lunes, 19 de abril de 2021

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia, pero Leandro no podía sentir nada ya.

La plaza del gobernador de San Felipe abucheaba al Alguacil y a la Ronda por el arresto y por su dureza contra el pueblo. Por una vez, Leandro se vio arropado por su gente.


Y no portaba corona alguna sobre su testa como siempre imaginó. Solo grilletes.

No podían hacerle daño, pues vio la mirada protectora y aprobadora de Marina Oliván entre el gentío. Lo que más le enternecía después de todo es que la mirada de respeto de Marina también escondía un océano de preocupación. Muchos huían despavoridos de la escena por los corchetes y de los guardias a caballo que violentamente cargaban sobre el populacho indignado, pero ella permaneció unos segundos clavada en la plaza, orgullosa por cómo había actuado. Observó al Barón de Santa Elena con una sonrisa, había buscado un caballo para que pudiera huir, pero no pudo ser.

Por fin Leandro se dio cuenta. No había sido un error que los hombres del gobernador lo hubieran arrestado.

Precisamente lo habían arrestado porque lo había hecho bien.

Y entonces todo empezó a ser fácil.

Lo llevaron a una celda entre exclamaciones de admiración y empujones de los guardias. Se sentó en un taburete de madera astillada con una ventana de barrotes que daba hacia el norte. Las vistas apuntaban hacia la gran columna de humo negro que habían alzado los hombres del “Buen” Rey Sandoval para sofocar cualquier deseo rebelde del Ducado de Gallegos. Hacía frío y humedad hasta el punto de necesitar abrazarse el pecho con sus brazos pesadamente encadenados.


Encadenado y arrestado, cansado y abatido…Leandro lo encontró todo.

Encontró la compañía en esa celda mugrienta mientras oía las aclamaciones de su pueblo

Encontró la libertad de su heredado adoctrinamiento entre esos barrotes.

Encontró la mano de Marina Oliván entre las cadenas.

Encontró bajo su piel un fuego lento y reconfortante del que muchos habían hablado, pero que siempre le costaba sentir.

Encontró en su memoria la mirada orgullosa de Marina Oliván, la espadachina que robó ese fuego prohibido para donárselo a él.

Ahora latía suave y ligero en su interior, reconfortándolo. Por mucho que el Rey Sandoval no pudiera soportarlo, la llama del cambio crecía en él.

Y entonces encontró sentirse algo que tanto tiempo había anhelado de forma enfermiza y vil.

Sobre ese taburete astillado, Leandro se sintió, por fin, Rey.




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Leandro Vázquez de Gallegos después de ser arrestado por el Gobernador de San Felipe Don Álvarez de Silva, en la aventura de Marina intentando aplacar la ira del Buen Rey Sandoval. Octubre 1674. San Felipe, ducado de Gallegos, Reino de Castilla. 
 

jueves, 1 de abril de 2021

La estocada fantasma

 


El Rey emergió sobresaltado de una pesadilla, empapado en sudores fríos. Respiraba agitado, como si acabara de alcanzar costa, vigilando todas las sombras que la luna proyectaba en la oscura sala. 

 No existía ningún peligro. Solo el ambiente gélido. 

 Se vistió con el batín real y, descalzo, alimentó el fuego del brasero. Atizó las llamas buscando calentar la habitación, pero ni siquiera eso le confortaba. Observó en su lecho a Inés, la cantaora, bailaora a la que había convertido en la actriz más popular de todos los corrales de comedias de San Cristóbal. Observó curioso en su postura, fijándose en que la actriz dormía dándole la espalda. 

La vio respirar acompasadamente y sintió envidia de su sueño, de poder respirar profundamente al son de las olas de la playa que daba al exterior. 

Pero Inés no dormía. Siempre tenía un ojo abierto. Sabía que el Rey tenía pánicos nocturnos y que esos pánicos le hacían tomar las decisiones más importantes sobre su próximo movimiento. 

 Y ella debía enterarse de todo. 

 El Buen Rey Sandoval, llamado así por sus poetas desde que tenía la tierna edad de dieciséis años, ya hacía dos años que no era ni tan tierno ni tan bueno. Tenía el alma negra de un Príncipe de Vodacce, el vicio de un rey de Montaigne y la curiosidad mística de una Reina de Ávalon. Una peligrosa combinación para un ego tan frágil y herido como el suyo. 

Inés atendía a los ruidos que hacía su majestad. Normalmente el sonido de una copa y el pasar de las páginas de la obra de Maquiavelo, al que se había aficionado recientemente como si fuera el padrenuestro. 

