domingo, 25 de agosto de 2013

En víspera de una tormenta

-¿Excelencia?

Don Fernando Galán, segundo marqués de Santiago, levantó la cabeza penosamente y dejó que sus mechones ondulados se despejaran hacia los lados de su rostro. Antaño había sido un hombre sonriente, estudioso, romántico y tierno. Ahora parecía un deshecho humano vestido con ropas elegantes previas a su propia boda.

Vestido con una ropilla de tisú blanco de bordados dorados, Fernando se encontraba de pie sobre un pequeño taburete, con los brazos en cruz, mientras se dejaba medir por un ejército de sirvientes. Anabello, el estridente criado de su prometida, seguía llamándolo, pero Fernando apenas respondía a la llamada del criado, como si su mente se mantuviera en un mundo aparte.

Y en eso estaba. El ausente Fernando seguía recreando en su mente como su propio pueblo se sublevaba contra el dictamen de la corona de Castilla. El Rey había dado permiso al Duque de Zepeda Ciro López para poner bajo ley marcial toda su provincia y mandar una comitiva de recaudación de impuestos especiales por toda la región. Una región que ya lo había dado todo por continuar una guerra que casi no podían ganar.

Pero no había sido el duque quien había recibido la humillación de ser tiroteado por fruta podrida por su propia gente. Hacía una media hora Fernando estaba impregnado de la poca comida que le habían dejado a su pueblo...que era la incomestible. Él, que tanto había luchado por su gente cuando estaban invadidos por los montaignenses. A su lado estaba parte del pueblo, pero hambriento y dolorido, aparte de todos los estudiantes de la Universidad. El resto le odiaba, tenían hambre, y eso le destrozaba. Los grupos religiosos no le importaba, solo eran unos alborotadores; el Pater Morales por alguna razón seguía intentando reavivar el fuego que trajo el Falso Profeta con más o menos éxito. Pero lo que más le mataba de todo aquél asunto eran los nuevos grupos radicales que abogaban por la vuelta de su padre como verdadero Marqués de Santiago ¡Buscaban la vuelta del traidor Alfonso Galán!

Fernando se cayó del taburete pesadamente, sin que su ejército de criados pudiera hacer nada. Se echó a llorar desconsoladamente, hundido por la humillación, la frustración y el dolor.

Algo lo mataba por dentro. Una pregunta que se hacía una y otra vez

"¿Acaso mi pueblo estaba mejor con el tirano Mariscal Dupont que conmigo? "

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-Señorita Dupont. ¡Señorita Dupont!

Anabello corría como una loca por los pasillos del castillo. Al fin alcanzó a Jeannette Dupont, la prometida y futura esposa del segundo Marqués de Santiago.

Ella estaba vestida con un vestido de corte blanco, con capas de bello encaje, su habitual sombrero a juego estaba colocado a un lado de sus hermosos cabellos de oro pálido. Estaba escuchando charlar a sus damas de compañía bajo la sombra de un parasol de corte a juego con su vestido mientras jugaba distraída con el agua de la fuente lunar. Dirigió su mirada hacia la llamada y sonrió a Anabello como si con eso pudiera calmar al mundo.

- Anabello, no te esfuerces tanto. Quedan al menos un par de días para boda- intentó consolar con una sonrisa al estresado criado.

-Ay, mi señora, se trata del marqués...

A Jeanette le cambió la cara. Hacía días que las multitudes estaban inquietas, y sabía que el Pater Morales estaba convenciendo a los indecisos a rebelarse por la comida y sobre todo contra el marqués. Sabía que en cualquier momento podía pasar algo y que no le iba a sentar bien a su prometido. Arrojó el parasol, se arremangó el vestido sin preocuparse de si lo arrugaba o no y se tornó decidida.

-¿Dónde?

-Arriba, en en su despacho. Se ha echado a llorar como un chiquillo y no hemos sabido qué hacer. ¡En todos mis años de servicio hacia su persona nunca me había pasado nada parecido! Después parece que se ha calmado y lo metimos en su cuarto. Hemos intentado darle de todo, un té, una infusión...pero nada lo calma.

Entonces Jeanette supo que si ella no podía calmar a Fernando nada lo haría.

