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sábado, 22 de julio de 2017

Contra mis demonios

Hay pesadillas que se fortalecen con la luz del sol. Son esas a las que más debemos temer; las que siguen ahí cuando despertamos. Las que tienen nombre propio.

“Gerard, no imaginas lo fuerte que eres, que has sido”.

El Capitán Reis es tu pesadilla, sin duda. No importa si la has atacado desde lejos y evitando su mirada, eso no te hace más cobarde. Lo más duro es estar dispuesto a encontrarse con ella.

Lo más duro y lo más valiente.

Confieso que por un momento creí en que Gerard aceptaría marchar contra el Bandera Carmesí. Allí estaba su primo y teníamos que sacarle de ese lugar. Pero los muertos, los muertos de verdad, no vuelven. Y para Gerard, no había nadie a quien salvar.

Confieso también que me entristeció e incluso decepcionó. Pero no fui más que estúpida.

¿Quién querría revivir un pasado del que se huye y sentirlo de nuevo sobre la piel? Es imposible dar por ganada la causa cuando sabes que vas al infierno. A tu infierno.

Ahora no puedo hacer más que dar las gracias. Finalmente lo hizo.

No todos habrían podido.

Mi pesadilla no se llama Reis. Tampoco es un temido pirata sanguinario del que nadie puede escapar, ni porta una guadaña capaz de segar tu destino antes de que te hayas dado cuenta.

Mi pesadilla llevaba maquillaje, corona y largos mantos con bordados de oro. Y con el gran poder que recorre su sangre, llegó a ser el centro del mundo.

Ha pasado mucho tiempo, las cosas han cambiado y sé que nada volverá a ser como antes. Aquellos días no van a volver.

Ahora mi pesadilla no puede hacerme nada; ya no es más que un viejo decrépito… pero sigue quedando el miedo.

Su recuerdo me acribilla el alma.

A veces siento sus manos en mi espalda, su cuchillo en mis faldas o sus grilletes en mis pies. Siento la presión de agradar, de corresponder. Revivo la impotencia, las ganas de sacar la espada y las de poder decir “basta”.

Y solo quiero huir. Quiero huir de sus chantajes y de su descontrol.

Quiero huir de su recuerdo al filo de destruir mi voluntad.

Sí, por primera vez, mi voluntad se torció hasta casi romperse. Supongo que ahora es cuando acude la pregunta que en ocasiones me han hecho: “Pero Marina, ¿es voluntad o cabezonería?” Y admito que a veces no distingo la línea que las separa, pero sé que es lo único que tengo y que nunca me falla, ¿qué me queda si ella también se desvanece?

Y el Destino insiste, insiste e insiste. Se ha dado cuenta de que temo perderla. Casi lo consigue una vez y no piensa rendirse conmigo: está dispuesto a quebrarme por todas partes.

¡Pues escúchame, maldita sea, y dime qué quieres! ¿Qué es, que recuerde que hay cosas contra las que no puedo? ¿Demostrarme que no siempre voy a tener alternativa? ¿Que sepa que no soy invencible y que tengo debilidades? Eso ya lo sé. Pero también sé que estás desesperado. Estás cansado de que siempre huya de las cartas que pones sobre la mesa y de que invente una para agujerear tu asquerosa telaraña.

Eso sí, reconozco que cada vez te las ingenias mejor para tratar de quitarme del medio. Esta vez no iba a ser menos y has apuntado bien alto.

Se me acaba el tiempo. No hay forma de combatir el veneno que se expande dentro de mí. Me muero. Sin embargo, me das una esperanza y la depositas irónicamente en aquel que me atemoriza.

Tan sólo tengo una vía de escape.

Mi vida por la suya.




Demasiado fácil.

Venga, reconoce tú también tu parte, que te ha faltado señalarme el camino y llevarme de la mano. Lo siento, pero no soy tan estúpida. ¿Creías que iba a caer en eso? Sé que no destaco precisamente por mi ingenio, pero cualquiera sabría que mi mejor opción es aceptar ese intercambio. Es evidente que aprecio más mi vida que la suya.

Pero tú y yo sabemos que no es sólo eso lo que está en juego.

Volveré a barajar, a probar suerte. El tiempo corre, se precipita al vacío cada vez más rápido, pero exprimiré un poco más sus minutos. Mis músculos se bloquean, mi vista se nubla y multiplica. Me duele la vida porque va ganándome la muerte… Pero te demostraré que sí que tengo alternativa. Y de hecho, tengo dos.

Puedo torcer esa sonrisa tan fea que tienes o puedo torcerte la cara.

No, no será fácil. Tampoco trato de fingir que no me afecta, reconozco el miedo que tengo a paralizarme, a que se suicide el segundero dejándome a medias. No puedo acabar así. Ni de esta forma… ni por él.

Dije que quería huir del recuerdo y eso es precisamente lo que voy a hacer.
Huiré hacia delante una vez más.

“Gerard, tú me has demostrado que se puede, que las pesadillas también se enfrentan… aunque sea de lejos y evitando su mirada”.

Si es cabezonería o voluntad, no puedo estar segura.

Pero correré hacia mi propio Capitán Reis. Nos salvaré a los dos.

El Destino sabrá que aún tengo cartas que inventar.
___________________________________________________________________________
Pensamientos de Marina Oliván tras rescatar al Empereur en su aventura en la Cueva de la Desesperanza, refugio del Capitán Reis en Ávalon. Enero 1672. Ávalon.


Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^

domingo, 17 de agosto de 2014

Hasta pronto...excelencia

Sabía lo que iba a ocurrir  y por ello temía abrir los ojos.
El sol llamaba a mi ventana y, filtrándose bajo las cortinas, me susurraba que le había relevado el turno a la luna y las estrellas y que ya era hora de despertar. Yo mantuve cerrados los ojos, apretados, y las manos aferradas a las blancas sábanas de seda que me arropaban. No había nada más a lo que aferrarse.
Tragué saliva y respiré profundamente. Creo que incluso conté hasta tres mentalmente, como lo haría una niña antes de comprobar si en su armario hay algún monstruo que la atormenta por las noches. Finalmente me incorporé sobre la cama y eché un vistazo a la habitación. Nada. Todo estaba como había previsto, y no supe si era aquella cama la que se me había quedado grande o si era yo la que había encogido terriblemente.
A pesar del estío, me encogí de hombros y me cubrí el pecho desnudo con las suaves sábanas. El frío que sentía venía acompañado de una sensación de soledad en ese inmenso mar de seda blanca. Estaba perdida.
Una sonrisa triste y derrotada se dibujó en mis labios y comprendí que era la única que iba a poder mostrar en mucho tiempo, o quizá en toda la vida.

“La sonrisa viene acompañada de lo que se ve”, me dijo aquella noche en el teatro.

Resulta gracioso que en ese momento llevásemos apenas dos meses sin vernos y que hoy, tras solo unas horas desde que se ha marchado, ya me falte tanto.

