miércoles, 31 de enero de 2018

El mortal juego del ratón y el gato

-¡Majestad! ¡La Rioja!

El Buen Rey Sandoval abrió los ojos al escuchar a su capitán, Dorante de los Reyes, a través de la tormenta de agua y ceniza que arreciaba en el exterior.

Se abrigaba lamentablemente en el camarote principal de El Corazón de Castilla. El frío de aquella última semana no era habitual en los mares de la Boca del Cielo.

Y aún así, el Rey sudaba febrilmente bajo los mantos reales.

Desde luego nada de lo que ocurría en los últimos meses era natural.



Dejó los papeles en el escritorio y salió aferrándose a los muebles anclados de la habitación. Dorante le extendió su brazo, pero Sandoval no lo recogió con tal de no sacar ni un miembro de sus mantos. Una vez fuera, entrecerró los ojos para observar los puertos pesqueros de la Rioja a través de un mar picado coronado de aguaceros y ceniza. Sobre los muelles había un gigante acantilado sobre el que se erigía la ciudad principal de la Rioja, una maravilla arquitectónica de mecanismos de bronce y vidrio que desafiaba toda física conocida hasta la época.

Dorante se sacudía el agua de su cabeza rapada sacudiéndose como un perro mientras aferraba su estoque castellano.

-Majestad, deberíais quedaros aquí. Yo me encargaré de que os la traiga.

-No, quiero verla yo en persona. Tráigame al Barón de Santa Elena.

Dorante asintió, pero Alonso Lara ya se encontraba en cubierta empuñando una sonrisa afilada.

-¡Majestad!- gritó a través del ruido de la tormenta- ¡Menudo día hace! ¡Una lástima que se tenga que cancelar nuestra excursión!

-No se haga el listillo, Excelencia- Dorante avanzó hasta ponerse cara a cara hasta el punto de escupir al barón con sus ladridos, pero a Alonso le quedó la duda debido a la lluvia-. Vos venís conmigo hasta el muelle.

-¡No se preocupe! ¡Estoy con ustedes hasta el final! ¡Solo me preocupaba por el Rey! ¡Debería descansar en el camarote! ¡Está sobreesforzándose demasiado y necesitamos que su mente esté clara!

El Rey Sandoval miró enigmáticamente a Alonso bajo las goteras de sus cejas empapadas. No sabía si sentirse timado por las atenciones del barón o agradecido. Dorante percibió la confusión del Rey.

-¡Tu fama de hacerte el simpático no os servirá conmigo! Subid a la pinaza, por favor.

-¡El primero! ¡Síganme si pueden!

El barón cojeaba por sus antiguas heridas en costado y piernas en la Batalla de Tormentos. No era nada grave ya, pero siempre le gustaba dar un poco de lástima al Rey. Por otro lado, Dorante era un hueso de roer y le tenía más que calado.

Bajaron hasta la pinaza ligera, que a través de los esfuerzos de remos y marineros cortaron camino hasta los muelles pesqueros. Sin duda se notaba que la Rioja extraía al menos un tercio del pescado consumido en Castilla, la flota pesquera de baja y alta altura era considerable.

Pero esas embarcaciones no pescaban.

Ya no.

Las oleas estaban atestadas de peces y langostas que flotaban en el agua. Desde la pinaza el Rey observaba cómo los marinos recogían langostas que se deshacían en arena de mar. Algo pasaba en los cielos, pero también en las profundidades de la Madre Océano. En general, la fuerza vital de Théah se iba al traste.

Y Marina se había llevado la llave del poder y la solución consigo. Con Leandro. A nadie sabe dónde. Sin saber en manos de quién o qué puede acabar.


-Ya llegamos- advirtió Dorante, y preparó a unos veinte hombres de incógnito que pateaban la madera de la pinaza para coger calor-. Quiero absoluta discreción; y ya sabéis: nadie saca acero a menos que ella lo haga. Quiero ballesteros en lo alto de las grúas portuarias, y el resto rodeando las calles. Sabed que hemos hablado con el jefe de puerto y nos ha dado el visto bueno para cerrar las los muelles en cuanto demos la señal. Sabed que es buena trepadora y que puede contar con artefactos como pistolas garfio. Si eso ocurre, tenéis estos virote especializados para cortar cuerdas a distancia- comenzó a repartirlos a sus tiradores-. Recordad, la queremos viva y no dudéis de el honor de vuestras acciones. ¡Todos abajo!

