sábado, 22 de julio de 2017

Contra mis demonios

Hay pesadillas que se fortalecen con la luz del sol. Son esas a las que más debemos temer; las que siguen ahí cuando despertamos. Las que tienen nombre propio.

“Gerard, no imaginas lo fuerte que eres, que has sido”.

El Capitán Reis es tu pesadilla, sin duda. No importa si la has atacado desde lejos y evitando su mirada, eso no te hace más cobarde. Lo más duro es estar dispuesto a encontrarse con ella.

Lo más duro y lo más valiente.

Confieso que por un momento creí en que Gerard aceptaría marchar contra el Bandera Carmesí. Allí estaba su primo y teníamos que sacarle de ese lugar. Pero los muertos, los muertos de verdad, no vuelven. Y para Gerard, no había nadie a quien salvar.

Confieso también que me entristeció e incluso decepcionó. Pero no fui más que estúpida.

¿Quién querría revivir un pasado del que se huye y sentirlo de nuevo sobre la piel? Es imposible dar por ganada la causa cuando sabes que vas al infierno. A tu infierno.

Ahora no puedo hacer más que dar las gracias. Finalmente lo hizo.

No todos habrían podido.

Mi pesadilla no se llama Reis. Tampoco es un temido pirata sanguinario del que nadie puede escapar, ni porta una guadaña capaz de segar tu destino antes de que te hayas dado cuenta.

Mi pesadilla llevaba maquillaje, corona y largos mantos con bordados de oro. Y con el gran poder que recorre su sangre, llegó a ser el centro del mundo.

Ha pasado mucho tiempo, las cosas han cambiado y sé que nada volverá a ser como antes. Aquellos días no van a volver.

Ahora mi pesadilla no puede hacerme nada; ya no es más que un viejo decrépito… pero sigue quedando el miedo.

Su recuerdo me acribilla el alma.

A veces siento sus manos en mi espalda, su cuchillo en mis faldas o sus grilletes en mis pies. Siento la presión de agradar, de corresponder. Revivo la impotencia, las ganas de sacar la espada y las de poder decir “basta”.

Y solo quiero huir. Quiero huir de sus chantajes y de su descontrol.

Quiero huir de su recuerdo al filo de destruir mi voluntad.

Sí, por primera vez, mi voluntad se torció hasta casi romperse. Supongo que ahora es cuando acude la pregunta que en ocasiones me han hecho: “Pero Marina, ¿es voluntad o cabezonería?” Y admito que a veces no distingo la línea que las separa, pero sé que es lo único que tengo y que nunca me falla, ¿qué me queda si ella también se desvanece?

Y el Destino insiste, insiste e insiste. Se ha dado cuenta de que temo perderla. Casi lo consigue una vez y no piensa rendirse conmigo: está dispuesto a quebrarme por todas partes.

¡Pues escúchame, maldita sea, y dime qué quieres! ¿Qué es, que recuerde que hay cosas contra las que no puedo? ¿Demostrarme que no siempre voy a tener alternativa? ¿Que sepa que no soy invencible y que tengo debilidades? Eso ya lo sé. Pero también sé que estás desesperado. Estás cansado de que siempre huya de las cartas que pones sobre la mesa y de que invente una para agujerear tu asquerosa telaraña.

Eso sí, reconozco que cada vez te las ingenias mejor para tratar de quitarme del medio. Esta vez no iba a ser menos y has apuntado bien alto.

Se me acaba el tiempo. No hay forma de combatir el veneno que se expande dentro de mí. Me muero. Sin embargo, me das una esperanza y la depositas irónicamente en aquel que me atemoriza.

Tan sólo tengo una vía de escape.

Mi vida por la suya.




Demasiado fácil.

Venga, reconoce tú también tu parte, que te ha faltado señalarme el camino y llevarme de la mano. Lo siento, pero no soy tan estúpida. ¿Creías que iba a caer en eso? Sé que no destaco precisamente por mi ingenio, pero cualquiera sabría que mi mejor opción es aceptar ese intercambio. Es evidente que aprecio más mi vida que la suya.

Pero tú y yo sabemos que no es sólo eso lo que está en juego.

Volveré a barajar, a probar suerte. El tiempo corre, se precipita al vacío cada vez más rápido, pero exprimiré un poco más sus minutos. Mis músculos se bloquean, mi vista se nubla y multiplica. Me duele la vida porque va ganándome la muerte… Pero te demostraré que sí que tengo alternativa. Y de hecho, tengo dos.

Puedo torcer esa sonrisa tan fea que tienes o puedo torcerte la cara.

No, no será fácil. Tampoco trato de fingir que no me afecta, reconozco el miedo que tengo a paralizarme, a que se suicide el segundero dejándome a medias. No puedo acabar así. Ni de esta forma… ni por él.

Dije que quería huir del recuerdo y eso es precisamente lo que voy a hacer.
Huiré hacia delante una vez más.

“Gerard, tú me has demostrado que se puede, que las pesadillas también se enfrentan… aunque sea de lejos y evitando su mirada”.

Si es cabezonería o voluntad, no puedo estar segura.

Pero correré hacia mi propio Capitán Reis. Nos salvaré a los dos.

El Destino sabrá que aún tengo cartas que inventar.
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Pensamientos de Marina Oliván tras rescatar al Empereur en su aventura en la Cueva de la Desesperanza, refugio del Capitán Reis en Ávalon. Enero 1672. Ávalon.


Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^

1 comentario:

  1. Vos me habéis enseñado, Capitana, que no deben ser nuestros miedos los que nos definan. Y tampoco nos define cómo nos enfrentamos a ellos y si logramos destruirlos o no. Los dos sabemos que las pesadillas no se destruyen...vos comprendéis lo que yo sé. El miedo es un demonio que nos acompañará siempre y del que debemos hacernos su amigo, comprenderlo...y a prender a convivir con él.

    Antes pensaría en deber, en qué haríais vos o que debería actuar como si estuvierais observándome.

    Ser valiente es ilógico. Es normal tener miedo en la vida. Es lo que le haría volar a cualquiera para no ser herido. Pero hay que luchar.

    No se le gana la guerra al miedo. Pero se le gana la batalla día a día.

    Porque si no, no habrá vida, solo miedo.

    Es el fondo de una botella cuyo trago hemos compartido. Eso está bien.

    Por una vez, no he bebido solo.

    Estoy con vos hasta el final, mi Capitana.

    -Gerard Leblanc-

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