domingo, 27 de octubre de 2013

Traición a la confianza (I)

El hombre, maduro, de pelo canoso, piel arrugada y expresión de continuo escrutinio inquisitorial, paseaba por los pasillos elegantemente alfombrados como si de su casa se tratara. Y así le trataban el resto de doncellas y criados de la casa, que agachaban la cabeza sumisos ante él sin abrir la boca. Eso agradaba a Donato Orsini, no le gustaba tener que esforzarse lo más mínimo en tener que articular un sonido de respuesta, por lo que los sirvientes habían aprendido a entornar los ojos y no dar ni los buenos días ...excepto el maldito vodacciano del que se había encaprichado su hija Alicia. Ese hombre saludaba a todas horas y a todo el mundo, rebosaba bienestar y derrochaba las palabras y el tiempo con cualquiera, aunque fuera hacia él mismo, lo cuál le sacaba de quicio. ¿Acaso no le imponía ningún respeto? Quien se iba a imaginar que ese hombre había servido al Príncipe Villanova como sumiller y degustador y que ya estaba curado de espanto de malos y viles señores. Quizás el vodacciano no se había dado cuenta que durante ese tiempo que viviera bajo casa de la familia Lara, Francesco era su sirviente y por tanto él era su temible señor. Quizás fuera asunto de lealtad, que seguía fuera. El cocinero podía ser un buen maestro de ceremonias, pero tenía la lealtad y la cabeza en otra parte. En el momento en el que viera algo raro en ese personajillo se lo iba a devolver a Marina Oliván troceado con su propio cuchillo de cocina. Últimamente pasaban cosas raras...como lo de aquella fiesta y la visita de unos bribones piratas.

La mansión Lara estaba ajetreada por aquella desgracia. Aquella "estúpida" desgracia, pensaba don Donato Orsini. Aquella era una maldita broma del destino: ¿cómo era posible que un grupo de errantes piratas entraran en la fiesta justo en el momento en el que le iba echar la correa al estúpido Barón de Santa Elena? Aquél movimiento hubiera sido el definitivo, pensó mientras entraba al despacho de su letrado Gálvez, al cual le había ordenado tomar contacto con su querido señor P. en los barrios bajos de la Villa. Orsini estaba especialmente inquieto: desde el secuestro de Alonso, los corchetes de la Ronda se habían metido a investigar tal injusticia a la casa noble y andaban por la mansión como si fuera su casa...pero lo que más le corroía era que Marina estuviera por allí asentada, fingiendo consolar a su estúpida hija y prometida del desaparecido, Alicia Orsini.

-Guardad bien vuestras cosas, no me fío de esos buitres de Ferrer y de Marina-ordenó a Gálvez mientras este escribía en su despacho al "señor P.".

Gálvez, el nuevo abogado de la familia Lara, aconsejado expresamente por Donato Orsini, le brillaron los ojos mientras escribía la carta.

-No se preocupe, señor. Lo guardaré en la caja del reloj de péndulo. Es imposible que averigüen cómo encontrar la caja. Es totalmente inamovible si se desconoce el secreto de las agujas de su reloj.

18:15, era la hora exacta. O lo que viene a ser lo mismo, marcar el 6 de hora y el 15 con el minutero pero en la vuelta de la tarde. Las manecillas eran la clave para mover el mecanismo y que el reloj se metiera en el raíl, deslizándose elegantemente hasta dejar al descubierta la caja.

- Es imposible que alguien encuentre nuestro correo incriminatorio-concluyó Gálvez, fascinado con el reloj de pared.

Orsini pensó en esto último y gruñó pensativo. "Correo incriminatorio"...

-Acompañadme.

-¿Señor Orsini?

Donato y Gálvez salieron del despacho, no sin antes cerrar con llave y ordenar las cosas más o menos.

-Temo que todo este embrollo haya sido orquestado por Alonso. Es más, juraría que Marina podría saber algo.

