba?!

Umberto se acercó a Luis y le dijo al oído:

-A la próxima le pedimos un retrato antes.

Luis asintió, como sonámbulo.

Llegaron a una enorme puerta de doble hoja de caoba fina y tiradores dorados. La ama de llaves estaba frente a la puerta como centinela y Umberto se adelantó hasta ella en modo confidencial.

-¿El muchacho sigue ahí? No le habrás dejado salir, ¿verdad?

-No, señor. El señorito sigue ahí dentro, me he asegurado. No se ha movido en toda la mañana y solo ha salido un caballero esta mañana de casa que había entregado un correo.

-Bien.

Umberto bloqueó la entrada y se dirigió al ejército de criados, al cortejo y a la pretendienta.

-Tras esta puerta se encuentra el ingenioso barón de Santa Elena. Por favor, criados y cortejo, quédense fuera.

Umberto miró al cielo antes de abrir las puertas.

"Por dios que Alonso no ofenda a nadie y se quede calladito...con el odio de los Orsini me basta y me sobra"

Cuando entraron, el despacho estaba perfectamente ordenado y un enorme ventanal al fondo mostraba una enorme plaza para caballos. Un enorme sillón les daba la espalda y se podía entrever el brazo de Alonso (vestido siempre con su casaca de terciopelo verde) reposar en el brazo del asiento. El barón miraba por la ventana, en silencio. Umberto suspiró y se acercó hasta el asiento.

-Alonso, levanta y saluda a los De Ariza. Son una familia comerciante provenientes del Archipiélago de la Medianoche...- Umberto atravesó toda la habitación y se puso delante de la ventana.

Ahora entendía por qué miraba por la ventana.

-SERA HIJO DE...

Todo este tiempo estaba vigilando un sonriente espantapájaros... vestido con las ropas de Alonso.
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Alonso Lara se encontraba en las Castañuelas, que estaba desierta porque todos querían ver a la nueva pretendienta del barón, que se rumoreaba que venía de los mares occidentales, de las colonias o algo así.

-Señor- decía un caballero con hábito de ser un correo- me temo que no puedo mandar esta carta a la corte...menos aún a la reina.

Alonso lo enmendó rápido.

-Vale, mándele esta nota a una tal Cintia Ruíz, dígale al correo que la espere en la entrada del Alcázar real si hace falta. ¿Ve esta otra nota? Tiene que dejarla junto a unas flores que habrá frente al portal a la hora que indica, a ser posible con la letra de otra persona que trabaje allí.

-Dios mío señor...y todos estos esfuerzos...¿para qué?

Alonso sonrió.

-No tengo ni idea.

Había usado el anillo de camuflaje que le había dado Marina Oliván, pero ya no volvería a usarlo en mucho tiempo, tenía que usarlo con cabeza.

Así que esta escapada tenía que valer la pena.

"Cintia, confío en ti para que las flores estén a la puerta a esa hora...espero que sepas convencer a la Reina"

La próxima vez no podría usar el mismo método. Alonso tuvo una idea.

-Espere un momento...voy a escribir otra carta.

El correo le miró suplicante.

-Más trabajos extraños no, por favor...

Las campanas de la parroquia sonaron. Alonso tenía que darse prisa...debían estar a punto de averiguar su escapada.
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La familia De Ariza alucinaba con el espectáculo. Umberto acababa de decapitar a un Barón hecho de paja y corrió hasta donde el ama de llaves, que estaba confusa y hablaba consigo misma.

-No lo entiendo...si esta mañana había hablado con él...

-¡Doña Josefa! ¡El correo que salió de la mansión, lo vio entrar o solo salir!

-Solo lo vi salir, pensé que le había abierto otro de los criados mientras vigilaba al muchacho.

-Maldito sea...¡otra vez! ¿Dónde demonios...?

-Ya estoy aquí.

La voz del barón resonó en la sala, ante la estupefacta mirada de Filiberto, Lupita, Umberto y Luis.

El barón avanzó sonriente, en camisola y mirando a la pretendienta con su velo y se acercó a ella dándole un beso en su morena mano.

-¿Esta es mi primera pretendienta? Siento que hayas tenido que hacer un viaje tan largo...

-Lupita- dijo la pretendienta embelesada.

-Lupita, pero no estoy interesado. Gracias por venir. Esto es por las molestias- la despidió con una bolsa de gremiales. Umberto Lara se echaba las manos a la cabeza de la desesperación. ¿Es que acaso se iba a poner a regalar el poco dinero que tenían?

-No estás cumpliendo con la última voluntad de tu padre, Alonso. ¡Se supone que debes establecer un cortejo para conocer a tu pretendienta y hacer lo posible por encontrar esposa! ¡Si no cumples con tu parte tenemos la potestad de desheredarte legalmente! ¿Lo sabes, no?

