lunes, 25 de diciembre de 2017

Descenso a los Infiernos

El Buen Rey Sandoval descendió a las entrañas más inferiores del Santísima Trinidad. Las campanas que anunciaban el incendio de la cubierta superior comenzaron a sonar lejanas. Las llamas fueron sustituidas por lenguas de frío, sudor agua salada. El que había sido el orgullo de la Armada de Castilla estaba plagado de hemorragias internas de donde manaba la mar salada. Las espléndidas botas de batalla del Rey chapotearon conteniendo el agua hasta por encima de sus rodillas, mientras que el peto de batalla le impedía respirar. 

Los marineros se apartaban a trabajar prestamente, mientras otros miraron sin ninguna discreción la figura ensangrentada del rey. Esperaban por Theus que fuera sangre de sus enemigos y no sangre real.

El rey miraba cómo los marineros se increpaban los unos a los otros, a veces con insultos llenos de urgencia La agobiante perspectiva de que no pudieran salvar el gran galeón de la armada les ponía bajo una gran presión. No era para menos:  la Batalla de los Tormentos había concluido y pasaría sin duda a los libros de historia, así que debían quedar lo mejor posible.


Al menos de momento, Lyon se había retirado, pero la Armada de Castilla había quedado tan diezmada que no podrían ni formar una guarnición local.


El resultado estaba en tablas. De momento.


Lo que aún estaba por decidir era cómo iba a quedar la figura del Rey de Castilla en la historia que se avecinaba.


-Majestad, será mejor que os lo traiga hasta aquí y que me esperéis- susurró servicial Dorante de los Reyes, el Capitán de la Guardia de Sandoval.



El Rey levantó su enguantada mano manchada de sangre. Dorante sabía lo que eso significaba.


-Como queráis. Seguidme pues.

Dorante y el Rey se abrieron camino a través del agua, madera, astillas y restos de navío. Avanzaban lento a causa de la inundación, pero no les quedaba mucho tiempo.


Llegaron hasta la puerta pesada, que tres guardias de Sandoval tuvieron que empujar debido a la presión de la inundación.


Entre las sombras chapoteaba desesperadamente con las piernas un hombre de capa negra y ropajes rojos. Sus brazos estaban encadenados fuertemente a una barra del techo y gemía dolorosamente por los esfuerzos de escapar.


-Su majestad el Buen Rey Sandoval- anunció Dorante al prisionero.


El rictus de Marcus se contrajo y sus ojos se clavaron en los recién llegados. El aire se le escapó de su pecho y las piernas se relajaron hasta el fondo de las frías aguas.


-Majestad...qué alegría que la batalla haya cesado y estéis aquí. Sin duda es una buena nueva que terminará con el anuncio de vuestra victoria en...

  
-Silencio- siseó el Rey.


Su labio inferior temblaba. Lo había hecho siempre durante mucho tiempo. Un gesto que Aldana siempre le había metido en mente corregir. El conde siempre le había advertido de que sus expresiones le delataban, sobre todo ante sus enemigos. Le pasaba siempre que no sabía obtener una decisión por sí solo y se encontraba perdido en el laberinto de las decisiones.
  



¿Cuál sería la decisión correcta?

 No.

¿Cuál sería la mejor para su país?



El Rey se mordió el labio inferior. No volvió a temblar, pero apretó hasta que sangró.



-Escucha villano. La batalla ha terminado, y de esta conversación dependerá el destino de vuestra miserable vida.



Marcus miró a Dorante, que abrió los ojos ante las palabras del Rey, y pensó que iba en serio. El hombre que estaba frente a él no parecía el niño del que les había hablado el Sumo Inquisidor antes de su suicidio.
  


-Como toda la Inquisición, pertenezco al Ministerio del Terror. Estoy a vuestra disposición.

-Vas a contarme todo lo que sepas de Lucius, Marina y Leandro. Y esta vez, no te vas a dejar nada.


Marcus suspiró gravemente. Eso le llevaría demasiado y el barco seguía hundiéndose.

  
-Majestad, pertenezco a la guardia personal de Lucius Varela, el anterior Sumo Inquisidor.
  

-Que cayó en desgracia por conspirar contra mi. No es un buen comienzo para vos.


-...sí. Lucius llevaba tiempo obsesionado con un asunto sobre un Éxodo hacia los mares del oeste que no nos quería revelar, ya que su paranoia persecutoria se hizo patente en el último mes de su vida. Sabía que había que dejar Théah en algún momento, sabía que se acercaban tiempos difíciles y que debía encontrar a los elegidos. Pero...dejó de confiar en nosotros.