-¿Cómo es posible?- a Gálvez le pareció un poco estúpido que Alonso y Marina tuvieran algo que ver, es cierto que había algo irregular en todo lo pasado con los criminales, pero parecían tan reales...- Los piratas parecían algo más que actores...

-No lo sé, pero ya visteis cómo se las ingenió para que el baile fuera de máscaras, ¿no?

-Sí...¿y qué?

-Que nos ha tomado el pelo una vez, y puede que una segunda sin que nos hayamos dado cuenta.

-¿Y qué vamos a hacer?-preguntó el abogado mientras intentaba seguir el ritmo de Donato, que avanzaba implacable mientras los criados se abrían paso como las aguas ante Moisés.

-Si hay un plan, tiene que haberse organizado con alguien de fuera  para tratar con los piratas. ¿Y quién está más cerca de ser amigo de Alonso y cerca de tener compañeros piratas, según los rumores?

-¿Marina Oliván?

-Exacto. Marina Oliván es la única con la que podía haber orquestado esto desde fuera. Y se benefician de esto, está claro que han sido amantes. Pero eso se acabó...o no le quedarán más costillas al muchacho. Si alguna de mis sospechas de que todo estaba planeado desde el principio son ciertas, tendrán lo mismo qeu nosotros queremos ocultar.

Gálvez paró en mitad del pasillo.

-¿Y eso es...?

Donato lo miró, como si fuera estúpido.

-Cartas incriminatorias entre ellos. Venga conmigo.

Cruzó un pasillo y tras él fue Gálvez, como un perro sarnoso. Se dirigió al vestíbulo para cruzar al otro ala de la casa, mientras sonreía complaciente al ver que todos los criados con mantas limpias y haciendo sus quehaceres se abrían pasos con las cabezas gachas. Pensó en lo mucho que podía perder por ese estúpido incidente con los piratas. Su flota de navíos mercaderes y pesqueros había sufrido por la guerra, pero ahora tirando de favores de Umberto Lara, profesor mediocre (gracias a él) de una universidad mediocre de Castilla; y del orondo monseñor Lara, eclesiástico de oficio atascado en un puesto con pocas expectativas de futuro, podía llegar muy alto. Aquellos puestos que ostentaban los Lara se los había conseguido Orsini con su influencia y, por supuesto, sobornos. Umberto y monseñor Lara le debían mucho a Orsini, y él solo tenía que esperar al que el patriarca de la familia estirara la pata para poder ir a reclamar los favores a los hermanos pequeños de la familia. Hacía tiempo que esperaba este momento, desde que Alonso y Alicia jugaban con los guijarros de la playa de su hacienda. Donato sabía de sobra que los Lara gozaban de un privilegio por un maldito golpe de suerte, y él no era tonto, esperaba conseguir subirse a ese barco. Tenía dinero, tenía pequeñas influencias...conseguir sangre noble era lo único que le impedía poder subir a un peldaño más alto. Él tenía seguro que había nacido para mandar.

Divagando en lo mucho que podía ganar o perder, antes de finalizar el largo pasillo escoltado por puertas de lustrada madera, la pareja se encontró con el oscuro espadachín, vestido totalmente de negro. Fausto se encontraba justo delante de la puerta de la habitación de Alicia Orsini, y tenía una expresión de aburrimiento infinito. Hacía tiempo que Orsini se percató de que Fausto estaba deseando hacer algo. La única vez que lo vio satisfecho fue cuando le ordenaron darle una paliza brutal a Alonso tras enterarse que había hablado en el teatro con Marina...la única mujer que podía hacer tambalear la balanza del querer y el deber de su Excelencia. No tenía claro cuán fuerte eran los sentimientos del noble hacia la espadachina, pero debía cortarlo de raíz y para eso estaba Fausto. Él daba el golpe que ninguno se atrevería a dar. Y se quedó satisfecho, le destrozó las costillas con su propio bastón, hasta que este estalló en astillas.