Alonso frunció el ceño.

-¡Preguntale al letrado, don Fermín!- le amenazó su tío.

Alonso suspiró. "La última voluntad de su padre". Umberto sabía dónde le dolía. El noble se encogió de hombros y suspiró. Lamentaba tener que llegar a esos extremos, pero no le quedaban más opciones. Con una sonrisa y presto le arrancó el velo a la muchacha.

La sorpresa embargó al joven barón, no esperaba encontrarse aquella mata de pelo étnica sobre el labio superior...y entre sus cejas. Pero valdría.

-Lo siento, pero mi esposa no puede tener más bigote que yo.

La muchacha se puso roja.

-¿¿CÓMO DICES??

-¡Alonso!- se escandalizaron los Lara.

Filiberto se desmayó y la ama de llaves entró en tal confusión que empezó a tocar la campana de servicio. Umberto encaró al joven con un dedo amenazador y esgrimió otra vez la amenaza que siempre le funcionaba.

-¡No estás cumpliendo con la voluntad de poner de tu parte para casarte! ¡Ni siquiera lo estás intentando!

-Pero si ella no quiere casarse conmigo.

-¡¿Pero qué estás diciendo?! ¡Ha venido desde el Archipiélago solo para verte!

Alonso se encaró a Lupita.

-Lupita, ¿tú te quieres casar conmigo?

-¡NO!-gritó furiosa

-¿Ves? ella no quiere

-¡Te odio!

-Ponte a la cola. Vas detrás de los Orsini.

La muchacha le lanzó un caro jarrón castellano que el joven barón esquivó.

-Lo siento.

Los De Ariza se marcharon y Umberto se acercó furibundo.

-Te vas a enterar, si toda la familia está de acuerdo, podemos desheredarte.

-Me temo que eso no es así. La pretendienta ha renunciado a conocerme. ¿Verdad, Fermín?

-Sí, excelencia- dijo guiñándole un ojo el viejo letrado, que había bajado al oír todo el escándalo.

-¡Tu padre quería que te casaras y que propagaras el apellido y tu título!-gritó Umberto

-Sí...pero recuerda. En el verdadero testamento de mi padre, el que tú no manipulaste con tu insana y asquerosa avaricia, añadió a última hora que yo tenía la última palabra.

-¡No creas que con esta escabechina aceptaremos a la que tu quieras, Alonso! ¡Necesitas el beneplácito de la familia para casarte!

-Pero no necesito el permiso de nadie para rechazar vuestras pretendientas.

-ARRGG- Umberto enrojeció de ira.

El cortejo de los De Ariza se marcharon. Por suerte Filiberto no era ni noble ni soldado, y carecía del honor de llevar espada al cinto con la que lavar el insulto. Y aunque portara acero, Alonso se percató de que el hombre no parecía estar dispuesto a acrecentar el escándalo para no llamar más la atención sobre lo que era claramente su hija bastarda fruto de un adulterio con una indígena cuya tribu prohibía cortar pelo ya que se consideraba un insulto a la naturaleza. Filiberto prefería poner pies en polvorosa antes que exigir un duelo. Sabía que si se descubría que había traído una bastarda para casarla con un noble también podría considerarse un insulto a los Lara y por tanto ellos podrían tomar la iniciativa del duelo.

El caso es que Filiberto de Ariza huyó sin desaire alguno y no se le volvió a ver por la villa. A Alonso le pareció estupendo.

El barón salió al patio trasero de la mansión. Estaba anocheciendo y sentía que los rumores del pueblo estallaban  por todos los locales.. Decidió que esa noche dormiría en los establos con los caballos. No sabía qué iba a hacer, se sentía perdido.

"Supongo que Marina estará igual de confusa y perdida. Ojalá las flores le hagan entender que sigo creyendo en ella y que no cambiaré."

Entonces decidió tomar una línea de actuación, tras lo ocurrido hoy. Él no debía mostrar que no quería casarse, tendría que hacer que al final todas las pretendientas lo rechazaran, lo aborrecieran...

"Si me gano el rechazo de todas las jóvenes, ninguna querrá casarse conmigo.

Y la culpa no será mía...

A lo mejor para conseguir el amor de la persona que amaba debía hacer que todas las mujeres del mundo me odien."

Iba a ser difícil, todos amaban al ingenioso barón de Santa Elena.

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Vuelta de Alonso a Santa Elena después de que su familia le forzara a separarse de su amada, la espadachina Marina Oliván. Septiembre 1670, Villa de Santa Elena, Provincia de Zepeda, Reino de Castilla.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...