domingo, 3 de febrero de 2019

Golpe a golpe

Los pasos de Gerrit eran desacompasados; estaba profundamente herido de la batalla contra esos estúpidos indígenas. Sentía un poco de sangre caliente manar y atascase en el interior de su armadura de Dracheneisen y la cabeza le daba vueltas después del combate.

Pero lo que más le dolía era su orgullo.

Así que estampó su panzerhand en la cara del soldado que tenía frente a él. 

-¿Cómo es posible? ¡¿Cómo?!- gritaba Gerrit.

El último puñetazo tumbó al soldado de casaca blanca y modales refinados. Cayó junto a la enorme cristalera del pasillo, por donde entraba la luz del sol atabeano reflejando miles de pequeñas estrellas sobre el mar azul tropical.

-No...no lo sé, señor- el soldado tocó espalda con la cristalera y vio la enorme caída de la torre de marfil en la que se encontraban; no le importó, ahora tenía más miedo de Gerrit.

-No puedo creer que hayáis perdido las cajas de los vientos- el panzerhand de Gerrit aferró el cuello del soldado.

-Yo tampoco señor...pero ellos estaban preparados. 

Gerrit aferró su nuca y pegó su frente con la del soldado para que pudiera ver sus ojos.

-Sabían que íbamos imbécil. Creí haber sido específico en el informe,

-¡No! ¡No! ¡Sí! ¡Fuisteis vos quien les dijo que volveríamos al día siguiente! 

El puño de Gerrit fue a romperle la nariz contra el cristal del mirador del rascacielos y el soldado se protegió.

- ¡Señor por Theus! ¡Lo que quiero decir es que habían inundado la plaza donde teníamos configurado el salto! ¡Sabían que teníamos que aparecer allí! ¡Sabían que la pólvora se mojaría! ¡Sabían como actuar ante nuestra tecnología y tácticas de infantería moderna! 

El puño de Gerrit seguía en el aire pero sus ojos estaban muy abiertos.

-Nunca nos habíamos encontrado con eso...- justificó temblando el soldado con los ojos cerrados.

Gerrit lo soltó y saludó con la mano a los exploradores, soldados y eruditos que pasaban por los lujosos pasillos de la torre, ignorando el enfrentamiento entre el eiseno y el soldado.

-Entiendo- fue todo lo que dijo.

"La castellana"

-La caída de Cabora ha sido más dramática de lo que pensaba- murmuró

-¿Señor?- preguntó el soldado levantándose del suelo-. Lo que quería decirle era que...Roa  le ordena que vaya a verle.

Gerrit agachó la cabeza con los cabellos rubios grasientos y con plastas de sangre. Había pasado una madrugada horrible. No había conseguido dormir y ni siquiera había conseguido quitarse la armadura.

-Voy.

Gerrit se dio la vuelta y procedió a caminar a lo más alto de la torre.

-Que la Mano nos proteja y nos guíe- le despidió el maltratado soldado a sus espaldas.

Gerrit se detuvo y le miró por encima de su hombro.

-Que la Mano nos proteja y nos guíe.

"Y que no me aplaste ahora"
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Presidiendo un salón blanco y regio se encontraba un trono, pero estaba vacío. Se encontraban en lo alto de la torre, donde se podía ver una gran extensión de los archipiélagos atabeanos a través de las paredes trasparentes de la cilíndrica cámara. Dándole la espalda  se encontraba la ancha espalda de un hombre de piel café. Vestía una hermosa casaca larga escarlata, Gerrit esperaba arrodillado pero le parecía apreciar los gestos de alguien que toma té.

-¿Señor?

Roa hizo un gesto de beber su taza con tranquilidad.

Pasaron quince minutos. 

Hasta que se acabó la taza.

-Gerrit. ¿A qué se debe la rebelión de Borequen?

-No me andaré con rodeos, señor. He tenido contacto con el primer theáno. Después de siglos en estas tierras.

-Entonces Azrael habrá descubierto que la Caída ha desaparecido y habrá podido llegar a Ifri de manera convencional. 

