viernes, 10 de abril de 2015

Laberinto de traiciones

La callejuela estaba desierta. Los pocos habitantes gatunos que habitaban los deshechos salieron despavoridos en cuanto un pesado cuerpo cayó al suelo de forma dolorida. Eustache besó el suelo y acto seguido vomitó un poco de sangre. Viendo que la vista le fallaba, el guardia estiró un brazo intentando encontrar un adoquín o una piedra con la que defenderse.

Pero lo único que encontró fue la bota de su agresor.

-Vicciano...por favor- susurró Eustache mientras arañaba la bota de cuero del vodaccio.

Vicciano, bajito de estatura pero ancho de hombros, sonrió haciendo bailar el bigote rubio que le caracterizaba.

-Lo siento, Eustache, no tenías que haber hecho enfadar a su Santidad.

-No...no...

La bota de Vicciano se deshizo de la pobre presa de Eustache y le pisó la cabeza contra el asfalto. Teniendo su cerebro entre el duro suelo y la fría bota, Eustache solo podía gimotear. Vicciano visualizaba cómo iba a romperle el cuello y disfrutó del momento recreándolo en su imaginación...antes de dar rienda suelta a su deseo de cumplir la voluntad del Hierofante. Quería hacerlo sin pausa pero sin prisa, deleitándose en los pequeños detalles pero bien. Después de todo Cornelia, su joven maestra observaba al otro lado, recogiendo su cabellera rubia mientras observaba cómo Vicciano ejecutaba el interrogatorio.

Justo cuando iba a hacerlo, una voz tranquila y profunda entró en escena. Un hombre encapuchado con una larga capa de viaje entró en escena y negó con la cabeza al ver tanta sangre derramada.

-Os dije que le hicierais escupir la información, no toda la sangre.

Vicciano y Cornelia se inclinaron ante la figura, pero sin mayor reverencia. Vicciano no dejó de pisar la cabeza del pobre Eustache y éste se limitaba a agitar los brazos para que alguien lo socorriera.

-Tienes suerte, Eustache- le escupió Vicciano al torturado-. Es posible que aún puedas salvar la vida si das la información.

-No...no...¡me mataréis!- jadeó Eustache sintiendo los últimos estertores de sus pulmones- Ninguno de vosotros me da garantías...

-¿Ni siquiera su Santidad?- dijo la figura encapuchada.

Entonces Eustache reconoció la voz del Papa Alexandros III.

-¡Theus! ¡Imposible!

Alexandros (o su nombre anterior, Christiano Ulberti), se arrodilló y apartó delicadamente la bota de Vicciano. Con una mano le mesó el pelo y con la otra le apartaba tiernamente las costras de sangre de los ojos.

-Ya pasó Eustache...ya pasó- consoló el Papa al torturado.

-Su Santidad...yo...-sollozó Eustache.

-Shh...¿cómo puede un hombre de la guardia vaticana como tú sufrir estas penurias?

-Santidad...yo...lo siento.

-Sabemos que has tenido que ver con todo lo ocurrido. Sin tu ayuda no estaríamos en la situación que estamos. Mi gente ha golpeado a muchos como tú hasta dar contigo y encima descubren que estabas planeando tu fuga de Ciudad Vaticana. Como comprenderás, no voy a irme tan fácilmente ¿Qué hiciste, Eustache? ¿Cuál ha sido tu papel en todo este plan?

-No...Santidad...ellos...-miró a Vicciano y a Cornelia-...me matarán.

-A mí puedes contármelo.

-No puedo asumir las consecuencias, santidad. Por Theus que mi pecado es demasiado grande.

-Soy el Papa, Eustache. Puedes contarlo.

Eustache tembló y se relajó. El Papa no le haría daño. Así que, tomando aire entre sus dientes rotos confesó con un hilo de voz:

-Les abrí la entrada al general Dupont y a sus hombres y los conduje hasta el piso superior. Yo mismo fui quien los escoltó hasta la puerta del concilio de paz. ¡Sí, fui yo! Dijeron que sus intenciones era anunciar que estaban en contra de los pactos que se iban a hablar allí...que era algo importante.

-Tú, siendo de mi guardia, sabías precisamente que estaba prohibido que subiera gente no autorizada al concilio. ¿Cuánto te pagaron?

-Santidad, no me pagaron...

Vicciano se acercó y le clavó el talón de su bota en la boca de su estómago.

-Cachéalo- le ordenó el Papa a Vicciano.

En un segundo habían encontrado unos 200 soles en su equipaje.

