Alonso
Lara abrió los ojos lentamente y se sintió como el esclavo que hace un momento
soñaba con la libertad. Se había despojado de los grilletes de una ilusión para
caer la cruel realidad. Su clara mirada se paseó por la armoniosa habitación
del Alcázar Real de Castilla, limpiamente ordenada de muebles de caoba fina,
hasta que acabó descansando en la desnuda espalda de Marina Oliván, dormida
junto a él.
Sintió
deseos de hundirse en el lecho, intentando evadirse en una nube de almohadas de
tranquilizadora claridad. Su cuerpo se encontraba junto al de Marina en un mar
de frescas sábanas de seda. Pareciera que ambos navegaran a la deriva una vez
más entre blancas olas de descanso. La pálida carne del noble buscó tierra
donde naufragar y encalló en la morena piel de la campesina. El contacto de sus
cuerpos le estremeció el pecho.
Sin
duda este había sido el mejor naufragio de todos.
La
partida de ajedrez había terminado y ambos debían volver a posicionarse en el
tablero donde dictaba las normas. El peón debe volver al frente y la alta
figura vuelve a su privilegiado lugar. Después
de tanto tiempo enrocando sus corazones, la partida había terminado para los
dos con un jaque mate en el que los dos perdían. Era hora de separarse.
-Bien
jugado, Marina- susurró.
Antes
de levantarse, Alonso acarició los cabellos azabaches de la espadachina. Pensó
en quedarse un par de segundos y marcharse antes de que ella despertara, pero
su voluntad quedó esclava de la joven. Su pelo brillaba como el ónice a la luz
de un suave fuego, dejándolo hipnotizado. Dormitaba plácidamente con un tierno
hoyuelo dibujado en la comisura de sus labios. Su tímida sonrisa, misteriosa y
pequeña, hablaba de un beso prohibido. Es ese tipo de beso por los que merece
la pena arriesgar el todo por el todo antes de que llegue la nada. Uno de sus
dedos jugó con los rizos oscuros de la plebeya, sintiéndose como un niño que podía
tocar el manto oscuro del firmamento.
Fuera,
los criados comenzaban sus quehaceres y hacían ruido en los pasillos. La corte estaba
despertando.
Liberado
del embrujo, decidió darse prisa. El barón pensó en darle un último beso y se
prestó a ello. Sus manos se acercaron a las muchas cicatrices que ondeaba en la
espalda de la espadachina, mientras que sus temblorosos labios se acercaron a
los suyos. Justo cuando se iban a encontrar, se detuvo. No quería hacerlo más
difícil. Se levantó y se llevó la botella de brandy con la que habían estado bebiendo
toda la noche. Quedaba un poco, así que la aniquiló mientras salía al pasillo.
Salió
por la puerta botella en mano, simplemente vestido con pantalones de cintura
alta y la camisa sin abotonar. No se dio cuenta de que iba descalzo hasta que pisó
el elegante mosaico del pasillo de palacio. Las criadas miraban al suelo cuando
veían al desenfadado noble caminar libremente con la camisa abierta y las
anchas mangas volar tras él, entre risitas descaradas o miradas reprobadoras.
El jefe de criados se acercó presto a Alonso alzando un tímido pero rígido
dedo.
-Mi
señor, déjeme aconsejarle que, de acuerdo al decoro y a las normas de sobriedad
de la corte del Buen Rey Sandoval...
-¡Pero
si es el gran chambelán Don José Antonio Fernán! ¿no?- preguntó animado el
barón dando una gran palmada alegre.
El buen
humor, el ingenio y su distendido carácter hacían famoso al joven barón de
Santa Elena, pero esta vez había pillado de sorpresa a los sirvientes. El jefe
de criados bajó su dedo y agachó el rostro, dubitativo.
-S-sí,
ilustrísima excelencia ¿cómo sabéis mi nombre?
El
barón le cogió de los hombros y se dio una vuelta de baile con él, eufórico.
