lunes, 19 de abril de 2021

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia, pero Leandro no podía sentir nada ya.

La plaza del gobernador de San Felipe abucheaba al Alguacil y a la Ronda por el arresto y por su dureza contra el pueblo. Por una vez, Leandro se vio arropado por su gente.


Y no portaba corona alguna sobre su testa como siempre imaginó. Solo grilletes.

No podían hacerle daño, pues vio la mirada protectora y aprobadora de Marina Oliván entre el gentío. Lo que más le enternecía después de todo es que la mirada de respeto de Marina también escondía un océano de preocupación. Muchos huían despavoridos de la escena por los corchetes y de los guardias a caballo que violentamente cargaban sobre el populacho indignado, pero ella permaneció unos segundos clavada en la plaza, orgullosa por cómo había actuado. Observó al Barón de Santa Elena con una sonrisa, había buscado un caballo para que pudiera huir, pero no pudo ser.

Por fin Leandro se dio cuenta. No había sido un error que los hombres del gobernador lo hubieran arrestado.

Precisamente lo habían arrestado porque lo había hecho bien.

Y entonces todo empezó a ser fácil.

Lo llevaron a una celda entre exclamaciones de admiración y empujones de los guardias. Se sentó en un taburete de madera astillada con una ventana de barrotes que daba hacia el norte. Las vistas apuntaban hacia la gran columna de humo negro que habían alzado los hombres del “Buen” Rey Sandoval para sofocar cualquier deseo rebelde del Ducado de Gallegos. Hacía frío y humedad hasta el punto de necesitar abrazarse el pecho con sus brazos pesadamente encadenados.


Encadenado y arrestado, cansado y abatido…Leandro lo encontró todo.

Encontró la compañía en esa celda mugrienta mientras oía las aclamaciones de su pueblo

Encontró la libertad de su heredado adoctrinamiento entre esos barrotes.

Encontró la mano de Marina Oliván entre las cadenas.

Encontró bajo su piel un fuego lento y reconfortante del que muchos habían hablado, pero que siempre le costaba sentir.

Encontró en su memoria la mirada orgullosa de Marina Oliván, la espadachina que robó ese fuego prohibido para donárselo a él.

Ahora latía suave y ligero en su interior, reconfortándolo. Por mucho que el Rey Sandoval no pudiera soportarlo, la llama del cambio crecía en él.

Y entonces encontró sentirse algo que tanto tiempo había anhelado de forma enfermiza y vil.

Sobre ese taburete astillado, Leandro se sintió, por fin, Rey.




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Leandro Vázquez de Gallegos después de ser arrestado por el Gobernador de San Felipe Don Álvarez de Silva, en la aventura de Marina intentando aplacar la ira del Buen Rey Sandoval. Octubre 1674. San Felipe, ducado de Gallegos, Reino de Castilla. 
 

jueves, 1 de abril de 2021

La estocada fantasma

 


El Rey emergió sobresaltado de una pesadilla, empapado en sudores fríos. Respiraba agitado, como si acabara de alcanzar costa, vigilando todas las sombras que la luna proyectaba en la oscura sala. 

 No existía ningún peligro. Solo el ambiente gélido. 

 Se vistió con el batín real y, descalzo, alimentó el fuego del brasero. Atizó las llamas buscando calentar la habitación, pero ni siquiera eso le confortaba. Observó en su lecho a Inés, la cantaora, bailaora a la que había convertido en la actriz más popular de todos los corrales de comedias de San Cristóbal. Observó curioso en su postura, fijándose en que la actriz dormía dándole la espalda. 

La vio respirar acompasadamente y sintió envidia de su sueño, de poder respirar profundamente al son de las olas de la playa que daba al exterior. 

Pero Inés no dormía. Siempre tenía un ojo abierto. Sabía que el Rey tenía pánicos nocturnos y que esos pánicos le hacían tomar las decisiones más importantes sobre su próximo movimiento. 

 Y ella debía enterarse de todo. 

 El Buen Rey Sandoval, llamado así por sus poetas desde que tenía la tierna edad de dieciséis años, ya hacía dos años que no era ni tan tierno ni tan bueno. Tenía el alma negra de un Príncipe de Vodacce, el vicio de un rey de Montaigne y la curiosidad mística de una Reina de Ávalon. Una peligrosa combinación para un ego tan frágil y herido como el suyo. 

Inés atendía a los ruidos que hacía su majestad. Normalmente el sonido de una copa y el pasar de las páginas de la obra de Maquiavelo, al que se había aficionado recientemente como si fuera el padrenuestro. 

 Pero esa noche fue diferente. El Rey estaba en completo silencio. 

 Inés se agitó suavemente en el lecho y entreabrió los ojos para observarlo. El Rey miraba con pesar a través de la ventana de un cortejador que había en la cámara. Tenía el porte de un noble león, hambriento de satisfacciones y moscardeado por una nube de abejas. 

Abejas cuyo aguijón más duro era la de su reina ausente, insensata, irresponsable y por la que se sentía traicionado. La que le había llevado al camino de la ira. 

 Observó el Rey la ciudad de San Cristóbal. Desde lejos parecía calmada y hermosa, acunada por las aguas de la Boca del Cielo. 

A pesar de que todo se sentía lejano el rey parecía estar rodeado. Más allá, a cientos de millas, su querida Amaia Ruiz, duquesa de Soldano, partía para contraer nupcias con el rey de Montaigne. Al oeste, Layla, su esposa y Reina de Castilla, se ocultaba de él para evitar su descontrolada desconfianza. Al sur, a unos pasos, Inés le espiaba para poder ayudar a todos los valientes que se oponían a la desproporcionada ira del rey. Y por el este… 

Por el este soplaban nuevos vientos con aires de rebeldía.


 - Majestad, ha llegado una doble misiva para vos. 


 El Rey se sobresaltó. Alguien llevaba un rato aporreando la puerta y no se había dado cuenta. Hasta Inés había desaparecido por los biombos antes de que el Guardia Real entrase. No es que fuera un secreto que el Rey era infiel a sus votos, pero no lo mostraba abiertamente. Tampoco eran horas para que lo molestasen, pero había ordenado que toda noticia o circunstancia especial le fuera notificada al instante.


- Oscura es la hora para recibir una nueva- susurró el rey Sandoval. 


-Una no tiene remitente y la otra es del Duque de Mantua. 


El Rey alzó los ojos y se acercó al guardia. 


- Léela- ordenó con orgullo. 


 Seguramente el Duque mencionaría algún cambio en la deuda de estado que tenía con él. 


- ¿Le habéis dicho algo a mis validos?


- No, majestad, la carta ha llegado directamente a vuestros aposentos en el Alcázar Real de Castilla.

 

 - Bien. 


 El guardia real abrió el sobre y leyó tembloroso: 


 - “Majestad, el ducado de Mantua y la Real Corona de Castilla ha tenido durante mucho tiempo buenas relaciones comerciales y personales desde el reinado de su padre, a quien Theus lleve en su seno. 


 El rey arqueó las cejas, esperanzado. 


- Sin embargo, os escribo para mostrar mi absoluta decepción hacia vos, puesto que parece que me tomáis por un ingenuo. Conozco vuestra alianza con el rey de Montaigne, y sé de sobra que estáis detrás del furtivo ataque de sus mosqueteros en mi palacio. Sé de sobra vuestros tratos y lo mucho que os beneficiaríais de rendir mi ciudad ante la soberanía del Rey Pastor. 


 “¿Cómo? ¿Qué alianza? Si ni siquiera se ha anunciado las nupcias del Rey Pastor con la duquesa de Soldano. ¡¿Qué está pasando aquí?!”


- Debo reconocer que vuestra estrategia ha sido ingeniosa, pero inútil. Vuestro ataque ha fracasado. Y sabed que estoy muy indignado y decepcionado con vuestra vil traición. Obligue al Rey Pastor a retirar sus tropas de mi ciudad de inmediato. Tendréis noticias mías. Un frío abrazo, Philipo Messina, Duque de Mantua. Año 1674. 


 El rey se abalanzó sobre la otra carta. 


 - ¡Dame la otra carta! ¡Ahora! 


- S-si majestad 


El Rey Sandoval miró la carta. No era ni siquiera eso. Era una nota. 

Sin remitente ni nada. La leyó. Era una nota escrita a vuela pluma. 

Del puño y letra de… 

No podía ser.

Marina Oliván de Santa Elena. 

 Después de dos años. Por fin. 

 El golpe que tanto había estado esperando. 

La amiga de traidores, hechiceros y herejes.

La que nunca obedeció en nada a todo lo que el rey deseaba. 

Había vuelto. Y le había dado una dura estocada. 


- ¡¡Está en Mantua!! ¡Está en Mantua!- vociferó el Rey Sandoval ante el estupefacto guardia.


Pronto en la sala entraron seis Guardias de Sandoval, entre ellos, Miguel Casares. Los seis entraron con sus estoques afilados, prestos a hacer frente a cualquier amenaza. Pero aquello era una amenaza fantasma cuya única herida solo estaba en el alma. 


- ¡Está en Mantua!- seguía vociferando el rey- ¡Id a por ella! ¡¿A qué estáis esperando?!


Dorante de los Reyes entró en la estancia, apartó a los Guardias de Sandoval y sujetó de los hombros al histérico rey. 


 - Majestad. ¡Calmaos! ¿Quién está en Mantua? 


El rey, tembloroso y lleno de rabia, susurró: 


 - Ma-Marina…ha regresado. 


Miguel Casares no pudo evitar esbozar una velada sonrisa. 


 - ¡¿Qué estáis mirando?! ¡Ordene la captura Capitán!- gritó el Rey 


 - Majestad. Es imposible- intentó tranquilizar el Capitán-. Marina está exiliada. Si hubiera estado en Chiesa del Profeta junto al Duque de Mantua nos habrían avisado nuestros agentes. Recuerde que le puso espías al Duque, tenemos la ciudad vigilada. 


 - ¡Idiotas! ¡Idiotas! Marina ha estado con el Duque. Sabe lo de la deuda. Ha anulado mis planes y ha regresado para restregármelo por la cara. 


