Cierro
los ojos. Estoy tumbada sobre un montón de paja, tranquila. No es raro; es la
hora de la siesta y, aunque ya falta poco para que caiga la tarde, todavía queda
tiempo para dormir un rato. Aun así, siento que hoy será diferente: para
empezar, la profunda respiración de Cintia al dormir se escucha lejos, un piso
más arriba de este granero, y para seguir, él está tumbado a mi lado.
Entorno un poco los ojos y echo un vistazo de reojo al lugar. Alrededor no hay
mucho que ver, solo montones de paja y, si te fijas bien, un par de…¿cómo lo
diría? Trozos de tela elaborada, hecha con la vejiga de algún animal.
Asqueroso, lo sé. No entraré en más detalles sobre la utilidad de esas
dos…cosas. Miro arriba y, sobre nosotros dos,
hay una viga caída de madera que antaño formaba parte del techo y que,
ahora, además de bloquear la puerta principal, hace las veces de “cueva
improvisada”. Lo cierto es que me traía muchos recuerdos; después de todo fui
yo quien la echó abajo hace ya casi dos años (aunque accidentalmente, debo
decir). Y ahora, ¿quién iba a decir que, después de todo lo que ha pasado, iba
a estar tumbada junto a la misma persona a la que le tiré esa viga en la cabeza
por querer huir de una patética proposición de matrimonio? Lo sé, casi parece
un chiste.
Me pierdo en mis pensamientos y empiezo a recordar de ahí en adelante: el
momento en el que mi, hasta entonces, malvado tío, Harold, se llevó a mis
padres, mi huída de la Villa de Santa Elena y la breve permanencia en el
cuartel del sargento Félix Marangio. El día en que supe las verdaderas
intenciones de esa frustrada encerrona en el granero; fue también cuando a
Ventisca pasó a ser mi gran compañero de aventuras y conocí la leyenda sobre
los caballos del Imperio de la Media Luna. También se cruzan por mi mente las
revueltas de Santiago y las largas charlas tras las barricadas... En ese momento me viene a la cabeza cuando estuvieron a punto de ahorcar a Alonso por
ser un castellano sin papeles en una ciudad pseudomontaignere. Sonrío y le miro.
“No tenéis remedio”.
Justo entonces me doy cuenta de que él también me mira, no sé desde hace cuánto
tiempo. Aparto la vista rápidamente; qué vergüenza.
- Se supone que íbamos a intentar dormir – me dice.
- Aham…¿y qué? – pregunto sin atreverme aún a mirarle.
- Pues que ni tú ni yo estamos cerrando los ojos.
- Ah, vale pues…cerraré los ojos –respondo sin saber muy bien cómo voy a conseguir
conciliar el sueño. Hoy es uno de esos días en los que echo la vista hacia
atrás y me pregunto si todo habrá, por fin, terminado.
Y entonces vuelven esas fugaces reminiscencias: me encuentro todavía en
Santiago, en el momento en el que irrumpimos con los caballos en la iglesia de
la ciudad para impedir la boda entre Jeannette y el Marqués. También hablo con mi
padre antes de morir, él siembra en mí su última voluntad y, de pronto, siento
que algo pesa aún en mi corazón. Recuerdo el barco vodacciano maldito, la isla
de los quebrantahuesos, las olimpiadas piratas de la Bucca, la entrega del falso
mapa a Rivera para confundir al NOM, el viaje a San Cristóbal en busca de mi
madre y de cómo conocí allí a parte de mi familia, las celdas de la
inquisición, el Vagabundo… Los constantes reencuentros y duelos a medias con mi
tío Harold y la persecución por el puente que me llevó a conocer a Christiano.