-¿Por qué?



-Lucius Varela comenzó a coquetear con el conocimiento de artefactos syrneth y otros saberes prohibidos que ninguno de nosotros permitiría. Por eso les legó  el conocimiento a Marina y Leandro. Yo solo quería evitar que cayeran en sus manos. Os oculté el suicidio de Varela, pero la situación debía ser tratada por la Inquisición con sumo cuidado para protegernos a todos de esos conocimientos y artefactos peligrosos...

-A ver si lo he entendido. Dices que ocultaste a tu Reino información muy peligrosa sobre artefactos Syrneth que incumbían a Varela y que pueden ser clave de la destrucción o salvación en el mundo. Y resulta, que tu plan ha sido dárselo a Marina y a Leandro.


-Veréis, Majestad, solo ellos podían desvelar los secretos de Varela.


-O sea, que para evitar que cayeran en sus manos...se las entregasteis en mano precisamente a ellos.

  
-Majestad...



-Si de verdad queríais acabar con esos conocimientos, no les hubiérais dado la clave de la supremacía de Théah a una de mis espadas más temerarias e imprudentes y a uno de mis enemigos jurados más peligrosos. Simplemente, los habríais destruido.



Marcus miraba sus cadenas y apretó su expresión intentando encontrar un hilo entre el ovillo que acaba de formar con sus argumentos.


-No...


-Así que, parece ser, perteneces a esa facción de Varela que atentó contra mi cargo alejándome del trono y creando el caos en mi reino. Con lo cual, parece ser, que solo queréis obtener la información para sacar poder para la Inquisición. Habéis conspirado y habéis puesto en peligro a la corona de Castilla atrayendo enemigos visibles como Leandro e invisibles como el legado perdido de los Syrneth, naturales como esa Atabean Trading Company y antinaturales como ese Autómata. Habéis atraído de forma irresponsable el mal a los mares del sur ¿Tenéis argumentos para defenderos?


-Majestad...yo...no...Marina...no es tan peligrosa...no podía saber que las cosas se iban a poner tan peligrosas



-¡Habéis puesto el destino de las naciones en manos a Marina Oliván! ¡La mujer que con menos de 20 hombres robó el Santísima Trinidad y lo condujo a una batalla en nuestras costas! ¡La que oculta sus artefactos en las sombras! ¡La que es amiga de todos y de nadie!  ¡La temeraria que se jugó mi vida y la de mi esposa a un disparo! ¡La enmascarada cuyas lealtades se balancean entre los suyos y los bucaneros, piratas y maleantes! ¡La que se entregó voluntariamente a la Chateu du Soleil en las Revueltas de Charouse con tal de destruir al lobo desde dentro! ¡La guardiana de Leandro que ha acabado por ser la llave de su liberación!



-Sí, majestad...


-Le has dado una información que podría DESTRUIRNOS a todos, que podría cambiar la hegemonía de poderes de las potencias de Théah o incluso destruirnos a la persona más temeraria e incontrolable que conozco. ¡Nos jugamos a cara o cruz el destino de todos!

  
 -Pero ella...siempre ha sido vuestra espada, majestad. Aun en las sombras...la Inquisición bien lo puede confirmar.

  
-¿Es que no escuchas? No dudo de sus buenas intenciones. Dudo de sus métodos. De sus lealtades. De que cometa un error...es cosa de probabilidad de que algún día le saldrán mal las cosas. Y esta vez se está jugando el todo por el todo. Y si no está con Castilla en esto...es un peligro para ella.


 El Rey volvió a morder su labio. Estaba demasiado excitado.


 -Liberad a este hombre.



Marcus respiró aliviado y soltó una leve carcajada fatigada. Dorante le desencadenó apresuradamente, ya que el nivel del agua subía implacablemente.


 -Majestad, le honra esta decisión. Es cierto que...

  

-Llevad a este hombre a la prisión del Morro. Su previsión, cadena perpetua con vista a condena de muerte. Cómplice de conspiración con Lucius Varela, ocultación de información relevante para la seguridad de la Corona, contacto con Traidores de la Nación, introducción de esto en tierras de Castilla y conspiración.
  

-¿Qué? ¡Majestad! ¡Majestad...! ¡Yo! ¡Yo no tuve nada que ver con los movimientos de Varela! ¡Yo...! ¡Yo...!
  


-¿Sí?