Ella lo encontró tirado en su cama, inconsciente. Le pasó un paño húmedo, le cambió y le puso ropas cómodas. Parecía que tuviera fiebre y se lamentaba en sueños.

-Fernando...

Él abrió los ojos vidriosos, pero su mirada se iluminó cuando la vio, toda vestida de blanco, con la hermosura de su actitud cándida y reconfortante. Por un momento creyó que estaba en el ansiado día de su boda...pero la realidad le cayó como un jarro de agua fría cuando recordó la realidad de las últimas tres horas y se derrumbó.

-Jeanette...mi pueblo me odia.

Ella sonrió como cuando un adulto sonríe ante la inocencia de un niño.

-Fernando, no puedes pretender agradarle a todo el mundo.

-¡No se trata de agradar, maldita sea!- gritó Fernando bruscamente, apartándose de su abrazo. A veces creía que Jeanette vivía en un mundo de algodón y eso empezaba a cansarle- ¡Se trata de que pasan hambre y que yo lo permito! ¡Eso es lo que pasa!

Pero Jeanette fue junco, y se dobló suave y firme ante la tormenta amarga de su prometido; cuando pasó volvió a abrazarlo, permitiendole que se desahogara.

-Creo que mi padre tenía razón en su política. Lo mejor que puede hacer Santiago es dejarse invadir por Montaigne. Estaban mejor con el Mariscal y mi padre. Estaban mejor con un tirano que conmigo...

-Fernando, no es cuestión de política. El pueblo no exige una política u otra: solo tienen hambre. Y este hambre lo está causando la guerra ¿Dices que la solución a sus problemas es dejarse invadir por la misma gente que causa nuestra desgracia? ¿En qué lugar deja eso a Castilla? Sería una solución cobarde. El remedio no puede ser lo mismo que la enfermedad.

Fernando abrió mucho los ojos. Era tan increíblemente razonable lo que decía su prometida. Sí, quizás viviera en un mundo de algodón, pero tenía una sabiduría natural que él no alcanzaría ni en mil años de estudios en su universidad.

-Tenéis razón. Pero eso no me excusa. Tengo que buscar una solución.

-Buscaremos una solución- dijo su prometida tomándolo de la mano.

-En cuanto me recupere me recluiré en la torre, hasta que encuentre una solución para mi gente.

Jeanette no quiso contradecirlo, pero no creía que recluyéndose pudiera solucionar algo. Si algo los diferenciaba a los dos, es que a ella le gustaba ver los problemas del pueblo en las calles, no desde una torre a oscuras, enloqueciendo en la oscuridad, devorado por sus fantasmas.

-Vamos a ir empezando- dijo Jeanette poniendo toda su iniciativa en hechos-. Anabello, quiero que envíes un mensaje a la corte real. Le exijo al Rey de Castilla que si no manda parte de los suministros de las tierras no asediadas a nuestras tierras levantaremos la ley marcial y se lo daremos todo al pueblo.

-Pero señora...habláis del Rex Castillium.

-He dicho lo exigimos.-dijo con contundencia la cortesana, haciendo hincapié en la palabra "exigir".

Fernando apretó la mano de su amada y sonrió débilmente  la temeridad de su prometida.

-Os pueden encarcelar por dirigiros de esa manera al Rey...

-Lo sé, pero mi lealtad no está ni con Montaigne, ni con Castilla...está con vos, Fernando. Siempre con vos.

A pesar de que sus dos patrias estaban en encarnizada guerra, su amor estaba por encima de todas las cosas.

El Buen Rey Sandoval no significaba nada para ella.

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-¿Majestad?

El Buen Rey Sandoval pegó un repullo en su asiento de terciopelo rojo.

-¿Qué? ¿Qué?- preguntó mirando de un lado a otro, sin saber muy bien donde estaba.

Vio que alguien le hablaba desde un ventanal enrejado de madera en forma de cruces. Pronto recordó que estaba en el confesionario real y que al otro lado del enrejado se encontraba Marius de Luna, el cardenal y encargado de tutelar al joven monarca.

La boca de Marius de Luna se movía en la penumbra del confesionario, lentamente y mascando las palabras como un rumiante.

-Me estabais contando que teníais dudas con respecto a vuestra boda.