-Señor. Azrael no traerá buenas noticias de Cabora.

Roa rara vez se giraba para ver a sus lacayos. Lo hizo suavamente como deslizado por una plataforma. Sus ojos negros eran sostenidos por unas profundas ojeras producto de guerra y sacrificios. Y ahora se clavaban en Gerrit. 

El eiseno veia la ceniza reavivarse en las brasas negras de Roa, así que prosiguió.

-No quiero hacerme el misterioso. Pero traigo malas noticias.

Roa parpadeó mientras sentía ganas de aflojar el corbatín de sus vestimentas barrocas. Pero permaneció inmóvil.

-Cabora se alzó del mar en Théah. Por eso ya no está la barrera.

-Tal y como estaba planea...

-Pero no fueron nuestros hermanos de la Compañía Comercial Atabeana quienes lo hicieron.

Roa apretó la taza y el plato de té hasta que sus dedos se volvieron blancos. Su cara se motraba impasible, casi aburrida.

-¿Castilla? ¿Vendel? ¿Ávalon?

-Ninguna bandera señor. Una aventurera castellana. 

Por primera vez en veinticinco años Roa frunció el ceño. 

-¿Una?

-Sí, señor.

-Así que los castellanos tienen el poder...negociaremos con ellos.

-No, señor. Ella...va por libre-la frase produjo un silencio inquietante-. No lleva bandera alguna.

Roa dio su primer paso dubitativo en veinte años.

-¿Qué...?

-Es la primera theána que me encuentro en el Atabeano.

Entonces Roa rugió como no lo hacía en treinta años.

-¡¿Y Cabora?!

-Cabora...señor. Devuelta a las aguas.

-¿Y los autómatas, los artefactos, el éter, los conocimientos?

-Perdido, señor.

La taza de té cayó hasta fragmentarse en mil añicos. La esperanza de Roa se desvaneció en un negro pozo y se agarró de la casaca como si fuera lo único que le podía mantener a flote la moral.

-¿Quién es ella?

Gerrit alzó el rostro y vio los ojos de Roa. Del carbón de su mirada empezaban a brotar ascuas. 

-Marina, señor. 

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Azrael, un pirata enorme de ifri, golpeó sobre la armadura de dracheneisen de Gerrit. Los soldados, eruditos y científicos que pasaban por las playas de la torre de marfil no parecían querer atender al pobre golpeado. Parecía ser una costumbre últimamente.

Azrael era el único que conseguía herir a través de su armadura a Gerrit...con sus propios puños. Los ojos ámbar denotaban que hacía mucho tiempo Azrael había dejado de ser humano a medias.

Eso, y que su corazón hacía Tik Tak.

-Eres un inútil, Gerrit. Has dejado a mi rebaño revuelto.

Gerrit se aferraba sobre el brazo que aún esgrimía el puño contra su estómago.

-Lo siento, señor.

-No basta con eso.

-¡Permitidme arreglarlo! ¡Encontraré a Marina y la mataré!

Azrael arreó otro puñetazo.

-No hablarás así de la hija del océano. Ella es cosa mía.

-¿Tuya?

Azrael le tiró al suelo.

-Sí...yo soy el hijo del desierto.

-Azrael, ¡no puedes ir por tu cuenta!

Pero el pirata se lo tomó como una sugerencia..Desde los áridos desiertos de Ubari hasta las aguas tropicales del atabeano, Azrael había hecho un largo viaje en su vida. Solo. La única cosa que le da órdenes era la sed.

Bueno...y otra cosa.

Ahora caminaba por la playa sintiendo que su corazón empezaba a pararse. A lo lejos, un mercader encapuchado asomaba sus ojos brillantes desde las sombras.

El Bonsam le extendió la mano a Azrael como invitación. En la orilla, sus hombres cargaban su barco.

-¿Vamos?
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Gerrit, Roa y Azrael en el Cuartel General de la Mano. Finales de octubre de 1672. Mar Atabeano. 


Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...