Marcus tragó saliva dejándose apresar por Dorante.



-Yo no soy un traidor. Pero como Guardián de la Fe, mi misión es anteponer la obra de Dios. Yo sirvo a Theus.

   
El Rey masculló cerca de su rostro, salpicandole la sangre real de sus labios heridos en la cara.

   
-Pues entonces te llevaré con él, para que goce de tu lealtad, ya que parece que a tu rey no se la profesas.

  
Dorante arrastró por el agua a Marcus mientras gritaba dolorido.
  

-¡No! ¡No! ¡Vos sois el Buen Rey Sandoval! ¡No he hecho nada malo! ¡La información la tiene Marina Oliván! ¡Es vuestra amiga! ¡Le di la información a una amiga del Rey! ¡No tendríais nada que temer!







Dago, uno de los fajines escarlatas de la guardia personal del Rey, había permanecido fuera, después de haber ayudado a abrir la puerta al Rey. Observó como el rey salía con los puños apretados por la ira, pero en sus ojos leía el miedo de una alimaña acorralada.



-Que custodien a este hombre hasta la prisión de El Morro- le ordenó el Rey.




Dago asintió, pero se aventuró a preguntar:



-Majestad, ¿no es posible encontrarle un indulto? ¿No hay nada que pueda hacer?



El Rey le miró de forma helada. El vientre oscuro del Santísima Trinidad descendía cada vez más hacia el oscuro océano. El Rey pensaba a la velocidad que le permitía su estado. Cuando uno desciende a los infiernos solo existe el bien y el mal, pero las cenizas ciegan los ojos del atormentado. Bajo el cuchillo vería quién sangra blanco y quién negro. Ya estaba bien de ser el títere de todos.


-Solo hay una manera en la que puede salvarse. Solo hay una salvación para Castilla. Solo hay que empezar a actuar.



Y esta vez no habrá medias tintas.


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Febrero de 1672. El Buen Rey Sandoval tras la Batalla de los Tormentos y antes de declarar a Marina en búsqueda y captura como peligro para la Nación.

sábado, 22 de julio de 2017

Contra mis demonios

Hay pesadillas que se fortalecen con la luz del sol. Son esas a las que más debemos temer; las que siguen ahí cuando despertamos. Las que tienen nombre propio.

“Gerard, no imaginas lo fuerte que eres, que has sido”.

El Capitán Reis es tu pesadilla, sin duda. No importa si la has atacado desde lejos y evitando su mirada, eso no te hace más cobarde. Lo más duro es estar dispuesto a encontrarse con ella.

Lo más duro y lo más valiente.

Confieso que por un momento creí en que Gerard aceptaría marchar contra el Bandera Carmesí. Allí estaba su primo y teníamos que sacarle de ese lugar. Pero los muertos, los muertos de verdad, no vuelven. Y para Gerard, no había nadie a quien salvar.

Confieso también que me entristeció e incluso decepcionó. Pero no fui más que estúpida.

¿Quién querría revivir un pasado del que se huye y sentirlo de nuevo sobre la piel? Es imposible dar por ganada la causa cuando sabes que vas al infierno. A tu infierno.

Ahora no puedo hacer más que dar las gracias. Finalmente lo hizo.

No todos habrían podido.

Mi pesadilla no se llama Reis. Tampoco es un temido pirata sanguinario del que nadie puede escapar, ni porta una guadaña capaz de segar tu destino antes de que te hayas dado cuenta.

Mi pesadilla llevaba maquillaje, corona y largos mantos con bordados de oro. Y con el gran poder que recorre su sangre, llegó a ser el centro del mundo.

Ha pasado mucho tiempo, las cosas han cambiado y sé que nada volverá a ser como antes. Aquellos días no van a volver.

Ahora mi pesadilla no puede hacerme nada; ya no es más que un viejo decrépito… pero sigue quedando el miedo.

Su recuerdo me acribilla el alma.

A veces siento sus manos en mi espalda, su cuchillo en mis faldas o sus grilletes en mis pies. Siento la presión de agradar, de corresponder. Revivo la impotencia, las ganas de sacar la espada y las de poder decir “basta”.

Y solo quiero huir. Quiero huir de sus chantajes y de su descontrol.

Quiero huir de su recuerdo al filo de destruir mi voluntad.

Sí, por primera vez, mi voluntad se torció hasta casi romperse. Supongo que ahora es cuando acude la pregunta que en ocasiones me han hecho: “Pero Marina, ¿es voluntad o cabezonería?” Y admito que a veces no distingo la línea que las separa, pero sé que es lo único que tengo y que nunca me falla, ¿qué me queda si ella también se desvanece?

