domingo, 17 de agosto de 2014

Hasta pronto...excelencia

Sabía lo que iba a ocurrir  y por ello temía abrir los ojos.
El sol llamaba a mi ventana y, filtrándose bajo las cortinas, me susurraba que le había relevado el turno a la luna y las estrellas y que ya era hora de despertar. Yo mantuve cerrados los ojos, apretados, y las manos aferradas a las blancas sábanas de seda que me arropaban. No había nada más a lo que aferrarse.
Tragué saliva y respiré profundamente. Creo que incluso conté hasta tres mentalmente, como lo haría una niña antes de comprobar si en su armario hay algún monstruo que la atormenta por las noches. Finalmente me incorporé sobre la cama y eché un vistazo a la habitación. Nada. Todo estaba como había previsto, y no supe si era aquella cama la que se me había quedado grande o si era yo la que había encogido terriblemente.
A pesar del estío, me encogí de hombros y me cubrí el pecho desnudo con las suaves sábanas. El frío que sentía venía acompañado de una sensación de soledad en ese inmenso mar de seda blanca. Estaba perdida.
Una sonrisa triste y derrotada se dibujó en mis labios y comprendí que era la única que iba a poder mostrar en mucho tiempo, o quizá en toda la vida.

“La sonrisa viene acompañada de lo que se ve”, me dijo aquella noche en el teatro.

Resulta gracioso que en ese momento llevásemos apenas dos meses sin vernos y que hoy, tras solo unas horas desde que se ha marchado, ya me falte tanto.

Decidí ser valiente y guardar un poco de esperanza en que solo se había ausentado un momento. Entonces aparté las sábanas y me puse en pie para vestirme. No pensaba recibirle…así. Después, descubrí que esta noche solo había sido un recuerdo que envejecería en mi memoria, pero que no caducaría nunca.
No quedaba rastro de las historias que contamos anoche, ni de los besos imposibles que nos dimos, ni de las sensaciones que juntos descubrimos bajo las sábanas. No quedaba sobre la mesa ningún tablero de ajedrez con una partida aún por comenzar; ni la botella vacía de brandy, en la que sumergimos los recuerdos de un pasado mejor y las preguntas de un futuro incierto. No quedaba nada de esta noche, ni tampoco de él. Se había ido.
Nuestro cuento acabó de un soplo, como si nada hubiera ocurrido. Al menos así debía ser para el resto del mundo. Pero en realidad ese soplo solo nos ha llevado a otro lugar donde, aunque distantes, pensamos cómo cometer otra estupidez que nos haga volver a escribir más aventuras como las de antes.

De repente salí de mis pensamientos y miré hacia un lado. Entonces no supe si reír o llorar. Es posible que hiciese las dos cosas a la vez, aunque fue la amargura quien ganó el duelo finalmente. Y es que sí que había algo encima de la mesita junto a la cama, en el lado en que yo había descansado.
Alonso había dejado un ramo de margaritas y rosas azules, coronado por ramitas de laurel. Sabía lo que esas flores significaban; ambos lo sabíamos. Las primeras guardaban la creencia que él tenía en nosotros, adornada después por sentimientos que nunca cambiarían, que nada podría marchitar.
Me acerqué y abracé cada uno de los recuerdos que traían aquellas flores, sin dejar de llorar un instante. Supe entonces que Alonso me había dejado un beso sobre la mesita de noche y deseé poder guardarlo para luego. Detestaba pensar que había sido el último.
Perdí la mirada durante un rato en un vacío del que no podía escapar. El corazón se había encogido al ser pellizcado por la nada.

“¿Debería haberme despertado antes de que se fuese? ¿Debería haberle dicho algo más? ¿Pero qué?"

No quería despedirme, no pensaba decirle adiós ni sabría cómo hacerlo. Tan solo le habría pedido otros cinco minutitos conmigo, porque no me atrevería a robarle seis. Ya habíamos burlando al tiempo durante mucho y estaba enfadado con nosotros. ¿Por qué teníamos que separarnos? No importa, de nada servía pensar en eso ahora. Hay tantos motivos, tantas diferencias entre nosotros… Eso era precisamente lo que nos hacía invencibles. O así me había sentido hasta ahora.

Tres toques en la puerta de la habitación me hicieron recordar donde estaba. Era la habitación de Alonso, que le había sido concedida por una noche en el
Alcázar Real de Castilla.