-¡Porque
sois mi chambelán preferido de esta ala del palacio!
-¿En
serio señor?- dijo el asombrado jefe de criados, olvidando que quería coartar
la libertad de su excelencia para cumplir las normas del decoro de la corte.
-¡Por
supuesto! Labor impecable, todo sobrio y preciso ¡y no te dejas amedentrar por
los nobles! La etiqueta es lo primero.
El
chambelán se separó del noble y se estiró las arrugas del traje visiblemente
agradado.
-Pues
sí, señor, el decoro ante todo...¡gracias, señor!- exclamó perturbadamente
feliz por el reconocimiento inesperado.
El
barón sonrió al chambelán y siguió andando dirección al exterior. Cuando llegó
al final del pasillo en forma de "L" alzó un dedo y la voz:
-¡Por
cierto, si viene algún criado a hacer mi habitación y no respondo, que no
entre. Ya les daré la orden!
El
chambelán seguía embelesado por el cumplido y por el estúpido hecho de que un
noble supiera su nombre.
-¡Por
supuesto, señor!
Cuando
el barón salió corriendo, nadie pudo percibir que sobre su sonrisa una lágrima
caía como el telón de un teatro, sabiéndose finalizada la función. Un dedo se
lanzó presto a borrar cualquier signo de tristeza y volvió al papel que todos
adoraban que hiciera: el del ingenioso y alegre barón de Castilla.
Rápidamente
llegó al jardín botánico de la prometida del Rey, Layla Al Shalam, una princesa
del Imperio de la Media Luna que había aceptado abrazar la fe vaticana en una
política matrimonial arriesgada.
Aunque
la boda real no estaba confirmada y el Vaticano (sobre todo la Inquisición) aún
tenían que decir mucho de todo esto, el Rey Sandoval había prestado su jardín
botánico a la princesa árabe, la cual había hecho resurgir los verdes parques
en un gran jardín florecido de plantas exóticas que ella misma cuidaba.
Trotando
entre las fuentes y corrillos de cortesanas pertrechadas de abanicos y
parasoles, Alonso alcanzó la zona del parque que estaba buscando, no sin antes
saltar torpemente un seto, con las consecuentes risas de las cortesanas.
El
joven e ingenioso barón sabía exactamente que buscaba. Y sabía que este era el
único jardín en el que encontraría unas flores tan raras.
Margaritas
azules.
Cuando
las encontró se dio cuenta de que no había traído nada para cortarlas. Se
dispuso a arrancarlas con sus propias manos cuando una sombra cubrió su
propósito. Lentamente, el barón se dio la vuelta.
La
princesa Layla se encontraba de pie, empuñando con gruesos guantes una cuchilla
para cortar tallos, vestida con un modesto vestido blanco y sombrero de fieltro
para el sol. Alonso la miró con resignación, mientras sus manos seguían en su
propósito. Igualmente arrancó las flores bajo la atenta mirada de la princesa.
El tallo le había quedado horrible al usar las manos, pero ya no había marcha
atrás.
-Debe
ser importante la persona por la que te estás jugando la vida, joven. ¿Sabes
que el rey castiga a cualquiera que arranca las hermosas flores de mi jardín?
-Lo sé,
alteza- respondió el barón con ganas de marcharse.
-¿Lo
sabéis?- preguntó curiosamente extrañada.
-Sí.
-¿Y no
os importa que esté prohibido?
-No,
señora- sonrió-. Eso solo alienta a los enamorados a hacer estupideces.
La
princesa reaccionó ante la respuesta con una sonrisa.
-Supongo
que el hecho de estar prohibido prueba la gallardía de los amantes. Dejadme que
os haga un buen ramo, joven.
Layla
dispersó a sus boticarias y floristas y se centró personalmente en los deseos
del joven cortesano.
-¿Por
qué margaritas azules?- preguntó extrañada, mientras hacía el ramo.
-Es...una
larga historia- respondió el barón recordando viejas hazañas.