 - Majestad…debe ser alguien que se le parezca. No ha podido llegar más rápido que nuestros hombres y todavía, que yo sepa, no sabe hacerse invisible. 


El Rey abofeteó a Dorante y le dio la nota para que la leyera él mismo. 


- Marina Oliván puede hacerse invisible si se lo propone. Puede pretender ser leal a su reino y desobedecerme deliberadamente. Puede salvar a gente de conspiraciones ocultas. Puede derrotar ejércitos superiores con valentía y con el equipo adecuado por herético que sea…puede hacer todo lo que se le antoje porque ya lo hizo ¡cuando estaba a mi lado! – el Rey respiró pesadamente- Si se lo propone, pudo haber sacado de aquí a Nicolás de Arcos. 


Dorante creía capaz de esa hazaña a Marina, pero no le cuadraba. Miró la nota, reflexivo. Marina advertía que un guardia les iba a avisar de que Marina había sido avistada en Mantua. Lo firmaba ella misma. En la posdata la espadachina se jactaba y le anotaba al rey que estaban siendo muy lentos. Dorante dudó…eso solo podía significar que ella ya estaría alejándose de allí y estaba siendo más rápida que ellos. En unos días llegaría un mensajero con la noticia del avistamiento. 


Soltó al Rey, que se derrumbó y forzadamente gateó hasta debajo de la cama. 


- Se ha enterado que arrestaron a su primo por desertor. 


-Su estrategia surgió efecto, Majestad. Ya la tiene en Théah- apostilló mordaz Miguel Casares.


 - ¡No era esto lo que yo quería! - gritó el Rey desde debajo de la cama- Yo solo quería que se rindiera y que pagara por lo que es responsable. ¡Quería apartarla de Leandro! ¡Quería que comprendiera que yo soy el rey! Sé que hay muchas cosas que las hizo por mi bien y quiso proteger a la reina- sollozó ante los atónitos guardias- ¡Pero no puedo permitir que siga burlándose de la corona! Ella debe rendir cuentas…a su rey. 


 “Solo así podremos volver a la normalidad. Tú y yo, a ser como antes. Sé que todo lo hiciste por Layla, pero…luego está Leandro, tus desobediencias y cómo me ignoras. Entrégate, Marina. Entrégate y pide disculpas. Solo tienes que pedir disculpas a tu rey para que tu amigo regrese, por favor. Renuncia a Leandro. Renuncia al traidor. Renuncia a los hechiceros si te lo pido. Obedece a la autoridad de tu rey si te da una orden…o me vas a hacer que te obligue”

Entonces se dio cuenta de que todos los guardias esperaban. Incluso había más gente en el umbral que había acudido a sus gritos. 

- ¿Qué estáis mirando? ¡Vamos! ¡Doblad la guardia! 

 Los guardias de Sandoval salieron de la sala y Dorante se aproximó al Rey. 


- ¿Queréis que mande soldados a Mantua? 


 - No…ya no estarán allí. Acelerad todos nuestros planes y mandad a nuestro agente. Quiero que lo de Gallegos acabe rápido para poder reagrupar a nuestras tropas para rescatar a Layla antes de que el Imperio de la Media Luna nos envíe a sus embajadores. 


 - ¡Muy bien! Todos fuera. Doblad la guardia y cerrad los portones y la isla- ordenó el Capitán y todos se movilizaron. 


 Al salir, Miguel Casares se cruzó con algunos curiosos, sacerdotes, criados, nobles y los embajadores Rahuri, el cónsul Malik y su Cacique Tuán, que llevaba solo dos días en San Cristóbal. Al dispersarlos, a Miguel le pareció entrever la misma sonrisa velada en la cara del Cacique. 

Tuán lo había escuchado todo bajo la atenta traducción de Malik y estaba totalmente impresionado de saber las emociones que provocaba en el Rey Sandoval. Su cara era de completa satisfacción, como si hubiera sido testigo de algo que siempre hubiera querido ver. 

Cómo ven otros a Moke. Cómo es en su propia tierra. 

Ahora lo sabía. No dejaba a nadie indiferente, eso desde luego. Al escuchar su nombre o sonreías o te escondías bajo la cama. 

 Dorante cerró la puerta y se quedó con el Rey, que salió de debajo de la cama y azuzó el fuego mientras observaba en su mesa el mapa de Castilla con sus jugadas y movimientos. 


- Majestad, vuestro plan de intentar doblegar a Marina y atraerla a vuestro lado os va a salir mal. Todos en el concilio creen que sois débil y que debisteis haberla ejecutado en su momento en vez de dejarla marchar. 


 - ¿Pero? 


 - Pero temen decíroslo. Desde que no atendéis a los designios del Concilio os temen. 


 - Porque temen que sea libre y que piense a mi manera. Debí haberlo hecho desde hace mucho tiempo. 


 - Lo consideran una hipocresía. 


 - Si mi enemigo combate con fuego yo emplearé ese mismo fuego. Soy un hombre de fe pero tengo que aprender de mis enemigos. Tengo que ser más listo. Más adaptativo. Más imprevisible. 


 - ¿Por qué no detiene esto? 


 - Dorante. Ella me ha salvado y sé que todo empezó para ayudar a Layla, esa traidora. Yo no lo sabía ¿por qué no me lo confesó antes? Yo confiaba en Layla, confiaba en Marina. ¿Por qué me dan todos de lado? ¿Tan inútil soy que saben que no puedo valerme por mi mismo? No puedo, Dorante. Me siento traicionado, y todos me quieren hacer sentir inútil, pero sé que tengo fuerza. Marina me ha desafiado y se ha salido con la suya. En el Concilio empezaron a pensar que era débil y nadie me respetaba. Me ha fallado a cosas que no solo pedí como rey, sino como amigo, cosas que me negó…cosas que me hacían daño. ¡Soy un inútil! Y Marina se va a enterar de que yo nunca tuve razón en nada. 


- Pero todo se va al infierno, Majestad. No podéis seguir en vuestros trece. Habéis sido un buen rey y muy audaz, pero esa audacia es arriesgada y nos está llevando a múltiples guerras. No podéis desafiar a todos y salir indemne.


 -Tengo que intentarlo. Aunque sea para demostrarme a mí mismo que puedo. 


- ¿Puedo pediros un favor, majestad?- dijo su capitán mirando los ojos cansados del rey- Salid de esta estancia. Bajad a los calabozos, liberad a Aldana y dad un paseo por la playa. Hace una hermosa y tranquila noche. Os dará consejo como siempre y os despejará la mente. 


 El rey bajó la mirada, sin saber muy bien qué pensar. Aldana había sido fiel siempre pero no era confiable. 


 - Dejadme a solas. 


 Dorante se retiró y el rey se quedó a solas con su mapa. Inés salió del biombo y retornó a la cama, esperando a ver qué hacía el Rey, mientras fingía discreción e indiferencia por los menesteres del Rey. 

Sandoval intentaba pensar. Aldana sería un buen consuelo, aunque siempre está pensando en el lado más humano de la política, le hacía un mal estadista, pero una buena persona. No sabía si era la persona a la que debía consultar. Lo echaba de menos, pero…había otros a los que poder consultar. 

Miró el mapa de Castilla y lo apuñaló. 

 Retiró su batín y lo dejó caer a sus pies desnudos y regresó al lecho. 

Dejó su estilete clavado en La Reina del Mar.

"No os necesito"
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El Buen Rey Sandoval y su corte tras el regreso de Marina Oliván a Théah por la detención de su primo Valentino por las fuerzas de Castilla bajo la identidad de la Rahuri Moke. Justo después de salvar al Duque de Mantua del ataque sorpresa de la Guard du Soleil en su palazzo para evitar la bancarrota y la deuda. Octubre de 1674. Isla de Sandoval, Ducado de Aldana, Reino de Castilla. 


domingo, 3 de febrero de 2019

Golpe a golpe

Los pasos de Gerrit eran desacompasados; estaba profundamente herido de la batalla contra esos estúpidos indígenas. Sentía un poco de sangre caliente manar y atascase en el interior de su armadura de Dracheneisen y la cabeza le daba vueltas después del combate.

Pero lo que más le dolía era su orgullo.

Así que estampó su panzerhand en la cara del soldado que tenía frente a él. 

-¿Cómo es posible? ¡¿Cómo?!- gritaba Gerrit.

El último puñetazo tumbó al soldado de casaca blanca y modales refinados. Cayó junto a la enorme cristalera del pasillo, por donde entraba la luz del sol atabeano reflejando miles de pequeñas estrellas sobre el mar azul tropical.

-No...no lo sé, señor- el soldado tocó espalda con la cristalera y vio la enorme caída de la torre de marfil en la que se encontraban; no le importó, ahora tenía más miedo de Gerrit.

-No puedo creer que hayáis perdido las cajas de los vientos- el panzerhand de Gerrit aferró el cuello del soldado.

-Yo tampoco señor...pero ellos estaban preparados. 

Gerrit aferró su nuca y pegó su frente con la del soldado para que pudiera ver sus ojos.

-Sabían que íbamos imbécil. Creí haber sido específico en el informe,

-¡No! ¡No! ¡Sí! ¡Fuisteis vos quien les dijo que volveríamos al día siguiente! 

El puño de Gerrit fue a romperle la nariz contra el cristal del mirador del rascacielos y el soldado se protegió.

- ¡Señor por Theus! ¡Lo que quiero decir es que habían inundado la plaza donde teníamos configurado el salto! ¡Sabían que teníamos que aparecer allí! ¡Sabían que la pólvora se mojaría! ¡Sabían como actuar ante nuestra tecnología y tácticas de infantería moderna! 

El puño de Gerrit seguía en el aire pero sus ojos estaban muy abiertos.

-Nunca nos habíamos encontrado con eso...- justificó temblando el soldado con los ojos cerrados.

Gerrit lo soltó y saludó con la mano a los exploradores, soldados y eruditos que pasaban por los lujosos pasillos de la torre, ignorando el enfrentamiento entre el eiseno y el soldado.

-Entiendo- fue todo lo que dijo.

"La castellana"

-La caída de Cabora ha sido más dramática de lo que pensaba- murmuró

-¿Señor?- preguntó el soldado levantándose del suelo-. Lo que quería decirle era que...Roa  le ordena que vaya a verle.