Decidí ser valiente y guardar un poco de esperanza en que solo se había ausentado un momento. Entonces aparté las sábanas y me puse en pie para vestirme. No pensaba recibirle…así. Después, descubrí que esta noche solo había sido un recuerdo que envejecería en mi memoria, pero que no caducaría nunca.
No quedaba rastro de las historias que contamos anoche, ni de los besos imposibles que nos dimos, ni de las sensaciones que juntos descubrimos bajo las sábanas. No quedaba sobre la mesa ningún tablero de ajedrez con una partida aún por comenzar; ni la botella vacía de brandy, en la que sumergimos los recuerdos de un pasado mejor y las preguntas de un futuro incierto. No quedaba nada de esta noche, ni tampoco de él. Se había ido.
Nuestro cuento acabó de un soplo, como si nada hubiera ocurrido. Al menos así debía ser para el resto del mundo. Pero en realidad ese soplo solo nos ha llevado a otro lugar donde, aunque distantes, pensamos cómo cometer otra estupidez que nos haga volver a escribir más aventuras como las de antes.

De repente salí de mis pensamientos y miré hacia un lado. Entonces no supe si reír o llorar. Es posible que hiciese las dos cosas a la vez, aunque fue la amargura quien ganó el duelo finalmente. Y es que sí que había algo encima de la mesita junto a la cama, en el lado en que yo había descansado.
Alonso había dejado un ramo de margaritas y rosas azules, coronado por ramitas de laurel. Sabía lo que esas flores significaban; ambos lo sabíamos. Las primeras guardaban la creencia que él tenía en nosotros, adornada después por sentimientos que nunca cambiarían, que nada podría marchitar.
Me acerqué y abracé cada uno de los recuerdos que traían aquellas flores, sin dejar de llorar un instante. Supe entonces que Alonso me había dejado un beso sobre la mesita de noche y deseé poder guardarlo para luego. Detestaba pensar que había sido el último.
Perdí la mirada durante un rato en un vacío del que no podía escapar. El corazón se había encogido al ser pellizcado por la nada.

“¿Debería haberme despertado antes de que se fuese? ¿Debería haberle dicho algo más? ¿Pero qué?"

No quería despedirme, no pensaba decirle adiós ni sabría cómo hacerlo. Tan solo le habría pedido otros cinco minutitos conmigo, porque no me atrevería a robarle seis. Ya habíamos burlando al tiempo durante mucho y estaba enfadado con nosotros. ¿Por qué teníamos que separarnos? No importa, de nada servía pensar en eso ahora. Hay tantos motivos, tantas diferencias entre nosotros… Eso era precisamente lo que nos hacía invencibles. O así me había sentido hasta ahora.

Tres toques en la puerta de la habitación me hicieron recordar donde estaba. Era la habitación de Alonso, que le había sido concedida por una noche en el
Alcázar Real de Castilla.

- ¿Señor? Señor, ¿necesita que limpie su habitación? – preguntó algún criado sin obtener más respuesta que el silencio. Yo no debería estar allí. – Volveré luego.

Escuché sus pasos alejarse de la puerta hacia la próxima habitación del pasillo. No me había movido ni un milímetro, ni tampoco sentí miedo de que el criado entrase y se encontrase con quien no debía.
Permanecí sentada en el suelo hasta que pasó el peligro, sosteniendo el ramo de flores que poco a poco iba enterrándose en unas lágrimas silenciosas. Luego me humedecí los labios y me aparté el pelo que caía tapándome parcialmente el rostro. Reuní fuerzas para levantarme y salir cuidadosamente de la habitación. Me aferré a mis margaritas.
El pasillo estaba desierto, la corte ya había despertado hace rato y no se avistaba ningún noble rezagado en sus quehaceres. Los criados, por otro lado, estarían perdidos en sus tareas ahora que las habitaciones estaban vacías. Mejor así, esta parte del palacio estaba reservada a los invitados de la pequeña nobleza y alguien como yo no podría estar paseando por ahí a sus anchas sin una buena excusa. Yo no la tenía y no pensaba pararme a inventar una.
Caminé como lo haría un fantasma atravesando el Alcázar Real, buscando la salida. No quería encontrarme con nadie, pero tampoco hice por evitarlo. Por suerte no ocurrió nada.
Hice caso omiso a los guardias que custodiaban la puerta principal y crucé los jardines que rodeaban el lugar, sin detenerme como siempre a aprovechar las vistas. El sol me molestaba en los ojos.

“Hoy comienza una nueva vida. Es gris, solitaria y está un poco perdida. Hoy comienza una nueva vida en San Cristóbal, una ciudad casi desconocida para mí. Aquí no tengo hogar, ni tampoco a gente que me conozca o sepa mi historia; nuestra historia. Hoy toca empezar de cero, pero sin olvidar todo lo que hemos vivido. Sin olvidar quiénes somos. Hoy, y seguramente mañana y pasado, lloraré por vos y mis lágrimas se secarán por tanta espera. Pero hoy sigo creyendo que las cosas pueden cambiar, aunque esta vez no esté en nuestras manos hacerlo. Hoy todo se tiñe de recuerdos y quizá, solo quizá, de un poco de esperanza...”

Dejo atrás los jardines y el Alcázar Real. Sigo soñando despierta y huelo mis flores, pensando en que pronto tendré que devolveros este beso. Miro al cielo y suspiro.

“… Y por eso, desde hoy pienso en otra estupidez que me haga volver a veros”.

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Pensamientos de Marina Oliván tras separarse de Alonso Lara debido a la diferencias sociales entre ellos y a los esfuerzos de los Lara por separar a la pareja. Septiembre de 1670. Alcázar Real, San Cristóbal, Castilla.

Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^


jueves, 26 de diciembre de 2013

Cuenta atrás

La casa estaba completamente a oscuras y apenas se podía ver bien a dos pasos de distancia. Hacía frío y la noche había caído hacía ya bastante rato, quizá debimos haber llegado antes, aunque creo que a nadie le importa. Todos están ya dormidos.
Se me hace extraño alojarme en casa de otra persona, más aún si es un desconocido. Su nombre es Jacques Louis du Paix, y, aunque no me queda claro a qué se dedica, sé que nos va a ayudar a conseguir la pieza que nos falta de ese medallón. Ese medallón que, de un modo u otro, nos permitirá llegar hasta el tesoro que buscamos en las Islas Thalusianas. Aunque realmente, él solo nos proporciona la información necesaria para llegar hasta dicha pieza, el resto del trabajo es todo nuestro y…aún sigo pensando cómo conseguirlo. Nuestro “jefe de expedición”, Dayron, no parece tener idea de cómo llegar hasta el objeto, y Alonso parece divertirse más bromeando sobre Dayron y el nuevo sobrenombre que él mismo le ha dado. No les culpo, a decir verdad yo tampoco tenía ni idea, hasta que se me ocurrió una estupidez: ¿cómo conseguir esa mitad del medallón si se encuentra en casa de una niña mimada, una irritante cantante de ópera y su marido? A pesar de que barajamos numerosas opciones, como secuestrar a la niña y pedir un rescate y algunas otras muy poco discretas, finalmente pensamos que yo podía ser una buena institutriz para la niña y que en la casa encontraría la pieza del medallón. Al principio, era un plan estupendo…pero cuando conoces al elemento, dan ganas de tirar por tierra toda la compostura. Es realmente insoportable.
Hoy ha sido mi primer día en la casa de la familia Boucher (quienes tienen el medallón) y he tenido que dar gracias a las clases de modales de Julius para este “pequeño trabajo”. No sé qué habría hecho si me hubieran pedido que enseñase a la hija de los Boucher algún tipo de materia. ¡Por el amor del cielo, no soy más que una campesina! No sé nada de matemáticas, ni idiomas, ni siquiera se me dan bien la música o la pintura… Y aunque intente hacerme pasar por una mera institutriz, mis manos callosas delatan mis raíces y el verdadero color de mi sangre. Hay cosas que no se pueden ocultar, y eso es algo que me acompañará siempre… 
Aun así, no me disgusta de donde vengo; de hecho, no lo cambiaría por nada. He aprendido muchas cosas que solo quienes son como yo comprenden. Ahora conozco sabor del esfuerzo y a qué huelen las recompensas por él. Conozco el tacto de la derrota y el sonido de la victoria, vista siempre con los ojos de la dura realidad. Dudo que alguna institutriz de Montaigne sepa lo que es eso, a menos…que se llame Marina Oliván o esté tan loca como yo.
En cualquier caso, el ajetreado día de hoy está llegando a su fin, y la casa del señor Jacques du Paix nos lo recuerda con sus velas apagadas y su silencio nocturno. Alonso y yo entramos con sigilo para no despertar a nadie y, después de buscar un poco, encontramos un candelabro que pudiera iluminar la estancia.
Todo estaba como esta mañana: desordenado y polvoriento. En este lugar las pelusas no juegan al escondite, ni sienten miedo de ser barridas en cualquier momento, simplemente se amotinan de manera confiada y despreocupada. Tampoco lo pasan mal las motas de polvo, que bailan sobre las páginas de los libros abiertos y escritos a medias, situados sobre el escritorio del señor du Paix. La dejadez de la amplia casa celebra una fiesta esta noche y dudo que sea la última. Me pregunto si el propietario del hogar es realmente un hombre tan ocupado  que solo tiene tiempo para él, o simplemente siente apatía por el orden y la limpieza. Además, tampoco se ha visto a criado alguno por aquí y, aunque la casa no sea una gran mansión, es lo bastante amplia como para que una sola persona se ocupe de ella. A esto se le suma el hecho de que al parecer, el señor du Paix ni siquiera pasa por aquí para comer; ya nos lo demostró su olvidada despensa a la hora del almuerzo.
 ¿Dónde pasará la mayoría del tiempo? ¿Es un hombre tan confiado que deja que permanezcamos en su morada mientras él sale a hacer sus tareas? ¿O simplemente, no tiene nada que esconder aquí? O lo que tiene que esconder, está a muy buen recaudo… Supongo que estoy delirando; la confianza que antes tenía en los demás se ha esfumado casi por completo, aunque después de todo lo que he pasado, no me extraña en absoluto. Quizá el señor du Paix no sea nada más que un hombre corriente. Eso sí, un hombre corriente interesado en el tesoro de las Islas Thalusianas.
De todos modos, la verdad es que en ese momento no estaba pensando en nada de eso. Alonso y yo subimos las escaleras que conducían al piso de arriba y mi mente permaneció completamente en blanco; no quería pensar. Finalmente, cuatro puertas se alzaron ante nosotros; un par de ellas abiertas y al fondo otras dos cerradas, donde estarían durmiendo Dayron y el señor du Paix. Aquí concluía nuestra noche.

- Pues  hala – dije rompiendo el silencio con mis suaves palabras y delicadeza habitual.


- Gracias, caballero, por escoltarme hasta la puerta de mi habitación – Alonso respondió con retintín. Yo no pude evitar reírme.


Él cogió uno de los cirios del candelabro que yo llevaba, ya que yo había adoptado el papel de hombre de nuestra extraña pareja.


- Buenas noches, señorita Oliván.


- Buenas noches… – “Barón Lara”, suspiraron mis pensamientos.


Entro en la habitación y, nada más poner un pie en ella, me topo con la cama. No tiene pinta de ser muy cómoda, pero seguro que he dormido en sitios peores. A su lado hay una mesita en la que dejo descansar el candelabro aún encendido, y ni siquiera me pregunto qué habrá dentro del armario, ni por qué hay un vaso de coñac encima del viejo escritorio. Ahora mismo, ni quiero, ni me interesa saberlo, mañana ya habrá tiempo de preocuparse por ese tipo de cosas. Hoy asaltan mi cabeza otra serie de complicaciones.

Retiro las cortinas que cubren la pequeña ventana y me apoyo sobre el marco de la misma. Desde donde estoy se puede ver una calle estrecha, empedrada e inclinada, formando una cuesta por la que pasa un riachuelo de agua sucia, acompañada de un montón de desechos acumulados. No es una calle demasiado transitada, sobre todo a estas horas, aunque se atreve a pasar por allí algún viajero, espadachín, o simplemente algún paisano que ya regresa a su hogar.
 Miro hacia el cielo y suspiro. La luna no está en su máximo esplendor, pero a mí me parece especialmente bonita esta noche. Bajo ella, Alonso y yo intentamos recuperar hacía tan solo unas horas ese tiempo que nos había sido arrebatado en varias ocasiones. Tiempo que nos pertenecía y que tarde o temprano volverá a escaparse de nuestras manos. ¿Qué digo? De “tarde o temprano”, nada. Incluso hay establecidos día y número para nosotros, y encima tendré que dar gracias a que no haya también una hora prefijada. Hay que joderse... 
Esta locura acaba pasados noventa amaneceres, el día 19 de mayo.
Es gracioso, porque cuando pasen esos noventa días se cumplirán dos años de aquello. Recuerdo que me dijisteis que, quizá no casados y con tres hijos como habíais previsto en un principio, pero sí que para entonces ya os habríais hecho con mi corazón. Si tan seguro estabais, ¿por qué no tuvisteis en cuenta que siempre le dais la vuelta al mundo, dejándolo bocabajo? El mío se tuerce constantemente por vuestra culpa, y ahora tengo un problema:

Dudo que mi locura muera.


Antes mis sentimientos eran un ovillo enmarañado y confuso, pero  poco a poco se van deshaciendo los nudos. Debo decir que era más sencillo cuando todo era un gran enredo; solo tenía que dejarlo pasar y hacer como si nada ocurriese. Aparentarlo será más difícil.


