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domingo, 4 de enero de 2015

Lecciones en el desierto

Las novicias, las doncellas o concubinas (según el amo que tuvieran en ese momento), levantaron la mesa y dejaron a la esclava Ma Gao limpiar y recoger todos los platos y vasos que dejaron sus compañeras al terminar de comer. Marina se dispuso a intentar ayudarla a pesar de que estaba totalmente prohibido ayudar a una esclava, sin embargo, estando en el desierto más desierto de Catay nadie se tomaba molestias en perseguir ese tipo de faltas.

Justo cuando iba a reunirse con Ma Gao a limpiar las prendas manchadas y los platos apareció Min, la matrona encargada del entrenamiento y directora de la casa de mujeres que ahora mandaba el capitán Xio Yuan a la dinastía Xeng como regalo de bodas.

El ejército de mujeres sería un gran regalo si las mujeres lo valían, ya que atraería muchos invitados, lo que atraería regalos y gestos amistosos. Por último, podría servir para forjar futuras alianzas entre familias.

Detrás de Min se veía el infinito desierto catayano y se metió en la tienda atrayendo a Marina con un dedo cercano.

-Vooy..- se adelantó Marina antes de que Min se adelantara.

-¿Voy?- Min arqueó una ceja esperando algo.

-Sí... vamos ¿no?- respondió la espadachina recogiendo bien su qipao y sin saber qué quería.

-...ama.

-Voy, ama.-con impaciencia y resignación.

-O señora- Min procedió a llevársela a la carpa del té.

-Señora mejor, ama suena a...- masculló Marina siguiéndola, sintiéndose un poco menos esclava.

La carpa del té era la única zona del pabellón de las concubinas donde el suelo no estaba desnudo a las inclemencias del desierto. El suelo estaba revestido de madera y había lámparas esféricas de papel anaranjado y talismanes de protección por todas partes. Las velas daban un aspecto fantasmagórico a las sombras y en el centro se encontraba paciente una mesa para el té. A un lado, había agua y un mueble para calentarla, un biombo y un platillo colgado.

Marina se adelantó enérgicamente cuando Min abrió la boca...

-Ya me pinto.Ya pongo el té. Ya pongo el incienso -decía antes de que se lo mandara.

Min no reconoció abiertamente que le sorprendió la iniciativa, por una vez, pensó que quizás podía conseguir preparar a la extranjera.

Marina encendió el incienso y lo colocó encima de un platillo colgante con la escultura y talismán de un dragón. Min respiró hondamente como si pudiera oler la paz. Min se sentó de la forma tradicional, rodillas al suelo y glúteos sobre los talones, espalda recta y cabeza sin adelantar. Mientras, Marina calentaba el agua del té y escogía no sabía si bien las hojas para la infusión.

-Bien, en la lección anterior habíamos hablado de...¿qué?

A Min le encantaba enseñar por el método del diálogo, de completar frases.

-¿Realidad...ideal?

-¿En qué consiste?

-Un momento...-la paró Marina enérgica, pareciera que ese día tuviera ganas-Es que me acuerdo del de la victoria por encima de todo, pero el de la realidad ideal no me acuerdo -se colocó cómodamente mientras el agua comenzaba a hervir y a echar vapor como su cabeza. Mmm..mm...mmmmmmmmmmm....MMMM-cada vez pensaba más fuerte y el agua burbujeaba-....¿me puedes decir el principio?

-Ais- suspiró la institutriz-,maquíllate bonita -Marina fue al biombo a sacar el maquillaje base blanco de cara mientras Min sacaba el agua del fogón antes de que se hiciera vapor y continuó con el repaso- La realidad ideal es lo que tienes que reflejar del hombre. El hombre quiere que seas un espejo sobre el que reflejarse y quiere verse totalmente perfecto.

-Aaah eso eso ¿pero eso no era...? Ah vale entonces lo de la victoria ante todo es que haga lo que haga el hombre tiene que ganar siempre pero le tiene que costar esfuerzo para mayor sensación de victoria.

-Ssssssí...

-Ah vale, entonces sí me acuerdo - sonrió.

-Debes agradar al cliente o al invitado de tu señor en todo momento.

-Ya, ya, sé lo que es. Aunque sea mentira, y él seguro que sabrá que es mentira, porque no soy un amigo, solo soy un instrumento para desahogarse...

-No. Él no debe creer que eres un instrumento.

-Ya bueno pero...

-Tu amo sabe que eres su objeto, no su invitado, al que debes halagar.

-Pero realmente es lo que soy, un objeto-notó el reproche de Marina, pero Min no dijo nada, no estaba ahí para hablar de tradiciones culturales sino de instruirla- Tengo que hacer que se sienta cómodo, debo halagarlo pero no en exceso...

-Y consiste en...

-En quitarle la "máscara".

-El hombre tiene que sentirse desnudo emocionalmente, todo lo que pase o te cuente está bajo...

-Un estricto código de silencio.

-Vas a ver muchos hombres poderosos llorar, reír o hablar de cosas que en circunstancias normales en la sociedad no van a contar públicamente. Todo lo que veas de ellos, por ridículo que sea, silencio. Es vuestro secreto. Bien, la victoria ante todo.

- Eso lo sé, ya lo he dicho.

-De acuerdo. Sabes que debes concentrarte en el placer del hombre y debes centrarte en tu papel. Tus dos rostros. De día...

-Artista.

-De noche.

-Acompañante.

-Por la mañana se potencian las artes.

-Música, literatura y danza.

-Por la noche se trabaja la seducción.

-Que no es una cuestión de sexualidad, sino de compañía y misterio.

-Nos pintamos porque...

-No somos nosotras mismas.

-Exacto. No es para ser más femeninas, ni por potenciar la seducción, es solo para meternos en nuestro papel. Cuando te  maquillas no eres Marina. ¿Quién eres?

-Nadie, una acompañante, una doncella o una concubina.



-No. El capitán ya te dio un nombre.



-Xīfēng .


Significaba "viento del oeste" por la extraña historia que contó al llegar a Catay. Marina se había convertido en el regalo de bodas más preciado del capitán Xio Yuan. Pensaban regalar un ejército de concubinas, doncellas y esclavas para la dinastía Xeng, algo que el capitán no consideraba estar a la altura para la capital de la Emperatriz Celestial . Sin embargo, con la captura de la extraña Marina y su esclavización había llegado la respuesta de las fortunas, aquello que haría valioso su regalo. Marina era una mujer occidental, belleza sureña, rebelde, voluntariosa, firme, de gran humor en la amistad e inquebrantable ante lo imposible. De apariencia exótica, rostro melancólico y con personalidad demasiado fuerte. Los hombres de Catay están acostumbrados a otro tipo de mujer y wl mayor poder de seducción en oriente era el misterio.


Y Marina ahora mismo era el misterio de los misterios.


__________________________________________________________

Marina Oliván después de ser recluida en una casa de concubinas por el capitán Xio Yuan tras acabar en Catay por abrir la caja de los vientos de Éolo en busca de Eric. Finales de Noviembre de 1669, desierto del Mar de las Dunas, Huan Hua, Catay. 

martes, 31 de diciembre de 2013

Traición en la noche

La noche había caído y el grupo de aventureros había avanzado mucho su camino hacia Charouse, capital de Montaigne. Los caballos estaban fatigados y las posaderas de los jinetes estaban molestos. Habían decidido evitar los caminos principales, después de un encontronazo con la Guardia Relámpago del Empereur. Era importante evitarlos, no solo porque fuera la guardia de élite del Empereur, sino porque éste había descubierto a la justiciera e impredecible Marina Oliván en su reino. Y no era un secreto que el Rey Sol pondría todos sus medios para cazar a la guerrillera...sobre todo después de que él intentara forzarla físicamente para tener un hijo varón, ya que, por alguna razón, el espíritu de la castellana era de las pocos que se encontraba fuera de la maldición que pesaba sobre él: nunca podría obtener un hijo varón y, por lo tanto, un heredero. Un hecho que le consumía y que le hacía ser un despiadado hombre. Sabía demasiado sobre la oscura faceta del monarca y él debía silenciarla...si no podía poseerla, claro.

Por esta razón, el grupo había decidido acampar en el oscuro bosque camino a Charouse, lejos de la carretera imperial. Aunque helados y racionando la comida, habían evitado a los guardias, los curiosos y la posibilidad de levantar sospechas.

Alonso, un ingenioso y joven barón del reino de Castilla, había atado los corceles en los pelados árboles del bosque. El invierno traía un oscuro manto y los troncos oscuros avivaban los terrores de aquellos que los veían. Mirar al bosque en la oscuridad era como jugar a ver animales u objetos en las nubes...pero con un resultado macabro y aterrador. El joven aristócrata apartó la vista de los árboles y siguió a lo suyo. No se sabía muy bien qué pensar de toda esta aventura ni de la gente que les ayudaban a buscar el tesoro de la Cámara Ambarina. Aunque sabía que Marina no confiaba en Jacque-Louis, él no veía nada extraño, solo era un viejo que financiaba expediciones a tumbas syrneth, en busca de conocimientos y riqueza. Seguramente lo que estaba haciendo fuera algo ilegal o prohibido, pero no le parecía extraño más allá de eso. El que sí parecía extraño era Dayron... no porque Marina dijera que su forma de ser "cambiaba por las noches" , porque eso él no lo vio, sino porque sudaba la gota gorda cuando le hacían muchas preguntas. Sus respuestas a veces eran muy vagas o se contradecían, ¿pero qué debía ocultar él? Solo es un mediocre excavador de tumbas syrneth. Lo observó detenidamente mientras ataba las riendas de los caballos.

No era precisamente Dayron quien iba a traicionarlos en mitad de la noche.