Y el Destino insiste, insiste e insiste. Se ha dado cuenta de que temo perderla. Casi lo consigue una vez y no piensa rendirse conmigo: está dispuesto a quebrarme por todas partes.

¡Pues escúchame, maldita sea, y dime qué quieres! ¿Qué es, que recuerde que hay cosas contra las que no puedo? ¿Demostrarme que no siempre voy a tener alternativa? ¿Que sepa que no soy invencible y que tengo debilidades? Eso ya lo sé. Pero también sé que estás desesperado. Estás cansado de que siempre huya de las cartas que pones sobre la mesa y de que invente una para agujerear tu asquerosa telaraña.

Eso sí, reconozco que cada vez te las ingenias mejor para tratar de quitarme del medio. Esta vez no iba a ser menos y has apuntado bien alto.

Se me acaba el tiempo. No hay forma de combatir el veneno que se expande dentro de mí. Me muero. Sin embargo, me das una esperanza y la depositas irónicamente en aquel que me atemoriza.

Tan sólo tengo una vía de escape.

Mi vida por la suya.




Demasiado fácil.

Venga, reconoce tú también tu parte, que te ha faltado señalarme el camino y llevarme de la mano. Lo siento, pero no soy tan estúpida. ¿Creías que iba a caer en eso? Sé que no destaco precisamente por mi ingenio, pero cualquiera sabría que mi mejor opción es aceptar ese intercambio. Es evidente que aprecio más mi vida que la suya.

Pero tú y yo sabemos que no es sólo eso lo que está en juego.

Volveré a barajar, a probar suerte. El tiempo corre, se precipita al vacío cada vez más rápido, pero exprimiré un poco más sus minutos. Mis músculos se bloquean, mi vista se nubla y multiplica. Me duele la vida porque va ganándome la muerte… Pero te demostraré que sí que tengo alternativa. Y de hecho, tengo dos.

Puedo torcer esa sonrisa tan fea que tienes o puedo torcerte la cara.

No, no será fácil. Tampoco trato de fingir que no me afecta, reconozco el miedo que tengo a paralizarme, a que se suicide el segundero dejándome a medias. No puedo acabar así. Ni de esta forma… ni por él.

Dije que quería huir del recuerdo y eso es precisamente lo que voy a hacer.
Huiré hacia delante una vez más.

“Gerard, tú me has demostrado que se puede, que las pesadillas también se enfrentan… aunque sea de lejos y evitando su mirada”.

Si es cabezonería o voluntad, no puedo estar segura.

Pero correré hacia mi propio Capitán Reis. Nos salvaré a los dos.

El Destino sabrá que aún tengo cartas que inventar.
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Pensamientos de Marina Oliván tras rescatar al Empereur en su aventura en la Cueva de la Desesperanza, refugio del Capitán Reis en Ávalon. Enero 1672. Ávalon.


Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^

jueves, 22 de junio de 2017

La hora del dolor (III)

¡Disparo, disparo, disparo y disparo! ¡Já!

Chequeo y...como siempre, ningún agujerito en el torso. Como era de esperar, no me han dado.

Estos lyonenses no aprenderán nunca, ¿verdad?

Tengo ganas de gritarles quién demonios les enseña a disparar, pero bueno, veeeeenga, todo sea por la puesta en escena.

¿Por qué no? El teatro siempre es divertido. ¡Vive dios que la pólvora montaignense escuece los putos ojos!

Venga, salta a la reja de esa ventana. Aprovecha que el humo sube para camuflarte. Y...bien, ahí está. Madre mía, ¿todavía tengo agujetas?

Se acercan con miedo. Jajaja, madre mía, qué lentitud. El sargento habla en perfecto montaignense

-Buscad el cuerpo e informad a Florian...venga, id a buscarlo. Voy a informar a Florian de que el espía ha muerto.

-Sargento- al cabo le tiembla la voz, casi me da pena-, mejor será que se quede nosotros para confirmarlo...ya sabe lo que dicen...

El sargento le guantea la cara al cabo. A ver si ahora se van a pelear entre ellos y me quitan la diversión.

-Está muerto ¿vale? ¡Muerto! - el sargento tiene miedo- No ha podido sobrevivir a esa salva de disparos- muuucho miedo-. No voy a quedarme aquí por vuestras supersticiones-está a punto de orinarse en los calzones-. Y ahora...si me disculpáis...