Mientras todos bajaban, Dorante agarró del brazo a Alonso.

-Como intentéis algún truco, dad por hecho que me enteraré.

Alonso le miró preocupado. O fingiendo preocupación. Dorante no sabía y eso le sacaba de quicio.

-Vos habéis leído la carta que habéis mandado para encontrarla. No hay nada raro en todo esto y lo sabéis.

Es cierto que Dorante había comprobado las cartas, pero aún así no se fiaba de él.

-Sabed que si vos no servís para capturarla, otro lo hará y no será como vos desearíais.

Esto sí captó la atención del barón, pero no demostró expresión alguna. Dorante sonrió arrugando las cicatrices de su rostro.

-Cumplid con vuestro deber. Conseguid quitarle sus armas o convencedla para que no se resista.

Alonso posó su bastón sobre el puerto. Aquello estaba atestado de gente ociosa y preocupada. No había nada que pescar y el descontento político de los nobles locales hacia la Corona eran evidentes en carteles y panfletos que hablaban de la independencia del Ducado de Gallegos.

El Rey iba tras ellos embozado, con ojos brillantes por la fiebre y la excitación, viendo toda la atmósfera de la ciudad como algo alienígeno.

Llegaron a las puertas de piedra del muelle número seis. Alonso se paró de pronto.

-¿Qué ocurre excelencia?- le preguntó Dorante inquisitivo.

"No puede ser...¿ha venido?", pensó Alonso observando desde lejos a Marina embozada bajo la terraza de una taberna local. Sorbía lentamente de un baso de barro mientras que con la otra mano tamborileaba tranquilamente una mesa de madera. Se mantenía discreta ocultando su rostro bajo el ala ancha de su sombrero pardo y abrigada con su capa habitual. Le daba impresión de que llevaba esperando días.

"Quizás fui demasiado ingenioso para ella, típico. En fin...pues aquí se acaba todo, supongo."

Entonces penetró en la sexta plataforma del muelle.

Se encontró las oficinas de comercio y las lonjas adornadas con innumerables margaritas azules, que mantenían vivas y coloridas docenas de contratados. Probablemente, fuera la única actividad que mantenía viva el puerto y las vistas eran pintorescas, agradables y vivas para los ojos apagados de los riojanos.

Alonso se detuvo para poder reprimir una sonrisa y tuvo que admitirse algo que sus labios raramente dirían en voz alta.

"No entiendo nada"

Aunque confuso por la esperanza de las flores y desquiciado por la presencia de Marina, Alonso no tuvo más remedio que señalarle a Dorante la figura de Marina. Dorante asintió silencioso y puso en posición a todos sus hombres. El Rey avanzó lentamente hasta ponerse a la altura de los hombres, a pesar de que Dorante había insistido que Sandoval se quedara atrás. Observaba a Marina entre sus embozos, sintiéndose por fin dominante de una situación. Siendo por fin observador y no el observado.

-Sin duda, es ella. Tened cuidado. Y no falléis.

El Rey observó a Marina. No quería hacerle daño, aunque él se sentía herido. Nunca había sido el elegido por nadie, y siempre que lo había sido era para que se lo pasaran como una pelota entre todos.
Él nunca era el favorito de nadie. Sentía que solo gozaba del afecto por su estatus.

Por su corona y cetro.

Así pues empezaría a usarlo.

Odiaba haber llegado hasta esta situación, pero no podía dejar para siempre el destino de su país en manos de los demás. Tanto buenos como malos o neutrales...se sentía manipulado de una u otra manera.

"Has sido mi servidora, mi espada, mi amiga y confidente...pero has escogido tu camino sin bandera al lado de un traidor, de piratas y rebeldes. Si ese es tu camino, yo no puedo permanecer indiferente. Es mi país o echar la mirada a otro lado. Ya no quiero seguir siendo ciego. Ahora voy a controlar el destino de mi corona y mi país, ni favorecer ni a unos ni a otros. Ahora solo empieza mi mandato...ya no te espero más, hermano"

Una vez Alonso vio a los batidores encima de los tejados y Dorante le hiciera la señal de que los muelles estaban cerrados se acercó a Marina, que seguía sentada tomando algo relajadamente.