-Oh...-fue lo único que alcanzó a decir el rey al recordar.

Fue una gran fatiga para él haberse quedado dormido en el confesionario, pero apenas tenía tiempo para dormir con el asunto de la guerra y la presión de la Inquisición por anular la boda real.

-Continúe- le invitó el cardenal.

-El caso es que no tengo nada claro esto de la boda con la princesa Layla. Está claro que con esto iniciamos un proceso de comercialización con el Imperio de la Media Luna y que eso beneficiará a Castilla soberanamente, pero...no sé, no lo tengo claro.

-Aham- aprobó su tutor, carraspeando como siempre hacía antes de darle un consejo real-.Políticamente, mi joven rey, Castilla sale beneficiada comercialmente con esta relación. Obviamente, con esta decisión habéis ganado como enemigos a la Inquisición y a muchos de los Príncipes Mercaderes de Vodacce. Son terribles enemigos que harán peligrar vuestra vida ¿El peligro es lo que os inquieta?

-No...no...enemigos siempre he tenido.

-Es algo más...¿espiritual?

- Sí...Todo me viene de Esteban Verdugo, mi anterior asesor, en paz descanse. Siempre me dejó claro en todo momento lo que era herejía. Lo recordaré siempre. Herejía es la hechicería, todo lo que provenga de los Syrneth y el Imperio de la Media Luna. Temo estar cometiendo una herejía. Los lunares asesinaron al Segundo Profeta, y después de las cruzadas el Tercer Profeta declaró impía la raza lunar y mandó hacerle el vacío comercial a sus tierras. Ahora con este nuevo tratado matrimonial...sí, salimos beneficiados, pero ellos también.

-¿Y bien...?- preguntó el cardenal Marius lentamente después de escuchar la clase de historia de su rey.

-Temo estar rompiendo la palabra de los Profetas. Temo estar cometiendo una herejía comerciando con herejes y que la Inquisición empiece a conspirar contra mi. Creo que me estoy haciendo un hueco en el infierno con mi nombre. Verdugo al menos me diría eso.

-Sí, exacto. Pero...Esteban Verdugo ya no está aquí- respondió Marius de Luna, carraspeando mientras pensaba lo que iba a argumentar-. Repasemos los acontecimientos, majestad. Con este casamiento habéis convertido a una joven princesa "hereje", como vos decís, a la fe del Vaticano; vais a fortalecer el comercio de vuestro pueblo y vais a mandar un mensaje de perdón y reconciliación entre dos pueblos enemigos. ¿Acaso el Primer Profeta no decía que amaramos a nuestro enemigo como a nosotros mismos?

-Sí, pero los otros Profetas...

-La palabra de los Profetas puede ser malinterpretada, incluso deformada por oportunistas. A veces incluso se contradicen entre ellos, a veces sus mensajes pueden no ser tan divinos como pretendían ser...

El Rey Sandoval se quedó estupefacto con lo que le contaba el cardenal Marius de Luna...incluso escandalizado.

-Ilustrísima ¿está intentando darme a entender que los profetas no son divinos?

-No, mi joven rey, estoy dándole a entender que las religiones están mayormente escritas y reescritas por hombres. Y todos los hombres pueden equivocarse. Está en vuestra mano encontrar el verdadero mensaje de la Palabra, no dejéis que os lo expliquen otros. Un cuento es doblemente satisfactorio cuando uno comprende la moraleja por su propio pie.

-Gracias, Ilustrísima. Vuestro consejo es como un faro para mi en mis muchas dudas e indecisiones.

-Podéis ir en paz- dijo el cardenal para iniciar otro tema- ¿Sabéis ya quién será el nuevo Sumo Inquisidor?

El joven Rey se levantó y se atusó el atuendo real.

-Me temo que la elección es demasiado secreta, incluso para el Rey de Castilla- dijo Sandoval casi divertido. ¡Para una cosa en la que no le pedían opinión no iba a meter las narices! Ya tenía bastante con dirigir un país sin tener ni idea- Sin embargo, me gustaría que fuera ese caballero inquisitorial de Verdugo....como se llamaba...

-Domingo Villaverde- le completó el cardenal-. Una lástima porque creo que no quiere saber nada de la Inquisición. Me temo que el prelado Domingo Villaverde está retirado..

