lunes, 25 de diciembre de 2017

Descenso a los Infiernos

El Buen Rey Sandoval descendió a las entrañas más inferiores del Santísima Trinidad. Las campanas que anunciaban el incendio de la cubierta superior comenzaron a sonar lejanas. Las llamas fueron sustituidas por lenguas de frío, sudor agua salada. El que había sido el orgullo de la Armada de Castilla estaba plagado de hemorragias internas de donde manaba la mar salada. Las espléndidas botas de batalla del Rey chapotearon conteniendo el agua hasta por encima de sus rodillas, mientras que el peto de batalla le impedía respirar. 

Los marineros se apartaban a trabajar prestamente, mientras otros miraron sin ninguna discreción la figura ensangrentada del rey. Esperaban por Theus que fuera sangre de sus enemigos y no sangre real.

El rey miraba cómo los marineros se increpaban los unos a los otros, a veces con insultos llenos de urgencia La agobiante perspectiva de que no pudieran salvar el gran galeón de la armada les ponía bajo una gran presión. No era para menos:  la Batalla de los Tormentos había concluido y pasaría sin duda a los libros de historia, así que debían quedar lo mejor posible.


Al menos de momento, Lyon se había retirado, pero la Armada de Castilla había quedado tan diezmada que no podrían ni formar una guarnición local.


El resultado estaba en tablas. De momento.


Lo que aún estaba por decidir era cómo iba a quedar la figura del Rey de Castilla en la historia que se avecinaba.


-Majestad, será mejor que os lo traiga hasta aquí y que me esperéis- susurró servicial Dorante de los Reyes, el Capitán de la Guardia de Sandoval.



El Rey levantó su enguantada mano manchada de sangre. Dorante sabía lo que eso significaba.


-Como queráis. Seguidme pues.

Dorante y el Rey se abrieron camino a través del agua, madera, astillas y restos de navío. Avanzaban lento a causa de la inundación, pero no les quedaba mucho tiempo.


Llegaron hasta la puerta pesada, que tres guardias de Sandoval tuvieron que empujar debido a la presión de la inundación.


Entre las sombras chapoteaba desesperadamente con las piernas un hombre de capa negra y ropajes rojos. Sus brazos estaban encadenados fuertemente a una barra del techo y gemía dolorosamente por los esfuerzos de escapar.


-Su majestad el Buen Rey Sandoval- anunció Dorante al prisionero.


El rictus de Marcus se contrajo y sus ojos se clavaron en los recién llegados. El aire se le escapó de su pecho y las piernas se relajaron hasta el fondo de las frías aguas.


-Majestad...qué alegría que la batalla haya cesado y estéis aquí. Sin duda es una buena nueva que terminará con el anuncio de vuestra victoria en...

  
-Silencio- siseó el Rey.


Su labio inferior temblaba. Lo había hecho siempre durante mucho tiempo. Un gesto que Aldana siempre le había metido en mente corregir. El conde siempre le había advertido de que sus expresiones le delataban, sobre todo ante sus enemigos. Le pasaba siempre que no sabía obtener una decisión por sí solo y se encontraba perdido en el laberinto de las decisiones.
  



¿Cuál sería la decisión correcta?

 No.

¿Cuál sería la mejor para su país?



El Rey se mordió el labio inferior. No volvió a temblar, pero apretó hasta que sangró.



-Escucha villano. La batalla ha terminado, y de esta conversación dependerá el destino de vuestra miserable vida.



Marcus miró a Dorante, que abrió los ojos ante las palabras del Rey, y pensó que iba en serio. El hombre que estaba frente a él no parecía el niño del que les había hablado el Sumo Inquisidor antes de su suicidio.
  


-Como toda la Inquisición, pertenezco al Ministerio del Terror. Estoy a vuestra disposición.

-Vas a contarme todo lo que sepas de Lucius, Marina y Leandro. Y esta vez, no te vas a dejar nada.


Marcus suspiró gravemente. Eso le llevaría demasiado y el barco seguía hundiéndose.

  
-Majestad, pertenezco a la guardia personal de Lucius Varela, el anterior Sumo Inquisidor.
  

-Que cayó en desgracia por conspirar contra mi. No es un buen comienzo para vos.


-...sí. Lucius llevaba tiempo obsesionado con un asunto sobre un Éxodo hacia los mares del oeste que no nos quería revelar, ya que su paranoia persecutoria se hizo patente en el último mes de su vida. Sabía que había que dejar Théah en algún momento, sabía que se acercaban tiempos difíciles y que debía encontrar a los elegidos. Pero...dejó de confiar en nosotros.



-¿Por qué?



-Lucius Varela comenzó a coquetear con el conocimiento de artefactos syrneth y otros saberes prohibidos que ninguno de nosotros permitiría. Por eso les legó  el conocimiento a Marina y Leandro. Yo solo quería evitar que cayeran en sus manos. Os oculté el suicidio de Varela, pero la situación debía ser tratada por la Inquisición con sumo cuidado para protegernos a todos de esos conocimientos y artefactos peligrosos...

-A ver si lo he entendido. Dices que ocultaste a tu Reino información muy peligrosa sobre artefactos Syrneth que incumbían a Varela y que pueden ser clave de la destrucción o salvación en el mundo. Y resulta, que tu plan ha sido dárselo a Marina y a Leandro.


-Veréis, Majestad, solo ellos podían desvelar los secretos de Varela.


-O sea, que para evitar que cayeran en sus manos...se las entregasteis en mano precisamente a ellos.

