jueves, 12 de julio de 2018

La pieza del rompecabezas

El soldado se desplomó sobre el escritorio provocando una lluvia de cartas y polvo. Dorante, impaciente, lo devolvió al trabajo inmediatamente apresándolo de la nuca.

-Creo que no se te ha ordenado que descanses, soldado.

El soldado agarraba con dedos débiles la presa de su capitán, pero lo que más le atenazaba era el miedo.

-Capitán, no hay nada. Habéis estado mirando todo su correo durante meses. Ni rastro de ella. Marina no le escribe. No veo por qué hoy iba a ser diferente.

-Ese es tu problema, que solo buscas cartas de ella. Tienes que pensar como él. Quiero códigos, frases hechas, números, símbolos, aunque sea el triste dibujo de una margarita azul garabateado en una esquina.

Los ojos del soldado raso se entrecerraron, achinados de leer a la luz de una vela en el húmedo puesto de soldado en el castillo de Santa Esperanza.

-¿Margaritas...? Capitán, no creo comprenderle...no hay nada de eso aquí- sollozó apretando la montaña de correo-. Estoy agotado.

-Quizás no deberíais haber estado ayer bebiendo hasta las tantas en el pueblo, estarías más fresco para vuestro deber.

El soldado quiso armarse de valor, pero suspiró. Haría lo que le habían recomendado otros antes que él. Fingiría que le presta atención a las cartas y le diría que no ha encontrado nada.

-No puede ser que reciba tanto correo y que nada sea de ella. Lo de la Rioja fue un contacto. Y antes de eso seguro que me torearon para preparar ese cebo.

La cabeza del soldado cedió por agotamiento contra la mesa, trayéndose de vuelta un folio estampado en la frente.

-Capitán- su voz se agudizó lastimosamente-, aquí solo hay propuestas de matrimonio, deudas, informes de tasación y de gestión de tierras. Créame, no hay nada. Y es de lo más aburrido. ¿No podría al menos leerlas fuera de la camareta?

Dorante le apartó de la silla con un brazo fuerte pero tembloroso.

-Estás relegado de tu puesto y suspendido de empleo y sueldo. Está claro que no puedes aguantar tu responsabilidad.

El soldado se levantó de un salto y se alejó brincando de la mesa, aunque con severa jaqueca. El soldado negaba con la cabeza para sí: desde luego, obsesionarse con Marina Oliván como enemigo del rey haría que los verdaderos enemigos de la corona conspiraran a sus anchas.

Dorante cubrió el hueco que acababa de abandonar el soldado y palpó su calva sudada en búsqueda de equilibrio mental. Se dispuso a coger el montón de correo que quedaba.

Pero un guardia real entró.

-¿Capitán?

-¡Ahora no!

-Pero...

-¡Que no!

-Es importante...

-Argg...- Dorante se levantó tirando la silla y afefrrando el estoque.

-¡Es Marina!- gritó el guardia de Sandoval.

-¿Qué?

-Está aquí.

Dorante se lanzó a coger los grilletes de un clavo puesto en la pared de la camareta.

-Y ha entrado de forma legal.

Dorante frunció el ceño empuñando los grilletes. El guardia sintió que los grilletes se ponían al rojo vivo bajo su intensa mirada. La presión de tener que proteger a un rey tan amenazado empezaba a pasarle factura al Capitán.

Los puños de Dorante apretaron los grilletes y su capa voló con él fuera de la estancia.

-Eso ya lo veremos.
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 La Reina volvió a pronunciar sus deseos frente al Concilio de Razón. La Guardia de Sandoval en lo alto de la muralla miraban inquisitivamente a Marina y Alonso, que se despedían en el jardín a la sombra del Capitán Dorante. En el jardín de Santa Esperanza los pájaros evacuaron ante la tormenta personal que se avecinaba y los nidos enmudecieron. Hasta el océano parecía murmurar con tal de no molestar.