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-¿Vos sois Domingo Villaverde?- preguntó el caballero que venía del exterior, guiado por Alejandro, un muchacho imberbe vestido de monje.

Recluido en el Monasterio de Santo Domingo, el ex-prelando y caballero inquisitorial Domingo Villaverde asintió. Iba vestido con una túnica simple dominica, con una cuerda alrededor de la cintura, descalzo, símbolo de voto de pobreza y diligencia.  El extraño venía cargado de libros y venía ojeando una vitela en la mano, como si fuera una lista de encargos. Domingo levantó una mano e invitó al caballero recién llegado del exterior a que se sentara junto a él en el húmedo y modesto salón de piedra del monasterio.

-Ese es mi nombre. ¿Quién le envía?

-No estoy seguro. Solo traigo un libro para vos de vuestro...padre, creo que me dijeron.

Domingo no pudo evitar sentir una punzada de dolor. ¿Su padre adoptivo? ¿Esteban Verdugo?

-¿Un libro?

-Aquí lo traigo- dijo el caballero soltando el resto de libros, dándole uno encuadernado de cuero rojo y letras doradas.

Era un libro simple, sin título. Estaba en blanco.

-No hay nada escrito- dijo silenciosamente Domingo-. ¿Dónde se encontraba este libro?

"En su despacho no estaba"

-Me temo que solo soy un mandado, monje- dijo el caballero-. Solo puedo llegar a saber que vuestro padre quería que lo vieseis cuando hubiera llegado cierto momento. O simplemente como herencia por haber fallecido. Lo lamento.

-No se disculpe, caballero- le dijo Domingo sin poder quitar la vista de las hojas en blanco.

Las hojas eran ilegibles, pero él conocía al fallecido Verdugo, sabía cómo leer aquello. Lo que no sabía era si quería leer aquél enigmático libro. Sabía que su padre murió obsesionado con el fin del mundo, con Legión y con preparar al mundo contra el Juicio Final. Creía que su cometido era ser el ángel de la muerte que destruiría las naciones que impedían que la humanidad pudiera enfrentarse contra el verdadero enemigo: Legión.

Aquella noche Alejandro preparó la cena, pero Domingo no salió de la biblioteca del monasterio. Estaba leyendo, encerrado en su habitación. Los ojos recorrían una y otra vez las líneas escritas por la indudable letra del Sumo Inquisidor Esteban Verdugo.

Estaba paralizado. Asustado con lo que acababa de descubrir.

No se arrepentía de haber derrotado a su padre. No se arrepentía de nada, Verdugo había intentado imponer su ley por encima de toda Théah y merecía el destino que le llegó.

Pero...si lo que acababa de leer era la verdad, Esteban Verdugo no estaba tan loco como creían todos.

Un viejo nombre fue dibujado por los labios de Domingo Villaverde. Era el viejo dilema, la antigua encrucijada...una vieja herida se reabría con más dolor que nunca.

-Julius...

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-Monsieur Jules Angelier.

Julius se giró sorprendido y rebosante de ira, lanzando una palmada abierta sobre el duro rostro de Gauvin, su informante. No fue porque le había sorprendido en mitad del oscuro callejón, sino porque lo había llamado por su nombre de noble. Su verdadero nombre. Los ojos de Julius relampaguearon desde las sombras del callejón, a pesar de que al final de la sucia calle brillaba un sol de justicia. Unas campanas sonaron a lo lejos, por lo que Julius aprovechó para alzar ligeramente la voz tras el cuello de cuero tachonado de su casaca de faena.

-¿Se puede saber por qué sois tan indiscreto, Gauvin?

Gauvin comenzó a tartamudear ante la ira de su informado, claramente desconcertado. Las campanas cesaron y bajaron la voz.

-Mi señor, no entiendo nada, hoy ibais a hablar con el hombre de Vendel, el prestamista al que le debe tanto dinero Frederik Angelier, vuestro hermano menor. Ibais a comprar la enorme deuda de vuestro espantoso hermano con todo el dinero que reunisteis...solo así podréis someterle y vos podréis reclamar vuestro derecho nobiliario como primogénito varón. La vendetta...