-Te pagaron, y además en la moneda de Montaigne. Y además ibas a huir y desertar después de traicionar a tu guardia y a tu señor el Papa. Y ahora...me has vuelto a mentir.

-Sí...sí...lo hice...lo siento. Pero, Santidad...yo...no sabía que sería para tanto ¡Me dijeron que el general Dupont solo proclamaría su disconformidad en el concilio y se irían! Cuando escuché la que habían formado, decidí huir...yo pensé que se pasaría rápido, que solo anunciarían sus ideas y ya está...

-Eustache...eso es lo que han hecho. Pero han amenazado a uno de los reyes y ahora has provocado una guerra. Y podía haber sido peor ¿os imaginais que llegan a querer asesinarnos a todos? Una guerra tampoco es algo tan difeerente. Y de todas las guerras estúpidas, esta es la más inútil.

-Pero vos...vos le dejasteis entrar.

-¿Y qué iba a hacer, si vosotros mis guardias les dejáis llegar hasta las puertas del concilio? ¿Crees que puedo dejar a alguien sin voz delante de todos? Debo ser un ejemplo de humildad y fraternidad en un concilio de paz, pero tú no has cumplido con tus obligaciones ¿Quién te pagó para que los dejaras subir? ¿Fue Florian Rousseau du Toille?

-Sí...Santidad.

-Dijiste a los otros guardias que habías escuchado que los montaignenses iban camino al castillo del Morro para llegar a la Castilla ocupada ¿Era verdad o te habían pagado también para cubrir su huida?

-Me pagaron...en realidad van a la Venta de los montes de la Pasiega. Saben que muchos intentarán matarlos antes de que vuelvan a casa. El general Dupont es consciente de que intentarán eliminarlo después de su declaración de guerra e independencia. Siento la traición...mi Hierofante...pero no pensaba que fuera tan...tan...

-Está bien.

Su Santidad le hizo una sangrienta cruz en la frente a Eustache.

-Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.

Eustache empezó a convulsionar de miedo al oír esas palabras. Vicciano se acercó lentamente con sus pesadas botas y empuñando una cruel sonrisa.

-¿Qué? ¡¿Qué vais a hacerme?! ¡No! ¡No! ¡Vos dijisteis...vos dijisteis...!

-Os dije que era el Papa...no un santo.

Vicciano lo estranguló y Eustache sacudió sus piernas en su último suspiro. Su Santidad volvió a echarse la capucha y observó el cuerpo de su ex-guardia.

-Amén.

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Su Santidad subió al carruaje papal y allí se encontró a la contessa Paola Ulberti, una Bruja del Destino que algunos habían visto rondar en la intimidad del Vaticano al Hierofante. Sin embargo, pocos sabían que era su hermanastra.

-Deduzco que tu trampa a Marina Oliván para reiniciar la guerra entre Castilla y Montaigne ha fracasado.

Christiano no la esperaba, pero se acostumbraba a que lo abordara en los momentos más extraños y privados.

-Hola Paola, yo también me alegro de verte. Pues sí, lo lamento. Necesitaremos algo mejor contra Marina. Villanova estará furiosísimo.

-Sí, pero creo que podremos liberarnos de su ira. Christiano, acabo de enterarme de lo del asunto del nuevo reino du Lyon.

-Tranquila, ya me estoy encargando. Sé dónde se encuentra el General Dupont. Acabo de reunir al colegio cardenalicio para ver si podemos atraparlo o...asesinarlo. Por supuesto no constará en ningún acta, pero ten por segura que este asunto de la Guerra Civil de Montaigne se acabará hoy...

-No. Precisamente vengo a hablarte de eso. Como se ha frustrado su plan de volver a reiniciar la Guerra entre Castilla y Montagine, creo que a Villanova le interesaría mucho más el nuevo conflicto. Este Reino de Lyon podría darle...grandes beneficios. Los beneficios que ya no le van a dar la paz entre Castilla y Montaigne.

-¿Hablas en serio?

-Villanova mercadea con tres cosas, querido: desesperación, pobreza y odio.

-¿Has venido solo para eso?

-Creo que es importante, tenemos que servir a nuestro Príncipe lo mejor que podamos.

Christiano hincó las rodillas en el suelo del carruaje y se arrodilló ante el vestido de viuda negra de la joven vodaccia. Tomó su cintura delicadamente e intentó observar sus ojos a través del velo negro de encaje que lucía la joven bruja.

-¿Nunca has sentido la llamada de servir a alguien que no sea a nuestro Príncipe?

Ella le observó desde las alturas. Sus labios carnosos se torcían y sus comisuras temblaban.

