martes, 17 de junio de 2014

Telaraña de destinos

A veces se preguntaba si Dios sentía lo mismo cada vez que tomaba una decisión sobre el destino de los hombres.

La bruja encendió extasiada una cerilla y con ella dio a luz el último de los cirios burdeos. Colocados de forma armónica por toda la sala circular, las luces de las velas parecían una moribunda representación del cosmos, donde las estrellas solo debían existir para dar sentido a la oscuridad. Las velas rodeaban todo el espacio, algunas en el suelo, otras colgando del techo, formando una galaxia de velas sangrantes que atravesaba la habitación como una telaraña. Encendida la última constelación de su universo, la mujer extinguió la luz de la cerilla acercando sus labios perfilados de rojo oscuro muy temerariamente al fuego, aspirando con un ronroneo de placer el humo de la luz muerta.

Paola Ulberti anduvo hasta el centro de la sala como una viuda negra trepa al epicentro de su telaraña, escuchando solo cómo su vestido se arrastraba tras ella como un lacayo. La armonía estaba creada y eso la hacía sentir que todo estaba en su sitio. En caso de que no lo estuviera, tendría el poder de cambiarlo.

A su manera.

Finalmente llegó al centro del universo que ella mismo había creado y, como un poder de la naturaleza, se sentó de rodillas derramando el manto de noche de su vestido por los lados. Colocada en el epicentro de luces muertas como un sol negro, apartó el velo de encaje negro de su cara, dejando ver el vanidoso rostro de una mujer que se sabía atractiva. Pelo oscuro y piel clara, de clásica belleza cortesana, el rostro de la condesa venía acompañada de una mirada madura y segura de sí misma. Mirada que seducía a muchos hombres y, a veces, hasta mujeres. Pero no solo por eso se consideraba una diosa.

Lo era porque manipulaba el destino de quienes les rodeaba, siempre y cuando se lo permitieran, claro. Era una guardiana del equilibrio. Ella, como sus hermanas, podía decidir tejer o deshilachar la telaraña del destino, manteniendo las cosas en su lugar, el status quo.

Y eso que todavía solo era una adepta.

Últimamente debía cumplir muchos deseos de sus señores. Pero no le suponía algo indignante, ella como diosa también estaba para servir a sus hombres y favorecer sus destinos.

Arriba, en un piso superior que bordeaba el extremo de la sala como un puente circular en forma de O, un hombre observaba la galaxia de luces y sombras protegido por la oscuridad. Solo su mentón era descubierto por las luces que provenían de abajo, dejando ver cómo se mesaba pacientemente una perilla bien afeitada bajo una sonrisa magna.

La condesa barajó mazo de Sorte, unas cartas alargadas que simbolizaban desde tiempos inmemoriales los arcanos del tarot que contaban las fuerzas y debilidades de los hombres y mujeres de toda Théah. A otro lado, tenía las cartas menores de naipes, que determinaba las conexiones entre las personas. Estaba preparada para desplegar el Gran Relato.

-Vos diréis quién, señor.

Desde abajo y de soslayo, la condesa solo vio los labios del hombre moverse en un susurro, mientras su rostro seguía encapuchado por las sombras.

-Marina Oliván.

Paola miró hacia arriba con una extraña mueca, como si esperara que todo fuera una broma. Tenía la esperanza que con tal distinguida visita pudiera impresionar con su brujería, pero empezaba mal. Ya había dedicado días pasados enteros en indagar en el destino de la aventurera castellana, sobre todo desde que supo que estaba relacionado con los perseguidos Francesco y Juliette. Pero no había encontrado nada y dudaba que fuera encontrarlo ahora. No quería decepcionar, no en este preciso momento y no delante del caballero.

-¿Algún problema?- la voz del hombre se escuchaba grave y las palabras masticadas a través de las sombras.

La pregunta había sido una mera advertencia de cortesía, no una pregunta.

Ella se puso manos a la obra y empezó a desplegar las cartas delante de ella. Conforme iba desarrollando el relato del tarot se fue tejiendo en por toda la sala una telaraña grisácea, que solo para ella tenía sentido. La tejedora estaba formando el destino de todos sus conocidos. El destino de todos estaba más relacionado de los que muchos podían imaginar y gracias al Sorte ella podía vislumbrar cómo todas las hebras de esas personas quedaban conectadas mediante símbolos de unión.