De repente, me encuentro resoplándole a la luna, aunque esto no sea culpa suya: “Es complicado”, dijisteis. ¿No me digáis? ¿Lo habéis descubierto vos solo, Alonso? Dios, hablo como si él me estuviera escuchando. Me estoy volviendo loca…Mejor dicho: me está volviendo loca. Ni siquiera sé a qué se refería con eso, ¡nunca sé de qué está hablando exactamente! Me desespera, pero quizá sea mejor así. 

Siempre que intento entenderlo termino desistiendo, pero eso es porque me da miedo. Quiero comprender qué es lo complicado para él, pero a la vez…me gustaría poder mirarlo solo de reojo. Y todo porque tengo miedo de que él sienta lo mismo que yo, sea lo que sea, claro. Aún no sé ponerle nombre, pero sé que no sería bueno que él lo correspondiese. No en la sociedad que se ve desde mi ventana.

Echo un nuevo vistazo alrededor y definitivamente, no hay más que ver. Nadie va a responder a todas las preguntas que tengo, porque ni siquiera sé si quiero formularlas. ¿No podría limitarme a conseguir el medallón, regresar a Castilla y arar la tierra como una buena campesina? No, Marina Oliván tenía que ser diferente, ¿verdad? Marina Oliván no puede estarse quieta y dejar de meterse en más problemas de los que ya tiene. Y todo porque Marina Oliván es un caso perdido, con una causa perdida.

Esta noche he querido hacer a la luna mi confidente, pero a pesar de que lleva un rato mirándome expectante, no encuentro las palabras adecuadas para expresarme. Dimito. No sirvo para esto.
 Me limito a cerrar las cortinas y me siento en la estropeada cama. Se acabaron los secretos a medias que ni siquiera yo comprendo. Tendré que tragármelos, como sea.
Encorvada, y con los codos apoyados sobre mis piernas, hundo la cara entre mis manos. Las durezas saludan a mis mejillas cuando escucho una voz en mi cabeza: “¿Y si lo vuestro fuera posible, tendrías las mismas dudas, Marina?” Entonces alzo la vista con rapidez, sorprendida por el eco de esas palabras: lo que faltaba, la vocecita de Cintia indagando en la herida. Recuerdo que me hizo esa pregunta cuando la despedí en Santiago, antes de emprender el viaje en el que me hallo. La llevaba oculta en mi memoria desde entonces, y ha aparecido justo en el momento más oportuno. ¿Tenía que ser ahora?
“Marina, no te desvíes y contesta, o vas a saber lo que es la calvicie”, me dice Cintia desde Dios sabe dónde. No quiero que me tire del pelo, pero es que no lo tengo claro, maldita sea. Quise enterrar esa pregunta para siempre, para evitar responder. ¿De qué serviría? Es evidente que nunca será posible. Mis manos están tostadas por el sol, son rasposas y el sufrimiento las ha endurecido. Las suyas, sin embargo, conocen el calor solar, pero no han sido abrasadas por él. Son suaves, cálidas y me transmiten seguridad. Nunca serán iguales a las mías…Y tampoco quiero que lo sean. Eso significaría que tendría que perder todo lo que tiene.
Dejo mi cuerpo caer hacia atrás sobre la cama, rendido. El lecho se queja de forma chirriante.

“Perderlo todo…”


Eso mismo hizo Juliette, la mujer a la que Francesco ama. Ella escapó de su casa y de sus obligaciones siendo una dama muy importante en Vodacce. No entiendo el motivo de su huída, y no sabría decir si su acto fue valiente o temerario. ¿Se lo habrá compensado la vida? ¿Qué es lo que lleva a una persona a dar ese paso tan grande? Ella ya nunca volverá a ser lo que era, ni podrá volver a ver a quienes la esperen en su tierra. Debe ser horrible, aunque también es posible que no quiera volver allí nunca más. Quizá lo que ella quería, precisamente, era escapar de ser quien era. Supongo que es una situación diferente.

Francesco, nuestro cocinero por excelencia, me habla mucho de Juliette, aunque realmente no sé nada de ella. Lo peor es que creo que él tampoco la conoce demasiado. Francesco dice que la ama y que incluso la ve en las patatas que pela todos los días. Esta idea me hace gracia; me explicó que se refiere a que la ve en todas partes y que no puede dejar de pensar en ella. A mí me pareció curioso, no era la típica cursilada que se le decía a una mujer para conquistarla, aunque creo que a Juliette no le haría gracia escuchar que a veces tiene cara de patata, por así decirlo.
De todas formas, aunque las maneras sean distintas, el significado es el mismo. Así que… ¿amar a alguien es pensarlo todo el tiempo, verlo en todas partes?
Jeanette, ahora marquesa consorte de Santiago, me lo explicó hace tiempo. Nos hicimos amigas hace mucho, y surgió el tema en una de nuestras “noches de chicas”. Jeanette es la persona más afortunada del mundo; puede que por su vida hayan pasado grandes dificultades,
pero lo que tiene ahora…eso sí que no tiene nombre. Por fin ha encontrado la vida que quería, y también la comparte con la persona a la que ama. En cambio, ante mí se abre una gran encrucijada que tendré que superar yo sola.
Jeanette me dijo que el amor es aquello que nos hace cometer locuras y estupideces, sin importar las consecuencias. Incluso me puso el ejemplo de salir por las calles de la ciudad, simplemente por si te cruzas con esa persona, como si fuese por casualidad.
Ahora me paro a pensarlo y llego a una conclusión: yo por Alonso no haría eso. ¿Ir paseando hasta encontrarme con él por…una fingida casualidad? ¿Y después qué? Es como si le estuviese oyendo: “Vaya, Marina, sabía que me echabais de menos, pero no esperaba que no pudieseis esperar a verme. Me sorprende ser tan importante para vos, lo tomaré como un cumplido”.
Menuda tontería. No creo que pudiera vagar durante horas por una ciudad solo para ver a ese idiota. Sin embargo, sé que por él pisaría el mismísimo fin del mundo, aun sabiendo que no pudiese regresar de allí.

Las velas que iluminan tenuemente la habitación están ya perdiendo su forma poco a pocoSe derriten como el hielo en primavera. Las apago con un soplo y dejo escapar el humo que desprenden.


“Si eso cuenta como amor, estoy claramente en un gran lío”.


Vuelvo a tumbarme en la cama y me giro de costado, encogiendo las piernas para adoptar una posición casi fetal. 

Creo que, más allá de lo que sienta o lo que no…todo se limita a que prefiero no saberlo. Como él ya me advirtió: “Va a ser mejor para nuestra vida diaria”.

“Va a ser mejor, va a ser mejor…” Bah, callaos ya. Decirlo es muy fácil.


Hay cosas que no se pueden ocultar, que me acompañarán siempre… y yo nunca dejaré de ser un maldito laurel blanco.