-Son
raras las margaritas azules para pretender a alguien. Hay muchas flores más
hermosas y menos vulgares para ese cometido.
-No
pretendo nada, alteza.
Layla
paró un segundo como si se le detuviera el corazón. La posible futura reina
gozaba de una sanísima empatía, hasta el punto de que sentía el corazón de los
demás.
Y el
del barón estaba detenido.
-Oh...se
trata un "adiós".
Alonso
la miró, su segunda lágrima caía en lo que iba de mañana y su larga tristeza no
permitió ni que el sol secara su silencioso llanto.
-Alteza...espero
que se trate de un "hasta luego".
La
lunar se esforzó en hacer un buen ramo. Colocó un centro de rosas azules
coronadas por pequeñas margaritas del mismo color. Justo en el centro de todo,
coronaba todo el ramo unas frágiles ramitas de laurel.
Finalmente,
Layla tendió el ramo al joven noble.
-El
centro de rosas azules hablan más de que buscas tranquilizar a esa persona a
sentirse tranquila en momentos de nerviosismo; tienen un efecto de confianza y
tranquilidad. Las margaritas azules...
-Dicen
que creo en ella.
La
princesa sonrió.
-Y el
laurel...
-Que
nunca cambiaré- sollozó por un segundo para recuperarse rápidamente.
La
princesa asintió con masticada admiración.
-Exacto.
-Gracias
alteza- dijo para despedirse y salir corriendo.
Alonso
volvió con las flores por todo el Alcázar, siendo sigiloso y cruzando pasillos
cuando eran desalojados. A pesar de su pinta, la discreción fue su bandera.
Finalmente volvió a la habitación. Marina seguía durmiendo...había sido una noche de apasionada confianza y de ternura. Debía estar agotada de tantas emociones, sobre todo porque eran de esas a la que no estaba acostumbrada.
Avanzó
lentamente por la mullida alfombra del hogar. Puso en reposo las flores sobre
la mesita de noche en el lado que Marina descansaba. No estaba decidido a
soltarlas aún.
¿Se
iba...o no se iba?
Se
agachó para ponerse a la altura de la cama y mirar su rostro dormitar, mientras
acariciaba su frente. Maldijo el hecho de que estuviera dormida porque se le
negaba el hecho de bañarse en su mirada. Solo pudo soñar con esos ojos
aceitunados que no volvería a ver en mucho tiempo.
-No nos
permiten casarnos y no podemos andar por ahí como si lo estuviéramos. La
Iglesia, los nobles, mis semejantes, mi familia...no nos dejarían andar
libremente sin dejar de entorpecernos y juzgarnos por demostrar lo que sentimos
en esta sociedad tan rancia, hipócrita y segmentada. Tampoco puedo pedirte que
te fugues conmigo...ya sabes que el precio sería no volver a casa y que la fuga
de los amantes está castigada por ley- rió silenciosamente echando todo el aire
de sus pulmones mientras jugaba con los rizos de la espadachina-. ¡Oh Theus!
¡Como si eso te hubiera importado alguna vez! Maldita loca- sus labios besaron
la pequeña y orgullosa cicatriz que tenía la espadachina arañando su pómulo-.
No, todo eso no importa...lo único que te detiene a venirte a destrozar nuestra
vida juntos es que quieres protegerme. Ayudarme a no tirar mi vida por la
borda, ¿verdad? Aunque yo quisiera tú no me dejarías y viceversa. Venimos de
dos mundos destinados a tocarse durante unos segundos, como un eclipse. Todo
este drama porque somos incapaces de pedirnos mutuamente destruir nuestras
vidas. Separarnos de nuestra gente y nuestras familias. Irónicamente no podemos
pedírnoslo... porque nos amamos. Es increíble cómo el amor hace coexistir la
valentía y cobardía en un mismo corazón.