Dayron se apoyaba junto a un árbol y le comentaba a Rata qué ramas buscar para hacer un discreto fuego. Un tipo ágil, joven, buena apariencia aunque le faltaba chispa para ser atractivo. Vestía siempre una chaqueta de cuero arañada por todas partes y lleno de bolsillos interiores típico de los exploradores. Obviamente, no se trataba de un miembro de la famosa Sociedad de Exploradores: no era muy maduro, tenía conocimientos syrneth pero no tan avanzados como los que suelen denotar los miembros de la Sociedad, apenas le había visto usar utensilios para analizar objetos, marcar rutas o medir distancias y no tenía muchos mapas... y los que tenía ni siquiera los había hecho él. Lo único que le veía encima, eran utensilios de excavación. Probablemente era un arqueólogo, pero desde luego era uno autodidacta y siempre haciendo encargos para los demás. Un mercenario en toda regla. Quizás fuera cierto y hubiera estado un tiempo encontrando artefactos poderosos para Villanova...lo cuál era una hoja de doble filo. Era bueno porque había trabajado para alguien importante y parecía haberle ido bien la cosa, y era malo porque Giovanni Villanova era una de las personalidades más infames y traicioneras de Théah.

Alonso se ofreció a ayudar a Rata, uno de los tripulantes más jóvenes del Finisterra, a buscar ramitas secas para hacer un fuego. Rata, pirata y acróbata, estaba desconcertado por la tierra firme, pero se sentía alegre de poder hacer otras cosas fuera del navío y enseñarle a Mordisquitos (su rata) otros lugares donde comer queso y otras bazofias. Se había ofrecido para esta aventura solo para poder pisar una tierra que no se tambaleara a sus pies, pero se arrepintió: Dayron ponía de los nervios a Mordisquitos y se revolvía constantemente, descontrolada o extrañada. Pensó en los rumores que corrían por la tripulación de Marina Oliván sobre los cambios extraños de personalidad que se producían en Dayron: el viejo lobo de mar Bartolomé decía que los extraños cambios de humores de Dayron se debían a la luna y los cambios de marea, Long y Kristen consideraban que era algo más del espíritu y el ánimo, Lúa y Rata simplemente apostaban que estaba mal de la cabeza de tanto tocar reliquias Syrneth ¡y los avaloneses incluso se aventuraban a decir que podría tratarse de un sidhe nocturno!  El contramaestre Gerard era el único que mantenía la cabeza sobre los hombros y no teorizaba nada, aunque escuchaba las fantasías de sus marineros. Simplemente sospechaba.

Alonso y Rata volvieron con las ramas. Marina y Dayron lo tenían casi todo listo. Faltaba el fuego.

Alonso se quedó un momento en el linde, junto a un árbol decrépito. Miró a Marina y vio que terminaba de montar el campamento. La observó durante un rato desde la oscuridad.

Marina no sabía lo que se le venía encima.

Alonso, Dayron, Rata y Marina cenaron unas pobres tortas duras y algo de vino. Hablaron de sus vidas y sobre todo de a qué tenían miedo cada uno. Risas, bromas, confesiones, alguna que otra historia...lo normal en un campamento nocturno entre compañeros.

Dayron y Rata se durmieron en seguida. Alonso comenzó a aburrirse. Marina y Alonso intercambiaron una mirada.

-Bueno...-comenzó él rompiendo el hielo-. Estamos...solos.

-Bueno, no estamos solos- respondió Marina lanzando una mirada a Rata y Dayron, antes de contener una carcajada-. ¿Y bien? Vamos a dormir, ¿no?

Alonso se estiró en el césped, bostezando.

-Sí. Supongo que sí. Pasado mañana estaremos en Charouse- dijo con un bostezo en los labios.

Marina entornó la mirada con enfado cansado, sin mucha ilusión.

-Qué bien...

-¡Que sí! Ya verás que es una gran aventura.

-Cada vez que vengo a Montaigne, quiero volverme.

-Lo cual es normal- respondió el barón mientras se distraía arrancando hierba.

-Y solo he venido dos veces. Esta es la tercera.

Alonso rodó como una croqueta y clavó un codo en la alfombra de hierba para apoyar la cabeza.

-Tranquila, solo nos busca la Guardia Relámpago- bromeó, para luego mascar su sueño abatido.

-Bueno...a vos no demasiado.

Alonso no supo si eso la consolaba o se estaba quejando.

-No, pero digo yo que empezarán a asociarme contigo. Soy una mala influencia-bostezó, pero cambió de idea y corrigió con indignación fingida-. ¿Pero qué digo? ¡Vos sois una mala influencia!

Marina sonrió y la luz de la hoguera se reflejó en sus ojos, decidida.

-Soy una mala influencia-confirmó divertida- Tendréis que despegaros de mí, aunque yo os salve la vida.

Alonso se abrigó y se acomodó el triste cojín, dispuesto a dormir. Miró una última vez a Marina.

-Ya veremos quién salva la vida a quien...Marina.

-¿Seguro?- le desafió la espadachina- Sé esgrima.

-Seguro.

Y ambos se quedaron dormidos. Y por eso Marina cayó en la trampa.

Puede que la peor que se haya enfrentado en vida.


Marina despertó demasiado pronto, estaba lejos de ver el amanecer. Abrió los ojos y la oscuridad de la noche seguía en su máximo esplendor. Entonces vio lo que la había despertado. Algo que le congeló la sangre.

Alguien le estaba apuntando con una pistola. Una figura le daba la espalda a la luna, por lo que Marina solo veía a una sombra amenazándola mientras seguía tumbada. El desconocido habló a la vez que le quitaba el percutor a la pistola.

-¿Y de que sirve la esgrima si tengo una pistola, Marina?

Su voz le resultaba familiar, demasiado familiar.

Era Alonso.

El que hasta hacía unos minutos estaba bromeando con ella, ahora le amenazaba de muerte fríamente. Su conocida voz sonaba cruel y socarrona. No era un juego.

Alonso la estaba amenazando, y era a vida o muerte.

Marina abrió los ojos como platos. Su voluntad había sido acuchillada por unos instantes por la sucia traición. Cuando su determinación reaccionó, fue en forma de puñetazo. El impacto del puño alcanzó el labio de Alonso, que retrocedió totalmente sorprendido por la valentía de la guerrillera. Los talones del barón se incrustaron en la tierra y recobró la compostura. Ahora apartados y ella levantada, volvió a apuntar a Marina mientras respiraba trabajosamente, con un hilillo de sangre recorriéndole la comisura del labio. Ella echó mano al interior de la capa de viaje y sacó el acero de su espada. Ambos se apuntaron al corazón en la oscuridad. Ella con el estoque y él con la pistola.

-No debéis hacer eso- le advirtió el barón sombríamente divertido, relamiendo la sangre de su labio.

-¿Vos y cuantos más?- le desafió ella, sin comprender qué estaba pasando.

Silencio en la oscuridad del bosque. Después de tantos años de amistad...desde niños. Desde que ella era una niña campesina que araba la tierra para el padre de Alonso, después de las mil y una aventuras que habían pasado juntos por tierra y mar, e incluso aire. ¿A qué venía esta traición ahora? Y de esta forma tan cruel...

Y sin embargo a Marina no le tembló el pulso. Pensaría que había una buena explicación para todo esto. Apretó con fuerza la empuñadura de la espada y él respondió apoyando suavemente el dedo en el gatillo. Alonsó se burló de su desafío.

-Dejémonos de pantomimas, Marina ¡Tú nunca me matarías!- rió burlón y confiado, mientras que Marina seguía confundida con el cruel giro del destino y él tendió la mano-. Ha sido muy complicado orquestar todo esto. Dadme la caja.

¿La caja de música? Ella arqueó una ceja y avanzó con la espada en ristre, temeraria.

-Soltad el arma- respondió mientras andaba hacia el cañón de la pistola.

Se acercó lo suficiente como para que la hoja amenazara al barón. A pesar de los pocos metros que los separaban, Alonso no lo esperaba y decidió que no debía disparar aún.  Entonces él, sorprendido, cogió su filo con la mano para detener el avance del acero Aldana. Un grave error. Cuando Marina notó la hoja apresada por las manos del noble, retrajo la hoja con ligereza, junto con grueso hilo de sangre.

El aullido de Alonso rasgó la tranquilidad nocturna del bosque y Marina retrocedió sin dejar de apuntarlo con el estoque castellano.

-¡¿Vos y cuantos más?!

-¿Te has preguntado dónde están Rata y Dayron?-preguntó él tras recuperarse del dolor del corte.

-¿Con quién venís?

-Oh, somos muchos. Bastantes. Los que están aquí conmigo no los puedes ver. Pero los que conoces son trece.

La sola mención de los Trece hizo que Marina bajara momentáneamente la guardia, pero clavaba los ojos en Alonso.

-¿Qué?- fue lo único que acertó a decir.

-¡Menuda sorpresa!-rió irónicamente Alonso tentado de aplaudir- Dame la caja.

-No.

-¡La caja, Marina!-exigió por última vez, esta vez más amenazante.

Nadie se movió.

-Estoy harto de esta pantomima. Ya tengo lo que quería. Que encontraras todo en el castillo de Stein. ¡Qué casual todo! ¿No crees? ¡Y la persona que te había guiado hasta los Trece! ¿sabes cuántos rivales me he quitado de encima gracias a ti? ¿Por qué crees que te ayudé tanto en eliminarlos? ¡Oh, sí!-exclamó sobreactuado y burlesco- ¡Verdugo me tiene apresado! ¡Socorro! ¡Ja, nunca existió un peligro real para mí, Marina! No eras más que una pieza para mi plan.

Marina lo miró extrañada, sin entender qué quería decir. Aquello no tenía ningún sentido. Por lo menos para ella...

-Eso es mentira.

-¿Mentira?- fingió sentirse ofendido y giró la vista hacia un árbol oscuro y alejado- ¡Sacadlo!

De entre las sombras del bosque salió una figura oscura, y delante de él estaba Rata, con los brazos en la espalda, claramente inmovilizado. Estaba intentando liberarse del anónimo y oscuro personaje, pero no podía. Alonso apuntó con celeridad a Rata y volvió la vista a Marina con un brillo violento.

-¿Qué es más rápido, mi pistola o vuestra espada?-retiró el percutor de la pistola.

-Vuestra pistola.

-Pues entonces dejad de tentar a la suerte. ¡La caja!

-Quiero ver al resto antes.