- Mi hermano pagará por matar al viejo Angelier y por su traición hacia mi persona. Mi pequeño hermano no es tonto, sabía muy bien lo que se hacía, consiguió deshacerse de mi...supo mi debilidad hacia la joven Leveque, consiguió poner al viejo en mi contra. Ahora no sospecha nada, por lo que puedo aplazar la vendetta.

-¿Qué? No es posible señor, ¡si teníais todo el dinero que pedía el prestamista por su negocio y por los intereses de las deudas de sus clientes! La deuda de vuestro hermano es la única oportunidad que tenéis de cogerle por el cuello...si fuera a vos a quien debiera el dinero...

- No es una opción. No tengo todo el dinero.

-¿Qué? ¡Pero si avisé hace un mes a los jóvenes nobles de la familia Angelier que era la hora de las espadas! Vuestra oportunidad fue cuando estuvisteis aquí, en Charouse, en la Chateau du Soleil, lo aplazasteis diciendo que una muchacha tonta os necesitaba, después escoltasteis a un noble castellano hasta Dios sabe donde y volvéis con una mano deforme- el informante agachó la cabeza, negando con esta lentamente mientras intentaba comprender los impulsos extraños de su amo-.Y ahora...¿Volvéis de Eisen y decís que ya no tenéis el dinero? ¿En qué lo habéis invertido, monsieur?

Las campanas volvieron a sonar. Julius se giró sin dar respuesta, dirigiéndose hacia el exterior del callejón oscuro, donde la gloriosa luz bañaba una enorme y bella plaza frente una hermosa iglesia. Una gran multitud salía de allí, claramente después de la celebración de un sagrado sacramento.

-En algo que está por encima de todas las cosas. En algo que está exento de ser valorado por el estúpido dinero...

Entre la multitud apareció una elegante dama con su vestido de novia. Piel pálida, aristócrata, pelo sedoso, pardo, con un par de bucles acariciando las líneas de su rostro, escoltando el brillo de sus ojos, resplandecientes de ilusión al ver a su recién declarado marido, un hombre joven, gallardo, con una cabellera rubia y sonrisa digna de uno de los mejores actores de la capital de Montaigne. Francine, el amor de su vida, y Denish, el soldado al que rescató de ser prisionero de guerra en Castilla con gran parte del dinero que había reunido para su venganza, se habían casado. Y todo gracias a él.

Un carruaje les recogía en la luminosa plaza, el arroz bañaba a los novios y los comensales gritaban el clásico grito de "vivan los novios".

-Vivan los novios...-susurró Julius entre las sombras mientras veía a la feliz pareja introducirse en la calesa matrimonial bajo la luz de un sol que les auguraba un resplandeciente futuro.

Cuando la calesa partió hacia su futuro, Julius sacó un papel de la casaca de faena que le habían pasado hace poco. Un trabajo sucio. Otro. Tenía que volver a empezar, aunque esta vez no le costaría otros cinco años. Miró la propuesta. Requerían de sus habilidades de espionaje y hechicería para destrozar una boda en Castilla, por algún tipo de venganza. Arrugó el papel y lo tiró al callejón.

A ese tal Farcon D´Artemise le podía partir un rayo. Él no destrozaba bodas.