  
-Majestad...



-Si de verdad queríais acabar con esos conocimientos, no les hubiérais dado la clave de la supremacía de Théah a una de mis espadas más temerarias e imprudentes y a uno de mis enemigos jurados más peligrosos. Simplemente, los habríais destruido.



Marcus miraba sus cadenas y apretó su expresión intentando encontrar un hilo entre el ovillo que acaba de formar con sus argumentos.


-No...


-Así que, parece ser, perteneces a esa facción de Varela que atentó contra mi cargo alejándome del trono y creando el caos en mi reino. Con lo cual, parece ser, que solo queréis obtener la información para sacar poder para la Inquisición. Habéis conspirado y habéis puesto en peligro a la corona de Castilla atrayendo enemigos visibles como Leandro e invisibles como el legado perdido de los Syrneth, naturales como esa Atabean Trading Company y antinaturales como ese Autómata. Habéis atraído de forma irresponsable el mal a los mares del sur ¿Tenéis argumentos para defenderos?


-Majestad...yo...no...Marina...no es tan peligrosa...no podía saber que las cosas se iban a poner tan peligrosas



-¡Habéis puesto el destino de las naciones en manos a Marina Oliván! ¡La mujer que con menos de 20 hombres robó el Santísima Trinidad y lo condujo a una batalla en nuestras costas! ¡La que oculta sus artefactos en las sombras! ¡La que es amiga de todos y de nadie!  ¡La temeraria que se jugó mi vida y la de mi esposa a un disparo! ¡La enmascarada cuyas lealtades se balancean entre los suyos y los bucaneros, piratas y maleantes! ¡La que se entregó voluntariamente a la Chateu du Soleil en las Revueltas de Charouse con tal de destruir al lobo desde dentro! ¡La guardiana de Leandro que ha acabado por ser la llave de su liberación!



-Sí, majestad...


-Le has dado una información que podría DESTRUIRNOS a todos, que podría cambiar la hegemonía de poderes de las potencias de Théah o incluso destruirnos a la persona más temeraria e incontrolable que conozco. ¡Nos jugamos a cara o cruz el destino de todos!

  
 -Pero ella...siempre ha sido vuestra espada, majestad. Aun en las sombras...la Inquisición bien lo puede confirmar.

  
-¿Es que no escuchas? No dudo de sus buenas intenciones. Dudo de sus métodos. De sus lealtades. De que cometa un error...es cosa de probabilidad de que algún día le saldrán mal las cosas. Y esta vez se está jugando el todo por el todo. Y si no está con Castilla en esto...es un peligro para ella.


 El Rey volvió a morder su labio. Estaba demasiado excitado.


 -Liberad a este hombre.



Marcus respiró aliviado y soltó una leve carcajada fatigada. Dorante le desencadenó apresuradamente, ya que el nivel del agua subía implacablemente.


 -Majestad, le honra esta decisión. Es cierto que...

  

-Llevad a este hombre a la prisión del Morro. Su previsión, cadena perpetua con vista a condena de muerte. Cómplice de conspiración con Lucius Varela, ocultación de información relevante para la seguridad de la Corona, contacto con Traidores de la Nación, introducción de esto en tierras de Castilla y conspiración.
  

-¿Qué? ¡Majestad! ¡Majestad...! ¡Yo! ¡Yo no tuve nada que ver con los movimientos de Varela! ¡Yo...! ¡Yo...!
  


-¿Sí?



Marcus tragó saliva dejándose apresar por Dorante.



-Yo no soy un traidor. Pero como Guardián de la Fe, mi misión es anteponer la obra de Dios. Yo sirvo a Theus.

   
El Rey masculló cerca de su rostro, salpicandole la sangre real de sus labios heridos en la cara.

   
-Pues entonces te llevaré con él, para que goce de tu lealtad, ya que parece que a tu rey no se la profesas.

  
Dorante arrastró por el agua a Marcus mientras gritaba dolorido.
  

-¡No! ¡No! ¡Vos sois el Buen Rey Sandoval! ¡No he hecho nada malo! ¡La información la tiene Marina Oliván! ¡Es vuestra amiga! ¡Le di la información a una amiga del Rey! ¡No tendríais nada que temer!







Dago, uno de los fajines escarlatas de la guardia personal del Rey, había permanecido fuera, después de haber ayudado a abrir la puerta al Rey. Observó como el rey salía con los puños apretados por la ira, pero en sus ojos leía el miedo de una alimaña acorralada.



-Que custodien a este hombre hasta la prisión de El Morro- le ordenó el Rey.




Dago asintió, pero se aventuró a preguntar:



-Majestad, ¿no es posible encontrarle un indulto? ¿No hay nada que pueda hacer?



El Rey le miró de forma helada. El vientre oscuro del Santísima Trinidad descendía cada vez más hacia el oscuro océano. El Rey pensaba a la velocidad que le permitía su estado. Cuando uno desciende a los infiernos solo existe el bien y el mal, pero las cenizas ciegan los ojos del atormentado. Bajo el cuchillo vería quién sangra blanco y quién negro. Ya estaba bien de ser el títere de todos.


-Solo hay una manera en la que puede salvarse. Solo hay una salvación para Castilla. Solo hay que empezar a actuar.



Y esta vez no habrá medias tintas.


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Febrero de 1672. El Buen Rey Sandoval tras la Batalla de los Tormentos y antes de declarar a Marina en búsqueda y captura como peligro para la Nación.

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