-¿Al resto?

-A Dayron.

-Oh, sí. Sacad a Dayron...

Otras figuras, desde otra parte del bosque, sacaron a la luz de la luna a Dayron, igual de inmovilizado e impotente que Rata. Marina quedó extrañada ante el hecho de que Dayron estuviera como rehén. Alonso la observó y creyó saber lo que pensaba: que Dayron estaba detrás de todo. Algo no encajaba. Marina pensaba que tenía que ser un extraño haciéndose pasar por Alonso

-¿No creéis realmente que yo soy el verdadero Alonso?- preguntó él adivinando sus pensamientos.

-No

-Ponedme a prueba.

Pero ante la duda de Marina el barón tomó la iniciativa.

-¿Para que se besa a alguien Marina?

Ella se preparó. Sabía por donde iba ese comentario.

-Decídmelo vos.

- Para poder cerrarle la boca- sonrió él apaciblemente sin dejar de apuntar a Rata.

Marina agachó la cabeza dolorida. Ese comentario lo dijo él en una conversación privada que tuvieron en las el castillo de Santiago. Solo el verdadero Alonso podía saber eso...pero no era suficiente.

-¿Quien es el caballero de la blanca luna?- volvió a la carga.

-Alonso

-Alonso Lara. Yo.

-Alonso Lara- reiteró ella como si no acabara de creérselo del todo.

-Atractivo, jovial, el ingenioso barón...

Marina ya se sabía esa retahíla pedante de Alonso, pero no iba a tragársela con una traición de por medio.

-Vuestra marca.

-¿Mi marca?

-¿Quién sois?

-El Concilio de los Trece ya casi está desaparecido. No tengo por qué enseñarte ninguna marca. Ya no tiene sentido.

-Pero vos formabais parte de ellos mucho antes. La marca.

-Oh, por aquél entonces solo era uno de los de abajo. Pero he ido ascendiendo...-decía como si evitara el encuentro.

-Todos tienen marca. Quiero verla.

Alonso suspiró y miró alrededor.

-Apuntadla.

Docenas de seguros de mosquetes chasqueaban entre las sombras, sin que se pudiera ver a ninguno de los sombríos tiradores de Alonso. Mientras sus lacayos le cubrían él le enseñaba su marca a fuego del NOM. A fuego mágico. La completa. Uno de los Trece.

Marina negó con la cabeza. Nunca le había visto esa marca y la habría visto en todo este tiempo.

-Supongo que te sorprenderá no haberla visto antes...porque puedo hacerla aparecer y desaparecer. ¿Crees que la marca del NOM se ve siempre?

Y como si de un prestidigitador se tratara, Alonso pasó la mano por encima y la quemadura mágica se borró, como si no hubiera estado nunca.

-Magia rudimentaria, Marina- explicó.

-Pero habéis ido ascendiendo. Al principio no podíais haber hecho eso.

Alonso no respondió, aparentemente agotado. No respondió.

-¿O sí podíais?

Inexplicablemente, la pregunta parecía incomodar al barón.

-Me estás casando ya. Eso no explica nada- empuñó la pistola y apuntó a Rata-. Tienes cinco segundos para darme la caja.

Marina apretó la empuñadura y observó la docena de sombras que la amenazaban alrededor.

-Somos muchos Marina. Podría compartir mi poder con Trece...pero es mejor ser uno. Y todo gracias a ti...aquí se acaba nuestro viaje juntos.

Marina se volvió derrotada, tiró el estoque y le enseñó la caja en la distancia. Cuando volvió le pidió una última cosa antes de entregarsela:

-Antes dejad el arma.

El chasqueó con la boca mientras negaba. Pero Marina se mantuvo.

-Vais a disparar.

-¿Creeríais que yo dispararía después de tener la caja? ¡Vamos, Marina! ¿Después de todo lo que yo he hecho por ti? ¡Ir hasta el Archipiélago de la Medianoche por ti! ¡En un mercante! ¡Solo para buscarte!

-¿Todo esto era por la caja?- preguntó ella mientras se acercaba con la reliquia Syrneth.

-No. Ni siquiera sabía a donde conducía todo esto. Pero he descubierto que todo el poder que gira en torno hacia esa reliquia es mucho más importante. ¿Verdad, Dayron?

Dayron no respondió, pero sus ojos reflejaban un odio contenido hacia el joven aristócrata.

-Dayron parece saber más de lo que dice, Marina. Aunque ya sabíamos que era raro- resumió misterioso mientras tendía la mano para que le alcanzaran la caja de música- . Tienes 3 segundos para darme la caja. Tres, dos, uno...

Ella le tendió la caja y él se lo agradeció cortésmente. Entonces, en el último segundo, antes de que él la cogiera, la retiró.

-¿Por qué haces esto?

Los ojos de Alonso se crisparon de ira.

-Has fallado, Marina.

Y entonces, contrariado, Alonso apuntó a Rata y se escuchó un disparo.

Pero no había sido él.

Alonso miró su pecho, con los ojos lacrimosos. Sentía arder un frío hierro en el interior de su pecho, mientras sus órganos se lamentaban. Un grave gorgoteo de sangre emanaba de su corazón, abierto por una esquirla de plomo.

Marina había sido más rápida.

Debajo de la capa la guerrillera escondía un pistolete y le había disparado una centésima de segundo antes de que él apretara el gatillo. Marina tenía los ojos cristalizados por las incipientes lágrimas y por el dolor de la traición. Y sin embargo, ella no había apuntado a su corazón, pero era justo donde se había clavado su bala.

A él. Justo a él. Justo a su corazón.

El brillo de ira abandonó a Alonso y se desplomó. La muchacha estaba al borde del llanto, pero aun así, corrió hacia él. A socorrerlo. Porque a pesar de haber sido traicionada por él, de la manera más pérfida y cruel...ella quería ayudarlo. Se lanzó a la alfombra de hierba y recostó el cuerpo de Alonso sobre su cuerpo, y le habló. Le habló como cuando él recibió una herida en el cuello en la batalla de Santiago. Le habló para mantenerlo con ella.

Pero esta vez él la calló, porque sabía que esta vez no iba a sobrevivir. Abrió su boca llena de sangre y, antes de morir, le preguntó con una voz serena:

-¿Soy Alonso?

Marina lo miró atónita. Sin comprender. ¿Qué clase de pregunta era esa? En ese momento la muerte intentaba romper el abrazo entre ellos, pero ella le aferraba fuerte. El calor de la pareja fundió la frialdad de la muerte...solo unos segundos más.

-¿S-soy Alon-alonso? res-responde...

Y entonces ella respondió:

-No.

Él no podía ser Alonso. No el verdadero.

-Yo nunca cambiaría.

"Ya lo sabes"

Y entonces, Alonso, guardó en su pecho su último respiro, aprisionando los últimos latidos de vida en su corazón, y se lo regaló a Marina en un último beso de despedida. Fue el gesto con el que decidió poner punto y final a su vida.Marina lo abrazó su cuerpo cada vez más blanco y frío como el mármol.

-¡No! ¡¿Qué significa esto?! ¡¿Qué significa esto?!

Y con un sentimiento de vértigo, Marina se despertó entre lágrimas. Todo el mundo estaba durmiendo, Dayron, Rata...Alonso. Estaba todo normal. Excepto...

Una niebla verde flotaba y salía de su boca, huyendo de sus labios. Un Terror Nocturno salía de Marina, aunque ella desconocía lo que era. Es uno de los peores monstruos que recorre toda Théah. Se interna en nuestros cuerpos, penetra en nuestros más odiosos miedos, invaden nuestros sueños para aterrorizarnos, para fortalecer nuestros miedos y hacerse más fuertes con ellos. Utilizan nuestros recuerdos, utilizan todo lo que más tememos y nos lo muestran para asustarnos. El perezoso y el cobarde intenta huir siempre, pero nunca despertará de ese sueño. El que se enfrente a sus propios miedos no temerá nunca a nada.

La única manera de combatir una pesadilla es enfrentándose a ella cara a cara aun sabiendo que te dolerá.
Marina lo hizo cuando disparó a Alonso, con todo su pesar.

La única manera de vencer a una pesadilla es negándola.
Marina lo hizo cuando negó que ese traidor fuera el verdadero Alonso.

Por mucho que la mente le dictara que Alonso la traicionaba, su corazón le gritaba con todas sus fuerzas que él no le haría nunca eso. Por real que fuera la pesadilla.

Y si de algo se caracterizaba la intrépida Marina Oliván, era que su espíritu se dejaba guiar por el corazón.

Si nunca se hubiera enfrentado a Alonso, Marina habría dormido hasta morir, intentando huir de esa pesadilla, la de la traición de un hombre que nunca la quiso y que hacía daño a los suyos. Y a pesar de eso, se enfrentó a él. No permitió que disparara a sus amigos, aunque se llamara Alonso Lara, aunque hubieran sido amigos de siempre, aunque lo llevara siempre en su corazón. Se enfrentó a su miedo, le plantó cara, hizo lo justo..., le disparó, le mató...aunque le doliera en toda su alma. Porque uno no vence a sus propias pesadillas sin sufrir dolor. 

Esa noche Marina se había enfrentado a un terrible miedo...y no se sentía victoriosa por ello. Pero seguro que se sentía feliz de que todo hubiera sido una pesadilla.

Nada más.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Cogiendo la gran ola

La furia de los dioses del clima caía sobre el intrépido Finisterra, (una fragata de hombres libres sin causa) como si los dioses vesten hubieran urgado en lo más oscuro de las Runas Vivas de la creación para desatar un Ragnarok de sal, lluvia y rayos sobre los aventureros. Pero ni aunque los dioses se hubieran puesto de acuerdo con la Madre Océano para hacer el viaje imposible darían marcha atrás. El Finisterra no iba a volver a puerto.
Volver a puerto sería un error. El tiempo corría en contra de todos. Una gran ola se hinchaba por popa y amenazaba con convertirlos en coral. El desafío estaba planteado. Luchar o morir. Si vencían, habría un nuevo amanecer por el que luchar...si fracasaban, las sirenas estarían cantando sobre sus cadáveres antes del amanecer.