 Pero esa noche fue diferente. El Rey estaba en completo silencio. 

 Inés se agitó suavemente en el lecho y entreabrió los ojos para observarlo. El Rey miraba con pesar a través de la ventana de un cortejador que había en la cámara. Tenía el porte de un noble león, hambriento de satisfacciones y moscardeado por una nube de abejas. 

Abejas cuyo aguijón más duro era la de su reina ausente, insensata, irresponsable y por la que se sentía traicionado. La que le había llevado al camino de la ira. 

 Observó el Rey la ciudad de San Cristóbal. Desde lejos parecía calmada y hermosa, acunada por las aguas de la Boca del Cielo. 

A pesar de que todo se sentía lejano el rey parecía estar rodeado. Más allá, a cientos de millas, su querida Amaia Ruiz, duquesa de Soldano, partía para contraer nupcias con el rey de Montaigne. Al oeste, Layla, su esposa y Reina de Castilla, se ocultaba de él para evitar su descontrolada desconfianza. Al sur, a unos pasos, Inés le espiaba para poder ayudar a todos los valientes que se oponían a la desproporcionada ira del rey. Y por el este… 

Por el este soplaban nuevos vientos con aires de rebeldía.


 - Majestad, ha llegado una doble misiva para vos. 


 El Rey se sobresaltó. Alguien llevaba un rato aporreando la puerta y no se había dado cuenta. Hasta Inés había desaparecido por los biombos antes de que el Guardia Real entrase. No es que fuera un secreto que el Rey era infiel a sus votos, pero no lo mostraba abiertamente. Tampoco eran horas para que lo molestasen, pero había ordenado que toda noticia o circunstancia especial le fuera notificada al instante.


- Oscura es la hora para recibir una nueva- susurró el rey Sandoval. 


-Una no tiene remitente y la otra es del Duque de Mantua. 


El Rey alzó los ojos y se acercó al guardia. 


- Léela- ordenó con orgullo. 


 Seguramente el Duque mencionaría algún cambio en la deuda de estado que tenía con él. 


- ¿Le habéis dicho algo a mis validos?


- No, majestad, la carta ha llegado directamente a vuestros aposentos en el Alcázar Real de Castilla.

 

 - Bien. 


 El guardia real abrió el sobre y leyó tembloroso: 


 - “Majestad, el ducado de Mantua y la Real Corona de Castilla ha tenido durante mucho tiempo buenas relaciones comerciales y personales desde el reinado de su padre, a quien Theus lleve en su seno. 


 El rey arqueó las cejas, esperanzado. 


- Sin embargo, os escribo para mostrar mi absoluta decepción hacia vos, puesto que parece que me tomáis por un ingenuo. Conozco vuestra alianza con el rey de Montaigne, y sé de sobra que estáis detrás del furtivo ataque de sus mosqueteros en mi palacio. Sé de sobra vuestros tratos y lo mucho que os beneficiaríais de rendir mi ciudad ante la soberanía del Rey Pastor. 


 “¿Cómo? ¿Qué alianza? Si ni siquiera se ha anunciado las nupcias del Rey Pastor con la duquesa de Soldano. ¡¿Qué está pasando aquí?!”


- Debo reconocer que vuestra estrategia ha sido ingeniosa, pero inútil. Vuestro ataque ha fracasado. Y sabed que estoy muy indignado y decepcionado con vuestra vil traición. Obligue al Rey Pastor a retirar sus tropas de mi ciudad de inmediato. Tendréis noticias mías. Un frío abrazo, Philipo Messina, Duque de Mantua. Año 1674. 


 El rey se abalanzó sobre la otra carta. 


 - ¡Dame la otra carta! ¡Ahora! 


- S-si majestad 


El Rey Sandoval miró la carta. No era ni siquiera eso. Era una nota. 

Sin remitente ni nada. La leyó. Era una nota escrita a vuela pluma. 

Del puño y letra de… 

No podía ser.

Marina Oliván de Santa Elena. 

 Después de dos años. Por fin. 

 El golpe que tanto había estado esperando. 

La amiga de traidores, hechiceros y herejes.

La que nunca obedeció en nada a todo lo que el rey deseaba. 

Había vuelto. Y le había dado una dura estocada. 


- ¡¡Está en Mantua!! ¡Está en Mantua!- vociferó el Rey Sandoval ante el estupefacto guardia.


Pronto en la sala entraron seis Guardias de Sandoval, entre ellos, Miguel Casares. Los seis entraron con sus estoques afilados, prestos a hacer frente a cualquier amenaza. Pero aquello era una amenaza fantasma cuya única herida solo estaba en el alma. 