-Sargento, no es simple superstición. Cualquier guarnición de la Reina del Mar sabe que ese que llaman Mala Hierba...- mi nombre se le atraganta como pasto rancio- Mala Hierba...

Bah, qué diablos. Me lo están dejando en bandeja. Cojo aire y preparo voz de barítono. Por Theus que la pólvora montaignense apesta.

-Nunca muere.

Mi voz ha atravesado el aire a través del humo y puedo sentir cómo todos cortan su respiración. Ha quedado genial, como siempre.

Mis bombas de humo caen desde el cielo cortando la visión de cualquier salida. Los soldados comienzan a gritar, que si recargad, que si no da tiempo, que si mejor calad las bayonetas, que si mejor usad las espadas...en fin, el típico tiempo que pierden para que yo les pueda inutilizar.

¡Salto!

Arrebato sobre el primero, adiós hombro. Medio tajo para el segundo, adiós pantalones, adiós dignidad lyonense. Ese está recargando, pues mandoble en la muñeca, suelta ese fusil. El sargento saca una pistola, así que le mando un cuchillo desde cinco metros. Su cara se deforma de dolor, creo que ha captado el mensaje.

-Sargento, ¿no le han dicho que las armas son peligrosas? Podía haberse hecho daño.

El sargento me mira, sudoroso. Su mostacho tiembla de miedo. Se cree que lo voy a matar.

-¡Maldito hijo de...!

Mi puño en su cara. Como un rayo. ¿Por qué se tienen que meter con mis padres?

Me santiguo.

Qué vida. Mi corazón ni siquiera se ha acelerado un poco. Nada. Nada. Creo que me estoy haciendo viejo, o me estoy estancando. La emoción se me va por los poros.

El humo se dispersa. Veo la fachada del palacio y los ventanales de la cúpula abiertos para mi a docenas de metros. Trepo hasta allí y me cuelo en el palacio.

A lo mejor Florian me da la emoción que necesito.

Está en el salón, con sus espejitos. Bien, pónmelo difícil. Si consigo encontrar pruebas irrefutables de que la invasión de Lyon en Fendes fue solo culpa de Florian sin que me detecten, cinco puntos. Si me detectan, dos puntos. Si no lo consigo...

Qué tontería, eso no pasará.

Voy saltando las vigas de la cúpula como un gato negro mientras Floria habla con alguien como una cotorra. Me dejo caer por unas enormes cortinas hacia abajo como una araña. Ningún ruido sale de mi boca, apenas respiro. Mis pulmones están llenos y voy dosificando la expulsión del aire hacia fuera. El sigilo es importante. Me giro sobre mi mismo y me enrollo en la tela pesada de la cortina, quedando oculto tras ella. El suelo me recibe y vuelvo a tomar aire. Ahora escucha...y no respires. Demasiado cerca.

-No. No quiero que os arriesguéis demasiado. Creo que a Leandro le queda poco de su potencial. No, no le enviéis nada a ese pedazo de roca. Si lo tienen aprisionado habrá inquisidores con él y no me voy a arriesgar a mandar ningún espejo para un hombre que ha perdido todo su potencial. Con Fianna entre rejas y Villanova muerto Leandro ya  no me sirve de nada, solo es un estorbo. Rosalva sí que me sigue interesando, tenía potencial...mucho más potencial que Leandro. Lástima que Marina hundiera su barco y la hayan encerrado en dios sabe dónde.

Pues nada, tacho al tal Leandro como posible enemigo, parece ser que a Florian no le interesa ya. Subrayo Rosalva en letras grandes y Villanova sigue tachado. Y bueno, de lo de Marina mejor me callo. Menuda putada, desterrada a Montaigne después de sacrificarse por nosotros.

Un segundo personaje habla.

-A propósito de vuestra enemiga, Marina Oliván, monsieur.

-¡Por todas las cosas! ¿Qué ha hecho ahora? No irás a decirme que está en la Reina del Mar.

-No, monsieur. Son buenas noticias...

¿Buenas? ¿Si son buenas para Florian, son malas para Marina?


-Parece ser que el navío donde ella era trasladada a su destierro a naufragado, posiblemente por nuestra artillería, pero no está confirmado.

-¿Naufragado? ¿Y bien?

-Monsieur. Me alegra anunciarle que Marina Oliván ha muerto.