- ¿Señor? Señor, ¿necesita que limpie su habitación? – preguntó algún criado sin obtener más respuesta que el silencio. Yo no debería estar allí. – Volveré luego.

Escuché sus pasos alejarse de la puerta hacia la próxima habitación del pasillo. No me había movido ni un milímetro, ni tampoco sentí miedo de que el criado entrase y se encontrase con quien no debía.
Permanecí sentada en el suelo hasta que pasó el peligro, sosteniendo el ramo de flores que poco a poco iba enterrándose en unas lágrimas silenciosas. Luego me humedecí los labios y me aparté el pelo que caía tapándome parcialmente el rostro. Reuní fuerzas para levantarme y salir cuidadosamente de la habitación. Me aferré a mis margaritas.
El pasillo estaba desierto, la corte ya había despertado hace rato y no se avistaba ningún noble rezagado en sus quehaceres. Los criados, por otro lado, estarían perdidos en sus tareas ahora que las habitaciones estaban vacías. Mejor así, esta parte del palacio estaba reservada a los invitados de la pequeña nobleza y alguien como yo no podría estar paseando por ahí a sus anchas sin una buena excusa. Yo no la tenía y no pensaba pararme a inventar una.
Caminé como lo haría un fantasma atravesando el Alcázar Real, buscando la salida. No quería encontrarme con nadie, pero tampoco hice por evitarlo. Por suerte no ocurrió nada.
Hice caso omiso a los guardias que custodiaban la puerta principal y crucé los jardines que rodeaban el lugar, sin detenerme como siempre a aprovechar las vistas. El sol me molestaba en los ojos.

“Hoy comienza una nueva vida. Es gris, solitaria y está un poco perdida. Hoy comienza una nueva vida en San Cristóbal, una ciudad casi desconocida para mí. Aquí no tengo hogar, ni tampoco a gente que me conozca o sepa mi historia; nuestra historia. Hoy toca empezar de cero, pero sin olvidar todo lo que hemos vivido. Sin olvidar quiénes somos. Hoy, y seguramente mañana y pasado, lloraré por vos y mis lágrimas se secarán por tanta espera. Pero hoy sigo creyendo que las cosas pueden cambiar, aunque esta vez no esté en nuestras manos hacerlo. Hoy todo se tiñe de recuerdos y quizá, solo quizá, de un poco de esperanza...”

Dejo atrás los jardines y el Alcázar Real. Sigo soñando despierta y huelo mis flores, pensando en que pronto tendré que devolveros este beso. Miro al cielo y suspiro.

“… Y por eso, desde hoy pienso en otra estupidez que me haga volver a veros”.

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Pensamientos de Marina Oliván tras separarse de Alonso Lara debido a la diferencias sociales entre ellos y a los esfuerzos de los Lara por separar a la pareja. Septiembre de 1670. Alcázar Real, San Cristóbal, Castilla.

Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^


jueves, 14 de agosto de 2014

Un último beso

Alonso Lara abrió los ojos lentamente y se sintió como el esclavo que hace un momento soñaba con la libertad. Se había despojado de los grilletes de una ilusión para caer la cruel realidad. Su clara mirada se paseó por la armoniosa habitación del Alcázar Real de Castilla, limpiamente ordenada de muebles de caoba fina, hasta que acabó descansando en la desnuda espalda de Marina Oliván, dormida junto a él.

Sintió deseos de hundirse en el lecho, intentando evadirse en una nube de almohadas de tranquilizadora claridad. Su cuerpo se encontraba junto al de Marina en un mar de frescas sábanas de seda. Pareciera que ambos navegaran a la deriva una vez más entre blancas olas de descanso. La pálida carne del noble buscó tierra donde naufragar y encalló en la morena piel de la campesina. El contacto de sus cuerpos le estremeció el pecho.

Sin duda este había sido el mejor naufragio de todos.

La partida de ajedrez había terminado y ambos debían volver a posicionarse en el tablero donde dictaba las normas. El peón debe volver al frente y la alta figura vuelve  a su privilegiado lugar. Después de tanto tiempo enrocando sus corazones, la partida había terminado para los dos con un jaque mate en el que los dos perdían. Era hora de separarse.

-Bien jugado, Marina- susurró.