- ¡Está en Mantua!- seguía vociferando el rey- ¡Id a por ella! ¡¿A qué estáis esperando?!


Dorante de los Reyes entró en la estancia, apartó a los Guardias de Sandoval y sujetó de los hombros al histérico rey. 


 - Majestad. ¡Calmaos! ¿Quién está en Mantua? 


El rey, tembloroso y lleno de rabia, susurró: 


 - Ma-Marina…ha regresado. 


Miguel Casares no pudo evitar esbozar una velada sonrisa. 


 - ¡¿Qué estáis mirando?! ¡Ordene la captura Capitán!- gritó el Rey 


 - Majestad. Es imposible- intentó tranquilizar el Capitán-. Marina está exiliada. Si hubiera estado en Chiesa del Profeta junto al Duque de Mantua nos habrían avisado nuestros agentes. Recuerde que le puso espías al Duque, tenemos la ciudad vigilada. 


 - ¡Idiotas! ¡Idiotas! Marina ha estado con el Duque. Sabe lo de la deuda. Ha anulado mis planes y ha regresado para restregármelo por la cara. 


 - Majestad…debe ser alguien que se le parezca. No ha podido llegar más rápido que nuestros hombres y todavía, que yo sepa, no sabe hacerse invisible. 


El Rey abofeteó a Dorante y le dio la nota para que la leyera él mismo. 


- Marina Oliván puede hacerse invisible si se lo propone. Puede pretender ser leal a su reino y desobedecerme deliberadamente. Puede salvar a gente de conspiraciones ocultas. Puede derrotar ejércitos superiores con valentía y con el equipo adecuado por herético que sea…puede hacer todo lo que se le antoje porque ya lo hizo ¡cuando estaba a mi lado! – el Rey respiró pesadamente- Si se lo propone, pudo haber sacado de aquí a Nicolás de Arcos. 


Dorante creía capaz de esa hazaña a Marina, pero no le cuadraba. Miró la nota, reflexivo. Marina advertía que un guardia les iba a avisar de que Marina había sido avistada en Mantua. Lo firmaba ella misma. En la posdata la espadachina se jactaba y le anotaba al rey que estaban siendo muy lentos. Dorante dudó…eso solo podía significar que ella ya estaría alejándose de allí y estaba siendo más rápida que ellos. En unos días llegaría un mensajero con la noticia del avistamiento. 


Soltó al Rey, que se derrumbó y forzadamente gateó hasta debajo de la cama. 


- Se ha enterado que arrestaron a su primo por desertor. 


-Su estrategia surgió efecto, Majestad. Ya la tiene en Théah- apostilló mordaz Miguel Casares.


 - ¡No era esto lo que yo quería! - gritó el Rey desde debajo de la cama- Yo solo quería que se rindiera y que pagara por lo que es responsable. ¡Quería apartarla de Leandro! ¡Quería que comprendiera que yo soy el rey! Sé que hay muchas cosas que las hizo por mi bien y quiso proteger a la reina- sollozó ante los atónitos guardias- ¡Pero no puedo permitir que siga burlándose de la corona! Ella debe rendir cuentas…a su rey. 


 “Solo así podremos volver a la normalidad. Tú y yo, a ser como antes. Sé que todo lo hiciste por Layla, pero…luego está Leandro, tus desobediencias y cómo me ignoras. Entrégate, Marina. Entrégate y pide disculpas. Solo tienes que pedir disculpas a tu rey para que tu amigo regrese, por favor. Renuncia a Leandro. Renuncia al traidor. Renuncia a los hechiceros si te lo pido. Obedece a la autoridad de tu rey si te da una orden…o me vas a hacer que te obligue”

Entonces se dio cuenta de que todos los guardias esperaban. Incluso había más gente en el umbral que había acudido a sus gritos. 

- ¿Qué estáis mirando? ¡Vamos! ¡Doblad la guardia! 

 Los guardias de Sandoval salieron de la sala y Dorante se aproximó al Rey. 


- ¿Queréis que mande soldados a Mantua? 


 - No…ya no estarán allí. Acelerad todos nuestros planes y mandad a nuestro agente. Quiero que lo de Gallegos acabe rápido para poder reagrupar a nuestras tropas para rescatar a Layla antes de que el Imperio de la Media Luna nos envíe a sus embajadores. 


 - ¡Muy bien! Todos fuera. Doblad la guardia y cerrad los portones y la isla- ordenó el Capitán y todos se movilizaron. 