Los reyes y los miembros del Concilio habían salido del jardín a petición de la reina. Todos en la corte decían que las sensiblerías femeninas de la reina estaban reblandeciendo al rey. Ella gastaba toda su paciencia infinita para evitar que el Rey no se hundiera ante tantos juicios. Hasta ahora, todos esos buitres, nobles y burócratas, les observaban, probablablemente molestos por tener que haber dejado a Marina sola con Alonso. Aunque Dorante seguía allí, las expectativas de que algo extraño y extraordinario pasase (catastrófico o salvador) se habían disparado entre los presentes.

Ahora le tocaba a la Reina seguir la jugada que le había llevado a esta encrucijada.

-Mi Rey...

El Rey miró a los hombres y mujeres del Concilio, que cuchicheaban y analizaban todo lo que hacía y decía el rey. Negaban o asentían a todo lo que hacía. Normalmente solo negaban.

-Marina ha burlado la ley y no ha respondido ante su Rey cuando éste se lo ha pedido...y...

-Deseo hablaros aparte, majestad. Como marido y mujer.

La Reina jugó una buena baza: el matrimonio. Si en Castilla había algo más sagrado, era la familia. Y si lo había mezclado con la segunda cosa más sagrada: la Iglesia. Concilio de Razón se disolvió por los salones y plazas del castillo respetando la intimidad del sacramento matrimonial de los reyes de Castilla.


-Debes dejarla despedirse adecuadamente y marcharse. Por favor, no la arrestes.

-No entiendo por qué está aquí de vuelta. Le dije claramente que no lo hiciera. Estoy...estoy muy enfadado. Creía que habíamos quedado bien, pero veo que no teme las consecuencias. La temeridad se paga...¿por qué no escribió simplemente?

-Deben verse en persona. Así es el amor.

-¿Amor?- el Rey observó a la pareja despedirse a través de la arcada de piedra que les separaba del patio al jardín.

-Sí- la Reina le tomó de la mano- ¿Sabes lo que es eso?

El Rey se ruborizó y por un segundo recuperó algo de su inocencia.

-¿El amor?

Miró la mano de su esposa. Se sentía tan inexperto en eso. Layla, por el contrario, parecía tan aventajada. Parecía haber sido educada para entenderlo, expresarlo, comunicarlo. Ella le había guiado en todas sus dudas, sus miedos y torpezas.

Todo el mundo le había dicho que su esposa serviría para ser la madre de sus hijos. Pero nadie había querido qué era amar a alguien.

Ella le esperaba pacientemente descansando en su sonrisa.

-Sí, el amor.

-Marina es un peligro...

-Solo está enamorada.

-Razón de más para creer que puede hacer una locura.

-Ellos sienten igual que nosotros. No hay nada peligroso en todo esto. Solo se aman.

El Rey no pudo mirarla a los ojos.

-Ella ha hecho demasiado daño. Ocultó información sobre una invasión enemiga, robó el buque insignia de mi Armada, se alió con mi peor enemigo, lo protegió...

-Y todo lo hizo para salvarme.

Entonces el Rey pudo mirarla.

-¿Cómo dices?

La Reina se sentó en un banco de piedra. A lo lejos, en el patio de armas, los criados salían de las cocinas para alimentar a las gallinas nerviosas que había en el corral del castillo. El Rey comenzó a andar y no podía parar aunque lo deseara.

-No sé cómo, pero...hace tiempo, alguien descubrió que guardaba un libro sagrado Creación del Mundo y de las Tribus...

-Un libro pagano...

-El libro de mi fe. Y me chantajeó.

-¡¿Cómo pudiste?!- el Rey mascullaba evitando gritar-. Claro que te chantajearon. Es un libro prohibido. -de pronto, se derrumbó junto a ella-. Layla, queman a gente por menos. ¡Yo acudo a esos Autos de Fe!

-Lo sé de sobra, me has obligado a verlo muchas veces.

-Es parte de nuestro mundo. Aunque creas que puedo hacerlo todo siendo Rey, te equivocas. ¿Por qué conservaste ese libro?

-Es mío. Yo lo transcribí a mano y lo ilustré como dictamina mi gente.

-¿Qué?- el rey hundió su cara entre sus manos esperando leer una respuesta buena-. Tú eres vaticana, Layla. Te convertiste.

-Nadie tiene raíces de quita y pon, Sandoval.