Antes de levantarse, Alonso acarició los cabellos azabaches de la espadachina. Pensó en quedarse un par de segundos y marcharse antes de que ella despertara, pero su voluntad quedó esclava de la joven. Su pelo brillaba como el ónice a la luz de un suave fuego, dejándolo hipnotizado. Dormitaba plácidamente con un tierno hoyuelo dibujado en la comisura de sus labios. Su tímida sonrisa, misteriosa y pequeña, hablaba de un beso prohibido. Es ese tipo de beso por los que merece la pena arriesgar el todo por el todo antes de que llegue la nada. Uno de sus dedos jugó con los rizos oscuros de la plebeya, sintiéndose como un niño que podía tocar el manto oscuro del firmamento.

Fuera, los criados comenzaban sus quehaceres y hacían ruido en los pasillos. La corte estaba despertando.

Liberado del embrujo, decidió darse prisa. El barón pensó en darle un último beso y se prestó a ello. Sus manos se acercaron a las muchas cicatrices que ondeaba en la espalda de la espadachina, mientras que sus temblorosos labios se acercaron a los suyos. Justo cuando se iban a encontrar, se detuvo. No quería hacerlo más difícil. Se levantó y se llevó la botella de brandy con la que habían estado bebiendo toda la noche. Quedaba un poco, así que la aniquiló mientras salía al pasillo.

Salió por la puerta botella en mano, simplemente vestido con pantalones de cintura alta y la camisa sin abotonar. No se dio cuenta de que iba descalzo hasta que pisó el elegante mosaico del pasillo de palacio. Las criadas miraban al suelo cuando veían al desenfadado noble caminar libremente con la camisa abierta y las anchas mangas volar tras él, entre risitas descaradas o miradas reprobadoras. El jefe de criados se acercó presto a Alonso alzando un tímido pero rígido dedo.

-Mi señor, déjeme aconsejarle que, de acuerdo al decoro y a las normas de sobriedad de la corte del Buen Rey Sandoval...

-¡Pero si es el gran chambelán Don José Antonio Fernán! ¿no?- preguntó animado el barón dando una gran palmada alegre.

El buen humor, el ingenio y su distendido carácter hacían famoso al joven barón de Santa Elena, pero esta vez había pillado de sorpresa a los sirvientes. El jefe de criados bajó su dedo y agachó el rostro, dubitativo.

-S-sí, ilustrísima excelencia ¿cómo sabéis mi nombre?

El barón le cogió de los hombros y se dio una vuelta de baile con él, eufórico.

-¡Porque sois mi chambelán preferido de esta ala del palacio!

-¿En serio señor?- dijo el asombrado jefe de criados, olvidando que quería coartar la libertad de su excelencia para cumplir las normas del decoro de la corte.

-¡Por supuesto! Labor impecable, todo sobrio y preciso ¡y no te dejas amedentrar por los nobles! La etiqueta es lo primero.

El chambelán se separó del noble y se estiró las arrugas del traje visiblemente agradado.

-Pues sí, señor, el decoro ante todo...¡gracias, señor!- exclamó perturbadamente feliz por el reconocimiento inesperado.

El barón sonrió al chambelán y siguió andando dirección al exterior. Cuando llegó al final del pasillo en forma de "L" alzó un dedo y la voz:

-¡Por cierto, si viene algún criado a hacer mi habitación y no respondo, que no entre. Ya les daré la orden!

El chambelán seguía embelesado por el cumplido y por el estúpido hecho de que un noble supiera su nombre.

-¡Por supuesto, señor!

Cuando el barón salió corriendo, nadie pudo percibir que sobre su sonrisa una lágrima caía como el telón de un teatro, sabiéndose finalizada la función. Un dedo se lanzó presto a borrar cualquier signo de tristeza y volvió al papel que todos adoraban que hiciera: el del ingenioso y alegre barón de Castilla.

Rápidamente llegó al jardín botánico de la prometida del Rey, Layla Al Shalam, una princesa del Imperio de la Media Luna que había aceptado abrazar la fe vaticana en una política matrimonial arriesgada.

Aunque la boda real no estaba confirmada y el Vaticano (sobre todo la Inquisición) aún tenían que decir mucho de todo esto, el Rey Sandoval había prestado su jardín botánico a la princesa árabe, la cual había hecho resurgir los verdes parques en un gran jardín florecido de plantas exóticas que ella misma cuidaba.