 Al salir, Miguel Casares se cruzó con algunos curiosos, sacerdotes, criados, nobles y los embajadores Rahuri, el cónsul Malik y su Cacique Tuán, que llevaba solo dos días en San Cristóbal. Al dispersarlos, a Miguel le pareció entrever la misma sonrisa velada en la cara del Cacique. 

Tuán lo había escuchado todo bajo la atenta traducción de Malik y estaba totalmente impresionado de saber las emociones que provocaba en el Rey Sandoval. Su cara era de completa satisfacción, como si hubiera sido testigo de algo que siempre hubiera querido ver. 

Cómo ven otros a Moke. Cómo es en su propia tierra. 

Ahora lo sabía. No dejaba a nadie indiferente, eso desde luego. Al escuchar su nombre o sonreías o te escondías bajo la cama. 

 Dorante cerró la puerta y se quedó con el Rey, que salió de debajo de la cama y azuzó el fuego mientras observaba en su mesa el mapa de Castilla con sus jugadas y movimientos. 


- Majestad, vuestro plan de intentar doblegar a Marina y atraerla a vuestro lado os va a salir mal. Todos en el concilio creen que sois débil y que debisteis haberla ejecutado en su momento en vez de dejarla marchar. 


 - ¿Pero? 


 - Pero temen decíroslo. Desde que no atendéis a los designios del Concilio os temen. 


 - Porque temen que sea libre y que piense a mi manera. Debí haberlo hecho desde hace mucho tiempo. 


 - Lo consideran una hipocresía. 


 - Si mi enemigo combate con fuego yo emplearé ese mismo fuego. Soy un hombre de fe pero tengo que aprender de mis enemigos. Tengo que ser más listo. Más adaptativo. Más imprevisible. 


 - ¿Por qué no detiene esto? 


 - Dorante. Ella me ha salvado y sé que todo empezó para ayudar a Layla, esa traidora. Yo no lo sabía ¿por qué no me lo confesó antes? Yo confiaba en Layla, confiaba en Marina. ¿Por qué me dan todos de lado? ¿Tan inútil soy que saben que no puedo valerme por mi mismo? No puedo, Dorante. Me siento traicionado, y todos me quieren hacer sentir inútil, pero sé que tengo fuerza. Marina me ha desafiado y se ha salido con la suya. En el Concilio empezaron a pensar que era débil y nadie me respetaba. Me ha fallado a cosas que no solo pedí como rey, sino como amigo, cosas que me negó…cosas que me hacían daño. ¡Soy un inútil! Y Marina se va a enterar de que yo nunca tuve razón en nada. 


- Pero todo se va al infierno, Majestad. No podéis seguir en vuestros trece. Habéis sido un buen rey y muy audaz, pero esa audacia es arriesgada y nos está llevando a múltiples guerras. No podéis desafiar a todos y salir indemne.


 -Tengo que intentarlo. Aunque sea para demostrarme a mí mismo que puedo. 


- ¿Puedo pediros un favor, majestad?- dijo su capitán mirando los ojos cansados del rey- Salid de esta estancia. Bajad a los calabozos, liberad a Aldana y dad un paseo por la playa. Hace una hermosa y tranquila noche. Os dará consejo como siempre y os despejará la mente. 


 El rey bajó la mirada, sin saber muy bien qué pensar. Aldana había sido fiel siempre pero no era confiable. 


 - Dejadme a solas. 


 Dorante se retiró y el rey se quedó a solas con su mapa. Inés salió del biombo y retornó a la cama, esperando a ver qué hacía el Rey, mientras fingía discreción e indiferencia por los menesteres del Rey. 

Sandoval intentaba pensar. Aldana sería un buen consuelo, aunque siempre está pensando en el lado más humano de la política, le hacía un mal estadista, pero una buena persona. No sabía si era la persona a la que debía consultar. Lo echaba de menos, pero…había otros a los que poder consultar. 

Miró el mapa de Castilla y lo apuñaló. 

 Retiró su batín y lo dejó caer a sus pies desnudos y regresó al lecho. 

Dejó su estilete clavado en La Reina del Mar.

"No os necesito"
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El Buen Rey Sandoval y su corte tras el regreso de Marina Oliván a Théah por la detención de su primo Valentino por las fuerzas de Castilla bajo la identidad de la Rahuri Moke. Justo después de salvar al Duque de Mantua del ataque sorpresa de la Guard du Soleil en su palazzo para evitar la bancarrota y la deuda. Octubre de 1674. Isla de Sandoval, Ducado de Aldana, Reino de Castilla. 


Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...