domingo, 24 de abril de 2011

Ser héroe nunca se olvida.

La sala estaba mal ventilada y mal iluminada, un sótano de piedra que se encontraba en el subsuelo, pero toda precaución era poca a la hora de reunirse unos viejos héroes que querían cambiar el curso de la historia...y hacer justicia. Pero hay muchos enemigos de la justicia, sobre todo cuando hay una guerra de por medio y muchos, muchos intereses. Aquél era un sitio lamentable y clandestino, pero sería suficiente.
Un caballero con un bigote elegantemente afeitado y con el rostro oculto por su sombrero de ala ancha esperaba presidiendo la enorme mesa rectangular con 6 sillas. Había solo dos ocupadas, la del caballero y la de una bella mujer de cabellos ondulados azabache, claramente de belleza castellana, que le murmuraba algo nerviosa mientras miraba las sillas vacías:
-¿Vendrán? ¿Asistirán todos después de tanto tiempo?
-Vendrán.- le tranquilizó él.- Ser héroe nunca se olvida, y menos la amistad que nos une.
Ella pareció tranquilizarse un poco.
-Tienes razón.- dijo sonriendo con nostalgia.
De repente alguien pegó de forma contundente y escueta en la puerta de madera roída.
-Ese debe ser mi hermano, siempre tan sombrío.- dijo el caballero.
-No hables así de Harold.- le excusó ella mientras se levantaba para abrir la puerta.- Es muy serio y honorable.
-Sí...demasiado serio. Supongo que lo heredó de padre.
Ella abrió la puerta y allí se encontraba un espadachín oscuro elegante con una barba bien afeitada.
-Os he oído, hermano.- dijo la figura al entrar.
-Pues claro que me has oído. Lamento haberte hecho retirarte de tu regimiento, Harold, pero esto es importante. Ven, siéntate y relájate, los demás estarán al llegar.
La mujer abrazó al recién llegado.
-Os eché de menos, mi buen amigo. - le sinceró la mujer.
Él se quedó petrificado y se retiró del abrazo nervioso. Agachó la cabeza para ocultar su rostro y se sentó.
-Yo...también.- tartamudeó.
De nuevo pegaron a la puerta. Los ánimos de la mujer se disparaban. ¡Estaban acudiendo a la llamada!
-¡Alejandra!- saludó la castellana sin poder contener una risa y abrazó a la muchacha de largos cabellos rubios.- ¡Cuánto has crecido!
-Tú sin embargo sigues igual de hermosa.- rió sinceramente con un poco de acento vendelio.
-Me resulta raro verte sin un libro en la mano.- siguió bromeando la castellana.
-A mi me resulta raro no verte junto a tu prometido. Todo el día juntos ¿No te cansas de él?
-Estoy delante.- afirmó gravemente la figura que presidía la mesa, aunque realmente estaba divertido.
-¡Oh, vamos!¡Era una broma! Eres tan estirado como tu hermano Harold. ¡Hola Harold!- dijo al reconocerlo también sentado en la mesa.
-Alejandra.- dijo el espadachín tocándose el sombrero a manera de saludo.
-Bueno, ¿y se puede saber qué es lo que ha pasado?- preguntó intrigada la mujer rubia.
-Todo a su tiempo.- dijo el caballero que los convocó.- Esperemos a que lleguen todos.

Sirvieron vino caliente, pues la noche helaba y en el sótano corría un poco de corriente. Estuvieron hablando de los viejos tiempos, más animados conforme continuaba la reunión. Pegaron tres veces en la puerta.