Trotando entre las fuentes y corrillos de cortesanas pertrechadas de abanicos y parasoles, Alonso alcanzó la zona del parque que estaba buscando, no sin antes saltar torpemente un seto, con las consecuentes risas de las cortesanas.

El joven e ingenioso barón sabía exactamente que buscaba. Y sabía que este era el único jardín en el que encontraría unas flores tan raras.

Margaritas azules.

Cuando las encontró se dio cuenta de que no había traído nada para cortarlas. Se dispuso a arrancarlas con sus propias manos cuando una sombra cubrió su propósito. Lentamente, el barón se dio la vuelta.

La princesa Layla se encontraba de pie, empuñando con gruesos guantes una cuchilla para cortar tallos, vestida con un modesto vestido blanco y sombrero de fieltro para el sol. Alonso la miró con resignación, mientras sus manos seguían en su propósito. Igualmente arrancó las flores bajo la atenta mirada de la princesa. El tallo le había quedado horrible al usar las manos, pero ya no había marcha atrás.

-Debe ser importante la persona por la que te estás jugando la vida, joven. ¿Sabes que el rey castiga a cualquiera que arranca las hermosas flores de mi jardín?

-Lo sé, alteza- respondió el barón con ganas de marcharse.

-¿Lo sabéis?- preguntó curiosamente extrañada.

-Sí.

-¿Y no os importa que esté prohibido?

-No, señora- sonrió-. Eso solo alienta a los enamorados a hacer estupideces.

La princesa reaccionó ante la respuesta con una sonrisa.

-Supongo que el hecho de estar prohibido prueba la gallardía de los amantes. Dejadme que os haga un buen ramo, joven.

Layla dispersó a sus boticarias y floristas y se centró personalmente en los deseos del joven cortesano.

-¿Por qué margaritas azules?- preguntó extrañada, mientras hacía el ramo.

-Es...una larga historia- respondió el barón recordando viejas hazañas.

-Son raras las margaritas azules para pretender a alguien. Hay muchas flores más hermosas y menos vulgares para ese cometido.

-No pretendo nada, alteza.

Layla paró un segundo como si se le detuviera el corazón. La posible futura reina gozaba de una sanísima empatía, hasta el punto de que sentía el corazón de los demás.

Y el del barón estaba detenido.

-Oh...se trata un "adiós".

Alonso la miró, su segunda lágrima caía en lo que iba de mañana y su larga tristeza no permitió ni que el sol secara su silencioso llanto.

-Alteza...espero que se trate de un "hasta luego".

La lunar se esforzó en hacer un buen ramo. Colocó un centro de rosas azules coronadas por pequeñas margaritas del mismo color. Justo en el centro de todo, coronaba todo el ramo unas frágiles ramitas de laurel.

Finalmente, Layla tendió el ramo al joven noble.

-El centro de rosas azules hablan más de que buscas tranquilizar a esa persona a sentirse tranquila en momentos de nerviosismo; tienen un efecto de confianza y tranquilidad. Las margaritas azules...

-Dicen que creo en ella.

La princesa sonrió.

-Y el laurel...

-Que nunca cambiaré- sollozó por un segundo para recuperarse rápidamente.

La princesa asintió con masticada admiración.

-Exacto.

-Gracias alteza- dijo para despedirse y salir corriendo.

Alonso volvió con las flores por todo el Alcázar, siendo sigiloso y cruzando pasillos cuando eran desalojados. A pesar de su pinta, la discreción fue su bandera.

Finalmente volvió a la habitación. Marina seguía durmiendo...había sido una noche de apasionada confianza y de ternura. Debía estar agotada de tantas emociones, sobre todo porque eran de esas a la que no estaba acostumbrada.

Avanzó lentamente por la mullida alfombra del hogar. Puso en reposo las flores sobre la mesita de noche en el lado que Marina descansaba. No estaba decidido a soltarlas aún.

¿Se iba...o no se iba?

Se agachó para ponerse a la altura de la cama y mirar su rostro dormitar, mientras acariciaba su frente. Maldijo el hecho de que estuviera dormida porque se le negaba el hecho de bañarse en su mirada. Solo pudo soñar con esos ojos aceitunados que no volvería a ver en mucho tiempo.