Pum. De pronto todas las balas que esquivé en el callejón me atraviesan. El dolor del fusilamiento hace que me falte el aire y necesite respirar dolorosamente.

Mi contención se ha perdido.

¿Que Marina Oliván ha muerto?

-¿Qué ha sido eso?

-Parece que hay alguien escondido tras la cortina.

-¡Guardias! ¡Guardias!

Me han pillado. Salgo de la cortina e intento trepar para escapar de allí. Las fuerzas me fallan. Los dedos no me sirven. ¿Cómo que ha muerto? ¿Por lyonenses? Parece poco probable que ataquen a un buque castellano estando en guerra con Montaigne.

Varela, esto es cosa tuya.

El cuerpo  me falla igual que me está fallando mi país. Como la Inquisición tenga algo que ver con todo esto...

Un montón de dudas me asaltan. Parece improbable que un naufragio la mate. Es una muerte perra, sin sentido, carente de honor. De pronto nada tiene sentido. ¿Uno puede morirse en cualquier momento? ¿Sin más? De la manera más injusta y sin poder defenderse.

La muerte de pronto se me torna cercana. Burlona. Al final, ella siempre gana pero a todos deberían dejarnos al menos decidir cómo perder.

Sigo trepando pero no avanzo tan rápido como quisiera.

-¡Fuego!

Un tiro me da en el costado. Los guardias están abriendo fuego. Desde arriba mosqueteros rasgan la cortina.

Por Theus...

De pronto esto ya no es divertido.

Caigo de dolor. La caía destroza las losas y mi hombro. Veo las botas de Florian acercarse desde el suelo.

-Vaya, vaya, vaya. El famoso espía de negro.

Va con un estilete. Puede matarme fácilmente, pero solo puedo pensar en Marina y en el vacío de esa muerte.

¿Pero ha muerto realmente?

Intento escuchar mi corazón...está latiendo. Siempre había deseado notarlo latir.

Pero ahora va a toda velocidad, bombeando miedo, inseguridad. Va tan rápido que tartamudea. No puedo escucharlo.

Tanto tiempo deseando emociones y ahora las tengo. Si esto es emoción ya no lo deseo.


Lo único que ahora me queda de ella es esa cicatriz de Florian en el labio...


Florian se acerca a mi. Se está mirando en el reflejo del cuchillo vanidoso.

-Voy a empezar a pensar que todo se está poniendo de mi parte. Leandro ya no me sirve, Marina muere y ahora me entregan en bandeja al hombre de negro...

De ti solo me queda esa cicatriz...


Un regalo tuyo, Marina.


Tu no lo sabes, pero me estás salvando la vida.


En el último segundo lanzo mi puño hacia su cicatriz.

Florian se da cuenta de que voy hacia la brecha de su labio. Ya no sonríe, reaviva todos sus miedos al ver que me aproximo hacia la peor herida que han podido hacerle.

El arañazo en su perfecto plan.

Florian se aleja estilete en mano, ya no se siente seguro de sí mismo.

-¡Guardias! ¡Matadlo vosotros!

Esos segundos de incertidumbre me dejan saltar por la ventana, acribillado a disparos.

Caigo.

Caigo.

Ahora solo puedo caer.

¿Pero hasta cuando?

Los mosqueteros me atraviesan un hombro y me rajo con los cristales. Doce metros más abajo mi pierna se hace añicos contra una barandilla y caigo al río.

Floto. Envuelto en agua y sangre.

Esos cabrones me siguen disparando, pero la corriente me lleva.


Por un segundo pienso en dejarme llevar por la corriente. Dejarme desmayar y asfixiar en la inconsciencia se me antoja terriblemente fácil.


Por el amor de Theus...


Va a ser muy difícil fingir esta muerte.




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Rodrigo Salvador, al enterarse de la muerte de Marina Oliván. Junio de 1671, la Reina del Mar, Ducado de Zepeda, Reino de Castilla.

domingo, 21 de mayo de 2017

El trono de la vanidad

Florian Rousseau du Toille caminaba con dignidad fingida por el pasillo marmóleo. El paso en punta y la cabeza altiva no era suficiente para ocultar que se sentía vulnerable. Su regia mano sobre el bastón tenía la perfecta tensión y rigidez a la par que suavidad, pero no dejaba de llorar una sangre oscura que consumía todo lo que para él era hermoso.
El jubón de satén azul regio de bordes dorados había sido destruido desde la cadera hasta el hombro por el rabioso sable de su antiguo aliado: Leandro Vázquez de Gallegos.