La habitación se estaba plagando de hebras grisáceas, pero donde cualquiera vería simplemente una horrible telaraña ella veía en cada hilo el destino de una persona. Todos esos hilos eran amigos, amantes, superiores y...enemigos. Solo tendría que detectar cuál era la hebra de Marina Oliván en toda la estructura del Destino y de qué manera se ataban entre ellos.

Tendría que tener cuidado, manipular el hilo equivocado podría deshilachar toda una estructura de la realidad. Amantes que deberían casarse romperían su comunicación de pronto, mercaderes y artesanos podrían arruinar sus negocios de forma violenta, las guerras podrían intensificarse o podrían fomentar alianzas que desestabilizaran el equilibrio de poderes en Théah.

Era un poder que debía usarse de forma muy sutil, puesto ella podía elegir qué quería manipular, pero no las consecuencias. La gente común no sabía, por ejemplo, que disminuir temporalmente el romance entre un diplomático ussuro y su amante montaignense podría en última instancia acabar con el reinado del Rey Sol. Un hilo deshilachado puede deshacer toda una prenda y, lo que es peor, cabía muchas posibilidades de que ella fuera descubierta como la autora de tal destino. Debía tener cuidado qué manipulaba o perdería la cabeza.

Sorte tenía un precio. Aunque ella pudiera manipular el destino de ciertas personas, no controlaría las consecuencias. Y la Dama Sorte casi siempre gustaba de burlarse de las brujas que la reclamaban.

De pronto, el pecho de la cortesana casi estalla en el corsé. Su respiración se hizo irregular y se levantó. Había encontrado la hebra. Paseándose entre la telaraña que ocupaba los cielos de la habitación, fue esquivando hebras hasta atravesar casi toda la sala. Conforme rozaba cerca de los hilos del destino, iba viendo las formas fantasmales de sus dueños, tranquilamente en sus quehaceres y siendo inconscientes de que en cualquier momento sus vidas pueden cambiar. A veces veía hilos sueltos, colgando fuera de la estructura de la telaraña. Sentía pánico cuando veía uno de estos, ellos eran los Desenredados, hombres de Vodacce los cuales eran tan sumamente afortunados, puesto que eran incapaces de ser manipulados por las brujas. Por fin, encontró la zona que buscaba, entre esa estrella formada de telarañas se encontraba la hebra del destino de Marina Oliván.

La cortesana se desvistió los brazos, dejando en el suelo los alargados guantes de encaje. Con sus dedos finos fue tanteando los hilos como si tocara un arpa, hasta que pudiera sentir cual de todos era ella. Conforme los rozaba podía ver los destinos de sus cercanos, hasta que la encontró. Allí estaba, una hebra central que daba consistencia a toda una telaraña de la realidad.

-¿Qué queréis que haga?- preguntó la condesa acariciando el destino de Marina.

-Tanteadla. No espero nada más de vos.

Aquello fue una estocada para el orgullo de la condesa. No podía ser bueno que alguien que se consideraba una semidiosa fuera ninguneada de aquella manera. Obedeció pero sintió el repentino impulso de impresionar a su interlocutor, de demostrar cuán diestra podía ser, demostrar que podía ser más de lo que esperaban de ella. Paola empezó a urgar en los destinos que iban unidos a los de Marina Oliván. De forma inmediata a su hebra había pocos, de los cuales sentía fuertemente a Francesco pero ni rastro de Juliette. También sintió la extraña hebra doble de Dayron, el cuál estaba estaba en esos momentos viajando en búsqueda de la Cámara Ambarina. Comenzó a ver cuantas hebras estaban conectadas de forma indirecta  la de la espadachina...había cientos de destinos los que dependían esa hebra.

Se le hizo un nudo en la garganta, pero siguió tanteando mientras reflexionaba. Si había preguntado por Marina Oliván es porque podían considerarla un peligro...y si la consideraba un peligro, podía hacerle abiertamente daño para complacer a su señor. Inspirada por esta idea, volvió a la hebra original, la de Marina. Encontró un hilo especialmente largo y con apariencia robusta. Estaba exhausta, esa hebra era una de las más poderosas que poseía la castellana. La unía con un joven...no podía ser. ¿Pudiera ser que el hilo unía a Marina Oliván con el joven barón Alonso Lara?

Sí...sí...lo sentía.

Era amor.