Gerrit agachó la cabeza con los cabellos rubios grasientos y con plastas de sangre. Había pasado una madrugada horrible. No había conseguido dormir y ni siquiera había conseguido quitarse la armadura.

-Voy.

Gerrit se dio la vuelta y procedió a caminar a lo más alto de la torre.

-Que la Mano nos proteja y nos guíe- le despidió el maltratado soldado a sus espaldas.

Gerrit se detuvo y le miró por encima de su hombro.

-Que la Mano nos proteja y nos guíe.

"Y que no me aplaste ahora"
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Presidiendo un salón blanco y regio se encontraba un trono, pero estaba vacío. Se encontraban en lo alto de la torre, donde se podía ver una gran extensión de los archipiélagos atabeanos a través de las paredes trasparentes de la cilíndrica cámara. Dándole la espalda  se encontraba la ancha espalda de un hombre de piel café. Vestía una hermosa casaca larga escarlata, Gerrit esperaba arrodillado pero le parecía apreciar los gestos de alguien que toma té.

-¿Señor?

Roa hizo un gesto de beber su taza con tranquilidad.

Pasaron quince minutos. 

Hasta que se acabó la taza.

-Gerrit. ¿A qué se debe la rebelión de Borequen?

-No me andaré con rodeos, señor. He tenido contacto con el primer theáno. Después de siglos en estas tierras.

-Entonces Azrael habrá descubierto que la Caída ha desaparecido y habrá podido llegar a Ifri de manera convencional. 

-Señor. Azrael no traerá buenas noticias de Cabora.

Roa rara vez se giraba para ver a sus lacayos. Lo hizo suavamente como deslizado por una plataforma. Sus ojos negros eran sostenidos por unas profundas ojeras producto de guerra y sacrificios. Y ahora se clavaban en Gerrit. 

El eiseno veia la ceniza reavivarse en las brasas negras de Roa, así que prosiguió.

-No quiero hacerme el misterioso. Pero traigo malas noticias.

Roa parpadeó mientras sentía ganas de aflojar el corbatín de sus vestimentas barrocas. Pero permaneció inmóvil.

-Cabora se alzó del mar en Théah. Por eso ya no está la barrera.

-Tal y como estaba planea...

-Pero no fueron nuestros hermanos de la Compañía Comercial Atabeana quienes lo hicieron.

Roa apretó la taza y el plato de té hasta que sus dedos se volvieron blancos. Su cara se motraba impasible, casi aburrida.

-¿Castilla? ¿Vendel? ¿Ávalon?

-Ninguna bandera señor. Una aventurera castellana. 

Por primera vez en veinticinco años Roa frunció el ceño. 

-¿Una?

-Sí, señor.

-Así que los castellanos tienen el poder...negociaremos con ellos.

-No, señor. Ella...va por libre-la frase produjo un silencio inquietante-. No lleva bandera alguna.

Roa dio su primer paso dubitativo en veinte años.

-¿Qué...?

-Es la primera theána que me encuentro en el Atabeano.

Entonces Roa rugió como no lo hacía en treinta años.

-¡¿Y Cabora?!

-Cabora...señor. Devuelta a las aguas.

-¿Y los autómatas, los artefactos, el éter, los conocimientos?

-Perdido, señor.

La taza de té cayó hasta fragmentarse en mil añicos. La esperanza de Roa se desvaneció en un negro pozo y se agarró de la casaca como si fuera lo único que le podía mantener a flote la moral.

-¿Quién es ella?

Gerrit alzó el rostro y vio los ojos de Roa. Del carbón de su mirada empezaban a brotar ascuas. 

-Marina, señor. 

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Azrael, un pirata enorme de ifri, golpeó sobre la armadura de dracheneisen de Gerrit. Los soldados, eruditos y científicos que pasaban por las playas de la torre de marfil no parecían querer atender al pobre golpeado. Parecía ser una costumbre últimamente.

Azrael era el único que conseguía herir a través de su armadura a Gerrit...con sus propios puños. Los ojos ámbar denotaban que hacía mucho tiempo Azrael había dejado de ser humano a medias.

Eso, y que su corazón hacía Tik Tak.

-Eres un inútil, Gerrit. Has dejado a mi rebaño revuelto.

Gerrit se aferraba sobre el brazo que aún esgrimía el puño contra su estómago.

-Lo siento, señor.

-No basta con eso.

-¡Permitidme arreglarlo! ¡Encontraré a Marina y la mataré!

Azrael arreó otro puñetazo.

-No hablarás así de la hija del océano. Ella es cosa mía.

-¿Tuya?

Azrael le tiró al suelo.

-Sí...yo soy el hijo del desierto.

-Azrael, ¡no puedes ir por tu cuenta!

Pero el pirata se lo tomó como una sugerencia..Desde los áridos desiertos de Ubari hasta las aguas tropicales del atabeano, Azrael había hecho un largo viaje en su vida. Solo. La única cosa que le da órdenes era la sed.

Bueno...y otra cosa.

Ahora caminaba por la playa sintiendo que su corazón empezaba a pararse. A lo lejos, un mercader encapuchado asomaba sus ojos brillantes desde las sombras.

El Bonsam le extendió la mano a Azrael como invitación. En la orilla, sus hombres cargaban su barco.

-¿Vamos?
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Gerrit, Roa y Azrael en el Cuartel General de la Mano. Finales de octubre de 1672. Mar Atabeano. 


viernes, 7 de septiembre de 2018

¿Traidora?

Pirata. Criminal. Hereje. Pirata. Bruja. Criminal. Traidora. Bruja. Hereje. Criminal. Bruja. Pirata. Hereje.




“Criminal, pirata, bruja, hereje, traidora…”




Ya, ya lo sé. Esa soy yo. Lo habéis dicho mil veces.

Espera, ¿traidora?

Acepto de buena gana responder al resto de títulos que se me han asignado, pero este último me parece intolerable.

Porque si he trasgredido las normas no ha sido más que para salvaros a todos.

Y si he sido más libre de lo permitido no ha sido más que para salvaros a todos.

Y si he usado artefactos prohibidos no ha sido más que para salvaros a todos.

Y si mis compañías no han sido apropiadas no ha sido más que para salvaros a todos.

Salvaros a todos.







Salvarlos…



A todos.





“Menos a mí”.

Así que basta.


Sí. Soy muchas cosas. Pero una traidora... eso jamás. Me dejé de lado por los demás y hay que pagar el precio.

No soy ninguna santa. Admito que he simpatizado con esta vida y con quienes me he cruzado en ella. Pero, ¿dónde está el problema? ¿No hay acaso herejes y criminales en los cargos más altos y reconocidos por la sociedad? ¿Es que todo es mejor si lo hace una cara aceptada por el resto? ¿O es que el problema está en ser descubierto?

Una cosa es segura, y es que el mundo está lleno de luces y sombras que se esconden en todas partes. Conoced y luego juzgad, maldita sea. No todos tenemos malas intenciones.


“Ya… el problema está en ser impredecible.”


Decenas de guardias me recibieron cuando llegué al castillo de la Isla de Sandoval, donde el Rey y la Reina de Castilla se hospedan ahora. Decenas de armas me apuntaron y cientos de ojos me miraban sólo a mí.


Traidora.


¿Desde cuándo me he vuelto tan peligrosa?

“Yo… yo nunca os haría daño.”

Reconozco que tuve miedo. Y no por ser atravesada por el fuego o el acero. Eso podía superarlo. Pero una parte de mí se había roto al verse rechazada por tanta gente, temida por lo que pudiera hacer.



“¿Por qué? ¿Es que soy una mala persona? ¿Por qué no puedo volver a casa? Hice todo lo que pude… por vosotros.”



Traidora.

“Pero no de la forma en que quisisteis.”

“¿Es que eso está mal?”



Nadie me quería allí. Y al mismo tiempo, muchas eran las naciones que me buscaban, incluida Castilla.

Traidora.

Claro que me buscaban para luego deshacerse de mí o Theus sabe qué.

Y yo había decidido presentarme ante el mismísimo Rey sin saber muy bien si saldría de allí. Solo tenía claro que, de hacerlo, sería sin trucos y sin armas. Las cosas se complicaban, pero merecería la pena.


Tenía que despedirme de alguien.



Traidora.




Lo sé, y en parte también lo siento, ¿vale? Aquel día, cuando salí de casa en busca de mis padres hace ya casi cinco años… no pensé que llegaría tan lejos ni que haría tanto daño.


Cuando dejé mi hogar de la Villa de Santa Elena no podía siquiera imaginar que mi nombre se pronunciaría más allá de la valla de mi casa y de los muros de la iglesia del pueblo.

Supongo que todo comenzó de maravilla. Entre tormenta y tormenta, encontré a mis padres, salvé a Layla en dos ocasiones antes de que se convirtiese en la Reina de Castilla; protegí al Buen Rey Sandoval en su cumpleaños, destruí buena parte del NOM…

Y yo me convertí en una de las espadas de Su Majestad.

¡Yo! ¡Una mera campesina portando espada y entrando en la corte a sus anchas!


Yo al servicio del Rey.



Ya en aquel entonces pensé que había tocado el cielo.

Y en cierto modo tenía razón. Ahora sólo me hundo.

Pasaba el tiempo y las tormentas cada vez eran más fuertes, mientras yo me empeñaba en seguir aferrándome al timón de un barco que no aguantaría mucho más tiempo a flote. Llegó el día en que me di cuenta de ello.

Corté mi cuerda de seguridad y descubrí ante todos lo que he sido siempre.

Que simpatizo con piratas, herejes y criminales. Que soy uno de ellos y que gracias a eso he conseguido volar con un navío. Ya, es impresionante cuando no conoces la verdad.

Quitarse la máscara es doloroso y yo ya nunca podré volver a llevarla.

No soy misteriosa, ni extraordinaria, ni una heroína, ni nadie digno de admirar.

Y si lo fuera tendrían que admitir que admiran lo prohibido.



Traidora.


Sí, puede que me lo tenga merecido. No pido que entiendan todo lo que he hecho. A veces incluso pienso en que quizá me equivoqué, que debí haber parado en el momento justo. Que la valentía se valora, pero la temeridad se paga.