Pero lo que más dañado había salido de todo ese asunto era su mente. La confusión de la presencia de Marina y Leandro le turbaba.

A su alrededor el palacio del Gobernador de Barcino también era puro caos. Criados y asistentes atendían a la nobleza terrateniente y la guardia lyonense se preparaba para proteger a los suyos en espera de un nuevo posible ataque. Los mosquetes se preparaban y los alabarderos corrían en todas direcciones llevando a sus aposentos a todos los residentes del palacio por si hubiera otro ataque a los dirigentes de la nueva Nación.

Una figura de aspecto mercenario, ropas pardas y sombrero de ala ancha, se unió al séquito de Florian y cruzó sus ojos azules con el prefecto. Introdujo sus manos enguantadas dentro de su enorme capa marrón, donde quitó el seguro a presumibles armas de fuego, pero Florian negó con la cabeza.

-No habrá próximo ataque. Sin embargo, trae el espejo.

-Oui, monsieur- respondió escuetamente la mercenaria bajo el ala de su sombrero.

Florian entró en una sala octogonal llena de espejos que miraban todos al centro de la sala. Estaban todos formados para formar un laberinto en el que se multiplicaban las figuras y las imágenes hasta el infinito. De esa manera, el laberinto era mucho más caótico y aturdiría la percepción de cualquiera que quisiera acceder hasta sus aposentos.

Cualquiera que no fuera Florian.

Sin embargo el prefecto no recorrió su propio laberinto, sino que se introdujo directamente en el reflejo de uno de ellos...y salió por el reflejo de otro espejo ya al otro lado. El resto de criados y senescales no lo siguió y huyeron de la sala con un respeto que rozaba el miedo. Cerraron la puerta educadamente, por supuesto.

La mercenaria llegó hasta el centro del laberinto a pie, donde ya Florian la esperaba sentado en un butacón de terciopelo a juego con la ropa que llevaría ese día. El sombrero de ala ancha voló dejando ver un cráneo brillante y rapado, mientras sacaba de su bolsa una aguja, hilo, e instrumentos de cirujano.

Florian conservaba la etiqueta sobre la butaca, espalda bien pegada al respaldo, piernas en paralelo...pero su pecho seguía brotando sangre. Ambos se miraron y éste último asintió. La aguja atravesó el pecho y las manos de Florian se volvieron blancas de dolor. El labio tembló y sintió deseo de mordérselo, pero no quería arriesgarse a dejar una marca nueva. Así pues, decidió lanzar su otra mano se lanzó a la pechera de su cirujana. Ésta fue más rápida y la interceptó con su brazo enguantado y enfrentaron sus fuerzas. Se sostuvieron la mirada durante el forcejeo durante segundos. Los labios de Florian temblaba, hasta que al final cayó en lo que no deseaba: mordió el labio con ansia, donde pronto comenzó a brotar una sangre brillante. Tardó un rato en relajar la mordida, para poder mandar.

-Olvídate de la herida. Trae el espejo.

La mercenaria salió del centro del laberinto y se perdió.

-¿Dónde se ha visto cosa igual? Louis, ¿a qué estás jugando? ¿Por qué me mandas a tus perros? ¿O es que tú eres el perro de Marina Oliván...

"¿Marina?

¿Qué sentido tiene tu presencia aquí? Cierto que no es Espada de Castilla, pero su presencia con Leandro...¿Y mandada por Louis?

Luois ¿Me mandas a una guerrillera castellana que ha sido tu enemiga desde que esta guerra comenzó? Y lo más extraño, ¿De la mano de Leandro?

Leandro...tu querías matar al general igual que yo. Tú querías encargarte de Marina cuando iniciamos nuestro plan original con Villanova. No entiendo nada. ¿Por qué los enemigos de Marina aparentemente se alían con ella? ¿Por qué Louis?

Marina...¿has tenido el coraje de decirle a tu peor enemigo que mataste a su querida madre y has conseguido que él no solo quiera matarte, sino que venís juntos?

Hay cosas que ni siquiera el poder de los espejos me pueden hacer comprender. ¿Qué clase de broma es esta? ¿Quién es esta bruja que consigue lo imposible? ¿Qué cambió?

Sin duda Marina podría tener razones para ir contra Lyon o puede que tenga razones ahora para ir contra Castilla, no puedo verlo. Pero Leandro....sabe que he sido yo el que ha llevado a su madre a su destino final. No se explica de otra manera su ataque. Marina lo sabe seguro, y se lo ha contado a Leandro. Todo esto es ya un misterio que no cabe en mi cabeza, pero hay cosas peores como... ¿Luois? ¿Qué pinta Louis en todo esto?