¿Cómo era posible que no lo hubiera visto antes? ¿Era posible que se hubiera formado recientemente? Había pasado mucho tiempo y jamás hubiera imaginado que Marina fuera tan tonta de caer en tales romanticismos. Aunque en público y ante la sociedad la plebeya y el noble se mantenían alejados e indiferentes...¡La maldita espadachina que tantos planes le había frustrado estaba enamorada! La bruja del destino tuvo que reprimir un gemido de placer ante tan suculento manjar.

-¿Qué veis, bruja?-preguntó paciente el hombre.

Paola ignoró la pregunta y miró palpitar la hebra mientras sacaba una daga curvada ceremonial. Si su señor preguntaba por la espadachina era porque quería apartarla de sus planes. Estaba decidida en contentar a su señor y para darse placer a sí misma después de tantos agravios. Se aseguró de soslayo que su señor estaba mirando y entonces...intentó cortar la hebra con un golpe certero; pero ésta se mantuvo fuerte. Observó la hebra, ya había visto esto otras veces: las hebras de Marina Oliván relucían con un puro resplandor blanco cada vez que se acercaba a ellas. Solo pasaba con personas con un voluntad legendaria, ayudada quizás de algún objeto que potenciaba su fe. Volvió a empuñar la daga con furia, pensando que estaba apuñalando a la mismísima Marina. Una y otra vez, una y otra vez, gritando de rabia, Paola rajaba ese amor, iba a hacer añicos ese romance...ella se vengaría y su señor sabría que no tendría que preocuparse de ella.

La espadachina tendría el corazón tan roto que no se le ocurriría interrumpir sus planes nunca más.

-Deteneos- le advirtió el caballero sin alzar la voz, observando cómo la bruja se tomaba sus libertades y seguía atacando la hebra como una loca.

Pero ya era tarde, la condesa había asestado otro corte lleno de furia a la hebra. El poderoso hilo se cortó para gusto de la bruja, pero no como ella esperaba. Inesperadamente los restos restallaron como se resquebraja una cuerda de violín tensada de forma peligrosa. No lo vio venir y no volvería a verlo nunca más. El extremo de la hebra latigó de forma lacerante su rostro, rajando superficialmente su cara. La condesa, humillada y a la vez triunfadora, escondió instintivamente la herida y cayó de rodillas enjaulada entre los hilos del destino y cirios llorosos con la respiración acelerada.

El hombre negó con la cabeza, defraudado. Justo lo que más temía Paola.

-Estúpida...que tu mal orgullo te lleve al infierno.

Bajó de forma pausada a la sala por una escalera de caracol apartada para encontrarse con ella. Paola se apartó la mano de la cara, viendo que su palma estaba ensangrentada. Aún de rodillas, veía en el suelo los restos deshilachados hilo que acababa de cortar. Comenzó a reír de forma arrítmica mientras la sangre del rostro le surcaba hasta a los labios. Había dejado un gran hueco en la telaraña de su destino.

De pronto, escuchó cómo los extremos que aún permanecían en la telaraña, separados por un enorme hueco, volvían a alzarse de forma fantasmagórica. Los extremos cortados, aún separados en el espacio, se estaban volviendo a tejer de forma tranquila, buscándose el uno al otro, hasta que se encontraron. Los hilos se empezaron a abrazar y a danzar entre ellos, haciendo de los dos hilos un único destino. La hebra destruida volvió a tejerse, formando una más fuerte que la anterior.

-¡Imposible!

Rápidamente, buscó la baraja menor de naipes y la barajó mientras manchaba las cartas de sangre. Entonces, puso delante del hilo destrozado la carta con la mano izquierda mientras con la otra se tapaba el rostro. Vislumbró dolida la carta frente los restos del anterior hilo que había destrozado.

-No puede ser...

Ante ella se encontraba el caballo de copas.

Una carta cortesana.

Aquello no era una conexión cualquiera. Las copas determinaban la Pasión entre dos destinos, pero el caballo era un cortesano de la baraja, lo cuál complicaba más las cosas. Qué tonta había sido.

-¿Qué significa?- dijo el hombre, que se encontraba detrás de ella.

-Hay determinadas hebras que no pueden manipularse, mi señor.

-¿Las copas?

-Determinan la pasión.

-¿Entre?

-Entre ella y el joven castellano que apresó Verdugo en el castillo de Stronghold, Eisen.

-Amor, ¿eh? ¿Y el caballo?

Ella tragó saliva trabajosamente mientras de entre la palma de su mano seguía conteniendo la sangre de su rostro.