La bandera del Finisterra se alzó contra viento y marea, desafiando lo imposible y azotada por el desgarrador viento. Parecía que en cualquier momento saldría volando en mitad del caos.



Lúa Edahi, maestra de las alturas, se encontraba en la cofa del barco, soltando la cuerda que permitió alzar la recién nacida bandera del Finisterra: la nación de aquellos que se les acabó el mundo y vivir en tierra firme. Observó la ola que se avecinaba y se aterrorizó. Si alguien no mantenía el pulso firme en el timón, el barco podría zozobrar. Por suerte, el viento soplaba a su favor y el navío estaba redirigido.

-¡Lúa! ¡El trapo de la vela mayor se ha quedado atascado! -gritó un marinero con pánico desde el otro lado de la arboleda.

Lúa, de piel caoba, se quedó pálida como el marfil. Necesitaban ese trapo para ser más rápido que la ola.

-¡¿Qué hacemos?! ¡¿Por Theus qué hacemos?!- gritó el marinero desesperado.

Lúa pensó en sus años de experiencia. Lo mejor era una retirada a tiempo...

-¡Recoged todas las velas y proteged los trapos que tengáis! ¡Rezad conque Madre Océano sea clemente con nosotros!

Todos se pusieron a trabajar a punto de que cundiera el pánico. Sin las velas estaban a merced del mar.

-¡Capitana al timón!

El aviso autoritario del Contramaestre Gerard rasgó toda la tormenta como un trueno. El hombre que un día fue un experimentado capitán bajo los servicios del Empereur ahora no era más que una percha que se erosionaba elegantemente bajo la lluvia, siempre ataviado con una deshilachada casaca de la armada de Montaigne. Todo el mundo se quedó paralizado bajo la lluvia ante el aviso. La inexperta pero intrépida capitana Marina Oliván de Santa Elena se encontraba al lado de Gerard, consolando siempre la capitana a su temeroso contramaestre. La enorme ola estaba cada vez más próxima. Gerard había preparado el morro del navío de forma perfecta para coger la ola y le cedió el timón a su capitana. Marina Oliván aceptó el desafió...y en el momento que tocó la madera del mando.

Lúa sonrió mientras intentaba afianzar un nudo del trinquete. El contramaestre le ha dado el "honor" de coger esta ola a Marina. Lúa pensaba que Gerard no se atrevía a cogerla él mismo por miedo a fallar ¿le había dicho a la capitana que la ola era demasiado grande para ella? ¿Es que confiaba en ella o le quería cargar el muerto? Quizás no quería asustarla, pero la ola era más grande de lo que él quería admitir. En cualquier caso, Marina Oliván aceptó el timón. No sabían si por la vena temeraria que le salía de vez en cuando a la capitana, o por completo desconocimiento.

En el castillo de popa Gerard se cuadró ante su capitana y no miró la ola que se les avecinaba por la espalda, tapándoles la luz de la luna.

-Aquí se acerca la ola. Estáis preparada.

Y no era una pregunta. Su capitana le sonrió como solía hacerlo, como si él fuera un niño; pero no en un sentido condescendiente, sino como si por alguna razón ella comprendiera todos sus defectos y aún así le dijera "estoy orgulloso de ti". Aquí, en el final de todo, a pesar de todas las cosas.

Gerard se quedó tranquilo. No sabía si el podría con la nueva ola, pero sabía que Marina sí. La firmeza del timón no tenía que ver en este caso con la experiencia, sino con la voluntad. Y Marina era la Voluntad personificada. Si había alguien lo suficientemente tozudo para no soltar algo, ese alguien era ella.

Desde arriba, todos miraron como la capitana hablaba con Gerard y esta tomaba el mando. No sabían que pensar. Si se lo tomaban como un juego, o que simplemente Gerard se había acobardado. La novata capitana no tenía ni idea de gobernar el barco, pero por alguna razón ésta acción tranquilizó a Lúa. Gerard era un hombre experimentado, pero el miedo le corroía demasiado y le hacía temblar el pulso. Y eso era precisamente el fuerte de Marina. Ella se mantendría firme aunque el mismísimo Theus le tronara a la cara. Era la única loca que se mantendría firme y en el timón sin mirar la ola que les consumiría a todos por la espalda. No daría el paso atrás que todos temían.

"A veces la actitud puede más que la experiencia...", pensó Lúa.

Y cuando la capitana Marina Oliván se aferró al timón y en sus ojos brilló la decisión de que iban a coger la enorme ola de sus vidas, todos pensaron que debían hacer lo mismo. El miedo es el soplo de aire que nos hace volar.

Lúa abrió los ojos decidida y decidió que si la capitana no se acobardaba, ellos tampoco. Le daría un voto de confianza.

-¡No recojáis el trapo!-gritó Lúa contradiciendo su última orden- ¡Echadlo entero!

Los marineros la miraron incrédulos.

-¡Eso es...!

-¡La capitana lo necesita! ¡Cortad los nudos si son necesario!

Los marineros sacaron cuchillos.

-¡A la orden!

-¡¡Todo el mundo desplegando velas!! ¡Trapo al máximo gandules!

La ola estaba cerca, muy cerca. Lúa corría descalza por el fino palo del trinquete de popa como si de una funambulista rabiosa se tratara. Había visto como el trapo no se desplegaba por uno de los lados, así que fue en persona a cortar la cuerda para liberarlo. Cuchillo en boca, lo soltó y lo atrapó en el aire, cabalgando el trinquete. Rajó, rajó y rajó. La vela estaba a punto de caer pero la cuerda era demasiado gruesa.

-¡¡Rata vaaaaaa!!

Una figura se lanzó desde arriba y se agarró al paño. Rata (sus compañeros le llamaban así porque siempre se colaba en la bodega para robar algo de queso y por sus habilidades acrobáticas) había aprovechado la gravedad para ir lanzándose al vacío junto con el trapo con una fuerza que rompió los gruesos bigotes de la cuerda. Era una acrobacia peligrosa, pero les haría ganar mucho tiempo. Rata cayó al vació junto con la vela y con una pirueta aprovechó el impacto para girar en el aire y caer en la madera como la alimaña que era.

-¡Juanete mayor desplegado, pero la vela está suelta de una esquina!- gritó Rata desde abajo.

-¡Que alguien lo ate a los obenques!

Alonso Lara, joven y aventurero barón de la corona de Castilla, corrió a atar el cabo de la vela. Sin embargo, trastabilló y a punto estuvo de llegar hasta la borda. En el último momento el hocico asomado de un caballo desde la bodega le hizo caer del todo en cubierta en vez de caerse de la embarcación junto con la ola.


-Por Theus y los profetas...- exclamó Alonso en el suelo mientras intentaba liberarse de...eso

Ventisca lo miraba desde detrás de las enormes rejas y metió el hocico hacia el interior. Alonso se asomó y el caballo lo miró con una cara indescriptible. Si Ventisca hubiera podido hablar hubiera dicho furioso "¡deja de mirarme como un pasmao y recoge el maldito cabo! ¡Ya me darás las gracias!"

Alonso se levantó e intentó atar el cabo suelto a los aparejos. Pero no tenía la fuerza suficiente.

-¡Chicos, necesito ayuda con esto!

Los avaloneses corrieron al son de una canción marinera inglesa sobre las mujeres que les esperaban en la costa. Como siempre, William cantaba con su voz rasgada de barítono y el resto de los avaloneses lo coreaban. Andrew guiaba los tirones de cuerda con su particular acento:

-¡Unou, dous, trees!

Las velas estaban aseguradas y se hincharon orgullosas. El Finisterra cogió un enorme impulso que hizo tambalearse a toda la tripulación.

La ola estaba sobre ellos, y todos vieron sus miedos entre sus aguas

Ventisca, el corcel blanco con más mala uva de Théah, tenía pánico al océano. Pero desde su bodega pudo ver cómo la ola le robaba la luz de la luna en su prisión-hogar. Si la ola les alcanzaba se ahogaría allí por seguro. Pero no era momento de acobardarse. El caballo miró la ola y confió en la tripulación y en Marina, porque ella no era su jinete.

Era su compañera. Era su amiga.

"No te temo, gran ola. Si tú eres la tempestad que cae, yo soy el viento que te atraviesa. Intenta domar mi voluntad."

La ola cayó sobre ellos y todos lucharon con rabia.

Cada tirón de cuerda de Will era un acercamiento más a su prometida Marie. Cada trapo que deshacía Rata era un soplo más que le acercaba a su hogar en Ávalon. Cada nudo atascado que cortaba el escocés Bruce era una victoria para el derrotado clan de los McLane. Cada patada voladora del oriental Long a las cubas de achicar agua era un golpe a los villanos que retenían a Karl. Cada astilla que sacaba Kristen de los tripulantes heridos era una astilla de frustración sacada por no haber podido curar a sus seres queridos en el pasado. Cada cuerda de seguridad que ataba Bartolomé a los tripulantes era un lazo de sangre con la familia que nunca pudo tener. Cada hombre que salvaba Gerard con sus órdenes compensaba a todos los hombres que habían perecido bajo su mando. Cada ánimo que daba Valia a los marineros acababa con los insultos que recibió en los campos de concentración donde nació. Cada cañón que afianzaba el enano Polvorín a las troneras, afianzaba su confianza a pesar de su pequeño tamaño. Cada nudo que deshacía Lúa era una cadena menos de su pasado de esclava. Cada cabo afianzado en el bauprés por Alonso... era un día más junto a ella.

Cada segundo que Marina mantenía el timón sobre la fuerte tormenta los protegía a todos. Y Theus sabe que ese es su destino. Protegerlos a todos o morir en el intento.


NO PODÍAN FALLAR.

Entonces todos descubrieron que seguían siendo libres. Se enfrentaron a la ola y esta no les derrotó, sino que les mostró que la superación de los problemas podían llevarles muy lejos. Quien no arriesga, no gana. Quien no lucha, no es libre.