-Marina, por Theus, ¿qué haces aquí? ¿Y las margaritas?

Marina se giró y resultó ser un hombre de mediana edad, bigotudo y canoso con grandes arrugas en su rostro.

-¿Disculpe?

-Ah, eh...- balbuceó el barón, hasta que pensó-. Ah...

"No estáis. Las margaritas son para que me tranquilice. Pero...¿de qué va esto?"

El hombre pestañeó hasta que cayó en la cuenta.

-Vos sois el hombre al que tengo que dar esta carta ¿no?

-¿Cómo?

-Sí, sí. El hombre de la casaca verde, ¿cierto? Estoy deseando entregar la carta y volver a casa. Llevo días esperándole.

Alonso retrocedió. El mensajero le dio las ropas de marina.

-¿Vais armado?- preguntó Alonso.

-¿Qué? No. Aunque debería porque ha sido un viaje de lo más movidito. Mi mujer siempre dice que si vuelvo a San Cristóbal será mejor que lo haga con una espada para defender el honor y la vida pero...

El barón le arrebató la carta.

-Bueno, buenoo.

"Marina, como sea una carta para mí la llevamos clara. No tengo tanto tiempo para leerla. Los tengo encima"

Alonso leyó el reverso notando la mirada de Dorante en su nuca.

Para: Alonso Lara.

"Marina, ¿qué haces?"

De pronto, y contra todo pronóstico, Dorante entró en escena.

-¡No está armada! ¡Vamos!

Al menos unos veinte hombres invadieron la calle, vestidos de paisanos, aunque bajo sus capas pardas se encontraban miembros de la guardia de Sandoval. Entre ellos estaba Dago, que viajaba con el rey bastante resignado con la misión que tenían. Otros veinte se asomaron ballestas en mano sobre las grúas portuarias.

Dorante desenvainó su estoque.

-¡Marina Oliván de Santa Elena, quedáis arrestada en nombre del Rey por delitos de sedición, oposición a la justicia y conspiración contra la Corona!

El mensajero miró a todos los miembros recién llegados, mientras Alonso rompía el sobre y tanteaba  leer discretamente la carta antes de destruirla.

Sus dedos contaron tres hojas de texto.

Tres, puñeteras, hojas.

No le daría tiempo a nada con Dorante y el Rey tan cerca.

-¿Qué? ¡Yo no he hecho nada!-gritaba el mensajero  mientras alzaba los brazos- ¡Oh, genial! ¡Me han tendido una trampa!

Dorante se acercó a él, confuso y escupiendo órdenes.

-¡Arrestad a este impostor!- a lo que seis de sus hombres se abalanzaron sobre el confuso mensajero.

Dorante miró los tejados. Todo normal.

¿Qué estaba pasando?

-¿Dónde está Marina? -preguntó el Rey a Alonso saliendo de las sombras. Éste intentó ocultar la carta pero el Rey no le había quitado ojo en este rato, así que desenvainó y amenazó al barón-. Dádmela.

Alonso vio que en la primera hoja de las carta ponía:

Para: su Majestad el Buen Rey Sandoval de Castilla.

Entonces lentamente Alonso se la extendió.

-¿Qué es esto?-preguntó Sandoval, pero nadie dijo nada.

Desenvolvió la carta y la leyó con mano temblorosa.

Hola, majestad:

Confieso que nunca imaginé entrar en una situación como esta, pero así es. 

Como decía en mi anterior carta, que supongo que habéis leído pese a que no iba dirigida a vos, habéis hecho algo bastante recurrente.
Ya estoy acostumbrada a que traten de utilizar las cosas que amos para atraerme hacia una trampa [...]

El Rey arrastró sus pies hasta el asiento donde el mensajero tomaba vino. El resto de sus hombres estaban parados expectantes. Lo único que hizo fue sentarse torpemente para seguir leyendo.