-Que ese amor tiene voluntad propia, que la relación es demasiado fuerte como para cortarla. Escapa más allá de los designios de dios, de los hechiceros, de los hombres y de las fuerzas de la naturaleza. Fluye como un río y nada ni nadie excepto ellos podrá extinguirlo. Podrán ser separados por ángeles y por demonios, por jueces o por familiares, por la guerra y durante la paz. Pueden ser obligados a no verse jamás, frustrados y arrebatarles su derecho a verse, pero nadie jamás podrá negar el verdadero amor que sienten el uno por el otro en secreto. Aunque no sean dueños de sus destinos son dueños de su amor, trasciende cualquier brujería y cualquier circunstancia. Son señores de sus sentimientos y allí no hay rey, ni patria ni iglesia que gobierne. El que lo intente...que espere ser derrotado por dos almas libres que han decidido luchar por su destino.

Giovanni Villanova alargó una mano enguantada de negro y apartó la mano de la condesa. Descubrió el rostro de Paola. Un enorme corte le recorría desde la frente hasta el pómulo, pasando por su ojo izquierdo. Había perdido el color oscuro de su ojo y ahora se encontraba invadido por una película blanca. Entonces ella, llorando sangre por su mejilla, descubrió que su ojo estaba ciego.

Así que no vio venir el revés de Villanova. Con toda la fuerza que podía reunir el hombre, la mejilla de la cortesana fue besada por los nudillos de su mano anillada. Ella no pudo ver el golpe y cayó arrojando los cirios que se encontraban cerca.

Giovanni Villanova se arrodilló junto a ella y apresó su mandíbula con su huesuda mano enguantada y le obligó a que lo mirara.

-No volverás a desobedecerme.

El Príncipe Mercader salió de la sala y Constanzio di Rossi, que se había mantenido al margen todo el rato, le abrió las puertas y le alcanzó la capa de herreruelo.

-¿Puedo preguntaros algo, mi señor?

-Adelante.

-¿Por qué no la habéis matado?

-Porque aún ignorando mis instrucciones me ha sido útil. Y no me deshago de alguien que me es útil.

-¿Os preocupa la castellana?

-No, pero no debemos cegarnos por la soberbia como la condesa. Ningún enemigo debe ser infravalorado, eso es cosa de montaignenses. Ese fue el fallo de mi antiguos...socios.

-Entiendo. Pero, signore ¿por qué, teniendo a una de las brujas más poderosas de toda Vodacce como esposa ha venido vos a consultar a la condesa Ulberti?

Villanova sonrió enigmático.

-No he dicho que Paola me haya sido útil por descubrir que la señorita Oliván está enamorada. Eso me es indiferente. Quería comprobar...otra cosa.

Constancio se despidió del Príncipe Mercader y mantuvo la compostura hasta el final. Pero en cuanto las puertas de la mansión de la condesa se cerraron, salió corriendo escaleras arriba al auxilio de Paola.

Seguía en el suelo entre los cirios, llorando de rabia y humillación, mientras contenía la sangre de la herida.

Constancio se deshizo de el tahalí dejando caer su estoque y sus dagas para arrojarse para arropar a la condesa.

-Mi signora...

-¡Aparta!- rugió ella intentando mantenerse en la oscuridad.

Al ver que él no se alejaba empezó a golpearlo pero Constanzio la redujo tranquilamente, tomó su mentón y le obligó que ella lo mirara. Observó el ojo ciego y las lágrimas de sangre que surcaba su rostro. Besó su mejilla.

-Signora, yo...

"Os amo igual", pero no pudo articular palabra, ella le ladró angustiada.

-¡Dejadme sola!

-Como queráis.

El espadachín recogió su espada y salió de la sala, dejando a la condesa llorar en el suelo. Paola se arrastró y recogió los restos de los hilos del amor que había intentado romper entre Marina y Alonso. Los guardaría, al fin y al cabo, eran retales de sus destinos y de algo servirían. Observó de nuevo que la hebra que hace un rato había cortado se había recompuesto y estaba más sana que nunca.

De pronto, sintió una hebra extraña, otra que no tenía nada que ver. Una hebra que le resultaba familiar.

Presta, comenzó a echar las cartas, a relatar e interpretar. Aquello era extraño, irregular...probablemente peligroso. De pronto, todas las cartas estaban sobre la mesa.

Pero...¿qué significaba aquello?

Sin duda su señor querría averiguarlo.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...