No se
arriesgaría a darle un último beso, vaya que la despertara. Soltó las flores,
dejando el ramo azulado yaciente al lado de Marina. Lo bueno de Marina es que
sentía que podía besarla de mil maneras sin necesidad de rozar sus labios.
Y ese
ramo era uno de sus mejores besos.
El
joven barón se vistió adecuadamente con su levita de terciopelo verde y su
corbatín beis. Su camisa quedó perfectamente abotonada y sus calzones
planchados. Salió sin hacer ruido, al contrario de cómo entró en su vida.
Atravesó
a golpe de bastón todo el Alcázar, dispuesto a salir de la Corte. Los
cortesanos, nobles, sirvientes y mecenas comentaban el paso de su presencia.
Los cuchicheos anónimos eran claramente audibles entre la enorme multitud
gracias al gobernante silencio de las antecámaras.
-Ahí va
Don Lara...-decían los corrillos.
"¡Don
Lara era mi padre!" gritó rabioso la mente de Alonso mientras cruzaba el
pasillo impasible.
-El
ingenioso barón de Santa Elena le llaman, por su lucidez y su mente avispada...
-Es tan
apuesto y es tan animado...
-Un
excelente jinete, sin duda...quizás el rey quiera tenerlo en la corte...
-Aunque
es un joven un tanto alocado y con tendencia a desaparecer en el misterio.
Inestable, cuanto menos.
-Las
universidades están desperdiciando un gran talento como él...podríamos
proponerle algo...
-Dicen
que hace poco estuvo en una tripulación de piratas y que estuvo explorando
islas Syrneth para su majestad...No sé si es estúpido o un genio...
-Que no
os engañe ese flacucho con sangre extranjera, todos sabemos que sus intereses
no van para con la patria...-replicaba un patriota
-Además
de los rumores de que es un espía de Montaigne. Ya saben los rumores de esas
cartas con ese infame espía que se hace llamar Julius. Caballeros, cuando el
río suena...-acusó un teniente de infantería.
-¿Quién
será la mujer digna de su reputación? ¿Creen que gusta de la compañía de
alguien? ¿Quién será la afortunada? - suspiraban las damas.
-¿Afortunada?
Todos saben que el barón está más que arruinado - respondió un intendente del
tesoro real.
-Pero
tiene tierras...
-Nada
prósperas querida. Si la familia Lara encuentra una pretendienta para el
señorito no será una cualquiera, eso desde luego. Será alguien merecedora de su
título- aclaró un erudito.
-Hay
rumores de que está con una campesina suya, que ahora es soldado del rey-
añadía una vieja alcahueta.
-Marina
Oliván se llama. Una aventurera intrépida, dicen. Cuentan que tiene el favor del
Rey y de su valido Don Andrés Bejarano de Aldana- decía admirado un joven
guardia.
-Intrépida
puede. Temeraria si se atreve a descarrilar al joven barón de los deberes de su
familia- apuntaba un marqués.
-¿Un
noble intimando con una campesina?¿Es que ya no se tiene respeto por la sangre
azul? Bueno, puede que el barón quisiera tomarla como una furcia...¿pero como
una esposa ante los ojos de Theus? ¡Inaceptable!- protestaba un obispo.
-Corren
rumores de que los Lara no aceptarían nunca ese enlace...
-Por
razones obvias, se convertirían en unos parias sociales ¡qué desfachatez!
-Sí,
pero aparten dicen que ella se ganó la enemistad de los Lara. Les agravió y
frustró una importante intriga con los Orsini en la villa de Santa Elena para
hacerse con la herencia de Gregorio Lara, que concluiría con la boda del barón
con la hija de éste último...
-¡Lo de
aquél pueblo fue un auténtico circo!- decían
-Malditas
intrigas, cada vez más complicadas...uno ya es viejo y no puede seguirlas.
-Pues
si fuera verdad sería tan romántico- suspiraron unas damas de honor.
-Mujeres-
rieron los gentilhombres.
Alonso
siguió caminando con una encantadora sonrisa en los labios. Pronto había
cruzado la plaza principal y salido del Alcázar real.