-¿Alguien que no sea nuestro Príncipe? No hay nadie más poderoso que Villanova ¿Servir a alguien como quién?

-No lo sé, es cuestión de pensarlo- le comenzó a besar el vientre mientras sus manos arañaban dulcemente los guantes negros de encaje de la bruja. Sus labios treparon hasta morder los lazos de su corset y descansó su cabeza en su pecho.

-¿Acaso me estás sugiriendo que traicione a Villanova?

Christiano besó el blanco cuello de la joven cortesana, sintiendo que su apretado pecho se agitaba. Christiano trepó hasta su rostro y le subió educadamente el velo negro por encima de sus labios, para besárselos con tierna lujuria. Paola cerró los ojos para disfrutar todas las sensaciones de ese momento.

-No. Te sugiero que seáis leal a vos misma- le susurró al oído Christiano.

El carruaje se detuvo y para cuando Paola abrió los ojos, el Papa estaba fuera del carruaje manteniendo la puerta abierta.

-Después de todo, siempre será mejor que perseguir gatos por las calles. Pensadlo.

El carruaje comenzó a avanzar. La contessa Paola Ulberti se quedó fría con una mortaja blanca por piel, sin saber muy bien como hilar la situación.
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Christiano Ulberti llegó a la reunión de emergencia del Colegio Cardenalicio tarde. Cosa que le reprocharon todos. Todos los viejos se encontraban sentados, gritando y maldiciendo al General Dupont y sus malditos caprichos de independencia.

-¿Saben ya sus agentes donde se encuentra el General Dupont?

Su Santidad se sentó en su privilegiado sitio:

-Se encuentra camino a la fortaleza del Morro.

-Tal y como decían los espías. No deberíamos desperdiciar esta oportunidad. Deberíamos asesinarlo cuanto antes.

-¡Sí! ¡Sí! ¡Por el bien del Vaticano!- gritaban los vejestorios

-Ya me he encargado de todo, eminencias- mintió el Papa-. No deben preocuparse por él.

Pero los cardenales gritaban airados entre ellos después del insulto del Concilio de Paz de Ciudad Vaticana. De pronto la sala se convirtió en una orgía de incomunicación. Se organizaban planes, estrategias, políticas de bloqueo, se hacían grupúsculos...de pronto la sala cardenalicia era una colmena.

-Si consigue sobrevivir tenemos que estar preparados para esta crisis.

-Castilla debe ser liberada de la opresión hechicera.

-Montaigne estaba a punto de ser purificada y ahora vienen más guerras.

-¿Qué vamos a hacer?

-¡Esperar, poco más!

-Somos hombres de dios, ¡no militares! Deberíamos tenderles nuestras manos para que vuelvan al redil.

-¡Esta vez las palabras no solucionarán esta crisis!

-Quizás podríamos esperar a noticias...

De pronto se abrió la puerta y entró Domingo Villaverde, un maduro inquisidor cazador de brujas. Se descubrió ante los cardenales y esperó en la sala mirando al Papa. Su Santidad salió y se reunieron en una habitación privada.

-Para usted, Hierofante.

Y tal y como entró, Domingo se fue. El Papa sabía que era mejor no hacer esperar a Domingo, siempre valía la pena dejar lo que estuviera haciendo para ver las nuevas que traía. Observó la caja. Tenía un frasco dentro que reconoció como un perfume del Imperio de la Media Luna. Dentro de ella había una nota. Su expresión se fragmentaba en una confusión cada vez más acuciante.

La nota rezaba:

"Hay lugares que tienen un aroma especial, casi familiar incluso.
A mí este me recordó a vos.
Espero no os moleste esta pequeña entrega y lamento si es así.
Gracias por todo y a pesar de todo. Saldremos de esta, ya veréis
Marina Oliván
PD: Destruid esta nota, será mejor. "

Sonrió y tomó tiernamente la caja y el frasco. Acarició la nota y su caligrafía, como si al tocar las líneas ondulada de sus letra pudiera rozar las curvas del cuerpo de la espadachina castellana.

Él había intentado traicionarla, y a ella solo se le ocurría enviarle un magnífico regalo y a darle esperanzas. Ya no tenía ninguna duda de que aquella mujer era un ángel.

Sin embargo, aún seguía siendo leal a su señor, y su señor la quería inutilizada. Quemó la nota y disfrutó el aroma del perfume oriental deseandole lo mejor a Marina Oliván.

Era una lástima, él no quería tener que traicionar a su gran amiga...pero jamás sería capaz de traicionar a la mano de hierro que le daba de comer porque la familia lo era todo para él.

Pero así era el Gran Juego, un laberinto de traiciones.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...