-¿Qué nuevas hay?- interrogó al aburrido espadachín.

- Vuestra hija se ha tirado llorando toda la noche, de forma escandalosa, según los criados. La Ronda está abajo, interrogando a la gente presente del baile justo cuando secuestraron al chico.

-¿Y ella?- cuestionó Orsini, dejando claro que ahora su hija y los corchetes eran el menor de sus problemas.

-Ha ido abajo, creo. Según el criado de la puerta de Alicia, en busca de un chocolate caliente para su hija.

-Síguela. Que no haga nada extraño y vigila con quien habla. La ronda de por sí es estúpida, pero con ella por aquí capaz de darles una pista sobre nuestros asuntos.

Fausto apretó indignado la empuñadura de su estoque hasta que su guante de cuero se quejó. Estaba harto de seguir gente, escuchar asuntos ajenos y cosas que no le interesaban lo más mínimo. Él solo venía a escarmentar a los pobres idiotas enamorados, al noble y a la espadachina. Sobre todo a la espadachina. Había oído cosas de ella, y deseaba batirse con ella para saber cuánto era fama y cuánto realidad. Hasta entonces su decepción era máxima, solo le parecía una paleta más.

Fausto bajó y se encargó del vigilar a Marina en el vestíbulo. Orsini y Gálvez fueron a ver al profesor de historia Umberto Lara. Para ello atravesaron el vestíbulo por el piso de arriba, con lo que vieron a la docenas de guardias que trabajaban en el asunto de la desaparición de Alonso. Donato se fijó fugazmente de que Marina se encontraba hablando con Don Ferrer, el alguacil de la villa, pero Fausto había ido presto a interrumpirles. Donato gruñó satisfecho con la acción de su espadachín y entró en el ala oeste de la mansión. Umberto se encontraba allí, estaba pálido desde el asunto de los piratas.

-Umberto, la llave de la habitación de vuestro hijo, tanto la de la puerta como otras que puedan existir- indicó sin más Gálvez, yendo al meollo del asunto

Él profesor alzó la vista de su escritorio y abrió la boca para replicar quizás una protesta o una objeción, pero no contaba conque Donato se encontrara detrás del abogado.

-Ahora mismo- fue lo único que acertó a decir, sumiso.

Lo primero que habían hecho los Lara cuando el viejo Gregorio falleció fue hacer una copia de todas las llaves que había en la casa. Donato les pidió que también las hiciera de las pequeñas llaves, incluso de los cajones y llaveros, a pesar de que éstas guardan cosas íntimas, aprovechando que el nuevo Barón se encontraba de viaje por Theus sabía donde.

Umberto les abrió la puerta de la habitación de su sobrino como si de un autómata se tratara.

-¿Han descubierto vuestras mercedes el paradero de mi sobrino?

-En eso estamos, así que deja de hacer preguntas estúpidas y abre la puerta.

La puerta se abrió. Gálvez entró primero y exploró la habitación de su Excelencia Barón de Santa Elena, mientras que Donato se rezagó con Umberto.

-Vigilad la puerta, no dejéis que ningún guardia nos vea dentro de esta habitación.

-Sí. Lo que sea con tal de que los planes salgan como estaban previstos-dijo Umberto sin mucha convicción.