El Finisterra era su tierra y sus tripulantes sus compatriotas. El mar era su hogar y el océano la libertad de poder elegir a dónde ir. El Finisterra sobrevivió a la tormenta y todos miraron su bandera con orgullo. No servían a alguien a quien no conocían. No trabajaban para una ambiciosa corona, no servían a la avaricia de un mercader encadenado al dinero, su empresa no era la de explorar. No se trataba de cumplir una misión cualquiera. Se trataba de sus vidas. No era una causa cualquiera.

Eran sus causas perdidas. La causa perdida de todos.

La mejor causa perdida es la de uno mismo. Y ellos iban a luchar...hasta el final.


martes, 20 de agosto de 2013

Dejadme descansar

Cierro los ojos. Estoy tumbada sobre un montón de paja, tranquila. No es raro; es la hora de la siesta y, aunque ya falta poco para que caiga la tarde, todavía queda tiempo para dormir un rato. Aun así, siento que hoy será diferente: para empezar, la profunda respiración de Cintia al dormir se escucha lejos, un piso más arriba de este granero, y para seguir, él está tumbado a mi lado.
Entorno un poco los ojos y echo un vistazo de reojo al lugar. Alrededor no hay mucho que ver, solo montones de paja y, si te fijas bien, un par de…¿cómo lo diría? Trozos de tela elaborada, hecha con la vejiga de algún animal. Asqueroso, lo sé. No entraré en más detalles sobre la utilidad de esas dos…cosas. Miro arriba y, sobre nosotros dos,  hay una viga caída de madera que antaño formaba parte del techo y que, ahora, además de bloquear la puerta principal, hace las veces de “cueva improvisada”. Lo cierto es que me traía muchos recuerdos; después de todo fui yo quien la echó abajo hace ya casi dos años (aunque accidentalmente, debo decir). Y ahora, ¿quién iba a decir que, después de todo lo que ha pasado, iba a estar tumbada junto a la misma persona a la que le tiré esa viga en la cabeza por querer huir de una patética proposición de matrimonio? Lo sé, casi parece un chiste.
Me pierdo en mis pensamientos y empiezo a recordar de ahí en adelante: el momento en el que mi, hasta entonces, malvado tío, Harold, se llevó a mis padres, mi huída de la Villa de Santa Elena y la breve permanencia en el cuartel del sargento Félix Marangio. El día en que supe las verdaderas intenciones de esa frustrada encerrona en el granero; fue también cuando a Ventisca pasó a ser mi gran compañero de aventuras y conocí la leyenda sobre los caballos del Imperio de la Media Luna. También se cruzan por mi mente las revueltas de Santiago y las largas charlas tras las barricadas... En ese momento me viene a la cabeza cuando estuvieron a punto de ahorcar a Alonso por ser un castellano sin papeles en una ciudad pseudomontaignere. Sonrío y le miro. “No tenéis remedio”.
Justo entonces me doy cuenta de que él también me mira, no sé desde hace cuánto tiempo. Aparto la vista rápidamente; qué vergüenza.

- Se supone que íbamos a intentar dormir – me dice.

- Aham…¿y qué? – pregunto sin atreverme aún a mirarle.

- Pues que ni tú ni yo estamos cerrando los ojos.

- Ah, vale pues…cerraré los ojos –respondo sin saber muy bien cómo voy a conseguir conciliar el sueño. Hoy es uno de esos días en los que echo la vista hacia atrás y me pregunto si todo habrá, por fin, terminado.

Y entonces vuelven esas fugaces reminiscencias: me encuentro todavía en Santiago, en el momento en el que irrumpimos con los caballos en la iglesia de la ciudad para impedir la boda entre Jeannette y el Marqués. También hablo con mi padre antes de morir, él siembra en mí su última voluntad y, de pronto, siento que algo pesa aún en mi corazón. Recuerdo el barco vodacciano maldito, la isla de los quebrantahuesos, las olimpiadas piratas de la Bucca, la entrega del falso mapa a Rivera para confundir al NOM, el viaje a San Cristóbal en busca de mi madre y de cómo conocí allí a parte de mi familia, las celdas de la inquisición, el Vagabundo… Los constantes reencuentros y duelos a medias con mi tío Harold y la persecución por el puente que me llevó a conocer a Christiano. La estancia en Ciudad Vaticana y la investigación de los cardenales, la conspiración contra el rey de Castilla en su cumpleaños y cómo Rivera consiguió salvarse de la muerte o de la condena de seguir muriendo mientras vivía. La llegada de Necrón, el Segador, y el secuestro y rescate de Valia junto a los siete señores de la piratería, la aventura en la Reina del Mar junto a Fernando y Mala Hierba. La gran batalla de San Teodoro y sus caídos, que nunca caerán en el olvido; ese beso que cambió mi vida…
Siento entonces una extraña sensación que ya conozco y que a la vez no comprendo, y no sé si se trata del estómago, la cabeza o el corazón, pero me está volviendo loca.
Entorno los ojos y miro a Alonso casi subrepticiamente. Para mi sorpresa, sus ojos se encuentran de nuevo con los míos.

“¿Se puede saber qué demonios hace? ¿En qué piensa? ¿Es que tiene algo que decir o algo así?”

- Esto…creía que ibais a intentar dormir.

Alonso vacila un poco.

-Sí…sí.

Nos miramos de nuevo y volvemos a apartar la vista al encontrarnos. ¿Qué estamos haciendo? Empiezo a pensar que no es vergüenza, sino estupidez. No sé qué pasa…ni qué me pasa.

- ¿No podéis dormir o qué?

- No…sí, estoy bien.

- Entonces no os hagáis el dormido. Decidme – Insisto - ¿Alonso?

- ¿Quéee? Estoy intentando dormir…

- Sí, ahora, ¿no? – hago una pequeña pausa. Sé que soy muy pesada así que, finalmente, me rindo. Quizá realmente no ocurra nada – Está bien, está bien…os dejaré tranquilo.

Finjo acomodarme y cerrar los ojos y suelto una carcajada al ver que Alonso no descansa y, si lo intenta, no puede. ¿En qué narices estará pensando? Lo mato.

- Sois un mentiroso – le suelto de pronto.

- ¿Eh? Me habéis despertado – responde haciéndose el amodorrado.

Esta vez mantengo la mirada, aunque él no lo haga. Sonrío. A mí no me toma el pelo de esa forma:

- Eso no os lo creéis ni vos mismo. ¿Qué os pasa?

- Nada, no me pasa nada – hace una breve pausa para darse cuenta de que sigo a la espera de una respuesta más convincente- Así no puedo dormir, me estáis poniendo nervioso.

- ¿Ah sí? ¿Os pongo nervioso si os miro? – Mi tono se torna burlesco. “Si así consigo sacarlo de sus casillas, que así sea”.

Pero él comienza a jugar a lo mismo que yo. Esto no me gusta.

- ¡Ay, dejad de mirarme! –exclamo.

- ¿Por qué?

- Pues porque…me pongo nerviosa – giro la cabeza y miro hacia arriba con una expresión enfadada, aunque realmente no lo estoy. Se acabó la gracia: “Está bien, Alonso, vos ganáis”.


Vuelvo a no ver nada excepto esas imágenes, que pasan cada vez más rápido por mi cabeza:
La aventura en la Atlántida, la isla hundida, y la llegada al 7º Mar, con la vuelta de Harold a quien realmente era; el misterio de la bestia de Ussura y las extrañas costumbres de las gentes de allí, la búsqueda de Alonso a causa de su gran estupidez y cómo acabamos en un bote a la deriva…Esa sensación extraña. Recuerdo la vuelta a casa, y de nuevo, el fuego. Los rosacruces y la destrucción de los inventos de Giuseppe, las profecías de Eltanin y la misteriosa muerte del Papa; la marcha de Alonso y la llegada de Julius y Domingo Villaverde. El bosque de Fendes, la llegada a Mountaigne y el reencuentro con dos viejos amigos, el baile de máscaras en la Château du Soleil y las lágrimas en una de las peores noches de mi vida. La costosa entrega del Grial en Ávalon, el intento de frustrar y conocer los planes del NOM y cómo todo se desmoronó en Eisen luchando junto a los más allegados. Les agradezco tanto que estuviesen allí…
Finalmente, me encuentro de nuevo en casa, pero no hay descanso. Una desaparición, un falso testamento y un matrimonio por arruinar; una fiesta de disfraces, un juicio…y una siesta en este granero abandonado, donde todo comenzó.

Sé que todo ha acabado, pero siento que aun así no voy a poder tranquilizarme. Hace ya varias noches que no lo consigo… Siempre queda algún cabo por atar y no puedo evitar pensar en ello. No puedo evitar pensar en que…
De pronto, mis pensamientos se interrumpen cuando algo roza mi mano tímidamente. Siento un pequeño respingo y mi ceño se frunce de forma muy leve. No me hace falta mirar para saber que son sus dedos los que se abren paso, casi con miedo, entre los míos. Me encuentro bien.
“Es como si pudiese saber lo que se me pasa por la cabeza, como si supiese que hay algo que no me deja dormir.”
Despacio, entreabro los dedos mínimamente, intentando no mostrar mi timidez, y nuestras manos comienzan a acoplarse, a encajar. Finalmente, se entrelazan. Silencio.

“ Ya pasó todo, Marina, todo está bien” oigo en mis pensamientos. Realmente necesitaba escucharlo, aunque nadie lo haya pronunciado.
Ladeo entonces la cabeza, que miraba aún hacia el techo de la pequeña cueva, y me apoyo sobre su hombro.

- Bueno, no ha sido tan difícil – dice Alonso, casi con un susurro.

Respiro profundamente y sonrío. No suelto su mano; él la mía tampoco.

- Cállate.

“Cállate, porque ya pasó todo... Es hora de dormir.”
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Pensamientos de Marina Oliván en el granero abandonado de su Villa después de dos años y algo de aventuras. Escrito por Aleera/Sara, mi jugadora de 7º Mar.

domingo, 29 de julio de 2012

La otra parte de mí...