La estancia en Ciudad Vaticana y la investigación de los cardenales, la
conspiración contra el rey de Castilla en su cumpleaños y cómo Rivera consiguió
salvarse de la muerte o de la condena de seguir muriendo mientras vivía. La
llegada de Necrón, el Segador, y el secuestro y rescate de Valia junto a los
siete señores de la piratería, la aventura en la Reina del Mar junto a Fernando
y Mala Hierba. La gran batalla de San Teodoro y sus caídos, que nunca caerán en
el olvido; ese beso que cambió mi vida…
Siento entonces una extraña sensación que ya conozco y que a la vez no comprendo,
y no sé si se trata del estómago, la cabeza o el corazón, pero me está
volviendo loca.
Entorno los ojos y miro a Alonso casi subrepticiamente. Para mi sorpresa, sus
ojos se encuentran de nuevo con los míos.
“¿Se puede saber qué demonios hace? ¿En qué piensa? ¿Es que tiene algo que
decir o algo así?”
- Esto…creía que ibais a intentar dormir.
Alonso vacila un poco.
-Sí…sí.
Nos miramos de nuevo y volvemos a apartar la vista al encontrarnos. ¿Qué
estamos haciendo? Empiezo a pensar que no es vergüenza, sino estupidez. No sé
qué pasa…ni qué me pasa.
- ¿No podéis dormir o qué?
- No…sí, estoy bien.
- Entonces no os hagáis el dormido. Decidme – Insisto - ¿Alonso?
- ¿Quéee? Estoy intentando dormir…
- Sí, ahora, ¿no? – hago una pequeña pausa. Sé que soy muy pesada así que,
finalmente, me rindo. Quizá realmente no ocurra nada – Está bien, está bien…os
dejaré tranquilo.
Finjo acomodarme y cerrar los ojos y suelto una carcajada al ver que Alonso no
descansa y, si lo intenta, no puede. ¿En qué narices estará pensando? Lo mato.
- Sois un mentiroso – le suelto de pronto.
- ¿Eh? Me habéis despertado – responde haciéndose el amodorrado.
Esta vez mantengo la mirada, aunque él no lo haga. Sonrío. A mí no me toma el
pelo de esa forma:
- Eso no os lo creéis ni vos mismo. ¿Qué os pasa?
- Nada, no me pasa nada – hace una breve pausa para darse cuenta de que sigo a
la espera de una respuesta más convincente- Así no puedo dormir, me estáis
poniendo nervioso.
- ¿Ah sí? ¿Os pongo nervioso si os miro? – Mi tono se torna burlesco. “Si así
consigo sacarlo de sus casillas, que así sea”.
Pero él comienza a jugar a lo mismo que yo. Esto no me gusta.
- ¡Ay, dejad de mirarme! –exclamo.
- ¿Por qué?
- Pues porque…me pongo nerviosa – giro la cabeza y miro hacia arriba con una
expresión enfadada, aunque realmente no lo estoy. Se acabó la gracia: “Está
bien, Alonso, vos ganáis”.
Vuelvo a no ver nada excepto esas imágenes, que pasan cada vez más rápido por
mi cabeza:
La aventura en la Atlántida, la isla hundida, y la llegada al 7º Mar, con la
vuelta de Harold a quien realmente era; el misterio de la bestia de Ussura y
las extrañas costumbres de las gentes de allí, la búsqueda de Alonso a causa de
su gran estupidez y cómo acabamos en un bote a la deriva…Esa sensación extraña.
Recuerdo la vuelta a casa, y de nuevo, el fuego. Los rosacruces y la
destrucción de los inventos de Giuseppe, las profecías de Eltanin y la
misteriosa muerte del Papa; la marcha de Alonso y la llegada de Julius y
Domingo Villaverde. El bosque de Fendes, la llegada a Mountaigne y el
reencuentro con dos viejos amigos, el baile de máscaras en la Château du Soleil
y las lágrimas en una de las peores noches de mi vida. La costosa entrega del Grial
en Ávalon, el intento de frustrar y conocer los planes del NOM y cómo todo se
desmoronó en Eisen luchando junto a los más allegados. Les agradezco tanto que
estuviesen allí…
Finalmente, me encuentro de nuevo en casa, pero no hay descanso. Una desaparición,
un falso testamento y un matrimonio por arruinar; una fiesta de disfraces, un
juicio…y una siesta en este granero abandonado, donde todo comenzó.