[...] Me alegra saber que el Santísima Trinidad está reparado casi por completo, que las heridas de Alonso de la batalla de Tormentos estarán curadas y que parece que os también estáis en plenas condiciones. Si me permitís, también creo que a sido un acierto por vuestra parte enviar parte de la flota de Castilla a San Agustín o a San Teodoro. Esperar eternamente en Tormentos con tantos navíos era una tontería. Hay mucho que hacer [...]

Las manos temblorosas del Rey se volvieron inestablemente fuertes, arrugando el papel. Todo era mentira. La bases de su nueva personalidad como rey que toma sus propias decisiones para controlar su destino se desmoronaban. Creía haber conseguido ya ser un observador más en este juego de intrigas y apocalípsis y ha resultado que seguía siendo una hormiga más observada con lupa.

-Dorante- murmuró, y este se acercó presto-. Registrad los muelles a fondo, interroguen al mensajero, cuando volvamos, pongan a su excelencia a buen recaudo. Y cuando acaben aquí, devuelva a estos guardias de Sandoval a otros cometidos alejados de mí y tráigame otra guardia desde San Cristóbal.

Los guardias de Sandoval se miraron, confusos de ser depuestos del noble trabajo de proteger a su Rey. Dago simplemente negó con decepción. Pero Sandoval lo tenía claro. No podía discernir si Marina había visto todo eso con sus propios ojos, pero tampoco podía descartar que hubiera un topo. Y Alonso estaba siendo discretamente vigilado...


[...] Debéis comprender que no podía tragarme esta pantomima de viajar a La Pasiega a reencontrarme con su Excelencia, [...] pero dudo que Alonso me citase tan cerca de la capital sabiendo la situación en la que me encuentro. Sin olvidar, por supuesto, el hecho de que no le habría dado tiempo a huir de vuesro lado y llegar tan lejos en tan poco [...]

Cruzó una mirada febril con Alonso. Verdaderamente la mirada del barón era confusa, pero veía preocupación por Marina. No había visto en él una preocupación tan verdadera hasta ahora. Pero notaba que no sabía nada.

-Siento haberos hecho venir hasta aquí, excelencia. Dorante, vuestro plan...apesta.

Alonso simplemente inclinó la cabeza, aceptando la disculpa y Dorante dio un paso al frente herido. El capitán abrió la boca pero no dijo nada. Nadie tenía ni idea de qué iba todo esto. Ni a qué venían las margaritas azules. ¿Serían códigos entre ellos? Si así era, el Rey suponía que Alonso no podría contactar nunca con Marina...

Quizás su afinidad era demasiado fuerte como para tener al barón tan cerca. Era un arma de doble filo y no sabía si se había cortado con ella.

[...] En fin, dejo de abrumaros. Ya os habéis percatado de que sólo digo todo esto para probar que os vi no hace demasiado y para ahorraros la parte en la que dudáis de las lealtades de Alonso [...]

"Así que quiere confirmarme que fue ella la que me vio", pensó el Rey y miró a los guardias de Sandoval que iba a deponer de sus deberes. Pensó largamente en ellos. El Rey sospechaba de las simpatías de algunos guardias hacia a ella y la indiscutible afinidad del barón por la campesina. Podría ser que Marina les hubiera visto. ¿Pero desde tan lejos? ¿En Tormentos? ¿Se la jugaría a pasar con su navío tan cerca siendo la persona más buscada del país? No le parecía probable. Mejor prevenir...

-Está claro que estáis conmigo, Excelencia. Así que supongo que ayudareis a Dorante con su caza.

Alonso dudó un segundo. ¿Qué había mandado Marina al Rey?

-Por supuesto, Excelencia.

-Estarás al servicio de Dorante y le ayudarás en todo lo que te pida ofreciéndole información veraz. Si la encontráis y la convencéis de que debe colaborar con nosotros antes de que sea demasiado tarde os daré el beneplácito real para vuestra unión sin desigualdades.

Alonso casi se queda sin respiración.

-¿Aprobación...real?

-Nadie discutiría eso. Sería un honor.

Alonso debatió interiormente. Amaría a Marina hasta el final, pero no sabía aún si estaban hechos para el matrimonio. Bailaban como astros en el espacio y rara vez se tocaban. Pero cuando eso ocurría era maravilloso. Estaba relativamente feliz con esa situación...no sabía qué pensar...