Aún era difícil acostumbrarse a aquella sensación de inseguridad,temor, dolor y lo que era peor, aquél sentimiento tan vacío como su corazón.Pero claro, qué clase de alma fragmentada podía descansar cuando aún le faltaba una mitad vagando por la tierra...
Ninguna.
Seguía vagando por el Lago de la Luna, bañándose en el reflejo de la luna llena. No había nada que pudiera hacer. De pronto sintió una vorágine de sensaciones...algo le pasaba a su cuerpo condenado a no morir. De pronto sintió vértigo y vio millones de estrellas fugaces alrededor. Su alma fragmentada voló a toda velocidad desde diferentes partes del averno y se encontraron en la nada. De pronto, las brumas se apartaron...supo que tenía otra visión, supo que las dos partes de su alma se reclamaban.

¿Sería aquella la última vez?

Se veía desde fuera combatiendo a bordo de un navío de línea en llamas. Su otra mitad, la odiosa mitad de Harold, estaba combatiendo a Marina Oliván, su...¿sobrina? Dios...¿cómo era posible que nunca hubiera sabido de la existencia de tal regalo del cielo? No era hija suya, pero era hija de Beatriz, y eso le hacía amarla hasta la muerte, pues era un regalo de vida de la mujer de la que siempre estaría enamorado...incluso desde el más allá. El navío zozobraba, pero los guerreros combatían roperas en mano. Su otra parte combatía con maldad por culpa de la Runa de Odio, mientras que Marina luchaba con poco estilo pero con gallardía y experiencia, empuñando una mirada de piedad en sus ojos. Era esa mirada la que había hecho que viajara hasta allí, su alma reclamaba su otra mitad...y allí estaba, consumido por el odio. Estaba destrozando vilmente a Marina sobre la escalera del castillo de popa.

-¡Pataleas como mi hermano, como una sucia nena!-gritaba Harold con odio- ¡¿Acaso no te queda nada de valor en tí?!

-Pues siempre ha sido mejor que tú, como pataleabas tú entonces...- respondió Marina destrozada por los golpes.

Ante la respuesta el demonio interior de Harold se revolvió, bombeando ira con un grito exaltado y le rompió la nariz a la espadachina. Marina se libró de su presa y llevó el combate a la superficie del barco entre las llamas, mientras todos los mares se iban a pique.

-Tú eres mi último obstáculo, Marina- dijo su cuerpo ásperamente, su espíritu intentó penetrar en Harold, pero aún había mucho odio en él.

-Pero soy un obstáculo.

-Una vez temate... no habrá nada que me detenga.

-¿Sabéis que en realidad estáis muerto?
Él paró en seco en mitad de la cruel batalla, expectante.

-No sabéis nada sobre vuestra maldición, sobre esa cosa que tenéis en el ojo y que devora vuestro corazón...

Él la estampó contra el mástil de la vela mayor con furia.

-¡¿Que no sé de mi maldición?!- gritó sarcástico por encima del griterío del baño de sangre.

-Lo sabéis porquelo sentís. ¿Pero os han dicho por qué?

-¿De qué estáis hablando?

- No entendéis nada, verdad?

- Claro que sé de mi maldición.

- ¿Qué sabéis?

- No puedo sentir nada...

- Nada bueno-interrumpió la castellana.

- No. La comida sabe a ceniza, no puedo disfrutar de ningún placer, no puedo morir...

-¡No! vuestra alma está rota en dos.

La Runa de Odio se activó y la parte malvada de Harold apretó el cuello de Marina,ahogando sus advertencias en un gorgoteo.

-No quiero escuchar ninguna de tus mentiras...no tenéis ni idea de lo que he sufrido. No tenéis ni idea de mi maldición. El Gran Maestre me librará de ella cuando cumpla con mi cometido...tú, morirás... y yo seré libre.

La otra mitad de su alma observaba la escena, en espera de calmar ese odio que tanto hacía sufrir su cuerpo condenado.

-Eltanin solo piensa que vuestro cometido aquí es morir, así que vuestra maldición nunca va aser liberada.

-Eltanin no tiene nada que ver con todo esto...

-¡Eltanin es elputo Gran Maestre!

-El Gran Maestre es la única persona que me ha ayudado.

-No. Te rescató de la muerte. Bueno..."rescatado". ¿Habéis pasado por el Lago de laLuna y habéis hablado con vuestro otro...yo?

El otro yo de Harold se encontraba allí... su cuerpo se tambaleó ante la tremebunda revelación de Marina. Comenzó a vomitar una bilis negra y amarga, estaba expulsando parte de su mal. De pronto, sabía que podría volver a su cuerpo.

El cuerpo deHarold se tambaleó, por una vez en mucho tiempo...con su alma completa.

-¡Marina!-gritó un Harold desconocido, suplicante y reconciliado.

La Runa demoníaca comenzó a activarse para lo que fue creada y, con exalación dolorosa, expulsó el alma de Harold de su cuerpo unavez más. Eltanin lo había planeado bien, tenía a un descendiente de los Hijos de la Mar sirviéndole, prácticamente inmortal...aunque para comprar su lealtad antes debía acabar con su sentido de la justicia, con su bondad y con sus sentimientos; por ello le convenía retener su gran odio, pero expulsar su parte honorable.

-¡¡TE ODIO!!- gritó el demonio desde su interior con una furia reavivada con el fuego de los siete infiernos.

El combate se reanudó con un combate feroz alrededor de un maremoto donde se veía la isla hundida de los Syrneth. Harold movía su hoja de forma casi imperceptible y letal, a lo que Marina no sabía cómo actuar. De pronto Marina lanzó un fondo entre las estocadas de Harold. Trabaron acero y sus rostros se juntaron en una mueca de odio y en otra de piedad. El mar, por actuación de las piedras de las lágrimas de Calypso se hundió dejando ver la Atlántida y haciendo que el Finisterra prácticamente se tumbara parcialmente de lado. Harold perdió el equilibrio y cayó por la borda. Marina lo sujetó en el último segundo sobre un abismo insondable.

-¡¿Porqué haces esto?! ¡Suéltame!

-¡No !No quiero que muráis...

-Yo no puedo morir- rió él de forma insana.

-¡Capitana,los montaigneres se retiran! ¡Los seguimos!-interrumpieron los piratas de latripulación del Finisterra.

-¡Esperaos coño!

Los piratas ayudaron a subir al letal espadachín a bordo, a pesar de lo peligroso que resultaba tenerlo allí. Lo tumbaron en el suelo, pero no hacía más que gritarle a Marina, como si la considerara una amenaza:

- ¡Apártate de mi!

Sin previo aviso el Finisterra entró en la espiral del 7º Mar y fue descendiendo de forma veloz y devastadora. Las velas se rasgaban, la quilla reventaba y toda la tripulaciónse atenía a lo que podía para no salir volando por la ventolera del poder las lágrimasde Calypso.
La bondad deHarold seguía observando...sentía que cada vez estaba más cerca de su otramitad gracias a la acción de Marina. Sentía que podía tocar su alma...
Entonces pasó lo impensable. En mitad del todo el desastre, muerte y caos...Marina apareció de la nada y abrazó a Harold por la espalda. Él se lamentaba y negaba con la cabeza.

-Beatriz no os perdonaría esto. No fuisteis peor que nadie...simplemente nadie supo reconoceros. Y Eltanin no os está dando ningunaposibilidad. Sí, Eltanin es el Gran Maestre, quien empezó todo esto, quien provocó vuestro exilio...así conseguiría el Grial. Esa bestia, la de las cinco cabezas que habla el mapa, necesita esas piezas que tú buscas.
El demonio surgió de dentro de Harold con una voz de ultratumba.

- ¡NO LE DIGAS ESO! ¡¡¿Qué quieres?!! ¡¿Poder?! ¡Yo te lo puedo otorgar! Déjalo..
-No quiero poder...

-¡HAROLD ES MÍO!

-¡NO! Es mío...y es mi familia.

Marina le quitó el parche con delicadeza y él pudo volver a ver el mundo con sus ojos. Los ojos del maldito estaban en blanco...no había rastro de la runa demoníaca, pero su corazón agonizaba.

-Marina... hazlo. Ahora sí...soy libre.

El barco se inclinó hacia adelante y cayó hacia la ciudad hundida de la cuna de la civilización de los Syrneth. Las velas se rasgaban, todo caía, la quilla reventaba y el barco dejó de girar en el torbellino para caer a toda velocidad. Marina hizo acopio para no caer y clavar el puñal en el corazón de Harold. Él tomó la mano de ella y apretó la daga hasta morir.

-Por fin...he sido liberado de mi odio. Thomas, perdóname.

La sangre corrió y todo fue oscuro para Harold. Reconoció el lugar donde estaba. Estaba en el limbo, entre la vida y la muerte. El lugar donde su alma fragmentada se encontraría para por fin descansar en paz. No esperaba sobrevivir a encontrarse consigo mismo...nadie sobrevivía de una puñalada en el corazón. A menos que ocurriera un milagro. Harold se encontró consigo mismo, frente a frente.

-¡¿Quién eres tú?!-gritó el alma de odio de Harold recién liberado.

La otra parte de Harold, desde el claro de Luna, tocó su hombro.

-Soy tú, Harold...la parte de ti que has olvidado.

-No... yo no he olvidado nada. ¡Son los demás los que siempre se han olvidado de mi!

Su otra parte sonrió y habló con ternura. Entonces comenzó la verdadera batalla de Harold...que su alma se uniera. La luz de su corazón debía aplacar la oscuridad de su legendario odio...hasta convertirse en la luz gris que siempre había sido.

-Yo soy el olvido y el odio que sentía hacia Thomas-dijo la envidia

-Yo soy la admiración que sentías por tu gemelo, al que nunca le harías daño-respondió la hermandad.

-¡Yo soy el rechazo eterno de la mujer que siempre he amado!-dijo la tristeza.

-Yo soy el amor de Beatriz, a la que nunca le pondrías una mano encima.- respondió el amor.

-¡Soy el asesinato de mi padre ante mis ojos!- reprendió la culpa.

-Soy la sonrisa de tu padre jugando en los campos de Carleon- respondió la inocencia.