Y sin embargo, creo que era lo mejor que podía ocurrir. Suicidar la reputación que había conseguido era la única manera de proteger lo que quiero.

Ni siquiera pido que entiendan el por qué, y tampoco quiero que se apiaden de mí.

Sólo quiero que me olviden.

Sé que será difícil. Al parecer no he hecho más que cosas horribles como robar el buque insignia de Castilla para detener una batalla o ponerme al mando del ejército enemigo para impedir una invasión en mis tierras.

Debe ser duro para ellos.

Traidora.


Puede que mis dedos queden lejos ya de rozar las estrellas, pero mi corazón sigue en el mismo punto en el que empezó toda esta aventura.

Nunca traicioné a los míos.

Pero a veces hay que alejarse para estar más cerca de quienes queremos... O al menos eso dicen.

Nunca hubo Castilla o exilio; y nunca hubo Rey Sandoval o Leandro.



Y si tengo que elegir, me quedo con ambos.



Traidora. Traidora. Traidora.


“Traidora…”

Si esto es traición, entonces es hora de darle al mundo lo que lleva pidiendo ya mucho tiempo.

Me voy.

Pero me voy en paz, con todos mis cabos atados. Me voy tranquila de haber superado una tormenta de color rojo.

Y me voy sin lágrimas, porque creo que las dejé todas en aquella isla. Me consuela saber que allá donde voy no las voy a necesitar.

Y es que sólo hay una única cosa que nunca podré perdonarme.

Que mientras sea Marina Oliván nunca podremos estar juntos.

“Alonso, nunca podré devolverte todo el tiempo que te debo. Porque todo el amor que tenía te lo entregué en las pocas horas que duraron nuestros eclipses. Pero fallé, nos abandoné por los demás.”

Borré todas las cosas que tanto nos costó construir y un papel dice que no soy aceptada por el mundo.

Pero tú sí que mereces estar en él, a ti te necesitan y yo sé que ese es tu sitio.

“Así que sé libre… sé feliz.”


Yo me quedo con que al menos pude despedirme de ti.



Lo han intentado muchas veces y sin embargo, nunca he perdido la vida. Pero esta vez lo han conseguido sin la necesidad de un auto de fe o de sumergirme bajo agua en un carruaje blindado. Hoy me alejo de la Isla de Sandoval sin trucos ni armas, tal y como yo quería. No comprendo bien cómo he salido de aquí, pero no importa. Me alejo de la isla con la certeza de que por primera vez he muerto.

Me voy de Theah. Es una suerte que el mundo haya ampliado sus horizontes cuando no te quieren en ningún lugar de los que ya conoces.

Y me voy vacía. No llevo nada, ni a nadie.

Sólo llevo mi nombre. Quien he sido y quien soy ahora.

Y es que, me guste o no, soy Marina Oliván… pero nunca más de Santa Elena.

Soy Marina Oliván y soy lo único que tengo.


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Pensamientos de Marina Oliván tras despedirse de Alonso y partir a los confines del oeste para evitar las consecuencias del hundimiento de Cabora y todos sus crímenes. Junio de 1672. 


Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^

jueves, 12 de julio de 2018

La pieza del rompecabezas

El soldado se desplomó sobre el escritorio provocando una lluvia de cartas y polvo. Dorante, impaciente, lo devolvió al trabajo inmediatamente apresándolo de la nuca.

-Creo que no se te ha ordenado que descanses, soldado.

El soldado agarraba con dedos débiles la presa de su capitán, pero lo que más le atenazaba era el miedo.

-Capitán, no hay nada. Habéis estado mirando todo su correo durante meses. Ni rastro de ella. Marina no le escribe. No veo por qué hoy iba a ser diferente.

-Ese es tu problema, que solo buscas cartas de ella. Tienes que pensar como él. Quiero códigos, frases hechas, números, símbolos, aunque sea el triste dibujo de una margarita azul garabateado en una esquina.

Los ojos del soldado raso se entrecerraron, achinados de leer a la luz de una vela en el húmedo puesto de soldado en el castillo de Santa Esperanza.

-¿Margaritas...? Capitán, no creo comprenderle...no hay nada de eso aquí- sollozó apretando la montaña de correo-. Estoy agotado.

-Quizás no deberíais haber estado ayer bebiendo hasta las tantas en el pueblo, estarías más fresco para vuestro deber.

El soldado quiso armarse de valor, pero suspiró. Haría lo que le habían recomendado otros antes que él. Fingiría que le presta atención a las cartas y le diría que no ha encontrado nada.

-No puede ser que reciba tanto correo y que nada sea de ella. Lo de la Rioja fue un contacto. Y antes de eso seguro que me torearon para preparar ese cebo.

La cabeza del soldado cedió por agotamiento contra la mesa, trayéndose de vuelta un folio estampado en la frente.

-Capitán- su voz se agudizó lastimosamente-, aquí solo hay propuestas de matrimonio, deudas, informes de tasación y de gestión de tierras. Créame, no hay nada. Y es de lo más aburrido. ¿No podría al menos leerlas fuera de la camareta?

Dorante le apartó de la silla con un brazo fuerte pero tembloroso.

-Estás relegado de tu puesto y suspendido de empleo y sueldo. Está claro que no puedes aguantar tu responsabilidad.

El soldado se levantó de un salto y se alejó brincando de la mesa, aunque con severa jaqueca. El soldado negaba con la cabeza para sí: desde luego, obsesionarse con Marina Oliván como enemigo del rey haría que los verdaderos enemigos de la corona conspiraran a sus anchas.

Dorante cubrió el hueco que acababa de abandonar el soldado y palpó su calva sudada en búsqueda de equilibrio mental. Se dispuso a coger el montón de correo que quedaba.

Pero un guardia real entró.

-¿Capitán?

-¡Ahora no!

-Pero...

-¡Que no!

-Es importante...

-Argg...- Dorante se levantó tirando la silla y afefrrando el estoque.

-¡Es Marina!- gritó el guardia de Sandoval.

-¿Qué?

-Está aquí.

Dorante se lanzó a coger los grilletes de un clavo puesto en la pared de la camareta.

-Y ha entrado de forma legal.

Dorante frunció el ceño empuñando los grilletes. El guardia sintió que los grilletes se ponían al rojo vivo bajo su intensa mirada. La presión de tener que proteger a un rey tan amenazado empezaba a pasarle factura al Capitán.

Los puños de Dorante apretaron los grilletes y su capa voló con él fuera de la estancia.

-Eso ya lo veremos.
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 La Reina volvió a pronunciar sus deseos frente al Concilio de Razón. La Guardia de Sandoval en lo alto de la muralla miraban inquisitivamente a Marina y Alonso, que se despedían en el jardín a la sombra del Capitán Dorante. En el jardín de Santa Esperanza los pájaros evacuaron ante la tormenta personal que se avecinaba y los nidos enmudecieron. Hasta el océano parecía murmurar con tal de no molestar.

Los reyes y los miembros del Concilio habían salido del jardín a petición de la reina. Todos en la corte decían que las sensiblerías femeninas de la reina estaban reblandeciendo al rey. Ella gastaba toda su paciencia infinita para evitar que el Rey no se hundiera ante tantos juicios. Hasta ahora, todos esos buitres, nobles y burócratas, les observaban, probablablemente molestos por tener que haber dejado a Marina sola con Alonso. Aunque Dorante seguía allí, las expectativas de que algo extraño y extraordinario pasase (catastrófico o salvador) se habían disparado entre los presentes.

Ahora le tocaba a la Reina seguir la jugada que le había llevado a esta encrucijada.

-Mi Rey...

El Rey miró a los hombres y mujeres del Concilio, que cuchicheaban y analizaban todo lo que hacía y decía el rey. Negaban o asentían a todo lo que hacía. Normalmente solo negaban.

-Marina ha burlado la ley y no ha respondido ante su Rey cuando éste se lo ha pedido...y...

-Deseo hablaros aparte, majestad. Como marido y mujer.

La Reina jugó una buena baza: el matrimonio. Si en Castilla había algo más sagrado, era la familia. Y si lo había mezclado con la segunda cosa más sagrada: la Iglesia. Concilio de Razón se disolvió por los salones y plazas del castillo respetando la intimidad del sacramento matrimonial de los reyes de Castilla.


-Debes dejarla despedirse adecuadamente y marcharse. Por favor, no la arrestes.

-No entiendo por qué está aquí de vuelta. Le dije claramente que no lo hiciera. Estoy...estoy muy enfadado. Creía que habíamos quedado bien, pero veo que no teme las consecuencias. La temeridad se paga...¿por qué no escribió simplemente?

-Deben verse en persona. Así es el amor.

-¿Amor?- el Rey observó a la pareja despedirse a través de la arcada de piedra que les separaba del patio al jardín.

-Sí- la Reina le tomó de la mano- ¿Sabes lo que es eso?

El Rey se ruborizó y por un segundo recuperó algo de su inocencia.

-¿El amor?

Miró la mano de su esposa. Se sentía tan inexperto en eso. Layla, por el contrario, parecía tan aventajada. Parecía haber sido educada para entenderlo, expresarlo, comunicarlo. Ella le había guiado en todas sus dudas, sus miedos y torpezas.

Todo el mundo le había dicho que su esposa serviría para ser la madre de sus hijos. Pero nadie había querido qué era amar a alguien.

Ella le esperaba pacientemente descansando en su sonrisa.

-Sí, el amor.

-Marina es un peligro...

-Solo está enamorada.

-Razón de más para creer que puede hacer una locura.

-Ellos sienten igual que nosotros. No hay nada peligroso en todo esto. Solo se aman.

El Rey no pudo mirarla a los ojos.

-Ella ha hecho demasiado daño. Ocultó información sobre una invasión enemiga, robó el buque insignia de mi Armada, se alió con mi peor enemigo, lo protegió...

-Y todo lo hizo para salvarme.

Entonces el Rey pudo mirarla.

-¿Cómo dices?

La Reina se sentó en un banco de piedra. A lo lejos, en el patio de armas, los criados salían de las cocinas para alimentar a las gallinas nerviosas que había en el corral del castillo. El Rey comenzó a andar y no podía parar aunque lo deseara.