Allí
estaban esperándole seis espadachines vodaccios, de vestimenta oscura y capas
sombrías como sus miradas. Venían del país de los gatos negros, pero sus aceros
pertenecían a los Lara, su familia. Desde la muerte de su padre, Umberto Lara
era su tutor y guía, así lo había establecido su padre. Al menos no podían
forzarle a casarse, no después de que Marina Oliván descubriera a los Lara
manipulando el testamento del padre de Alonso para obligarle a casarse con
Alicia Orsini.
-Ahí
está el barón- dijo el cabecilla a los otros, que se pusieron prestos los
sombreros para interceptarle y que no se escapara-. Tenemos la misión de
separar al muchacho de su amante y vigilar que vuelva a casa con sus deberes.
Nada de tonterías.
-¿Para
ese esmirriado muchacho han contratado seis de los nuestros? ¡Menudo estúpido!-
rió el más gallardo de todos.
-¡Déjate
de tonterías, pazzo! Es Marina, la espadachina, la que es peligrosa, recuerda
lo que le pasó a Fausto.
Todos
asintieron, centrados. El cabecilla de los espadachines se acercó presto
avisando a los demás, que echaron manos a las guardamanos de los estoques. El
cabecilla cruzó rápido la carretera de adoquines y se desguantó una mano.
-¡Signore!-dijo
el cabecilla alzando una mano, atrayendo la atención del barón.
El
joven y los espdachines se encontraron. Los vodaccios tendieron una carta
sellada.
-Esta
carta indica que estamos autorizados por su tutor y por su familia para escoltarle
de vuelta al hogar.
El
barón miró el sello, aunque no le hacía falta. Sin duda era cierto, Umberto le
había amenazado con mandarle espadachines hace mucho tiempo si no se separaba
de su mayor enemiga...la que era su amada.
Estaba
claro que lo suyo no podía funcionar, no mientras él fuera un Lara. Alonso
guardó la carta con la cabeza gacha.
-Caballeros,
agradezco vuestro interés, pero creo que puedo ir solo hasta el hogar.
El
guante del vodaccio se lanzó como una centella hasta su cara.
-Me
temo señor, que su tío y tutor Don Umberto Lara tiene un contrato con el gremio
de espadachines...si quiere que incumplamos nuestro trato para con él no me
queda más remedio que batirnos con vos, mi señor. ¿O debo entender que
intentáis volver a escaparos y que ella tiene algo que ver, otra vez, con
vuestra rebeldía? En ese caso estamos autorizados para romper cualquier lazo
que os retenga aquí...signore. No sé si me comprende.
El
rostro de Alonso volvió al frente, dolorido a la par que humillado y con las
lágrimas asomando a los ojos. Una contradictoria sonrisa se le dibujaba en la
cara.
-Lo he
entendido perfectamente, caballeros. Sean tan amables de acompañarme con mi
familia. Seguro que están deseando volver a verme
Subieron
a un carruaje, para ir dirección al muelle, donde un navío les esperaba para
entrar en la mar. Dentro de la carlinga, Alonso sacó una tímida margarita azul
del interior de su casaca y la olió con ensueño.
Marina,
creo en ti y en que todo saldrá bien. De alguna manera a tu lado todo siempre
acaba con final feliz. El problema es que siempre te sacrificas por el bien de
los demás, pero esta vez, conseguiré que los dos seamos felices. Tarde o
temprano, ya verás. Cree en mí, porque yo nunca cambiaré.
Y yo
siempre he creído en nosotros.
El problema no es mi sacrificio por los demás. El problema es que si, como decís, todo tiene final feliz a mi lado, deberíais empezar por no estar tan lejos. Aun así no os preocupéis, ya veréis como al final podemos estar juntos. Tarde o temprano todos tendremos lo que queremos...
ResponderEliminarY si los Lara quieren dinero, no vamos a hacerles el feo de negárselo.
Marina Oliván