martes, 20 de agosto de 2013

Dejadme descansar

Cierro los ojos. Estoy tumbada sobre un montón de paja, tranquila. No es raro; es la hora de la siesta y, aunque ya falta poco para que caiga la tarde, todavía queda tiempo para dormir un rato. Aun así, siento que hoy será diferente: para empezar, la profunda respiración de Cintia al dormir se escucha lejos, un piso más arriba de este granero, y para seguir, él está tumbado a mi lado.
Entorno un poco los ojos y echo un vistazo de reojo al lugar. Alrededor no hay mucho que ver, solo montones de paja y, si te fijas bien, un par de…¿cómo lo diría? Trozos de tela elaborada, hecha con la vejiga de algún animal. Asqueroso, lo sé. No entraré en más detalles sobre la utilidad de esas dos…cosas. Miro arriba y, sobre nosotros dos,  hay una viga caída de madera que antaño formaba parte del techo y que, ahora, además de bloquear la puerta principal, hace las veces de “cueva improvisada”. Lo cierto es que me traía muchos recuerdos; después de todo fui yo quien la echó abajo hace ya casi dos años (aunque accidentalmente, debo decir). Y ahora, ¿quién iba a decir que, después de todo lo que ha pasado, iba a estar tumbada junto a la misma persona a la que le tiré esa viga en la cabeza por querer huir de una patética proposición de matrimonio? Lo sé, casi parece un chiste.
Me pierdo en mis pensamientos y empiezo a recordar de ahí en adelante: el momento en el que mi, hasta entonces, malvado tío, Harold, se llevó a mis padres, mi huída de la Villa de Santa Elena y la breve permanencia en el cuartel del sargento Félix Marangio. El día en que supe las verdaderas intenciones de esa frustrada encerrona en el granero; fue también cuando a Ventisca pasó a ser mi gran compañero de aventuras y conocí la leyenda sobre los caballos del Imperio de la Media Luna. También se cruzan por mi mente las revueltas de Santiago y las largas charlas tras las barricadas... En ese momento me viene a la cabeza cuando estuvieron a punto de ahorcar a Alonso por ser un castellano sin papeles en una ciudad pseudomontaignere. Sonrío y le miro. “No tenéis remedio”.
Justo entonces me doy cuenta de que él también me mira, no sé desde hace cuánto tiempo. Aparto la vista rápidamente; qué vergüenza.

- Se supone que íbamos a intentar dormir – me dice.

- Aham…¿y qué? – pregunto sin atreverme aún a mirarle.

- Pues que ni tú ni yo estamos cerrando los ojos.

- Ah, vale pues…cerraré los ojos –respondo sin saber muy bien cómo voy a conseguir conciliar el sueño. Hoy es uno de esos días en los que echo la vista hacia atrás y me pregunto si todo habrá, por fin, terminado.

Y entonces vuelven esas fugaces reminiscencias: me encuentro todavía en Santiago, en el momento en el que irrumpimos con los caballos en la iglesia de la ciudad para impedir la boda entre Jeannette y el Marqués. También hablo con mi padre antes de morir, él siembra en mí su última voluntad y, de pronto, siento que algo pesa aún en mi corazón. Recuerdo el barco vodacciano maldito, la isla de los quebrantahuesos, las olimpiadas piratas de la Bucca, la entrega del falso mapa a Rivera para confundir al NOM, el viaje a San Cristóbal en busca de mi madre y de cómo conocí allí a parte de mi familia, las celdas de la inquisición, el Vagabundo… Los constantes reencuentros y duelos a medias con mi tío Harold y la persecución por el puente que me llevó a conocer a Christiano. La estancia en Ciudad Vaticana y la investigación de los cardenales, la conspiración contra el rey de Castilla en su cumpleaños y cómo Rivera consiguió salvarse de la muerte o de la condena de seguir muriendo mientras vivía. La llegada de Necrón, el Segador, y el secuestro y rescate de Valia junto a los siete señores de la piratería, la aventura en la Reina del Mar junto a Fernando y Mala Hierba. La gran batalla de San Teodoro y sus caídos, que nunca caerán en el olvido; ese beso que cambió mi vida…
Siento entonces una extraña sensación que ya conozco y que a la vez no comprendo, y no sé si se trata del estómago, la cabeza o el corazón, pero me está volviendo loca.
Entorno los ojos y miro a Alonso casi subrepticiamente. Para mi sorpresa, sus ojos se encuentran de nuevo con los míos.

“¿Se puede saber qué demonios hace? ¿En qué piensa? ¿Es que tiene algo que decir o algo así?”

- Esto…creía que ibais a intentar dormir.

Alonso vacila un poco.

-Sí…sí.

Nos miramos de nuevo y volvemos a apartar la vista al encontrarnos. ¿Qué estamos haciendo? Empiezo a pensar que no es vergüenza, sino estupidez. No sé qué pasa…ni qué me pasa.

- ¿No podéis dormir o qué?

- No…sí, estoy bien.

- Entonces no os hagáis el dormido. Decidme – Insisto - ¿Alonso?

- ¿Quéee? Estoy intentando dormir…

- Sí, ahora, ¿no? – hago una pequeña pausa. Sé que soy muy pesada así que, finalmente, me rindo. Quizá realmente no ocurra nada – Está bien, está bien…os dejaré tranquilo.