Me giro de nuevo, es imposible dormir aquí. Cierro los ojos, pero nada. ¡Dios, bastante me escuece ya la vida como para que también lo haga mi almohada! 

Me levanto enfadada, hoy todo el mundo se ha vuelto en mi contra: la cama, la luna y también las legañas que no tengo. Me voy al suelo, ¡hoy no podréis conmigo, que lo sepáis! Con un cojín y una manta bastará.
Finalmente me tumbo sobre la frialdad y la dureza de la superficie de mi habitación provisional. Esta estúpida montaña de confusiones que se despejan ha llegado porque ahora sí, siento que todo acaba.
Todo acaba y solo sé dos cosas:

Quedan noventa días para regresar a Castilla…


… Noventa días para embalsamar el corazón y dejar morir el resto.


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Pensamientos de Marina Oliván en casa de Jacque Louis du Paix. 19 de febrero de 1670. Barrio burgués de Le Cage, Paix,  Montaigne.

Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^

martes, 20 de agosto de 2013

Dejadme descansar

Cierro los ojos. Estoy tumbada sobre un montón de paja, tranquila. No es raro; es la hora de la siesta y, aunque ya falta poco para que caiga la tarde, todavía queda tiempo para dormir un rato. Aun así, siento que hoy será diferente: para empezar, la profunda respiración de Cintia al dormir se escucha lejos, un piso más arriba de este granero, y para seguir, él está tumbado a mi lado.
Entorno un poco los ojos y echo un vistazo de reojo al lugar. Alrededor no hay mucho que ver, solo montones de paja y, si te fijas bien, un par de…¿cómo lo diría? Trozos de tela elaborada, hecha con la vejiga de algún animal. Asqueroso, lo sé. No entraré en más detalles sobre la utilidad de esas dos…cosas. Miro arriba y, sobre nosotros dos,  hay una viga caída de madera que antaño formaba parte del techo y que, ahora, además de bloquear la puerta principal, hace las veces de “cueva improvisada”. Lo cierto es que me traía muchos recuerdos; después de todo fui yo quien la echó abajo hace ya casi dos años (aunque accidentalmente, debo decir). Y ahora, ¿quién iba a decir que, después de todo lo que ha pasado, iba a estar tumbada junto a la misma persona a la que le tiré esa viga en la cabeza por querer huir de una patética proposición de matrimonio? Lo sé, casi parece un chiste.
Me pierdo en mis pensamientos y empiezo a recordar de ahí en adelante: el momento en el que mi, hasta entonces, malvado tío, Harold, se llevó a mis padres, mi huída de la Villa de Santa Elena y la breve permanencia en el cuartel del sargento Félix Marangio. El día en que supe las verdaderas intenciones de esa frustrada encerrona en el granero; fue también cuando a Ventisca pasó a ser mi gran compañero de aventuras y conocí la leyenda sobre los caballos del Imperio de la Media Luna. También se cruzan por mi mente las revueltas de Santiago y las largas charlas tras las barricadas... En ese momento me viene a la cabeza cuando estuvieron a punto de ahorcar a Alonso por ser un castellano sin papeles en una ciudad pseudomontaignere. Sonrío y le miro. “No tenéis remedio”.
Justo entonces me doy cuenta de que él también me mira, no sé desde hace cuánto tiempo. Aparto la vista rápidamente; qué vergüenza.

- Se supone que íbamos a intentar dormir – me dice.

- Aham…¿y qué? – pregunto sin atreverme aún a mirarle.

- Pues que ni tú ni yo estamos cerrando los ojos.

- Ah, vale pues…cerraré los ojos –respondo sin saber muy bien cómo voy a conseguir conciliar el sueño. Hoy es uno de esos días en los que echo la vista hacia atrás y me pregunto si todo habrá, por fin, terminado.

Y entonces vuelven esas fugaces reminiscencias: me encuentro todavía en Santiago, en el momento en el que irrumpimos con los caballos en la iglesia de la ciudad para impedir la boda entre Jeannette y el Marqués. También hablo con mi padre antes de morir, él siembra en mí su última voluntad y, de pronto, siento que algo pesa aún en mi corazón. Recuerdo el barco vodacciano maldito, la isla de los quebrantahuesos, las olimpiadas piratas de la Bucca, la entrega del falso mapa a Rivera para confundir al NOM, el viaje a San Cristóbal en busca de mi madre y de cómo conocí allí a parte de mi familia, las celdas de la inquisición, el Vagabundo… Los constantes reencuentros y duelos a medias con mi tío Harold y la persecución por el puente que me llevó a conocer a Christiano. La estancia en Ciudad Vaticana y la investigación de los cardenales, la conspiración contra el rey de Castilla en su cumpleaños y cómo Rivera consiguió salvarse de la muerte o de la condena de seguir muriendo mientras vivía. La llegada de Necrón, el Segador, y el secuestro y rescate de Valia junto a los siete señores de la piratería, la aventura en la Reina del Mar junto a Fernando y Mala Hierba. La gran batalla de San Teodoro y sus caídos, que nunca caerán en el olvido; ese beso que cambió mi vida…
Siento entonces una extraña sensación que ya conozco y que a la vez no comprendo, y no sé si se trata del estómago, la cabeza o el corazón, pero me está volviendo loca.
Entorno los ojos y miro a Alonso casi subrepticiamente. Para mi sorpresa, sus ojos se encuentran de nuevo con los míos.

“¿Se puede saber qué demonios hace? ¿En qué piensa? ¿Es que tiene algo que decir o algo así?”

- Esto…creía que ibais a intentar dormir.

Alonso vacila un poco.

-Sí…sí.

Nos miramos de nuevo y volvemos a apartar la vista al encontrarnos. ¿Qué estamos haciendo? Empiezo a pensar que no es vergüenza, sino estupidez. No sé qué pasa…ni qué me pasa.

- ¿No podéis dormir o qué?

- No…sí, estoy bien.

- Entonces no os hagáis el dormido. Decidme – Insisto - ¿Alonso?

- ¿Quéee? Estoy intentando dormir…

- Sí, ahora, ¿no? – hago una pequeña pausa. Sé que soy muy pesada así que, finalmente, me rindo. Quizá realmente no ocurra nada – Está bien, está bien…os dejaré tranquilo.

Finjo acomodarme y cerrar los ojos y suelto una carcajada al ver que Alonso no descansa y, si lo intenta, no puede. ¿En qué narices estará pensando? Lo mato.

- Sois un mentiroso – le suelto de pronto.

- ¿Eh? Me habéis despertado – responde haciéndose el amodorrado.

Esta vez mantengo la mirada, aunque él no lo haga. Sonrío. A mí no me toma el pelo de esa forma:

- Eso no os lo creéis ni vos mismo. ¿Qué os pasa?

- Nada, no me pasa nada – hace una breve pausa para darse cuenta de que sigo a la espera de una respuesta más convincente- Así no puedo dormir, me estáis poniendo nervioso.