-No sé cómo, pero...hace tiempo, alguien descubrió que guardaba un libro sagrado Creación del Mundo y de las Tribus...

-Un libro pagano...

-El libro de mi fe. Y me chantajeó.

-¡¿Cómo pudiste?!- el Rey mascullaba evitando gritar-. Claro que te chantajearon. Es un libro prohibido. -de pronto, se derrumbó junto a ella-. Layla, queman a gente por menos. ¡Yo acudo a esos Autos de Fe!

-Lo sé de sobra, me has obligado a verlo muchas veces.

-Es parte de nuestro mundo. Aunque creas que puedo hacerlo todo siendo Rey, te equivocas. ¿Por qué conservaste ese libro?

-Es mío. Yo lo transcribí a mano y lo ilustré como dictamina mi gente.

-¿Qué?- el rey hundió su cara entre sus manos esperando leer una respuesta buena-. Tú eres vaticana, Layla. Te convertiste.

-Nadie tiene raíces de quita y pon, Sandoval.

-¿Qué insinúas? ¿Qué mentiste para estar aquí?

-No. Simplemente que no puedo quemar en una hoguera mi identidad ni mi legado. No podéis quemar todo lo que os supone un problema.

-Si te refieres a Marina, yo no quería que la ejecutaran en un Auto de Fe. Te recuerdo que estábamos fuera del país.

-No hablo de ti, hablo de los que te rodean.

-Ellos la odian.

-Y ella me salvó.

-¿Del chantaje?

-Sí. Consiguió traerme de vuelta el libro y no pasó nada más.

-¿Y el chantajista?

-No me dijo quién era.

-¡Ja! Eso es tan típico...

-Creo que era lo más sensato.

El Rey enmudeció. Sus ojos se empañaron y su voz temblaba.

-¿Y desde cuándo llevas callándote esto?

La Reina percibió que había entrado en un laberinto. El laberinto de la desconfianza.

-Fue antes de la batalla en la cala de San Elíseo.

-El ataque de los Bernoulli...entonces...no puede ser coincidencia. Los Bernoulli te chantajeaban o estaban metidos hasta el cuello en todo esto. Ella...

"Ella...solo nos estaba protegiendo. Con su silencio"

El Rey golpeó con su puño el banco de piedra hasta que se hizo daño. La Reina suspiró comprendiendo que le faltaban piezas del puzle, quizás las que tenía su marido. Juntos acabaron el puzle...pero era demasiado tarde.

Y Marina seguía habiendo elegido estar fuera de ley. No podía protegerla.

"Pero por fin sé el por qué...o lo intuyo"

El Rey agachó la cabeza, herido.

-Al final...tú también, Layla. Eres como todos. Todos me ocultan, todos me engañan.

El Rey cogió su capa y le dio señal a su guardia a lo lejos alzando un brazo, pero Layla le detuvo,

-Sandoval, yo no te he engañado en nada.

El Rey hizo un titánico esfuerzo por no gritarle a ella y por no dar la orden de arresto.

-Me ocultaste tu falsa fe, me ocultaste que amenazaban tu vida y a la Corona. No contaste conmigo.

-Mi vida espiritual no es un secreto nacional, majestad. Y mi alma no es información clasificada. Se trata de mi intimidad. Y ese santuario es solo mío. Ahí no tienes entrada. Y tú, tendrás la tuya.

Sandoval quiso replicar...pero no le había revelado a la Reina su conexión con el Rey de los Piratas: el infame Allende.

-Layla, me enfadé con ella porque se jugó tu vida disparando a Fiana. Y ahora me dices que todo este tiempo ya le debías la vida...

-Ya se la debía de antes y ya lo sabías. Y tú también se la debes. Nos ha salvado en innumerables ocasiones. A ti, y a mi. ¿No ves que ha sacrificado su amor para que nosotros podamos vivir el nuestro?

Entonces el Rey supo que Marina ya había partido hacia el oeste y sintió confusión e ira por no saber a quién odiaba más y quién merecía su perdón. 

Pero ya era demasiado tarde. Marina ya había partido hacia su exilio y sintió confusión e ira por no saber a quién odiaba más y quién merecía su perdón. 

Quizás debía alejar a Marina de su lado. O quizás era a su Reina a la que debía apartar. 

Dejó entonces con amargura y odio que Marina se alejara hacia su exilio. 

Hasta que las aguas se calmaran.
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El Rey dio a orden de dejar marchar a Marina.

Evidentemente, eso no había gustado nada a los miembros del Consejo. Mientras ella se alejaba en una pinaza, los viejos nobles y burócratas batallaban como gallinas descabezadas.


-Majestad, es inadmisible que hayáis dejado que alguien como ella, asociada con piratas, protectora de hechiceros, poseedora de tecnología prohibida...¡ya sabéis todo eso! Es inadmisible que la dejéis escapar estando tan clara su condena. ¡Solo dejáis clara vuestra debilidad! La debilidad de la Corona.

Layla, entre tanto ruido y charlatanería, miró al Rey y le susurró confidencialmente:

-Habéis hecho bien, mi rey. Marina ya debe estar lejos de aquí.

Pero el rey no pudo mirarla. En el fondo tenía la duda de haber dejado marchar a una irresponsable temeraria y quedarse con una traidora que le había confesado su pecado.

No sabía si odiaba a Layla, pero desde luego, ya no pudo mirarla igual.

Por otro lado, Sandoval quería pensar que la revelación de Layla le traería paz, que todo tenía un por qué. Pero solo le traía desazón. Igualmente, Marina había elegido la herejía, la hechicería, la vida criminal y lo que era peor...

A Leandro.

Antes que a él.

Y a pesar de todo lo que le dolía...no podía evitar sentirse más en deuda que nunca con ella.

Pero la realidad era bien distinta. El Concilio mostraba indignación ante tanto misterio.

-¿Sabéis que las fuerzas de Montaigne la consideran pirata de búsqueda y captura en sus costas? Vuestro primo el Rey Pastor hubiera estado encantado del apresamiento de esta infame espadachina. ¡Y ni hablar de esa fragata que ha asolado docenas de barcos de la Iglesia en nuestras aguas! ¡Piratas! Sabéis de sobra que tienen puerto seguro  con esa escoria de la Bucca. Piratea en vuestras aguas y delante de vuestras narices sin bandera ni tributo ¿Habéis olvidado que robó vuestro buque insignia? ¡Si casi mata a vuestra esposa desobedeciendo vuestras órdenes! ¡¿Y lo de Leandro?! ¡Ah! ¡¿Y lo de Cabora?! Majestad...creo que no sois conscientes de que...

Los viejos seguían hablando. Pero Sandoval era consciente de todo. En este último mes comenzaba a verlo todo más claro. El Rey levantó su mano enguantada y la cámara se silenció.

-Caballeros. Somos castellanos, y ante todo, somos gente piadosa y agradecida. Marina ha sangrado y luchado por la bandera de nuestra nación durante años y les ha dado una figura a seguir a los lugareños de Zepeda. Lo menos que podía hacer era darle una cierta ventaja por los servicios prestados.

Los miembros del concilio enmudecieron.

-Claro, pero...¿entonces? ¿No pensaréis perdonarla no?

El Rey los miró a todos. Conocía a muchos de ellos y ya sabía que había al menos tres focos diagnosticados de conspiración en su corte. Unos que querían declararle loco y enfermarle para que le llevasen a isla Tormentos; otros que abogaban por colocar a su prima cerca de él como valido, con el fin de subirla en el trono en su lugar y de los últimos, menos imaginativos, se creía que querían asesinarle en un viaje que estaba preparando a Montaigne, culpando a radicales anti monárquicos. Dorante coincidía conque todos los conspiradores estaban de acuerdo en una cosa: el Rey era manipulable y no sabía imponerse. El prestigio de Castilla seguía en decadencia.

Y ahora estaban esperando a que mostrara debilidad de nuevo. Con una traidora.

Traidora para ellos. Pero para el Rey...ya no sabía qué pensar. Layla le apretó su mano. Y Dorante sudaba a su lado, dispuesto a protegerle con su vida de todos esos buitres tan peligrosos como necesarios.

-Mantenedla non grata con todos los cargos que se le imputan.

"Con todo eso como mínimo es la horca...pero yo no elijo los crímenes que ella ha cometido. No sé cómo ayudarte, Marina. No sé cómo perdonarte. No sé cómo sobrevivir sin ti.

Y lo peor de todo.

No sé si podré agradecértelo algún día.

Solo espero que en tu regreso sigas en mi bando.

Solo espero que no me pongas en la obligación de arrestarte. 

Pero conociéndonos, no estaremos en el mismo bando...me pondrás en esa situación de nuevo.

Eso significará que volveré a verte algún día.

Cuando las aguas estén calmadas"

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El Buen Rey Sandoval, Layla reina de Castilla y Dorante de los Reyes en la despedida de Alonso y Marina antes de que ésta tuviera que partir a los confines del oeste para evitar las consecuencias del hundimiento de Cabora y todos sus crímenes. Junio de 1672. Isla de Sandoval, Ducado de Aldana, Reino de Castilla.

miércoles, 31 de enero de 2018

El mortal juego del ratón y el gato

-¡Majestad! ¡La Rioja!

El Buen Rey Sandoval abrió los ojos al escuchar a su capitán, Dorante de los Reyes, a través de la tormenta de agua y ceniza que arreciaba en el exterior.

Se abrigaba lamentablemente en el camarote principal de El Corazón de Castilla. El frío de aquella última semana no era habitual en los mares de la Boca del Cielo.

Y aún así, el Rey sudaba febrilmente bajo los mantos reales.

Desde luego nada de lo que ocurría en los últimos meses era natural.



Dejó los papeles en el escritorio y salió aferrándose a los muebles anclados de la habitación. Dorante le extendió su brazo, pero Sandoval no lo recogió con tal de no sacar ni un miembro de sus mantos. Una vez fuera, entrecerró los ojos para observar los puertos pesqueros de la Rioja a través de un mar picado coronado de aguaceros y ceniza. Sobre los muelles había un gigante acantilado sobre el que se erigía la ciudad principal de la Rioja, una maravilla arquitectónica de mecanismos de bronce y vidrio que desafiaba toda física conocida hasta la época.

