Sabía
lo que iba a ocurrir y por ello temía
abrir los ojos.
El sol llamaba a mi ventana y, filtrándose bajo las cortinas, me susurraba que
le había relevado el turno a la luna y las estrellas y que ya era hora de
despertar. Yo mantuve cerrados los ojos, apretados, y las manos aferradas a las
blancas sábanas de seda que me arropaban. No había nada más a lo que aferrarse.
Tragué saliva y respiré profundamente. Creo que incluso conté hasta tres
mentalmente, como lo haría una niña antes de comprobar si en su armario hay algún
monstruo que la atormenta por las noches. Finalmente me incorporé sobre la cama
y eché un vistazo a la habitación. Nada. Todo estaba como había previsto, y no
supe si era aquella cama la que se me había quedado grande o si era yo la que
había encogido terriblemente.
A pesar del estío, me encogí de hombros y me cubrí el pecho desnudo con las
suaves sábanas. El frío que sentía venía acompañado de una sensación de soledad
en ese inmenso mar de seda blanca. Estaba perdida.
Una sonrisa triste y derrotada se dibujó en mis labios y comprendí que era la
única que iba a poder mostrar en mucho tiempo, o quizá en toda la vida.
“La sonrisa viene acompañada de lo que se ve”, me dijo aquella noche en el
teatro.
Resulta gracioso que en ese momento llevásemos apenas dos meses sin vernos y
que hoy, tras solo unas horas desde que se ha marchado, ya me falte tanto.
Decidí ser valiente y guardar un poco de esperanza en que solo se había ausentado
un momento. Entonces aparté las sábanas y me puse en pie para vestirme. No
pensaba recibirle…así. Después, descubrí que esta noche solo había sido un recuerdo
que envejecería en mi memoria, pero que no caducaría nunca.
No quedaba rastro de las historias que contamos anoche, ni de los besos
imposibles que nos dimos, ni de las sensaciones que juntos descubrimos bajo las
sábanas. No quedaba sobre la mesa ningún tablero de ajedrez con una partida aún
por comenzar; ni la botella vacía de brandy, en la que sumergimos los recuerdos
de un pasado mejor y las preguntas de un futuro incierto. No quedaba nada de
esta noche, ni tampoco de él. Se había ido.
Nuestro cuento acabó de un soplo, como si nada hubiera ocurrido. Al menos así
debía ser para el resto del mundo. Pero en realidad ese soplo solo nos ha
llevado a otro lugar donde, aunque distantes, pensamos cómo cometer otra
estupidez que nos haga volver a escribir más aventuras como las de antes.
De repente salí de mis pensamientos y miré hacia un lado. Entonces no supe si
reír o llorar. Es posible que hiciese las dos cosas a la vez, aunque fue la
amargura quien ganó el duelo finalmente. Y es que sí que había algo encima de
la mesita junto a la cama, en el lado en que yo había descansado.
Alonso había dejado un ramo de margaritas y rosas azules, coronado por ramitas
de laurel. Sabía lo que esas flores significaban; ambos lo sabíamos. Las
primeras guardaban la creencia que él tenía en nosotros, adornada después por
sentimientos que nunca cambiarían, que nada podría marchitar.
Me acerqué y abracé cada uno de los recuerdos que traían aquellas flores, sin
dejar de llorar un instante. Supe entonces que Alonso me había dejado un beso
sobre la mesita de noche y deseé poder guardarlo para luego. Detestaba pensar
que había sido el último.
Perdí la mirada durante un rato en un vacío del que no podía escapar. El
corazón se había encogido al ser pellizcado por la nada.
“¿Debería haberme despertado antes de que se fuese? ¿Debería haberle dicho algo
más? ¿Pero qué?"
No quería despedirme, no pensaba decirle adiós ni sabría cómo hacerlo. Tan solo
le habría pedido otros cinco minutitos conmigo, porque no me atrevería a
robarle seis. Ya habíamos burlando al tiempo durante mucho y estaba enfadado
con nosotros. ¿Por qué teníamos que separarnos? No importa, de nada servía
pensar en eso ahora. Hay tantos motivos, tantas diferencias entre nosotros… Eso
era precisamente lo que nos hacía invencibles. O así me había sentido hasta
ahora.