-Soy el desprecio de todo el mundo- gritó el rencor.

-Soy el aprecio de tus verdaderos amigos- suavizó la amistad.

-Soyla hija que nunca acunaré entre mis brazos...- susurró los sueños rotos.

-Soy Marina, la hija de tu amor verdadero, la que te ha liberado- respondió el perdón.

Y entonces...el alma de Harold se recompuso y pudo morir... en paz.

"Soy el amor de Beatriz, soy la sonrisa de mi padre, soy Marina, por la que me dejaría eternamente perdonar, soy mi odio hacia las injusticias... por fin he alcanzado la paz. Por fin tengo la mitad por la que tanto he vagado y me han manipulado. Por fin... soy Harold."

Y entonces ocurrió el milagro.

Harold despertó en la cubierta de un barco. Estaba vivo...¡cómo era posible! Lo único que le podía haber salvado era haber pactado con demonio. ¿Quién iba a pagar semejante cosa por él?

-¿Está Harold despierto?- preguntó una voz femenina, era Marina.

-No, no... aún debe estar recuperándose- respondió el cirujano Kristen, de la tripulación del Finisterra.

Harold cerró los ojos y fingió estar dormido. Una lágrima corrió por su rostro maduro. No quería estar despierto en este momento. Esto era quizás lo más difícil que tenía que hacer en su vida. Era la mayor batalla que tenía que librar...conseguir poder mirar a los ojos a la mujer que tanto daño había hecho y que le había perdonado una y otra vez. Porque ella siempre ha creído ciegamente en su bondad.

"Aúnno estoy preparado...", pensó cerrando los ojos y fingiendo estar inconsciente. Algún día...conseguiré reparar todo el daño que te he hecho...Marina. Lo juro."

jueves, 6 de octubre de 2011

Duelo bajo la lluvia

El prelado y alto caballero inquisitorial, Domingo Villaverde, andaba al borde de las frías tejas anaranjadas de la húmeda y a la vez cálida ciudad castellana de Santiago. Caminaba tranquilo, sin pausa, dejando atrás la silueta oscura y portentosa de la Casa del Primer Testito, la Catedral de Santiago, que había visto derramar sangre entre espadachines, canallas y héroes. Colocaba limpiamente un pie delante de otro, con la elegancia que les otorgaba sus botas de caña alta, manteniendo su equilibrio casi felino sobre el borde del tejado. Andaba sin mirar al suelo, con una fe ciega en Dios, porque él no le permitiría caer al vacío, nunca lo haría...él es uno de sus elegidos. Además, sus ojos tenían que estar pendientes de su objetivo. Estaban postrados sobre Marina Oliván, la muchacha valentona y pseudoespadachina. Ella caminaba despacio y a la vez con prisa, fusionándose con los riachuelos sucios de gente del pueblo llano castellano: soldados, clérigos, pícaros, capataces y carpinteros que arreglaban la ciudad sitiada por los extranjeros...
Le sorprendió que Marina no mirara hacia atrás, por si la seguían. Saludaba amigablemente de paso a compañeros y conocidos suyos, pero no se paraba. Pero en el fondo pensó que al fin y al cabo era una castellana, lo que se resumía en ser pasional y ser amigo leal e indiscutible de tus amigos... por eso los castellanos no veían los puñales al final de los callejones oscuros. Siguió a su objetivo, por la calle y empezaba a bajar las escaleras serpentina que conducía a los bajos del barrio pobre. La siguió por los canales que hacían arcos por las escaleras.
La siguió analizando desde los tejados, dejándose amparar por la oscuridad para ser una sombra de capa larga volando al viento, acompañada de su crucifijo dorado acogido bajo el amparo de un sombrero de ala ancha negro y pluma roja. Parecía una campesina normal y corriente (quizás demasiado pasional y justiciera), pero el hijo del Marqués había asegurado que era su espadachín personal. Y además, había visto pergaminos montaigneres con su cara, por lo visto le habían puesto precio a su cabeza por haber robado unos regalos valiosos que iban destinados al Rey Sol du Montaigne. De todas formas, el caballero se había informado sobre las figuras destacadas de la ciudad. Había estado escuchando los rumores que salían de la ciudad, y lo que más destacaba de todo era que tres espadachines enmascarados y "el marquesito" (que suponía que era Fernando Galán, hijo único del Marqués de Zepeda) habían entrado a galope a caballo en mitad de la iglesia de Santiago, para interrumpir la boda que casaría a Alfonso de Galán, el Marqués, con la hija del general invasor montaignere, Charles Dupont. Las historias que contaban los campesinos y cortesanos eran extrañas. Unos decían que la boda iba a traer paz entre Castilla y Montaigne, otros (la gran mayoría del pueblo llano, al que no había que creer mucho según sus experiencias) decían que la boda era una pantomima para que Montaigne gobernase legítima y traicioneramente. Incluso había locos que el Marqués se casaba con Jeannette por amor...

Eso si que no se lo tragaba nadie. La mayoría coincidían en que la boda era una pantomima.

Incluso decían que el propio hijo del Marqués quería hacer daño a su padre porque él realmente estaba enamorado de Jeannette.

Pero de ser cierto los rumores, Marina Oliván, un tal Andrés Canales y Fernando Galán, habían mentido, dijeron que fueron los montaigneres los que empezaron a buscar camorra en la Catedral de Santiago. Pero estaba dispuesto a perdonarles la mentira piadosa. Él creía la versión de que Montaigne hacía políticas matrimoniales a la fuerza (o incluso haciendo que los castellanos poderosos pasaran a su bando) para poder dominarlos legítimamente. En ese caso, Marina, a la que ahora seguía, había sangrado para salvar a su gente... pues lo que hicieron fue heroico y suicida a la vez. Cuatro espadachines contra todo el ejército de Montaigne... en una misma Catedral. Obviamente, uno de ellos murió. Andrés Canales. Pero el líder de los enmascarados seguía vivo: Diego Núñez de Ávila.

Éste era su objetivo. Era clérigo en su tierra. Pero ahora era un perseguido, un proscrito y un hereje, a pesar de tener la friolera edad de casi sesenta años. Su pelo blanco plateado era inconfundible, así como su porte castellano en el duelo... pero seguía siendo un anciano.

Diego Núñez de Ávila...blasfemo de boca, hereje de pensamiento y pecador de acto. Para colmo de males, sabía que tenía una relación sodomita con un noble castellano al otro lado. Pero no podía echarle el guante al noble...era demasiado poderoso. Así que tendría que conformarse con el viejo cura.

Y ahí es donde entraba Marina Oliván, el sedal que le llevaba hasta el escondrijo de su objetivo.

Ah...allí estaba, en esa casucha llena de goteras. Marina entró allí y vio a Marina hablar con un niño avispado. Miró desde el tejado a través de la ventana, viendo algo del interior. De repente el viejo se levantaba de la cama...cansado. Empezaba a moverse de aquí a allá por el salón. Llevaba libros en las manos. ¿Qué hacia Diego? Era obvio que Marina le había alertado de la presencia del Inquisidor, pero...¿por qué no huía? Se le veía alterado, eso quería decir que se lo había dicho. Entró en la casucha otro espadachín, con camisa de cuello poeta negra. Era desgarbado, ágil y sonriente. Posiblemente un fanfarrón.
El caballero inquisitorial Domingo Villaverde se plantó en un saliente de madera donde se atan los andamios y se colocó en cuclillas al borde de éste, agazapado como un depredador, con su rostro oculto por las alas anchas de su sombrero.

¿Sería aquél el demonio de sus visiones? Estaba a punto de averiguarlo.

La noche seguía cerrada...muchos habían salido, menos Marina y Diego.
"¿Qué traman? ¿Por qué no ha salido huyendo Diego ya? Quizás oculta pruebas de su herejía"
De pronto sale Diego y Marina y deciden que se van a separar. Pero rapidamente reparan en la figura de capa larga oscura que hay en lo alto del tejado de enfrente de la casa. Un depredador oscuro agazapado, del cual solo se vislumbra el crucifijo de la cruz de los profetas brillando en su cuello. Domingo Villaverde cayó al vacío con gracia, haciendo dejar volar su capa negra como una furia y mostrando durante la grácil caída en el empedrado castellano la empuñadura y pomo de su espada eclesiástica. Cayó como un gato negro frente a ellos y mientras se levantaba, cogía su sombrero de pluma roja y lo lanzaba como un disco cortando el aire. Dejó mostrar su rostro lleno de cortes y alguna quemadura, así como unas prominentes ojeras en unos ojos hundidos por el cansancio sobre una barba descuidada y creciente.

-Diego Núñez de Ávila...-dijo el recién caído del cielo-. Estáis arrestado por la gracia de Dios y por orden del Alto Tribunal de la Inquisición, acusado justamente de herejía y blasfemia, tanto de acto como de pensamiento. Más tarde se procederá a su juicio divino en Ciudad Vaticana, para poder limpiar su alma para prepararla al juicio de Dios.

Diego se quedó pálido, inmóvil. Marina miraba a ambos personajes a la espera de que alguno de los dos tomara la iniciativa. Domingo Villaverde hizo a un lado su capa negra y desenvainó su espada a la par de veloz que Marina esgrimía su ropera. Sus hojas se rozaron en lance cruzado.

-Vos ya cumplisteis, señorita. Al que busco es a Diego, vos de momento estáis limpia y no es necesario derramar vuestra sangre.

Marina mantuvo la hoja de la ropera cruzada con la espada del caballero inquisitorial.

-¿Por qué cruzar espadas por él?- le preguntó a la espadachina- ¿Acaso vos sois cómplice de su blasfemia?- echó una ligera mirada a Diego, que tenía las manos a la espalda y miraba nerviosamente.

-No...simplemente, es mi amigo.- fue la respuesta de la muchacha.

Cuando el caballero Domingo miró fugazmente a Marina para recibir su respuesta, Diego, a pesar de su edad, sacó un pistolete oculto entre sus ropas y disparó casi a bocajarro sobre el depredador de negro. El estallido del arma resonó por las sucias calles del barrio pobre de Santiago, los perros ladraron simultáneamente en la lejanía de la noche cerrada asustados y sorprendidos por el estruendo. Domingo Villaverde encajó perfectamente el disparo en el costado, pero no pudo evitar retorcerse de dolor unos segundos, los suficientes como para que Diego echara a correr.