-¿Qué insinúas? ¿Qué mentiste para estar aquí?

-No. Simplemente que no puedo quemar en una hoguera mi identidad ni mi legado. No podéis quemar todo lo que os supone un problema.

-Si te refieres a Marina, yo no quería que la ejecutaran en un Auto de Fe. Te recuerdo que estábamos fuera del país.

-No hablo de ti, hablo de los que te rodean.

-Ellos la odian.

-Y ella me salvó.

-¿Del chantaje?

-Sí. Consiguió traerme de vuelta el libro y no pasó nada más.

-¿Y el chantajista?

-No me dijo quién era.

-¡Ja! Eso es tan típico...

-Creo que era lo más sensato.

El Rey enmudeció. Sus ojos se empañaron y su voz temblaba.

-¿Y desde cuándo llevas callándote esto?

La Reina percibió que había entrado en un laberinto. El laberinto de la desconfianza.

-Fue antes de la batalla en la cala de San Elíseo.

-El ataque de los Bernoulli...entonces...no puede ser coincidencia. Los Bernoulli te chantajeaban o estaban metidos hasta el cuello en todo esto. Ella...

"Ella...solo nos estaba protegiendo. Con su silencio"

El Rey golpeó con su puño el banco de piedra hasta que se hizo daño. La Reina suspiró comprendiendo que le faltaban piezas del puzle, quizás las que tenía su marido. Juntos acabaron el puzle...pero era demasiado tarde.

Y Marina seguía habiendo elegido estar fuera de ley. No podía protegerla.

"Pero por fin sé el por qué...o lo intuyo"

El Rey agachó la cabeza, herido.

-Al final...tú también, Layla. Eres como todos. Todos me ocultan, todos me engañan.

El Rey cogió su capa y le dio señal a su guardia a lo lejos alzando un brazo, pero Layla le detuvo,

-Sandoval, yo no te he engañado en nada.

El Rey hizo un titánico esfuerzo por no gritarle a ella y por no dar la orden de arresto.

-Me ocultaste tu falsa fe, me ocultaste que amenazaban tu vida y a la Corona. No contaste conmigo.

-Mi vida espiritual no es un secreto nacional, majestad. Y mi alma no es información clasificada. Se trata de mi intimidad. Y ese santuario es solo mío. Ahí no tienes entrada. Y tú, tendrás la tuya.

Sandoval quiso replicar...pero no le había revelado a la Reina su conexión con el Rey de los Piratas: el infame Allende.

-Layla, me enfadé con ella porque se jugó tu vida disparando a Fiana. Y ahora me dices que todo este tiempo ya le debías la vida...

-Ya se la debía de antes y ya lo sabías. Y tú también se la debes. Nos ha salvado en innumerables ocasiones. A ti, y a mi. ¿No ves que ha sacrificado su amor para que nosotros podamos vivir el nuestro?

Entonces el Rey supo que Marina ya había partido hacia el oeste y sintió confusión e ira por no saber a quién odiaba más y quién merecía su perdón. 

Pero ya era demasiado tarde. Marina ya había partido hacia su exilio y sintió confusión e ira por no saber a quién odiaba más y quién merecía su perdón. 

Quizás debía alejar a Marina de su lado. O quizás era a su Reina a la que debía apartar. 

Dejó entonces con amargura y odio que Marina se alejara hacia su exilio. 

Hasta que las aguas se calmaran.
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El Rey dio a orden de dejar marchar a Marina.

Evidentemente, eso no había gustado nada a los miembros del Consejo. Mientras ella se alejaba en una pinaza, los viejos nobles y burócratas batallaban como gallinas descabezadas.


-Majestad, es inadmisible que hayáis dejado que alguien como ella, asociada con piratas, protectora de hechiceros, poseedora de tecnología prohibida...¡ya sabéis todo eso! Es inadmisible que la dejéis escapar estando tan clara su condena. ¡Solo dejáis clara vuestra debilidad! La debilidad de la Corona.

Layla, entre tanto ruido y charlatanería, miró al Rey y le susurró confidencialmente:

-Habéis hecho bien, mi rey. Marina ya debe estar lejos de aquí.