-No nos permiten casarnos y no podemos andar por ahí como si lo estuviéramos. La Iglesia, los nobles, mis semejantes, mi familia...no nos dejarían andar libremente sin dejar de entorpecernos y juzgarnos por demostrar lo que sentimos en esta sociedad tan rancia, hipócrita y segmentada. Tampoco puedo pedirte que te fugues conmigo...ya sabes que el precio sería no volver a casa y que la fuga de los amantes está castigada por ley- rió silenciosamente echando todo el aire de sus pulmones mientras jugaba con los rizos de la espadachina-. ¡Oh Theus! ¡Como si eso te hubiera importado alguna vez! Maldita loca- sus labios besaron la pequeña y orgullosa cicatriz que tenía la espadachina arañando su pómulo-. No, todo eso no importa...lo único que te detiene a venirte a destrozar nuestra vida juntos es que quieres protegerme. Ayudarme a no tirar mi vida por la borda, ¿verdad? Aunque yo quisiera tú no me dejarías y viceversa. Venimos de dos mundos destinados a tocarse durante unos segundos, como un eclipse. Todo este drama porque somos incapaces de pedirnos mutuamente destruir nuestras vidas. Separarnos de nuestra gente y nuestras familias. Irónicamente no podemos pedírnoslo... porque nos amamos. Es increíble cómo el amor hace coexistir la valentía y cobardía en un mismo corazón.

No se arriesgaría a darle un último beso, vaya que la despertara. Soltó las flores, dejando el ramo azulado yaciente al lado de Marina. Lo bueno de Marina es que sentía que podía besarla de mil maneras sin necesidad de rozar sus labios.

Y ese ramo era uno de sus mejores besos.

El joven barón se vistió adecuadamente con su levita de terciopelo verde y su corbatín beis. Su camisa quedó perfectamente abotonada y sus calzones planchados. Salió sin hacer ruido, al contrario de cómo entró en su vida.

Atravesó a golpe de bastón todo el Alcázar, dispuesto a salir de la Corte. Los cortesanos, nobles, sirvientes y mecenas comentaban el paso de su presencia. Los cuchicheos anónimos eran claramente audibles entre la enorme multitud gracias al gobernante silencio de las antecámaras.

-Ahí va Don Lara...-decían los corrillos.

"¡Don Lara era mi padre!" gritó rabioso la mente de Alonso mientras cruzaba el pasillo impasible.

-El ingenioso barón de Santa Elena le llaman, por su lucidez y su mente avispada...

-Es tan apuesto y es tan animado...

-Un excelente jinete, sin duda...quizás el rey quiera tenerlo en la corte...

-Aunque es un joven un tanto alocado y con tendencia a desaparecer en el misterio. Inestable, cuanto menos.

-Las universidades están desperdiciando un gran talento como él...podríamos proponerle algo...

-Dicen que hace poco estuvo en una tripulación de piratas y que estuvo explorando islas Syrneth para su majestad...No sé si es estúpido o un genio...

-Que no os engañe ese flacucho con sangre extranjera, todos sabemos que sus intereses no van para con la patria...-replicaba un patriota

-Además de los rumores de que es un espía de Montaigne. Ya saben los rumores de esas cartas con ese infame espía que se hace llamar Julius. Caballeros, cuando el río suena...-acusó un teniente de infantería.

-¿Quién será la mujer digna de su reputación? ¿Creen que gusta de la compañía de alguien? ¿Quién será la afortunada? - suspiraban las damas.

-¿Afortunada? Todos saben que el barón está más que arruinado - respondió un intendente del tesoro real.

-Pero tiene tierras...

-Nada prósperas querida. Si la familia Lara encuentra una pretendienta para el señorito no será una cualquiera, eso desde luego. Será alguien merecedora de su título- aclaró un erudito.

-Hay rumores de que está con una campesina suya, que ahora es soldado del rey- añadía una vieja alcahueta.

-Marina Oliván se llama. Una aventurera intrépida, dicen. Cuentan que tiene el favor del Rey y de su valido Don Andrés Bejarano de Aldana- decía admirado un joven guardia.

-Intrépida puede. Temeraria si se atreve a descarrilar al joven barón de los deberes de su familia- apuntaba un marqués.

-¿Un noble intimando con una campesina?¿Es que ya no se tiene respeto por la sangre azul? Bueno, puede que el barón quisiera tomarla como una furcia...¿pero como una esposa ante los ojos de Theus? ¡Inaceptable!- protestaba un obispo.