-¡Corre Marina!- gritó el viejo echando a correr... aunque parecía que le iba a dar un ataque en cualquier momento.

Los años no perdonan para Diego...y ese esfuerzo le iba a resultar fatal.

Marina hizo caso omiso a su amigo e instructor de esgrima. Ni se movió, siguió apuntando al espadachín de la pluma roja al cuello.

-Ah...la treta de un traidor y un asesino blasfemo, debía haber contado con su cobardía.- dijo el hombre mientras se incorporaba presionando sobre el disparo, que emanaba sangre-. Os dejaré libre de toda culpa si me dejáis perseguirlo.

-Lo siento. Ya os lo dije, es mi amigo. No dejaré que lo matéis tan fácilmente.

-Que así sea.- dijo Domingo esgrimiendo con algo de dificultad su espada.

Marina dejó que Villaverde tomara la iniciativa. Pero su contrincante a su vez hacía lo mismo. Domingo Villaverde no tomaba la iniciativa, él era un hombre justo de Dios, dejaba que los culpables se acusaran a sí mismos tomando la iniciativa en la violencia. Marina no lo hacía. Quizás era justa...o tenía miedo.
Ambos contrincantes se quedaron en la calle angosta castellana, apuntándose con las armas en posición de defensa larga. Marina de vez en cuando tanteaba con las piernas, intentando danzar en círculos sobre el espadachín vaticano, como le había enseñado Diego a "bailar" entre espadas como los Aldana...pero su oponente no le dejaba. Estaban trabados en la iniciativa. Un trueno sonó a lo lejos. Empezó a llover y en cuestión de segundos pasó de lluvia a aguacero. Las dos figuras oscuras seguían observándose, evaluándose y prejuzgándose. De pronto Villaverde tomó la iniciativa. No lo hacía normalmente, pero era obvio que la espadachina castellana quería dar tiempo al hereje. Metió una estocada de fondo para entrar en el círculo de su enemigo, con la esperanza de parar su filo en el gaznate de Marina, pero ésta esquivó fácilmente la acometida, retrocediendo. Visto eso, Domingo comenzó con ataques rápidos con escasas, tanteando el flanco débil de la espadachina. Ésta paraba a duras penas. Domingo comprendió que ella solo sabía lo básico de esgrima, pero no tenía estilo, solo valor y ganas. Lamentablemente, sólo con eso ya podía luchar como una espadachina. Domingo trataba de hacer técnicas de desarme, pero el disparo en el costado quemaba ardientemente. Ese disparo había igualado un poco el duelo que seguramente habría ganado en el caso de estar en perfectas condiciones.
Marina retrocedía y recibió un corte en el brazo por ello. De pronto la hizo tocar pared. Vista la oportunidad, el caballero inquisitorial metió una estocada de fondo, pero sorprendentemente segundos antes Marina sacó una pistola de garfio y disparó contra el tejado más cercano, subiendo a gran velocidad por el automático mecanismo de la cuerda. El fondo de Villaverde acabó clavado en la puerta mugrienta y ajada y una maldición en sus labios.

"No es una gran espadachina...pero tiene ganas y recursos. Para colmo estoy herido."

Domingo Villaverde subió como un gato negro por los andamios de los carpinteros abandonados, dejándose bañar por la lluvia. Su crucifijo dorado bailaba entre las sombras de su capa. Llegó hasta los tejados, donde estaba Marina en posición de guardia cuando lo vio subir.

"Pero yo también tengo chismes..."

Comenzaron a cruzar espadas en lo alto del tejado de las casas, mientras la lluvia les empapaba. Domingo avanzaba de frente por el tejado, dando acometidas frontales y rápidas. Marina paraba a la misma velocidad, retrocediendo torpemente. Era obvio que no estaba acostumbrada a los duelos, así que aumentó el ritmo. Siguió presionándola hacia atrás. Ahora no había tejados a los que huir y ése era un elemento que dominaba. La arrinconó rápidamente en la pequeña chimenea de una estufa. Cuando ella no podía retroceder, el prelado se quitó diestramente su larga capa negra, lanzandola contra ella. Marina vio la oscuridad de la capa venirse encima de ella y Dios sabía qué había tras esa artimaña. El acto reflejo de ella hizo cortar la capa en el aire con la ropera dividiéndola en dos en un limpio corte. Los dos trozos de capa pasó de largo rozando sus hombros. Entonces pudo ver con horror que en esa fracción de segundo de distracción el Inquisidor había sacado una pistola de silla con una llama de fuego en su cañón. Marina esquivó de un salto desesperado la enorme llamarada del arma inquisitorial que abrasó de fuego divino el lugar donde hace un momento se encontraba ella. Sin embargo, la esquiva le hizo rodar tejas abajo por el tejado...llegando al borde de éste y cayendo al vacío. Domingo Villaverde la oyó caer, pero no escuchó ni un hueso roto. Bajó de un salto desde el tejado con gracia felina, comenzando a andar tranquilamente por el suelo empedrado traqueteado por las gotas frías de lluvia. Marina estaba en el suelo, recuperando aliento. Eso era algo que no podía permitir con los insurrectos. Le golpeó la cara de una patada y seguidamente la cogió del cuello con fuerza. Comenzó a arrastrarla hasta un barril que estaba casi lleno del agua de lluvia. La espadachina, forcejeando de su presa, comprendió que iba a torturarla en el barril y se las ingenió para pegarle una patada en la herida de disparo del inquisidor. Éste la soltó, retorciéndose de dolor, esgrimiendo su lanzallamas como respuesta. Por poco Marina esquivó la segunda llamarada, pero había alcanzado su capa. La prenda ardía mientras volaba a su espalda, por lo que se la quitó rápidamente mientras corría a recoger su ropera perdida en la noche. Volvieron a esgrimir espadas ambos espadachines, pero esta vez Marina no retrocedía: avanzaba. Domingo se dejó llevar, para comprender que pretendía. Le lanzaba torpes y a veces diestros mandobles, así que Domingo decidió trabar el combate. Cruzaron espadas y dejaron que sus músculos se enfrentaran. Obviamente, el Inquisidor rompió la traba a su favor, haciéndole un serio corte en el abdomen y golpeándola después con la empuñadura. La hizo trastabillar del golpe hacia atrás pasando por un aguacero que caía de los canales agujereados de los tejados. Quedó empapada y no podía ver a su contrincante a través de la cascada de agua sucia que acababa de pasar. Pero, instintivamente, supo que el inquisidor iba a lanzar un fondo a través de la catarata aprovechando la borrosidad del agua. Saltó a un lado viendo como el filo del Inquisidor prenetaba el aire por el otro lado del agua. Entonces Marina le tiró del brazo, haciendo que éste perdiera el equilibrio sobre el suelo empapado de agua sucia. La víctima gimió agarrándose el brazo. Se retiró arrastrándose por el suelo. De pronto notó la sombra de la muchacha sobre él, que aún seguía en el suelo. La muchacha le apuntaba con una pistola.

Domingo Villaverde suspiró...¿cómo podía haber fracasado ante tal niña?

"No tiene estilo de esgrima, no sabe pelear...y sin embargo lucha como si hubiera nacido para ello. Apenas sabe empuñar esa ropera, no sabe apenas esgrimirla... y sin embargo esa espada parece una prolongación de su brazo. Es obvio que por sus ojeras y su mirada ha sufrido...tanto espiritual como físicamente. Es algo extraño, quizás es...el valor y el sufrimiento la que le hace poder seguir luchando. Quizás es la desesperación de sobrevivir, como si tuviera algo pendiente muy importante. Lucha como un león herido. Es curiosamente instintiva. Pero curiosamente, no tiene ni idea de esgrima... "

Cogió aire por última vez y se santiguó haciendo la cruz de los profetas sobre su rostro y cuello. Cogió el cañón de la pistola de Marina y la apuntó directamente a su corazón. Era un hombre de Dios, pero no le gustaba sufrir en vano. Al menos que fuera una muerte rápida.

-Adelante, disparad y mandad mi alma al paraíso. Disparad y condenad vuestra alma al mismísimo pozo del infierno.

Ella dudó.

-No...el paraíso tendrá que esperarte un poco más.-dijo mientras guardaba la pistola y se apartaba.

Él se levantó trabajosamente ayudándose de los marcos de la ventana que estaba sobre su cabeza. Se despidió con una inclinación de cabeza mientras se colocaba su sombrero de pluma roja. Anduvo tambaleándose hasta que se apoyó en la pared de la calle, dejando un surco de sangre oscura.

-Volveremos a vernos, Marina Oliván.- dijo el herido marchándose.

-¿Sabéis mi nombre?- preguntó ella con las ropas arañada de cortes bajo el traqueteo de la lluvia, a punto de desmayarse por los numerosos cortes del duelo y por las heridas de la batalla de los días anteriores.

-Soy un caballero inquisitorial...-dijo dándole la espalda-. Mi deber es saberlo todo de todos. Hacedme un favor, no os volváis a entrometer entre Dios, el hereje y yo. Ésto no os incumbe para nada y la amistad es solo algo superfluo y terrenal. Decidle a Diego que volveremos a vernos, pues es a él a quien quiero. De todas formas, seguramente Dios ya haya mandado un ángel de la muerte a por él. Los años no perdonan y menos a los ancianos.


Así, el caballero del sombrero de pluma roja y crucifijo dorado, se perdió por las calles zigzagueantes castellanas. Marina suspiró y dejó caerse de rodillas, besando la lluvia que limpiaba su sangre y sus heridas. Luchó contra su voluntad para no dejarse desmayar. Aún debía averiguar que Diego había huido y que estaba a salvo... ya que tanta sangre derramada le había costado.

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Barrio pobre de Santiago. Después de recibir al Prelado Karl y antes de la batalla del Tercio Viejo de San Juan contra La Grande Armée.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...