Tres toques en la puerta de la habitación me hicieron recordar donde estaba.
Era la habitación de Alonso, que le había sido concedida por una noche en el Alcázar
Real de Castilla.
- ¿Señor? Señor, ¿necesita que limpie su habitación? – preguntó algún criado
sin obtener más respuesta que el silencio. Yo no debería estar allí. – Volveré
luego.
Escuché sus pasos alejarse de la puerta hacia la próxima habitación del
pasillo. No me había movido ni un milímetro, ni tampoco sentí miedo de que el
criado entrase y se encontrase con quien no debía.
Permanecí sentada en el suelo hasta que pasó el peligro, sosteniendo el ramo de
flores que poco a poco iba enterrándose en unas lágrimas silenciosas. Luego me
humedecí los labios y me aparté el pelo que caía tapándome parcialmente el
rostro. Reuní fuerzas para levantarme y salir cuidadosamente de la habitación.
Me aferré a mis margaritas.
El pasillo estaba desierto, la corte ya había despertado hace rato y no se
avistaba ningún noble rezagado en sus quehaceres. Los criados, por otro lado,
estarían perdidos en sus tareas ahora que las habitaciones estaban vacías. Mejor
así, esta parte del palacio estaba reservada a los invitados de la pequeña
nobleza y alguien como yo no podría estar paseando por ahí a sus anchas sin una
buena excusa. Yo no la tenía y no pensaba pararme a inventar una.
Caminé como lo haría un fantasma atravesando el Alcázar Real, buscando la
salida. No quería encontrarme con nadie, pero tampoco hice por evitarlo. Por
suerte no ocurrió nada.
Hice caso omiso a los guardias que custodiaban la puerta principal y crucé los
jardines que rodeaban el lugar, sin detenerme como siempre a aprovechar las
vistas. El sol me molestaba en los ojos.
“Hoy comienza una nueva vida. Es gris, solitaria y está un poco perdida. Hoy
comienza una nueva vida en San Cristóbal, una ciudad casi desconocida para mí.
Aquí no tengo hogar, ni tampoco a gente que me conozca o sepa mi historia;
nuestra historia. Hoy toca empezar de cero, pero sin olvidar todo lo que hemos
vivido. Sin olvidar quiénes somos. Hoy, y seguramente mañana y pasado, lloraré
por vos y mis lágrimas se secarán por tanta espera. Pero hoy sigo creyendo que
las cosas pueden cambiar, aunque esta vez no esté en nuestras manos hacerlo.
Hoy todo se tiñe de recuerdos y quizá, solo quizá, de un poco de esperanza...”
Dejo atrás los jardines y el Alcázar Real. Sigo soñando despierta y huelo mis
flores, pensando en que pronto tendré que devolveros este beso. Miro al cielo y
suspiro.
“… Y por eso, desde hoy pienso en otra estupidez que me haga volver a veros”.
_____________________________________
Pensamientos de Marina Oliván tras separarse de Alonso Lara debido a la diferencias sociales entre ellos y a los esfuerzos de los Lara por separar a la pareja. Septiembre de 1670. Alcázar Real, San Cristóbal, Castilla.
Escrito por Sara/Aleera, mi jugadora de 7º Mar ^^
Las aventuras de Marina Oliván. Espadachina. Pirata. Temeraria. Indomable. Libre.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Cadenas por corona
Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...
-
A fin de mejorar la comprensión de la época en la que se desarrolla Théah, he decidido comentar por encima aspectos y costumbres que creo qu...
-
Son muchas las ciudades y paisajes por la que los personajes de la partida de 7º Mar han viajado y corrido muchas aventuras. Algunas ciudade...
-
Los grilletes se cerraron sobre las muñecas de Leandro Vázquez de Gallegos. El Alguacil cerró las esposas duramente y apretando con malicia,...
Si la sonrisa viene acompañada de lo que se ve, mi sonrisa acaba de separarse de mi. Prefiere quedarse en tu memoria, porque en tu recuerdo al menos tiene un sentido y sé que no allí morirá jamás.
ResponderEliminarTú eres mi sonrisa.
-Alonso Lara-