-Corren rumores de que los Lara no aceptarían nunca ese enlace...

-Por razones obvias, se convertirían en unos parias sociales ¡qué desfachatez!

-Sí, pero aparten dicen que ella se ganó la enemistad de los Lara. Les agravió y frustró una importante intriga con los Orsini en la villa de Santa Elena para hacerse con la herencia de Gregorio Lara, que concluiría con la boda del barón con la hija de éste último...

-¡Lo de aquél pueblo fue un auténtico circo!- decían

-Malditas intrigas, cada vez más complicadas...uno ya es viejo y no puede seguirlas.

-Pues si fuera verdad sería tan romántico- suspiraron unas damas de honor.

-Mujeres- rieron los gentilhombres.

Alonso siguió caminando con una encantadora sonrisa en los labios. Pronto había cruzado la plaza principal y salido del Alcázar real.

Allí estaban esperándole seis espadachines vodaccios, de vestimenta oscura y capas sombrías como sus miradas. Venían del país de los gatos negros, pero sus aceros pertenecían a los Lara, su familia. Desde la muerte de su padre, Umberto Lara era su tutor y guía, así lo había establecido su padre. Al menos no podían forzarle a casarse, no después de que Marina Oliván descubriera a los Lara manipulando el testamento del padre de Alonso para obligarle a casarse con Alicia Orsini.

-Ahí está el barón- dijo el cabecilla a los otros, que se pusieron prestos los sombreros para interceptarle y que no se escapara-. Tenemos la misión de separar al muchacho de su amante y vigilar que vuelva a casa con sus deberes. Nada de tonterías.

-¿Para ese esmirriado muchacho han contratado seis de los nuestros? ¡Menudo estúpido!- rió el más gallardo de todos.

-¡Déjate de tonterías, pazzo! Es Marina, la espadachina, la que es peligrosa, recuerda lo que le pasó a Fausto.

Todos asintieron, centrados. El cabecilla de los espadachines se acercó presto avisando a los demás, que echaron manos a las guardamanos de los estoques. El cabecilla cruzó rápido la carretera de adoquines y se desguantó una mano.


-¡Signore!-dijo el cabecilla alzando una mano, atrayendo la atención del barón.

El joven y los espdachines se encontraron. Los vodaccios tendieron una carta sellada.

-Esta carta indica que estamos autorizados por su tutor y por su familia para escoltarle de vuelta al hogar.

El barón miró el sello, aunque no le hacía falta. Sin duda era cierto, Umberto le había amenazado con mandarle espadachines hace mucho tiempo si no se separaba de su mayor enemiga...la que era su amada.

Estaba claro que lo suyo no podía funcionar, no mientras él fuera un Lara. Alonso guardó la carta con la cabeza gacha.

-Caballeros, agradezco vuestro interés, pero creo que puedo ir solo hasta el hogar.

El guante del vodaccio se lanzó como una centella hasta su cara.
-Me temo señor, que su tío y tutor Don Umberto Lara tiene un contrato con el gremio de espadachines...si quiere que incumplamos nuestro trato para con él no me queda más remedio que batirnos con vos, mi señor. ¿O debo entender que intentáis volver a escaparos y que ella tiene algo que ver, otra vez, con vuestra rebeldía? En ese caso estamos autorizados para romper cualquier lazo que os retenga aquí...signore. No sé si me comprende.

El rostro de Alonso volvió al frente, dolorido a la par que humillado y con las lágrimas asomando a los ojos. Una contradictoria sonrisa se le dibujaba en la cara.

-Lo he entendido perfectamente, caballeros. Sean tan amables de acompañarme con mi familia. Seguro que están deseando volver a verme

Subieron a un carruaje, para ir dirección al muelle, donde un navío les esperaba para entrar en la mar. Dentro de la carlinga, Alonso sacó una tímida margarita azul del interior de su casaca y la olió con ensueño.

Marina, creo en ti y en que todo saldrá bien. De alguna manera a tu lado todo siempre acaba con final feliz. El problema es que siempre te sacrificas por el bien de los demás, pero esta vez, conseguiré que los dos seamos felices. Tarde o temprano, ya verás. Cree en mí, porque yo nunca cambiaré.


Y yo siempre he creído en nosotros.


Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...