-Sin embargo, si Dorante observa cualquier acto de traición, encontraremos un castigo pertinente y a otra persona que se quede con vuestros privilegios y deberes.

Alonso sabía de sobra que habría mil candidatos.

-Si vuestra lealtad está conmigo, no deberíais tener ningún problema- concluyó el Rey.

[...] Aun así os felicito. La idea no era mala, pero os recomiendo revisar esos detalles para la próxima vez [...]

"No os preocupéis, Marina. Estoy tomando nota de todo esto"

[...] Me da pena que perdamos el tiempo de esta forma. No sé si estaréis leyendo esta carta en el puerto de La Rioja o si os la habrán llevado hasta donde os encontréis mientras hacíais cosas más importantes que buscarme. De ser lo primero, tenemos un problema, que no es más que la prueba de que os llevan a donde quieren [...]

-Nos marchamos. Preparad el navío y cargad los suministros. Nos vamos de inmediato.


[...] Esta vez, por supuesto, me atribuiría el mérito de ello [...]

"Se agradece la sinceridad, pero no la temeraria gallardía. Está bien que te sientas orgullosa de ser una manipuladora más. Pero esto se acabará."

El Rey se enfadaba por momentos y la fiebre le hacía sudar. Sabía que debía controlarse. Pero la voz de Marina que narraba en sus pensamientos sonaba burlona y despectiva.

[...]Y mientras destruyen la Bucca, que tanto nos ha ayudado siempre, surgen de la nada los navíos de la Atabean Trading Company, los lyonenses continúan en nuestras tierras, Eisen es invadida por el Imperio de la Media Luna y caen del cielo rayos de sangre como si el mundo fuese a acabarse de un momento a otro....vos dedicáis parte de vuestro esfuerzo y tiempo a hacer planes para atraparme [...]

"Pues claro. Vos os habéis llevado la única cosa que puede hacer increíblemente indestructibles a lyonenses, eisenos, lunares o a la Trading Company y la llave de todo los misterios de Théah con el mayor traidor y sádico de Castilla. ¿Queréis que simule solucionar pequeños problemitas cuando la impotencia de que esto no servirá para nada porque nadie está la persona más incauta y temeraria con el destino del mundo?"


[...] Entiendo que estéis enfadado [...]

"No os imagináis cuánto"

[...] pero si realmente queréis ayudar, os pido que destinéis absolutamente todas vuestras fuerzas contra algo de lo que haya mencionado antes [...]

"Por supuesto, digámosle al Rey Niño lo que le conviene"

Dorante interrumpió la lectura del Rey.

-Majestad. El navío está listo. ¿A dónde vamos?

-A la Bucca.

-¿A la Bucca?- Dorante se desencajó. Iban al mayor agujero de corsarios y piratas de los mares del sur-. ¿Para hacer qué, Majestad?

-Eso dependerá de ellos.


[...] Yo volveré. Desconozco la situación y las condiciones, pero espero que sea cuando todo esto se haya acabado. Etonces asumiré lo que merezca [...]

"Si queda algo de nosotros. Esto podría ser el alzamiento de Castilla y tú, como siempre, te lo juegas a todo o nada. Como la vida de mi esposa"

-Ya lo creo que volverás.

El Rey subió al bote y dejó el puerto de la Rioja, pero antes cogió un ramillete de margaritas azules mirando a Alonso para descifrar su expresión. A un gesto, Dorante y el barón se marcharon para iniciar su misión, volviendo al mar de langostas de ceniza muerta.

[...] Sé que si nos encontramos antes solo será para que me impidáis continuar, y no puedo permitir que eso ocurra.

Así que no me queda más remedio que seguir huyendo.

De vos y de todo el mundo.[...]

El Rey Sandoval dobló delicadamente la carta y la guardó entre sus mantos, cerca de su corazón.

"No hay suficiente mundo para los dos, Marina.

Volverás.

Ya lo creo que volverás.

Y no me encontrarás esperando."

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El Buen Rey Sandoval, Alonso Lara de Santa Elena, Dorante de los Reyes y Dago en la fallida trampa del Rey para atrapar a Marina y Leandro por sus insubordinaciones contra la Corona de Castilla. Marzo de 1672. La Rioja, Ducado de Gallegos, Reino de Castilla.

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