Sé que todo ha acabado, pero siento que aun así no voy a poder tranquilizarme.
Hace ya varias noches que no lo consigo… Siempre queda algún cabo por atar y no
puedo evitar pensar en ello. No puedo evitar pensar en que…
De pronto, mis pensamientos se interrumpen cuando algo roza mi mano
tímidamente. Siento un pequeño respingo y mi ceño se frunce de forma muy leve.
No me hace falta mirar para saber que son sus dedos los que se abren paso, casi
con miedo, entre los míos. Me encuentro bien.
“Es como si pudiese saber lo que se me pasa por la cabeza, como si supiese que
hay algo que no me deja dormir.”
Despacio, entreabro los dedos mínimamente, intentando no mostrar mi timidez, y nuestras
manos comienzan a acoplarse, a encajar. Finalmente, se entrelazan. Silencio.
“ Ya pasó todo, Marina, todo está bien” oigo en mis pensamientos. Realmente
necesitaba escucharlo, aunque nadie lo haya pronunciado.
Ladeo entonces la cabeza, que miraba aún hacia el techo de la pequeña cueva, y
me apoyo sobre su hombro.
- Bueno, no ha sido tan difícil – dice Alonso, casi con un susurro.
Respiro profundamente y sonrío. No suelto su mano; él la mía tampoco.
- Cállate.
“Cállate, porque ya pasó todo... Es hora de dormir.”
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Pensamientos de Marina Oliván en el granero abandonado de su Villa después de dos años y algo de aventuras. Escrito por Aleera/Sara, mi jugadora de 7º Mar.
Las aventuras de Marina Oliván. Espadachina. Pirata. Temeraria. Indomable. Libre.
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Ahora sabes cual es el precio de ser un héroe, Marina. Es el precio que pagamos todos por cumplir con el que consideramos nuestro deber, actuamos y plantamos cara siempre a la injusticia y no esperamos nada a cambio. El mejor premio que vas a encontrar son los amigos, el auténtico tesoro. Aprovéchalo, regocijate con su presencia y descansa en sus pequeñas alegrías. Es la única manera de afilarte antes de volver a la acción.
ResponderEliminarPorque los villanos siempre vuelven.
-Thomas Owen-
No puedes estar eternamente salvando a la gente Marina. Reconozco que este es tu momento, pero algún día tendrás que pasar el relevo, y entonces podrás descansar de verdad.
ResponderEliminarLo que no te dicen es que quien ha sido héroe odia tener que descansar. Lo bueno es que siempre hay gente como tú que recoge el testigo...aunque me pese en el alma.
-Beatriz Oliván-
Venga ya, Marina. ¿Me estás diciendo que ya te estas cansando de las aventuras? ¿Dos años seguidos de emociones y aventuras y necesitas descansar un poco? A ver si te estás haciendo vieja demasiado deprisa ¡Si esto no acaba más que empezar!
ResponderEliminarVolveremos.
-Rodrigo Salvador-
¡JOJOJOJO! Pequeñaja, la semilla de la aventura ha aflorado en ti. ¿Ya no te imaginas una vida sin acción, verdad? ¡Pues venga!¡Estoy deseando que vuelvas a la acción a lo grande! ¡Como los viejos tiempos! Haciendo estallar polvorines, santabárbaras de barcos y jodiendo al invasor.
ResponderEliminarNecesito a la única rival que hace que me mantenga en forma.
-Capitán Barceló-
Algún día, dentro de mucho tiempo, quizás no quede nada de ese granero vuestro, quizás ni siquiera siga con vida quien os coge de la mano, quienes tantas aventuras han compartido con vos. Pero no importa, no importa en absoluto porque por mucho que pase el tiempo hay recuerdos que se siembran en el corazón, echan raíces y permanecen ahí para siempre.
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