Dorante se sacudía el agua de su cabeza rapada sacudiéndose como un perro mientras aferraba su estoque castellano.

-Majestad, deberíais quedaros aquí. Yo me encargaré de que os la traiga.

-No, quiero verla yo en persona. Tráigame al Barón de Santa Elena.

Dorante asintió, pero Alonso Lara ya se encontraba en cubierta empuñando una sonrisa afilada.

-¡Majestad!- gritó a través del ruido de la tormenta- ¡Menudo día hace! ¡Una lástima que se tenga que cancelar nuestra excursión!

-No se haga el listillo, Excelencia- Dorante avanzó hasta ponerse cara a cara hasta el punto de escupir al barón con sus ladridos, pero a Alonso le quedó la duda debido a la lluvia-. Vos venís conmigo hasta el muelle.

-¡No se preocupe! ¡Estoy con ustedes hasta el final! ¡Solo me preocupaba por el Rey! ¡Debería descansar en el camarote! ¡Está sobreesforzándose demasiado y necesitamos que su mente esté clara!

El Rey Sandoval miró enigmáticamente a Alonso bajo las goteras de sus cejas empapadas. No sabía si sentirse timado por las atenciones del barón o agradecido. Dorante percibió la confusión del Rey.

-¡Tu fama de hacerte el simpático no os servirá conmigo! Subid a la pinaza, por favor.

-¡El primero! ¡Síganme si pueden!

El barón cojeaba por sus antiguas heridas en costado y piernas en la Batalla de Tormentos. No era nada grave ya, pero siempre le gustaba dar un poco de lástima al Rey. Por otro lado, Dorante era un hueso de roer y le tenía más que calado.

Bajaron hasta la pinaza ligera, que a través de los esfuerzos de remos y marineros cortaron camino hasta los muelles pesqueros. Sin duda se notaba que la Rioja extraía al menos un tercio del pescado consumido en Castilla, la flota pesquera de baja y alta altura era considerable.

Pero esas embarcaciones no pescaban.

Ya no.

Las oleas estaban atestadas de peces y langostas que flotaban en el agua. Desde la pinaza el Rey observaba cómo los marinos recogían langostas que se deshacían en arena de mar. Algo pasaba en los cielos, pero también en las profundidades de la Madre Océano. En general, la fuerza vital de Théah se iba al traste.

Y Marina se había llevado la llave del poder y la solución consigo. Con Leandro. A nadie sabe dónde. Sin saber en manos de quién o qué puede acabar.


-Ya llegamos- advirtió Dorante, y preparó a unos veinte hombres de incógnito que pateaban la madera de la pinaza para coger calor-. Quiero absoluta discreción; y ya sabéis: nadie saca acero a menos que ella lo haga. Quiero ballesteros en lo alto de las grúas portuarias, y el resto rodeando las calles. Sabed que hemos hablado con el jefe de puerto y nos ha dado el visto bueno para cerrar las los muelles en cuanto demos la señal. Sabed que es buena trepadora y que puede contar con artefactos como pistolas garfio. Si eso ocurre, tenéis estos virote especializados para cortar cuerdas a distancia- comenzó a repartirlos a sus tiradores-. Recordad, la queremos viva y no dudéis de el honor de vuestras acciones. ¡Todos abajo!

Mientras todos bajaban, Dorante agarró del brazo a Alonso.

-Como intentéis algún truco, dad por hecho que me enteraré.

Alonso le miró preocupado. O fingiendo preocupación. Dorante no sabía y eso le sacaba de quicio.

-Vos habéis leído la carta que habéis mandado para encontrarla. No hay nada raro en todo esto y lo sabéis.

Es cierto que Dorante había comprobado las cartas, pero aún así no se fiaba de él.

-Sabed que si vos no servís para capturarla, otro lo hará y no será como vos desearíais.

Esto sí captó la atención del barón, pero no demostró expresión alguna. Dorante sonrió arrugando las cicatrices de su rostro.

-Cumplid con vuestro deber. Conseguid quitarle sus armas o convencedla para que no se resista.

Alonso posó su bastón sobre el puerto. Aquello estaba atestado de gente ociosa y preocupada. No había nada que pescar y el descontento político de los nobles locales hacia la Corona eran evidentes en carteles y panfletos que hablaban de la independencia del Ducado de Gallegos.

El Rey iba tras ellos embozado, con ojos brillantes por la fiebre y la excitación, viendo toda la atmósfera de la ciudad como algo alienígeno.

Llegaron a las puertas de piedra del muelle número seis. Alonso se paró de pronto.

-¿Qué ocurre excelencia?- le preguntó Dorante inquisitivo.

"No puede ser...¿ha venido?", pensó Alonso observando desde lejos a Marina embozada bajo la terraza de una taberna local. Sorbía lentamente de un baso de barro mientras que con la otra mano tamborileaba tranquilamente una mesa de madera. Se mantenía discreta ocultando su rostro bajo el ala ancha de su sombrero pardo y abrigada con su capa habitual. Le daba impresión de que llevaba esperando días.

"Quizás fui demasiado ingenioso para ella, típico. En fin...pues aquí se acaba todo, supongo."

Entonces penetró en la sexta plataforma del muelle.

Se encontró las oficinas de comercio y las lonjas adornadas con innumerables margaritas azules, que mantenían vivas y coloridas docenas de contratados. Probablemente, fuera la única actividad que mantenía viva el puerto y las vistas eran pintorescas, agradables y vivas para los ojos apagados de los riojanos.

Alonso se detuvo para poder reprimir una sonrisa y tuvo que admitirse algo que sus labios raramente dirían en voz alta.

"No entiendo nada"

Aunque confuso por la esperanza de las flores y desquiciado por la presencia de Marina, Alonso no tuvo más remedio que señalarle a Dorante la figura de Marina. Dorante asintió silencioso y puso en posición a todos sus hombres. El Rey avanzó lentamente hasta ponerse a la altura de los hombres, a pesar de que Dorante había insistido que Sandoval se quedara atrás. Observaba a Marina entre sus embozos, sintiéndose por fin dominante de una situación. Siendo por fin observador y no el observado.

-Sin duda, es ella. Tened cuidado. Y no falléis.

El Rey observó a Marina. No quería hacerle daño, aunque él se sentía herido. Nunca había sido el elegido por nadie, y siempre que lo había sido era para que se lo pasaran como una pelota entre todos.
Él nunca era el favorito de nadie. Sentía que solo gozaba del afecto por su estatus.

Por su corona y cetro.

Así pues empezaría a usarlo.

Odiaba haber llegado hasta esta situación, pero no podía dejar para siempre el destino de su país en manos de los demás. Tanto buenos como malos o neutrales...se sentía manipulado de una u otra manera.

"Has sido mi servidora, mi espada, mi amiga y confidente...pero has escogido tu camino sin bandera al lado de un traidor, de piratas y rebeldes. Si ese es tu camino, yo no puedo permanecer indiferente. Es mi país o echar la mirada a otro lado. Ya no quiero seguir siendo ciego. Ahora voy a controlar el destino de mi corona y mi país, ni favorecer ni a unos ni a otros. Ahora solo empieza mi mandato...ya no te espero más, hermano"

Una vez Alonso vio a los batidores encima de los tejados y Dorante le hiciera la señal de que los muelles estaban cerrados se acercó a Marina, que seguía sentada tomando algo relajadamente.

-Marina, por Theus, ¿qué haces aquí? ¿Y las margaritas?

Marina se giró y resultó ser un hombre de mediana edad, bigotudo y canoso con grandes arrugas en su rostro.

-¿Disculpe?

-Ah, eh...- balbuceó el barón, hasta que pensó-. Ah...

"No estáis. Las margaritas son para que me tranquilice. Pero...¿de qué va esto?"

El hombre pestañeó hasta que cayó en la cuenta.

-Vos sois el hombre al que tengo que dar esta carta ¿no?

-¿Cómo?

-Sí, sí. El hombre de la casaca verde, ¿cierto? Estoy deseando entregar la carta y volver a casa. Llevo días esperándole.

Alonso retrocedió. El mensajero le dio las ropas de marina.

-¿Vais armado?- preguntó Alonso.

-¿Qué? No. Aunque debería porque ha sido un viaje de lo más movidito. Mi mujer siempre dice que si vuelvo a San Cristóbal será mejor que lo haga con una espada para defender el honor y la vida pero...

El barón le arrebató la carta.

-Bueno, buenoo.

"Marina, como sea una carta para mí la llevamos clara. No tengo tanto tiempo para leerla. Los tengo encima"

Alonso leyó el reverso notando la mirada de Dorante en su nuca.

Para: Alonso Lara.

"Marina, ¿qué haces?"

De pronto, y contra todo pronóstico, Dorante entró en escena.

-¡No está armada! ¡Vamos!

Al menos unos veinte hombres invadieron la calle, vestidos de paisanos, aunque bajo sus capas pardas se encontraban miembros de la guardia de Sandoval. Entre ellos estaba Dago, que viajaba con el rey bastante resignado con la misión que tenían. Otros veinte se asomaron ballestas en mano sobre las grúas portuarias.

Dorante desenvainó su estoque.

-¡Marina Oliván de Santa Elena, quedáis arrestada en nombre del Rey por delitos de sedición, oposición a la justicia y conspiración contra la Corona!

El mensajero miró a todos los miembros recién llegados, mientras Alonso rompía el sobre y tanteaba  leer discretamente la carta antes de destruirla.

Sus dedos contaron tres hojas de texto.

Tres, puñeteras, hojas.

No le daría tiempo a nada con Dorante y el Rey tan cerca.

-¿Qué? ¡Yo no he hecho nada!-gritaba el mensajero  mientras alzaba los brazos- ¡Oh, genial! ¡Me han tendido una trampa!

Dorante se acercó a él, confuso y escupiendo órdenes.

-¡Arrestad a este impostor!- a lo que seis de sus hombres se abalanzaron sobre el confuso mensajero.

Dorante miró los tejados. Todo normal.

¿Qué estaba pasando?