Dicho esto Donato entró y miró la habitación. No era excesivamente grande ni ostentosa, tal y como esperaba. La habitación estaba empapelada de un papel beis con adornos de mosaicos clásicos, con cortinas y columnas blancas regias. El suelo de madera apenas crujía y el espacio estaba bien aprovechado. Gálvez había comenzado a mirar en una mesita de pie que gobernaba el centro de la habitación, pero solo había una enorme copa y una botella de buen brandy, así que pronto se fue a la cómoda que había junto a la pared del otro extremo de la puerta. Encima de ella había un jarrón castellano caro, verde, sin mucho más que ofrecer, y a un lado una silla con ropajes desordenados. Comenzó a mirar en todos los cajones, pero solo había ropa interior, calcetas y ropa cómoda de algodón y lino, observado de forma inquisitiva por un retrato de la madre de Alonso, que descansaba encima de la cómoda.
Donato, por su parte, no pudo con su impaciencia y muy a su pesar se puso a rebuscar también. Cogió el tizón y rebuscó en la chimenea, en busca de papeles quemados entre los trozos calcinados de leño, pero no tenía pinta de haberse usado mucho. Rápidamente fue al escritorio, donde había un enorme espejo de pared, pero allí, aunque había un tintero, un quinqué y una pluma, no había carta alguna. Fue a una enorme mesita de noche mientras Gálvez comenzaba a quitar una alfombra, en busca de una madera suelta donde esconder cosas, pero no hubo suerte. Entonces Donato encontró un cajón con una pequeña cerradura, usó la llave que le había dado Umberto y se abrió.

Miró las cartas, por encima. Para su decepción, apenas había carta, solo unas tres. En todas ellas se escribía con un tal Julius, del que nunca había oído nada.

-¿Qué sabéis de un tal Julius, Gálvez?

Gálvez estaba entretenido mirando un juego de ajedrez que había en la mesita junto al brandy, por lo visto al Barón le gustaba jugar contra sí mismo. Alzó la cabeza e hizo ademán de negar. Como Donato sospechaba, no tenía ni la más remota idea.
Donato volvió a las cartas...que básicamente eran "hola, que tal estás, yo muy bien ¿y tú?". Estupideces y otras cosas referencias a hechos pasados del que él no sabía nada. Por lo visto el tal Julius le adelantaba unas cuantas lecciones de montaignense y de eiseno, e incluso ejercicios para mejorar la pronunciación.

Umberto Lara, golpeó en la puerta nervioso y asomó su redonda cabeza.

-¡Se ha declarado un incendio en el ala este! La ronda corre por toda la casa, es mejor que nadie les vea aquí.

Donato guardó las cartas furioso y cerró el cajón. Lo habían revisado todo, incluso Gálvez había mirado bajo la cama y comprobado que no había ninguna madera hueca. Salieron de la habitación con una sensación extraña, de desilusión. No sospechaban que el Barón guardaba con sumo cariño los retratos de Marina y sus cartas bajo un cajón secreto en la tapa de la cómoda, quitando el jarrón verde castellano, bajo la protectora visión del retrato de su madre. Algunas noches las releía, añorando el recuerdo de tiempos mejores, cuando las cosas eran más simples y no se encontraban tan alejados el uno del otro. Tiempos en los que podía decir lo que pensaba y se sentía libre de mostrarse a sí mismo y no lo que la sociedad esperaba de él. Tantas fueron las noches en soledad entre retratos y cartas que llegó a imprimir fielmente los retazos de su rostro dejando la huella en su corazón, mientras que la curva de sus palabras derramadas en el papel naufragaban en su mirada perdida y melancólica. Luego, jugaba al ajedrez consigo mismo con un buen brandy hasta que conseguía quedarse dormido, a solas, en silencio, en aquella solitaria, enorme, y fría cama, soñando con tiempos mejores en los que él vivía aventuras junto a ella.

Pero no habiendo descubierto Donato este secreto, suponía el comerciante que entonces lo de los piratas no estuvo previsto y que pudiera ser verdad que el Barón estaba ahora mismo preso por unos verdaderos criminales. Pero, ¿por qué no habían recibido ya una petición de rescate? La respuesta, decía Fausto, debía estar en esos dos personajes que estaban en la fiesta y de los que nadie sabía su identidad. Ordenaría a Fausto investigarlo...así que tuvieron que aceptar que no había nada raro en la correspondencia de Alonso Lara.

De momento...

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