- ¿Ah sí? ¿Os pongo nervioso si os miro? – Mi tono se torna burlesco. “Si así consigo sacarlo de sus casillas, que así sea”.

Pero él comienza a jugar a lo mismo que yo. Esto no me gusta.

- ¡Ay, dejad de mirarme! –exclamo.

- ¿Por qué?

- Pues porque…me pongo nerviosa – giro la cabeza y miro hacia arriba con una expresión enfadada, aunque realmente no lo estoy. Se acabó la gracia: “Está bien, Alonso, vos ganáis”.


Vuelvo a no ver nada excepto esas imágenes, que pasan cada vez más rápido por mi cabeza:
La aventura en la Atlántida, la isla hundida, y la llegada al 7º Mar, con la vuelta de Harold a quien realmente era; el misterio de la bestia de Ussura y las extrañas costumbres de las gentes de allí, la búsqueda de Alonso a causa de su gran estupidez y cómo acabamos en un bote a la deriva…Esa sensación extraña. Recuerdo la vuelta a casa, y de nuevo, el fuego. Los rosacruces y la destrucción de los inventos de Giuseppe, las profecías de Eltanin y la misteriosa muerte del Papa; la marcha de Alonso y la llegada de Julius y Domingo Villaverde. El bosque de Fendes, la llegada a Mountaigne y el reencuentro con dos viejos amigos, el baile de máscaras en la Château du Soleil y las lágrimas en una de las peores noches de mi vida. La costosa entrega del Grial en Ávalon, el intento de frustrar y conocer los planes del NOM y cómo todo se desmoronó en Eisen luchando junto a los más allegados. Les agradezco tanto que estuviesen allí…
Finalmente, me encuentro de nuevo en casa, pero no hay descanso. Una desaparición, un falso testamento y un matrimonio por arruinar; una fiesta de disfraces, un juicio…y una siesta en este granero abandonado, donde todo comenzó.

Sé que todo ha acabado, pero siento que aun así no voy a poder tranquilizarme. Hace ya varias noches que no lo consigo… Siempre queda algún cabo por atar y no puedo evitar pensar en ello. No puedo evitar pensar en que…
De pronto, mis pensamientos se interrumpen cuando algo roza mi mano tímidamente. Siento un pequeño respingo y mi ceño se frunce de forma muy leve. No me hace falta mirar para saber que son sus dedos los que se abren paso, casi con miedo, entre los míos. Me encuentro bien.
“Es como si pudiese saber lo que se me pasa por la cabeza, como si supiese que hay algo que no me deja dormir.”
Despacio, entreabro los dedos mínimamente, intentando no mostrar mi timidez, y nuestras manos comienzan a acoplarse, a encajar. Finalmente, se entrelazan. Silencio.

“ Ya pasó todo, Marina, todo está bien” oigo en mis pensamientos. Realmente necesitaba escucharlo, aunque nadie lo haya pronunciado.
Ladeo entonces la cabeza, que miraba aún hacia el techo de la pequeña cueva, y me apoyo sobre su hombro.

- Bueno, no ha sido tan difícil – dice Alonso, casi con un susurro.

Respiro profundamente y sonrío. No suelto su mano; él la mía tampoco.

- Cállate.

“Cállate, porque ya pasó todo... Es hora de dormir.”
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Pensamientos de Marina Oliván en el granero abandonado de su Villa después de dos años y algo de aventuras. Escrito por Aleera/Sara, mi jugadora de 7º Mar.

miércoles, 22 de agosto de 2012

Aquello por lo que muero

Tras viajar día y noche, al fin di con vos, Harold. ¡Se suponía que nos reuniríamos para acabar con todo esto juntos! ¿Por qué os fuisteis dejándome atrás? Para colmo vuestra reacción al verme fue golpearme, como siempre habíais hecho cada vez que nos encontrábamos antaño.

- ¿Por qué quieres combatirlos cuando sabes que no tienes nada que hacer contra ellos? ¡Ni siquiera yo!

- ¿Y por qué queréis combatirlos vos entonces? – pregunté sin comprender la diferencia.

- Ellos mataron a todo lo que yo amaba, me usaron… ¿Por qué luchas tú? ¿Por qué vas a tirar por tierra toda tu vida? ¿Por qué vas a hacer sufrir a tu madre y a todos los que quieres? A mí no me queda nada y por eso te quiero dejar aparte. Dime, Marina, ¿por qué quieres luchar?

Reconozco que me ofendió esa pregunta. ¿Creía que era el único al que le habían arrebatado algo que amaba?

Comencé entonces a recordar lo último de lo que me habían despojado, hacía apenas unos días:
Estaba a punto de rozar lo que llevaba meses buscando, de recorrer de nuevo aquel lugar que conocía como la palma de mi mano. A punto de ver caras más que conocidas, de sentirme como en casa...A punto de estarlo.
Mis ojos se iluminaron, ¡ya se veía la Villa de Santa Elena! Por fin podría pisar la hierba sobre la que había caminado tanto tiempo, en definitiva, el lugar donde había crecido. Deseé que mi caballo fuese aún más rápido. “Paciencia, Marina”, me dije. “Ya falta poco”. Pero mi mirada se apagó al llegar a la campiña. “¿Pensabas acaso que se había acabado? ¡Al contrario! Ahora son más si cabe, y no me gusta. ¿Qué querrían ahora? Malditos cuervos.” Entré en mi casa lo más rápido que pude, tenía que saber que mi madre y Francesco estaban bien…mas era mi vida la que corría peligro.

- Por el Nuevo Orden Mundial – dijo uno de los tres hombres embozados que me sacaron a la fuerza de casa. – Estás apresada.