Marina...¿tienes idea de a qué estás jugando?"

La mercenaria había colocado un espejo oculto por una lona y se había acercado a él con una bandeja de plata.

-Le he traído de paso su cataplasma, monsieur. Esta vez le han puesto extracto de limón, creen que con esto conseguirán de alguna manera hacer desaparecer la marca...

Florian lanzó su brazo, tirando los frascos de ungüentos por todas partes.

-¡Mentirosos! ¡Charlatanes! Eso es lo que son- Florian se observó la cicatriz del labio en la bandeja de plata- Es imposible borrar esta marca, ya lo sé. Imposible de corregir. Imposible de ocultar.

Florian se tomó un largo rato para recuperar algo de autoestima. Pero ahora mismo los espejos no eran sus amigos...Necesitaba otra cosa.

-Necesito actuar ya, necesito saber cómo van los planes...




Un ataque de tos accedió por su pecho. Levantó con dignidad la mano y la mercenaria tiró la lona abajo, revelando un espejo sencillo y cuadrado.

-Muéstrame.

El espejo reveló una mesa de caoba negra, arañada por todos sus frentes. En primer plano una calavera de la que brotaba de su cráneo un cirio rojo, unos papeles con buena caligrafía y la enorme mano de un hombre de casaca roja, que jugaba a tamborilear la mesa de forma paciente con sus cinco dedos anillados de rubíes y zafiros. Su rostro se encontraba fuera del plano.
Sus uñas estaban sucias de sangre seca y dejaron de tamborilear de pronto como si hubiera percibido que le observaban. Todo lo que hizo fue señalar lentamente con los dedos de su otra mano el rubí que poseía su anular.

Florian respiró hondo tras ver la señal, pero se derrumbó el dolor al sentir que se le abría el pecho. Volvió a recuperar la postura mientras observaba su sonrisa multiplicada hasta el infinito por la docena de espejos que apuntaban hacia él y se reflejaban los unos a otros su belleza.

-Excelente. Lo tenemos...

Sin haberlo escuchado, el hombre de al otro lado del espejo alargó su manaza hasta el espejo y lo tumbó delicadamente dando por concluido su mensaje y dando a entender que el hechicero no tenía nada más que ver.

El reflejo se tornó negro por un segundo y luego reflejó la realidad: a un Florian entronado sobre su vanidad pero descosido por sus recién llegados enemigos.

La mercenaria se acercó paciente con la aguja y los instrumentos de cirugía. Florian miró con desagrado la cicatriz de su labio y el corte del pecho.

Sus manos apretaron el trono hasta tornarse blancas. Los brazos se tensaron bajo el ceñido jubón de satén y los hombros le subían y bajaban junto con un oleaje de miedo y rabia.

-Yo no le quiero engañar, monsieur. No creo que consigamos eliminar del todo la cicatriz de su labio. Quizás deba enfrentarse a ello de otra manera- dijo la mercenaria dejando sus armas en una mesa aparte para centrarse a sanar al prefecto.

-¿Y ha de dejar esta cicatriz también una marca en mi espíritu?

-¿Monsieur?

-Esta vez no podrán detener lo que viene. No podrán detenerme.

La mano de la mercenaria fue directa a continuar su trabajo, ya que se había quedado la aguja colgando de la blanca piel del prefecto. La mano de Florian la detuvo.

-Dejadme inconsciente. El gritar es una cosa demasiado vulgar y no quiero darle esa imagen a nadie. Sin embargo, os advierto: ni se os ocurra dejarme una marca nueva.

-Así lo haré.

-La única manera de borrar el peso de una cicatriz es destruir la mano que la originó. Así sea pues.

Y tras esto su visión se tornó negra, pero su voluntad se tornó clara y brillante.

Como la superficie de un espejo que reflejaría su hermosa imagen hasta el infinito.

Y Marina Oliván no tendría más remedio que admirarla desde el fango.

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Florian Rousseau du Toille- prefecto montaignense de la Reina del Mar- tras sobrevivir al ataque de Leandro Vázquez de Gallegos por venganza de la muerte de su madre y tras la sospechosa aparición de Marina Oliván con las credenciales del ejército del General Louis Dupont. Palacio del Gobernador de Barcino. Ducado de Torres. Estado de Lyon (Castilla ocupada). 

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...