-¿Dónde está Marina? -preguntó el Rey a Alonso saliendo de las sombras. Éste intentó ocultar la carta pero el Rey no le había quitado ojo en este rato, así que desenvainó y amenazó al barón-. Dádmela.

Alonso vio que en la primera hoja de las carta ponía:

Para: su Majestad el Buen Rey Sandoval de Castilla.

Entonces lentamente Alonso se la extendió.

-¿Qué es esto?-preguntó Sandoval, pero nadie dijo nada.

Desenvolvió la carta y la leyó con mano temblorosa.

Hola, majestad:

Confieso que nunca imaginé entrar en una situación como esta, pero así es. 

Como decía en mi anterior carta, que supongo que habéis leído pese a que no iba dirigida a vos, habéis hecho algo bastante recurrente.
Ya estoy acostumbrada a que traten de utilizar las cosas que amos para atraerme hacia una trampa [...]

El Rey arrastró sus pies hasta el asiento donde el mensajero tomaba vino. El resto de sus hombres estaban parados expectantes. Lo único que hizo fue sentarse torpemente para seguir leyendo.

[...] Me alegra saber que el Santísima Trinidad está reparado casi por completo, que las heridas de Alonso de la batalla de Tormentos estarán curadas y que parece que os también estáis en plenas condiciones. Si me permitís, también creo que a sido un acierto por vuestra parte enviar parte de la flota de Castilla a San Agustín o a San Teodoro. Esperar eternamente en Tormentos con tantos navíos era una tontería. Hay mucho que hacer [...]

Las manos temblorosas del Rey se volvieron inestablemente fuertes, arrugando el papel. Todo era mentira. La bases de su nueva personalidad como rey que toma sus propias decisiones para controlar su destino se desmoronaban. Creía haber conseguido ya ser un observador más en este juego de intrigas y apocalípsis y ha resultado que seguía siendo una hormiga más observada con lupa.

-Dorante- murmuró, y este se acercó presto-. Registrad los muelles a fondo, interroguen al mensajero, cuando volvamos, pongan a su excelencia a buen recaudo. Y cuando acaben aquí, devuelva a estos guardias de Sandoval a otros cometidos alejados de mí y tráigame otra guardia desde San Cristóbal.

Los guardias de Sandoval se miraron, confusos de ser depuestos del noble trabajo de proteger a su Rey. Dago simplemente negó con decepción. Pero Sandoval lo tenía claro. No podía discernir si Marina había visto todo eso con sus propios ojos, pero tampoco podía descartar que hubiera un topo. Y Alonso estaba siendo discretamente vigilado...


[...] Debéis comprender que no podía tragarme esta pantomima de viajar a La Pasiega a reencontrarme con su Excelencia, [...] pero dudo que Alonso me citase tan cerca de la capital sabiendo la situación en la que me encuentro. Sin olvidar, por supuesto, el hecho de que no le habría dado tiempo a huir de vuesro lado y llegar tan lejos en tan poco [...]

Cruzó una mirada febril con Alonso. Verdaderamente la mirada del barón era confusa, pero veía preocupación por Marina. No había visto en él una preocupación tan verdadera hasta ahora. Pero notaba que no sabía nada.

-Siento haberos hecho venir hasta aquí, excelencia. Dorante, vuestro plan...apesta.

Alonso simplemente inclinó la cabeza, aceptando la disculpa y Dorante dio un paso al frente herido. El capitán abrió la boca pero no dijo nada. Nadie tenía ni idea de qué iba todo esto. Ni a qué venían las margaritas azules. ¿Serían códigos entre ellos? Si así era, el Rey suponía que Alonso no podría contactar nunca con Marina...

Quizás su afinidad era demasiado fuerte como para tener al barón tan cerca. Era un arma de doble filo y no sabía si se había cortado con ella.

[...] En fin, dejo de abrumaros. Ya os habéis percatado de que sólo digo todo esto para probar que os vi no hace demasiado y para ahorraros la parte en la que dudáis de las lealtades de Alonso [...]

"Así que quiere confirmarme que fue ella la que me vio", pensó el Rey y miró a los guardias de Sandoval que iba a deponer de sus deberes. Pensó largamente en ellos. El Rey sospechaba de las simpatías de algunos guardias hacia a ella y la indiscutible afinidad del barón por la campesina. Podría ser que Marina les hubiera visto. ¿Pero desde tan lejos? ¿En Tormentos? ¿Se la jugaría a pasar con su navío tan cerca siendo la persona más buscada del país? No le parecía probable. Mejor prevenir...

-Está claro que estáis conmigo, Excelencia. Así que supongo que ayudareis a Dorante con su caza.

Alonso dudó un segundo. ¿Qué había mandado Marina al Rey?

-Por supuesto, Excelencia.

-Estarás al servicio de Dorante y le ayudarás en todo lo que te pida ofreciéndole información veraz. Si la encontráis y la convencéis de que debe colaborar con nosotros antes de que sea demasiado tarde os daré el beneplácito real para vuestra unión sin desigualdades.

Alonso casi se queda sin respiración.

-¿Aprobación...real?

-Nadie discutiría eso. Sería un honor.

Alonso debatió interiormente. Amaría a Marina hasta el final, pero no sabía aún si estaban hechos para el matrimonio. Bailaban como astros en el espacio y rara vez se tocaban. Pero cuando eso ocurría era maravilloso. Estaba relativamente feliz con esa situación...no sabía qué pensar...

-Sin embargo, si Dorante observa cualquier acto de traición, encontraremos un castigo pertinente y a otra persona que se quede con vuestros privilegios y deberes.

Alonso sabía de sobra que habría mil candidatos.

-Si vuestra lealtad está conmigo, no deberíais tener ningún problema- concluyó el Rey.

[...] Aun así os felicito. La idea no era mala, pero os recomiendo revisar esos detalles para la próxima vez [...]

"No os preocupéis, Marina. Estoy tomando nota de todo esto"

[...] Me da pena que perdamos el tiempo de esta forma. No sé si estaréis leyendo esta carta en el puerto de La Rioja o si os la habrán llevado hasta donde os encontréis mientras hacíais cosas más importantes que buscarme. De ser lo primero, tenemos un problema, que no es más que la prueba de que os llevan a donde quieren [...]

-Nos marchamos. Preparad el navío y cargad los suministros. Nos vamos de inmediato.


[...] Esta vez, por supuesto, me atribuiría el mérito de ello [...]

"Se agradece la sinceridad, pero no la temeraria gallardía. Está bien que te sientas orgullosa de ser una manipuladora más. Pero esto se acabará."

El Rey se enfadaba por momentos y la fiebre le hacía sudar. Sabía que debía controlarse. Pero la voz de Marina que narraba en sus pensamientos sonaba burlona y despectiva.

[...]Y mientras destruyen la Bucca, que tanto nos ha ayudado siempre, surgen de la nada los navíos de la Atabean Trading Company, los lyonenses continúan en nuestras tierras, Eisen es invadida por el Imperio de la Media Luna y caen del cielo rayos de sangre como si el mundo fuese a acabarse de un momento a otro....vos dedicáis parte de vuestro esfuerzo y tiempo a hacer planes para atraparme [...]

"Pues claro. Vos os habéis llevado la única cosa que puede hacer increíblemente indestructibles a lyonenses, eisenos, lunares o a la Trading Company y la llave de todo los misterios de Théah con el mayor traidor y sádico de Castilla. ¿Queréis que simule solucionar pequeños problemitas cuando la impotencia de que esto no servirá para nada porque nadie está la persona más incauta y temeraria con el destino del mundo?"


[...] Entiendo que estéis enfadado [...]

"No os imagináis cuánto"

[...] pero si realmente queréis ayudar, os pido que destinéis absolutamente todas vuestras fuerzas contra algo de lo que haya mencionado antes [...]

"Por supuesto, digámosle al Rey Niño lo que le conviene"

Dorante interrumpió la lectura del Rey.

-Majestad. El navío está listo. ¿A dónde vamos?

-A la Bucca.

-¿A la Bucca?- Dorante se desencajó. Iban al mayor agujero de corsarios y piratas de los mares del sur-. ¿Para hacer qué, Majestad?

-Eso dependerá de ellos.


[...] Yo volveré. Desconozco la situación y las condiciones, pero espero que sea cuando todo esto se haya acabado. Etonces asumiré lo que merezca [...]

"Si queda algo de nosotros. Esto podría ser el alzamiento de Castilla y tú, como siempre, te lo juegas a todo o nada. Como la vida de mi esposa"

-Ya lo creo que volverás.

El Rey subió al bote y dejó el puerto de la Rioja, pero antes cogió un ramillete de margaritas azules mirando a Alonso para descifrar su expresión. A un gesto, Dorante y el barón se marcharon para iniciar su misión, volviendo al mar de langostas de ceniza muerta.

[...] Sé que si nos encontramos antes solo será para que me impidáis continuar, y no puedo permitir que eso ocurra.

Así que no me queda más remedio que seguir huyendo.

De vos y de todo el mundo.[...]

El Rey Sandoval dobló delicadamente la carta y la guardó entre sus mantos, cerca de su corazón.

"No hay suficiente mundo para los dos, Marina.

Volverás.

Ya lo creo que volverás.

Y no me encontrarás esperando."

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El Buen Rey Sandoval, Alonso Lara de Santa Elena, Dorante de los Reyes y Dago en la fallida trampa del Rey para atrapar a Marina y Leandro por sus insubordinaciones contra la Corona de Castilla. Marzo de 1672. La Rioja, Ducado de Gallegos, Reino de Castilla.

lunes, 25 de diciembre de 2017

Descenso a los Infiernos

El Buen Rey Sandoval descendió a las entrañas más inferiores del Santísima Trinidad. Las campanas que anunciaban el incendio de la cubierta superior comenzaron a sonar lejanas. Las llamas fueron sustituidas por lenguas de frío, sudor agua salada. El que había sido el orgullo de la Armada de Castilla estaba plagado de hemorragias internas de donde manaba la mar salada. Las espléndidas botas de batalla del Rey chapotearon conteniendo el agua hasta por encima de sus rodillas, mientras que el peto de batalla le impedía respirar. 