Finjo acomodarme y cerrar los ojos y suelto una carcajada al ver que Alonso no descansa y, si lo intenta, no puede. ¿En qué narices estará pensando? Lo mato.

- Sois un mentiroso – le suelto de pronto.

- ¿Eh? Me habéis despertado – responde haciéndose el amodorrado.

Esta vez mantengo la mirada, aunque él no lo haga. Sonrío. A mí no me toma el pelo de esa forma:

- Eso no os lo creéis ni vos mismo. ¿Qué os pasa?

- Nada, no me pasa nada – hace una breve pausa para darse cuenta de que sigo a la espera de una respuesta más convincente- Así no puedo dormir, me estáis poniendo nervioso.

- ¿Ah sí? ¿Os pongo nervioso si os miro? – Mi tono se torna burlesco. “Si así consigo sacarlo de sus casillas, que así sea”.

Pero él comienza a jugar a lo mismo que yo. Esto no me gusta.

- ¡Ay, dejad de mirarme! –exclamo.

- ¿Por qué?

- Pues porque…me pongo nerviosa – giro la cabeza y miro hacia arriba con una expresión enfadada, aunque realmente no lo estoy. Se acabó la gracia: “Está bien, Alonso, vos ganáis”.


Vuelvo a no ver nada excepto esas imágenes, que pasan cada vez más rápido por mi cabeza:
La aventura en la Atlántida, la isla hundida, y la llegada al 7º Mar, con la vuelta de Harold a quien realmente era; el misterio de la bestia de Ussura y las extrañas costumbres de las gentes de allí, la búsqueda de Alonso a causa de su gran estupidez y cómo acabamos en un bote a la deriva…Esa sensación extraña. Recuerdo la vuelta a casa, y de nuevo, el fuego. Los rosacruces y la destrucción de los inventos de Giuseppe, las profecías de Eltanin y la misteriosa muerte del Papa; la marcha de Alonso y la llegada de Julius y Domingo Villaverde. El bosque de Fendes, la llegada a Mountaigne y el reencuentro con dos viejos amigos, el baile de máscaras en la Château du Soleil y las lágrimas en una de las peores noches de mi vida. La costosa entrega del Grial en Ávalon, el intento de frustrar y conocer los planes del NOM y cómo todo se desmoronó en Eisen luchando junto a los más allegados. Les agradezco tanto que estuviesen allí…
Finalmente, me encuentro de nuevo en casa, pero no hay descanso. Una desaparición, un falso testamento y un matrimonio por arruinar; una fiesta de disfraces, un juicio…y una siesta en este granero abandonado, donde todo comenzó.

Sé que todo ha acabado, pero siento que aun así no voy a poder tranquilizarme. Hace ya varias noches que no lo consigo… Siempre queda algún cabo por atar y no puedo evitar pensar en ello. No puedo evitar pensar en que…
De pronto, mis pensamientos se interrumpen cuando algo roza mi mano tímidamente. Siento un pequeño respingo y mi ceño se frunce de forma muy leve. No me hace falta mirar para saber que son sus dedos los que se abren paso, casi con miedo, entre los míos. Me encuentro bien.
“Es como si pudiese saber lo que se me pasa por la cabeza, como si supiese que hay algo que no me deja dormir.”
Despacio, entreabro los dedos mínimamente, intentando no mostrar mi timidez, y nuestras manos comienzan a acoplarse, a encajar. Finalmente, se entrelazan. Silencio.

“ Ya pasó todo, Marina, todo está bien” oigo en mis pensamientos. Realmente necesitaba escucharlo, aunque nadie lo haya pronunciado.
Ladeo entonces la cabeza, que miraba aún hacia el techo de la pequeña cueva, y me apoyo sobre su hombro.

- Bueno, no ha sido tan difícil – dice Alonso, casi con un susurro.

Respiro profundamente y sonrío. No suelto su mano; él la mía tampoco.

- Cállate.

“Cállate, porque ya pasó todo... Es hora de dormir.”
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Pensamientos de Marina Oliván en el granero abandonado de su Villa después de dos años y algo de aventuras. Escrito por Aleera/Sara, mi jugadora de 7º Mar.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...