jueves, 31 de octubre de 2013

Duerme...

-Creo...creo que me muero.

Fue lo único que llegó a alcanzar a decir ella, entre suspiros y pesares, mientras descansaba en el charco de sangre que expulsaba, como si de una esponja se tratara. Estaba echada en la puerca choza, y los lánguidos dedos plateados de la luna arañaba el feo techo de paja para introducirse en la apestosa habitación.
Él rió, como siempre, hacia dentro de su pecho. Entraba como un muerto viviente en la casucha, pero mantenía un poco el humor. La sonrisa se le ensanchó bajo la enorme nariz, que aleteó alegre. Sus dientes se dibujaban blanquísimos y, por supuesto, esa piel tan negra como la noche ayudaba a destacar esos hermosos dientes. Ella tenía piel oscura, pero la de él era como una noche sin estrellas.
Escuchó su risa con mirada reprobadora. Nunca expulsaba una carcajada hacia fuera, lo retenía y se la guardaba en su pecho con un sonido grave que hacía sonar su nuez de forma suave y conciliadora. No sabía si había aprendido a retenerla para evitar los latigazos o para que no le castigaran, pero no quería saberlo. Quería pensar que su risa siempre fue así, nada escandalosa, cálida y sincera. Era el mejor sonido del mundo...por lo menos era mejor que el restallar del látigo.

-¿Se puede saber de qué te ríes? No es gracioso- suspiró ella señalándole con un dedo acusador

-Después de todo lo que has liado, no creo que te vaya a pasar nada, querida- él cayó junto a ella, casi desmayado, en el suelo de la choza. Las heridas de su espalda se abrieron ante el esfuerzo, dibujando multitud de sonrisas sangrientas. La sangre cayó por toda la paja y aguantó un grito desgarrador. Ella lo abrazó y le dio parte de la cuerda que ella mordía cuando no quería gritar demasiado fuerte. Él mordió con ansia mientras contenía el terrible dolor, hasta que se le pasaba.

-Me azotaron, Anám...- replicó ella entre indignada mientras los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras éste mordía la cuerda estallando de dolor por dentro- Nunca había sentido un dolor tan lacerante. Nunca me habían latigado...

Él la miró entre divertido y triste, pues en la inocencia en su situación era cruel. Alargó el brazo hasta acariciar una raja que cruzaba su mejilla.

-Bueno...nunca nadie se ha atrevido a replicar a nuestro señor.

Finalmente él volvió a morder la cuerda y expulsó lo peor del dolor. Cuando la oleada sanguinolienta pasó, su  mandíbula liberó la cuerda sucia. Se echó contra el único madero de la chabola y la recogió entre sus enormes brazos. Desde luego Anám era inmenso, probablemente por eso él trasladaba las enormes rocas desde la cantera hasta lo alto del montículo. Ella echó su cabeza en su pecho y derramó su maltratado pelo, quemado por el sol.

-Sin embargo-continuó ella agradeciendo el calor de su cuerpo- no me arrepiento de lo que he hecho. Te he salvado el maldito culo, casi te mueres deshidratado.

-Si...aunque eso nos haya costado casi la vida.- se quejó él mientras se acomodaban en el suelo y el madero- No me has hecho ningún favor, casi que preferiría haber estirado la pata a seguir viviendo esta puerca miseria...

-¿Cómo?-ella alzó la cabeza y lo miró- ¡Cochino agradecimiento el tuyo! Si tenías la cara más cuarteada que una bota hecha de piel de serpiente, estabas sufriendo...-le tocó una de las pequeñas heridas y él se quejó levemente-¡Dame las gracias ahora mismo!

-Va, va-sonrió él mientras le apartaba la mano con un manotazo de su enorme mano-.Gracias...esto...-dudó-va siendo hora de que me digas tu maldito nombre si vamos a pasar el resto de nuestra vida en este agujero.

Ella metió la cabeza bajo su brazo, escondiéndose como una avestruz. Anám no olía nada bien, pero todo apestaba en aquel zulo.

-No me gusta mi nombre...no quiero hablar de eso. Solo quiero dormir, ¿vale? Quiero olvidarlo todo y dormir.

Él la apretó cómplice.

-Me parece bien...Gracias bonita, tu enorme bocaza me ha salvado de morir deshidratado para casi morir desangrado. Nunca deberías callarte, deberías quejarte siempre que debas.

-No es eso lo que me enseñaron en casa...-recordó ella triste mientras se recogía para dormir.

El buen humor desapareció y, aunque él no la veía, notaba que su pecho temblaba, estaba llorando e intentaba que no se le escuchara.
Y sabiendo esto, Anám se puso a cantar para que ella no intentara contener su llanto. Espantando suavemente la resignada pesadilla susurró una cruel pero dulce nana:

"Duerme, duerme negrito,
que tu mamá está en el campo, negrito...

Duerme, duerme negrito, 
que tu mamá está en el campo, negrito...

Te va a traer codornices para ti,
te va a traer rica fruta para ti,
te va a traer carne de cerdo para ti
te va a traer muchas cositas para ti.
Y si negro no se duerme,
viene diablo blanco
y ¡zas! le come la patita,
¡chacapumba, chacapún!"

Dicho esto, Anám le dio un inocente mordisco para levantarle el ánimo. Ella, aún inundada de lágrimas, rió ante la imbecibilidad de él. ¿Cómo podía ser tan tonto? ¿Cómo podía tener ese humor con toda la que estaba cayendo? ¿Podrían algún día dejar de fingir que aun conservaban la esperanza?


"Duerme, duerme negrito,
que tu mamá está en el campo, negrito

Trabajando,
trabajando duramente, trabajando sí,
trabajando y no le pagan, trabajando sí,
trabajando y va tosiendo, trabajando sí,
trabajando y va de luto, trabajando sí,
pa'l negrito chiquitito, trabajando sí,
pa'l negrito chiquitito, trabajando sí,
no le pagan sí, va tosiendo sí
va de luto sí...duramente sí.

Duerme, duerme negrito,
que tu mamá está en el campo negrito..."

Ella quedó dormida y soñó con las alas de la libertad. Anám aprovechó que ella dormía para quebrarse y llorar en silencio, mientras las moscas les devoraban.
Miró el rostro de ella, dormido, tranquilo...la luz de la luna bañaba su tez café. Le sentaba bien el contraste de la luz de la luna y se le ocurrió una tontería.

-Que duermas bien...Lúa.

1 comentario:

  1. Es curioso cómo la sonrisa ajena nos tranquiliza en el momento donde más llueve. El sonido del restallar del látigo perdurará en tu memoria, pero quizá lo aplaque la risa de tu compañero.

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