¿Y qué iba a hacer yo? Me encontraba cerca de todo lo que más quería: mi hogar, mis amigos, mi madre...Así que hui. Querían acabar conmigo, y no estaba dispuesta a que fuese junto a algo que pudiesen destruir después. Si esto era el final, lo sería solo para mí. Me anunciaron mi muerte, no sin antes mostrarme lo que habían estado preparando todo este tiempo: el principio del fin. El comienzo de un nuevo mundo más justo y equitativo a sus ojos, no obstante, aún quedaba convencer de ello a miles de personas. Esa era la tarea del Padre Morales. Infundía temor y caos y afirmaba que Dios caminaba ahora sobre la Tierra…¿Para qué queremos reyes, naciones y diferentes banderas si podemos ser todos iguales? Todo ello por un precio: someterse al Nuevo Orden o morir en el intento de conseguir una salvación que solo el nuevo Dios podía otorgar.
Una auténtica locura, mas eran muchos los ciegos que se unían a ellos por miedo. ¿Hasta dónde pretendían llegar? O, ¿hasta dónde habían llegado ya en este tiempo? Fuera cual fuese la respuesta, esto no podía seguir adelante, pero lo más probable era que Marina Oliván no estuviese esta vez para impedirlo. Ya me conducían a mi muerte aquellos hombres embozados.
Todo pasó muy deprisa. Aún no sé cómo conseguí evitar ese disparo y escapar trepando por los tejados de ese callejón para más tarde encontrarme con Alonso en las puertas de la Villa. “Este lugar ya no es seguro”, acordamos ambos. Habría que marcharse una vez más.
Algo interrumpió nuestra conversación: era el revoloteo de unas alas, no precisamente un par. Sabía que no me dejarían ir tan fácilmente, no iban a permitir que la luz de Atlante escapase. Empujé a Alonso antes de verme envuelta en una nube de cuervos que deseaban picotearme los ojos. No…yo no sería una ciega más. Intenté zafarme de los cortes que me provocaban las acuchilladas alas de los pájaros cuando alguien más intervino. “No, Alonso, tú no…No tienes ni idea de qué significa todo esto” pensaba. Comenzamos a rodar, sin decidirnos quien protegería a quién de los numerosos y afilados ataques. “Bastantes problemas nos has causado ya a los dos como para que encima te metas en esto y mueras. ¿Se puede saber qué haría yo después? ¿Qué hago yo si tú mueres?” Mis pensamientos de detuvieron un momento. “Marina, ¿de qué hablas? ¡Haz algo!” me dije antes de levantarme del suelo, aprovechando el cesar de los ataques.
“¡Basta! Si me queréis, aquí estoy. No nos haré esperar más a ninguno de los dos, Ojo.” Dirigí la mirada al centenar que cuervos, que al unirse, tomó aspecto humano. Ya lo había visto antes, pero nunca me había enfrentado a él, a uno de los Trece.
Tal y como pensé, no se andaría con rodeos. Comenzamos a lanzar ataques, a recibir heridas, sobre todo yo, para qué mentir, ya estaba maltrecha de antes y además no tenía mucho que hacer contra él. De pronto, agitó las afiladas alas, conseguí agacharme a tiempo y supe que era mi oportunidad para acertarle un fondo. Dolor. Trató de desvanecerse en cuervos, pero esta vez sería yo la que no le dejaría escapar y, aprovechando que seguía clavado en mi espada, asesté otro golpe. Ojo cayó al suelo, ya no podía moverse más…pero sí hablar lo suficiente como para ordenar a los guardias que me matasen.

- ¡Bajad las armas! – les grité mientras apuntaba con la pistola a mi principal oponente. – Os dejaré que os vayáis con él. – Me preguntaba por qué estaba diciendo eso, ¿dejarlos marchar después de ir tanto tiempo tras ellos? Sí…si se iban de la Villa, no le daría a Ojo un final. – Os dejaré ir si…

- No lo hagáis… - Interrumpió casi sin fuerzas el miembro de los Trece.

- ¡Matadla! – exclamaron los guardias.

Todos disparamos a la par. Ya no habría más cuervos extraños rondando a nuestro alrededor, el NOM no podría observar ya lo que ocurría al otro lado del continente. Yo tampoco veía nada…mi mundo se oscureció al recibir tal avalancha de disparos.

Entreabrí los ojos despacio, me pesaban tanto como las heridas. Alonso fue la primera persona que vi. “Está despierta”, dijo mirando a su lado. Mi madre y Francesco estaban allí, a caballo. Alrededor, la Sierra que conducía a Santiago. De nuevo, dejamos nuestro hogar atrás, esta vez iluminado por el fuego de cientos de antorchas que se podían ver desde donde estábamos.
Finalmente nos separamos. Mi madre fue a avisar a Allende de lo ocurrido, Francesco se quedó en Santiago, y Alonso y yo, tras alertar al Marqués, partimos hacia San Cristóbal. Allí debía contárselo todo al rey, y además Harold se dirigía a la ciudad, tenía que encontrarle. Tenía que saber qué había pasado y, como acordamos, juntos hacer frente al Nuevo Orden Mundial…

“¿Por qué luchas tú?” Preguntasteis de nuevo, sacándome de mis pensamientos. Ahora lo tenía aún más claro…
Lucho por Santa Elena, mi hogar, el que me fue arrebatado dos veces. Cada rincón de la Villa me trae recuerdos…El campanario, donde jugaba a confundir a los vecinos con Cintia tocando las campanas. La iglesia, asistía allí con mis padres todos los domingos para escuchar la misa del tartamudo Padre Merino. La granja abandonada, en la que me hicieron la pedida de mano más patética jamás vista. Mi casa, vecina a la de Mauricio “El Roñoso”, donde siempre había vivido. Fue lo último que perdí.
Lucho por Beatriz, mi madre, quien intentó protegerme con todas sus fuerzas del mismo camino que ella siguió hace años. Y es por ella más que por nadie, por quien he de seguir viviendo cuando esto acabe. Prometo que volveremos a estar juntas en casa, no volverá a sentirse sola.
Lucho por Harold, a quien perdonaría eternamente a pesar de haber causado de una de mis mayores heridas. Él sigue siendo mi familia, por la que me desvivo día a día. Sé por lo que ha pasado, y aunque no sea de mucha ayuda, me quedaré a su lado.
Lucho por Thomas, mi padre, a quien me arrebataron cruelmente. Es sobre todo por él por quien arriesgo hoy la vida. Terminaré lo que él empezó, cumpliré su última voluntad. Lo juro.

Por las cosas que destruyeron tiempo atrás y que yo amaba. Por los que a día de hoy, y después de todo, siguen apostando por mí. Por cambiar el sombrío futuro del mundo. ¿Seguís pensando que no tengo motivos por los que combatir, Harold? Mi razón sois todos a los que amo…y por vosotros muero.


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Pensamientos de Marina Oliván al encontrar a su tío junto a los Rosacruz en un caserón frente al frente Castilla-Montaigne, justo después de la anunciación del Cuarto Profeta sobre Théah, declararse el fin del mundo conocido y la llegada de una nueva vida...tal y como anunciaban las sagradas escrituras. Aunque nadie imaginaba un reino del terror...¿no? Solo los Héroes podrán impedirlo, pero ¿dónde están los Héroes?