Pero el rey no pudo mirarla. En el fondo tenía la duda de haber dejado marchar a una irresponsable temeraria y quedarse con una traidora que le había confesado su pecado.

No sabía si odiaba a Layla, pero desde luego, ya no pudo mirarla igual.

Por otro lado, Sandoval quería pensar que la revelación de Layla le traería paz, que todo tenía un por qué. Pero solo le traía desazón. Igualmente, Marina había elegido la herejía, la hechicería, la vida criminal y lo que era peor...

A Leandro.

Antes que a él.

Y a pesar de todo lo que le dolía...no podía evitar sentirse más en deuda que nunca con ella.

Pero la realidad era bien distinta. El Concilio mostraba indignación ante tanto misterio.

-¿Sabéis que las fuerzas de Montaigne la consideran pirata de búsqueda y captura en sus costas? Vuestro primo el Rey Pastor hubiera estado encantado del apresamiento de esta infame espadachina. ¡Y ni hablar de esa fragata que ha asolado docenas de barcos de la Iglesia en nuestras aguas! ¡Piratas! Sabéis de sobra que tienen puerto seguro  con esa escoria de la Bucca. Piratea en vuestras aguas y delante de vuestras narices sin bandera ni tributo ¿Habéis olvidado que robó vuestro buque insignia? ¡Si casi mata a vuestra esposa desobedeciendo vuestras órdenes! ¡¿Y lo de Leandro?! ¡Ah! ¡¿Y lo de Cabora?! Majestad...creo que no sois conscientes de que...

Los viejos seguían hablando. Pero Sandoval era consciente de todo. En este último mes comenzaba a verlo todo más claro. El Rey levantó su mano enguantada y la cámara se silenció.

-Caballeros. Somos castellanos, y ante todo, somos gente piadosa y agradecida. Marina ha sangrado y luchado por la bandera de nuestra nación durante años y les ha dado una figura a seguir a los lugareños de Zepeda. Lo menos que podía hacer era darle una cierta ventaja por los servicios prestados.

Los miembros del concilio enmudecieron.

-Claro, pero...¿entonces? ¿No pensaréis perdonarla no?

El Rey los miró a todos. Conocía a muchos de ellos y ya sabía que había al menos tres focos diagnosticados de conspiración en su corte. Unos que querían declararle loco y enfermarle para que le llevasen a isla Tormentos; otros que abogaban por colocar a su prima cerca de él como valido, con el fin de subirla en el trono en su lugar y de los últimos, menos imaginativos, se creía que querían asesinarle en un viaje que estaba preparando a Montaigne, culpando a radicales anti monárquicos. Dorante coincidía conque todos los conspiradores estaban de acuerdo en una cosa: el Rey era manipulable y no sabía imponerse. El prestigio de Castilla seguía en decadencia.

Y ahora estaban esperando a que mostrara debilidad de nuevo. Con una traidora.

Traidora para ellos. Pero para el Rey...ya no sabía qué pensar. Layla le apretó su mano. Y Dorante sudaba a su lado, dispuesto a protegerle con su vida de todos esos buitres tan peligrosos como necesarios.

-Mantenedla non grata con todos los cargos que se le imputan.

"Con todo eso como mínimo es la horca...pero yo no elijo los crímenes que ella ha cometido. No sé cómo ayudarte, Marina. No sé cómo perdonarte. No sé cómo sobrevivir sin ti.

Y lo peor de todo.

No sé si podré agradecértelo algún día.

Solo espero que en tu regreso sigas en mi bando.

Solo espero que no me pongas en la obligación de arrestarte. 

Pero conociéndonos, no estaremos en el mismo bando...me pondrás en esa situación de nuevo.

Eso significará que volveré a verte algún día.

Cuando las aguas estén calmadas"

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El Buen Rey Sandoval, Layla reina de Castilla y Dorante de los Reyes en la despedida de Alonso y Marina antes de que ésta tuviera que partir a los confines del oeste para evitar las consecuencias del hundimiento de Cabora y todos sus crímenes. Junio de 1672. Isla de Sandoval, Ducado de Aldana, Reino de Castilla.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...