Los marineros se apartaban a trabajar prestamente, mientras otros miraron sin ninguna discreción la figura ensangrentada del rey. Esperaban por Theus que fuera sangre de sus enemigos y no sangre real.

El rey miraba cómo los marineros se increpaban los unos a los otros, a veces con insultos llenos de urgencia La agobiante perspectiva de que no pudieran salvar el gran galeón de la armada les ponía bajo una gran presión. No era para menos:  la Batalla de los Tormentos había concluido y pasaría sin duda a los libros de historia, así que debían quedar lo mejor posible.


Al menos de momento, Lyon se había retirado, pero la Armada de Castilla había quedado tan diezmada que no podrían ni formar una guarnición local.


El resultado estaba en tablas. De momento.


Lo que aún estaba por decidir era cómo iba a quedar la figura del Rey de Castilla en la historia que se avecinaba.


-Majestad, será mejor que os lo traiga hasta aquí y que me esperéis- susurró servicial Dorante de los Reyes, el Capitán de la Guardia de Sandoval.



El Rey levantó su enguantada mano manchada de sangre. Dorante sabía lo que eso significaba.


-Como queráis. Seguidme pues.

Dorante y el Rey se abrieron camino a través del agua, madera, astillas y restos de navío. Avanzaban lento a causa de la inundación, pero no les quedaba mucho tiempo.


Llegaron hasta la puerta pesada, que tres guardias de Sandoval tuvieron que empujar debido a la presión de la inundación.


Entre las sombras chapoteaba desesperadamente con las piernas un hombre de capa negra y ropajes rojos. Sus brazos estaban encadenados fuertemente a una barra del techo y gemía dolorosamente por los esfuerzos de escapar.


-Su majestad el Buen Rey Sandoval- anunció Dorante al prisionero.


El rictus de Marcus se contrajo y sus ojos se clavaron en los recién llegados. El aire se le escapó de su pecho y las piernas se relajaron hasta el fondo de las frías aguas.


-Majestad...qué alegría que la batalla haya cesado y estéis aquí. Sin duda es una buena nueva que terminará con el anuncio de vuestra victoria en...

  
-Silencio- siseó el Rey.


Su labio inferior temblaba. Lo había hecho siempre durante mucho tiempo. Un gesto que Aldana siempre le había metido en mente corregir. El conde siempre le había advertido de que sus expresiones le delataban, sobre todo ante sus enemigos. Le pasaba siempre que no sabía obtener una decisión por sí solo y se encontraba perdido en el laberinto de las decisiones.
  



¿Cuál sería la decisión correcta?

 No.

¿Cuál sería la mejor para su país?



El Rey se mordió el labio inferior. No volvió a temblar, pero apretó hasta que sangró.



-Escucha villano. La batalla ha terminado, y de esta conversación dependerá el destino de vuestra miserable vida.



Marcus miró a Dorante, que abrió los ojos ante las palabras del Rey, y pensó que iba en serio. El hombre que estaba frente a él no parecía el niño del que les había hablado el Sumo Inquisidor antes de su suicidio.
  


-Como toda la Inquisición, pertenezco al Ministerio del Terror. Estoy a vuestra disposición.

-Vas a contarme todo lo que sepas de Lucius, Marina y Leandro. Y esta vez, no te vas a dejar nada.


Marcus suspiró gravemente. Eso le llevaría demasiado y el barco seguía hundiéndose.

  
-Majestad, pertenezco a la guardia personal de Lucius Varela, el anterior Sumo Inquisidor.
  

-Que cayó en desgracia por conspirar contra mi. No es un buen comienzo para vos.


-...sí. Lucius llevaba tiempo obsesionado con un asunto sobre un Éxodo hacia los mares del oeste que no nos quería revelar, ya que su paranoia persecutoria se hizo patente en el último mes de su vida. Sabía que había que dejar Théah en algún momento, sabía que se acercaban tiempos difíciles y que debía encontrar a los elegidos. Pero...dejó de confiar en nosotros.



-¿Por qué?



-Lucius Varela comenzó a coquetear con el conocimiento de artefactos syrneth y otros saberes prohibidos que ninguno de nosotros permitiría. Por eso les legó  el conocimiento a Marina y Leandro. Yo solo quería evitar que cayeran en sus manos. Os oculté el suicidio de Varela, pero la situación debía ser tratada por la Inquisición con sumo cuidado para protegernos a todos de esos conocimientos y artefactos peligrosos...

-A ver si lo he entendido. Dices que ocultaste a tu Reino información muy peligrosa sobre artefactos Syrneth que incumbían a Varela y que pueden ser clave de la destrucción o salvación en el mundo. Y resulta, que tu plan ha sido dárselo a Marina y a Leandro.


-Veréis, Majestad, solo ellos podían desvelar los secretos de Varela.


-O sea, que para evitar que cayeran en sus manos...se las entregasteis en mano precisamente a ellos.

  
-Majestad...



-Si de verdad queríais acabar con esos conocimientos, no les hubiérais dado la clave de la supremacía de Théah a una de mis espadas más temerarias e imprudentes y a uno de mis enemigos jurados más peligrosos. Simplemente, los habríais destruido.



Marcus miraba sus cadenas y apretó su expresión intentando encontrar un hilo entre el ovillo que acaba de formar con sus argumentos.


-No...


-Así que, parece ser, perteneces a esa facción de Varela que atentó contra mi cargo alejándome del trono y creando el caos en mi reino. Con lo cual, parece ser, que solo queréis obtener la información para sacar poder para la Inquisición. Habéis conspirado y habéis puesto en peligro a la corona de Castilla atrayendo enemigos visibles como Leandro e invisibles como el legado perdido de los Syrneth, naturales como esa Atabean Trading Company y antinaturales como ese Autómata. Habéis atraído de forma irresponsable el mal a los mares del sur ¿Tenéis argumentos para defenderos?


-Majestad...yo...no...Marina...no es tan peligrosa...no podía saber que las cosas se iban a poner tan peligrosas



-¡Habéis puesto el destino de las naciones en manos a Marina Oliván! ¡La mujer que con menos de 20 hombres robó el Santísima Trinidad y lo condujo a una batalla en nuestras costas! ¡La que oculta sus artefactos en las sombras! ¡La que es amiga de todos y de nadie!  ¡La temeraria que se jugó mi vida y la de mi esposa a un disparo! ¡La enmascarada cuyas lealtades se balancean entre los suyos y los bucaneros, piratas y maleantes! ¡La que se entregó voluntariamente a la Chateu du Soleil en las Revueltas de Charouse con tal de destruir al lobo desde dentro! ¡La guardiana de Leandro que ha acabado por ser la llave de su liberación!



-Sí, majestad...


-Le has dado una información que podría DESTRUIRNOS a todos, que podría cambiar la hegemonía de poderes de las potencias de Théah o incluso destruirnos a la persona más temeraria e incontrolable que conozco. ¡Nos jugamos a cara o cruz el destino de todos!

  
 -Pero ella...siempre ha sido vuestra espada, majestad. Aun en las sombras...la Inquisición bien lo puede confirmar.

  
-¿Es que no escuchas? No dudo de sus buenas intenciones. Dudo de sus métodos. De sus lealtades. De que cometa un error...es cosa de probabilidad de que algún día le saldrán mal las cosas. Y esta vez se está jugando el todo por el todo. Y si no está con Castilla en esto...es un peligro para ella.


 El Rey volvió a morder su labio. Estaba demasiado excitado.


 -Liberad a este hombre.



Marcus respiró aliviado y soltó una leve carcajada fatigada. Dorante le desencadenó apresuradamente, ya que el nivel del agua subía implacablemente.


 -Majestad, le honra esta decisión. Es cierto que...

  

-Llevad a este hombre a la prisión del Morro. Su previsión, cadena perpetua con vista a condena de muerte. Cómplice de conspiración con Lucius Varela, ocultación de información relevante para la seguridad de la Corona, contacto con Traidores de la Nación, introducción de esto en tierras de Castilla y conspiración.
  

-¿Qué? ¡Majestad! ¡Majestad...! ¡Yo! ¡Yo no tuve nada que ver con los movimientos de Varela! ¡Yo...! ¡Yo...!
  


-¿Sí?



Marcus tragó saliva dejándose apresar por Dorante.



-Yo no soy un traidor. Pero como Guardián de la Fe, mi misión es anteponer la obra de Dios. Yo sirvo a Theus.

   
El Rey masculló cerca de su rostro, salpicandole la sangre real de sus labios heridos en la cara.

   
-Pues entonces te llevaré con él, para que goce de tu lealtad, ya que parece que a tu rey no se la profesas.

  
Dorante arrastró por el agua a Marcus mientras gritaba dolorido.
  

-¡No! ¡No! ¡Vos sois el Buen Rey Sandoval! ¡No he hecho nada malo! ¡La información la tiene Marina Oliván! ¡Es vuestra amiga! ¡Le di la información a una amiga del Rey! ¡No tendríais nada que temer!







Dago, uno de los fajines escarlatas de la guardia personal del Rey, había permanecido fuera, después de haber ayudado a abrir la puerta al Rey. Observó como el rey salía con los puños apretados por la ira, pero en sus ojos leía el miedo de una alimaña acorralada.



-Que custodien a este hombre hasta la prisión de El Morro- le ordenó el Rey.




Dago asintió, pero se aventuró a preguntar:



-Majestad, ¿no es posible encontrarle un indulto? ¿No hay nada que pueda hacer?



El Rey le miró de forma helada. El vientre oscuro del Santísima Trinidad descendía cada vez más hacia el oscuro océano. El Rey pensaba a la velocidad que le permitía su estado. Cuando uno desciende a los infiernos solo existe el bien y el mal, pero las cenizas ciegan los ojos del atormentado. Bajo el cuchillo vería quién sangra blanco y quién negro. Ya estaba bien de ser el títere de todos.


-Solo hay una manera en la que puede salvarse. Solo hay una salvación para Castilla. Solo hay que empezar a actuar.



Y esta vez no habrá medias tintas.


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Febrero de 1672. El Buen Rey Sandoval tras la Batalla de los Tormentos y antes de declarar a Marina en búsqueda y captura como peligro para la Nación.

Cadenas por corona

Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...