PD: escrito por Sara (Aleera), mi jugadora de 7º Mar. Una vez mas, gracias por tus interesantes escritos y por crear una buena profundidad al personaje de Marina Oliván. Así da gusto narrar ^^

jueves, 5 de abril de 2012

¿Pensaban acaso que podrían cambiar algo con tal acto? ¿De verdad creían que con su muerte ella volvería? ¿O quizás suponían que sin Gerard a bordo tendríamos un viento favorable? ¿Acaso no se pusieron muchos de su parte cuando quiso huir? Y aun así, se lo harían pagar tan solo a un hombre. A un hombre con miedo, ¡maldita sea! Todos lo tuvimos al ver aquel navío errante que subsistía gracias a los cuerpos de los que podía alimentarse. Sus tripulantes eran parte del barco, y no se podía distinguir en qué punto comenzaba éste. A bordo, esqueletos y cadáveres andantes trabajaban, arriando velas, transportando pólvora o cualquier tarea que él les encomendaba. Él…la sola imagen de El Segador era escalofriante, se encontraba en la proa del barco con la misma macabra apariencia que la del resto de navegantes, pero éste, a diferencia de los demás, portaba una guadaña sobre la que se apoyaba. Y si pudiese una calavera tener algún tipo de expresión, juraría que una sonrisa triunfante y sádica figuraba en su rostro. Si él no era la muerte en persona, ¿quién entonces podría serlo?
Aun así, decidimos toparnos con el Arca de la Muerte. Éramos nosotros o ellos, no habría alternativa. Pero Gerard prefería tener una posibilidad de seguir viviendo, y siendo él el contramaestre de nuestro lamentable navío, Finisterra, aprovechó la ocasión para ello cuando el capitán y yo nos lanzamos a por la embarcación sin vida. Muchos apoyaron la decisión de marchase dejándonos atrás, pero a nuestro costoso regreso, alegaban que sólo él era culpable, que nos había traicionado y que por tanto debía ser ajusticiado con la muerte. Yo no podía permitirlo. Sí, había tomado el mando del barco para dejarnos atrás. Sí, se podía decir que nuestra causa estaba perdida cuando quedamos presos Barceló y yo en las entrañas del Arca de la Muerte. Sí, se podría entonces pensar que nos había traicionado. Pero, ¿a quién? ¿Qué somos para él? Y más aún después de que sus más cercanos habían creído que acabar con su vida era lo mejor para todos. ¿Es que Barceló no es capaz de pensar que no todos son tan leales como él? ¿O debería decir arriesgados e imprudentes? Nosotros teníamos mucho que perder en aquel conflicto y lo que más nos preocupaba eran ellos: nuestros compañeros, nuestros amigos. Mas Gerard allí solo podía perderse a sí mismo y era lo único que deseaba salvar. Lo entiendo. Por ello no podía dejar que tuviese tal final. Lo único que conseguirían sería un alivio por haber matado a uno de los nuestros. ¡Un alivio para ellos! Yo no podría cargar con ese peso, aunque no fuese yo quién sellase su destino, porque significaría que tampoco hice nada por impedirlo. Tenía que poner fin y no de esa manera.
Se propuso entonces dejarle marchar, no volvería a abandonarnos nunca más, puesto que no formaría parte de nuestra tripulación ni de nuestras mentes. Dejarle marchar… ¿con quién? ¿Con los que a pesar de compartir lengua y costumbres, le habían repudiado siempre? ¡Ellos no eran los suyos! No se sentiría parte de ningún lugar, si es que acaso había sentido algo parecido con nosotros. Intervine: “¿Qué es lo que realmente queréis hacer?”, pregunté. La respuesta era obvia si debía elegir entre quedarse, partir con quienes no encajaba o morir.
No sé si estuvo bien o mal lo que hice: pasar por alto la decisión de nuestro capitán Barceló y tomar la mía propia, permitiendo a Gerard quedarse con nosotros y perdonándole la vida…pero no me importa. Pienso que así las cosas se han tornado de un color diferente tanto para él como para mí y me siento bien al saber que quizás todo esto haya significado algo para alguien, aunque ni siquiera le conozca. Es posible que así empiece a valorar que lo que tiene no son solo un puñado de botellas de alcohol con las que ahogar sus penas, sino que hay alguien que apuesta por él y cree que las cosas pueden cambiar y que la suerte puede sonreírle. Y aunque no se modifiquen sus pensamientos ni sus actos, quería que tuviese la oportunidad de hacerlo. No me importa si nadie me toma en serio, o piensan que solo hice esto por compasión, pena, o simplemente por no ser capaz de asesinar a alguien que a ojos del mundo lo merecía. Mi visión de todo aquello era diferente…

Alguien me preguntó una vez en qué creía, y con mi crucifijo en la mano, el que antaño mi padre había portado, no supe responder. Al principio me pareció un simple interrogante cuya misión era buscar su solución, y que por más que intentaba hallarla, ésta parecía no querer ser encontrada. Mi respuesta fue entonces el silencio y eso me frustraba. Pero luego entendí que no tenía un tiempo limitado para contestar, pues a todo le llega su momento.
Ahora me aferro a mi crucifijo, miro al frente y dejo que la brisa me acaricie el rostro y juegue con mi cabello. Y creo. Creo en que puedo cambiar las cosas.

Marina Oliván

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Cuaderno de bitácora de la capitana del Finisterra, justo después del motín fallido de Gerard tras la batalla contra el Segador y el Arca de los Muertos.


PD: escrito por Sara (Aleera), mi jugadora de 7º Mar. Gracias por el escrito ^^

martes, 27 de septiembre de 2011

Sostenía tu rostro entre mis manos a través de los barrotes de aquella celda. “Te quiero”, fue lo último que acertaste a decir. Permanecí en silencio unos minutos, con la cabeza apoyada en el hierro que nos separaba, ahogada en un mar de lágrimas. Te dije que iba a sacarte de allí, que por fin ibas a salir y que todo se acabaría... Terminó demasiado pronto.
Innumerables imágenes asaltaron mi mente al ver que no había sido capaz de hacer nada, al ver que yacías ante mí y que sólo llegué a tiempo para verlo.
Recuerdo cuando salí de la Villa de Santa Elena en vuestra busca, a pesar de no saber montar o empuñar un arma, me hicieron prisionera en un cuartel de paso a la ciudad de Santiago y tras conseguir escapar llegué hasta aquí, buscando una resistencia, la Registencia de los Terreros. Deseé entrar en el castillo desde el momento en el que pisé en la ciudad, pero tenía que tener paciencia. Conocí a gente, aprendí algo sobre cómo manejar una espada, a cargar un arma e incluso a bailar. Tracé un plan para entrar en el castillo y por supuesto también para salir de allí contigo, con vosotros. Derramé sangre y finalmente conseguí abrirme paso hasta aquí. No sirvió de nada.
Ahora ella no está, se la llevaron a Dios sabe dónde y tú también te has marchado.
¿Por qué? Quizás llegué demasiado tarde, quizás tenía que haber entregado esa piedra y nada de esto hubiera ocurrido…No lo sé. ¿Qué voy a hacer ahora? ¿Volver a la Villa y vivir una vida normal, como quisisteis? No. Supongo que por una vez te haré caso y aprovecharé lo único que tengo: La sangre de dos héroes. Ni siquiera sé si podré hacerlo, o si mi historia también se quedará sin acabar, al igual que la de Azahara. Nunca me contaste el final.
Besé tu frente y apreté tus manos con fuerza, para dejarlas escapar por última vez. “Lo siento, papá, intenté ser más que una mujer y no lo conseguí.” Era hora de irse. “Yo también te quiero.”
Marina Oliván
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Escrito por Aleera, mi jugadora de 7º Mar. Gracias de todo corazón por el regalo ^^

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...