-Tres veces...- se quedó pensativa la vendelia mientras se retrepaba en la silla de madera.- Un número perfecto, ni uno más, ni uno menos. Esa manera de llamar es de Walter.
-Maese Ericsson para vos, señorita.- dijo un señor de pelo canoso y de arrugas pronunciadas, que saludaba a los presentes quitándose un sombrero pequeño doblado como un tricornio.- Bueno no, llamame Walter, que si no me harás sentir más viejo de lo que soy. -dijo sonriendo.
-¡Ay va! ¡Lentes nuevas!- exclamó Alejandra al ver los ojos de su antiguo colega de arqueología.
-Sí, son de manifactura eisena, inoxidables. Ya no tendré que preocuparme por la humedad cuando esté en alta mar.
-Me alegro de que te haya ido bien este tiempo, Walter. -dijo el anfitrión cuando le tocó ser abrazado por el recién llegado.
-Faltan dos. -observó el arqueólogo, mientras limpiaba sus lentes.
-Ahora uno.- dijo una muchacha recién llegada vestida con una casaca azul brillante con el icono de un sol en el pecho.
-Dominique, pasa. Lamento haberos tener que dejar los Mosqueteros por un tiempo- le saludó el hombre que los había invitado a tidis, atusandose el bigote. La nostalgia le hacía sonreír-. Sentaos, por favor.

Las seis figuras se sentaron y se miraron los rostros. Por fin, la Mosquetera, la recién llegada, rompió el silencio.

-Vaya...¿Cuánto tiempo hace?- preguntó dudosa.
-Hace 5 años que no nos reuníamos todos.- dijo Harold con voz grave.
-Cómo pasa el tiempo.- confirmó Walter.
-No, no estamos todos aún. Falta Eldwin.

El caballero que presidía la reunión de viejos amigos se descubrió quitándose el sombrero de ala ancha, mostrando una expresión sombría. Todos le vieron e hicieron lo mismo, esperando malas noticias.

-A eso se debe que os haya convocado, si no nos hubiera sacado de la paz de vuestras vidas. Nuestro amigo, Eldwin Egmont, diplomático eiseno y devoto objecionista, fue ahorcado hace una semana en el castillo de Stein por el fanático Imperator Reifenstahl. La Guerra de la Cruz se está recrudeciendo  y creo que esta absurda guerra se va a prolongar demasiado.
-Madre de Dios. Que Theus lo acoja en su justa gloria.- dijo la castellana santiguándose.
-¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a dejar que siga cometiendo crímenes en nombre de Dios?- prosiguió el caballero.
-No- dijeron los presentes al unísono.
-Tendremos que tomar las espadas de nuevo. Sé que no estamos en las mismas condiciones que cuando éramos joven. Sé que nuestros estilos de esgrima se han oxidado con el tiempo. Sé que hemos olvidado lo que es sentir el aliento de la muerte. Sé que tendremos que afilar de nuevo nuestras armas y recargar de nuevo nuestros mosquetes. Sé que será peligroso e incluso algunos de nosotros moriremos. Pero yo no me quedaré impune ante este crimen. Habremos olvidado muchas cosas, pero ser héroe nunca se olvida - cogió unas ropas de debajo de la mesa y las colocó en la mesa-. Nuestros viejos uniformes de cuando servíamos a la Orden. La Rosa y la Cruz nos dan su aprobación aunque la dejáramos hace mucho. ¿Estamos juntos en esto?

Ni siquiera dudaron. Su prometida desenvainó su espada y colocó la mesa en la hoja.

-Si el Loco Emperador pone todo su empeño en hacer el mal, nosotros debemos hacer lo mismo por hacer el bien.-dijo la castellana consumida por la emoción.
-¡Maldito sea la locura de ese desgraciado que se hace llamar Imperator! ¡Estoy con vosotros!- maldijo Alejandra con un golpe en la mesa.
-No solo provoca una guerra religiosa que está alargando durante décadas, sino que además ejecuta buenas personas por pensar de manera diferente...- susurró Walter mientras se limpiaba la frente con un pañuelo bordado y colocando torpemente su espada .
-Reifenstahl es un hombre indigno de estar en la realeza. Si sus actos no son nobles, su sangre tampoco.- reflexionó Dominique, la Mosquetera, colocando su hoja.
-Venganza.- murmuró ásperamente Harold mientras colocaba su hoja.
-Justicia.- le corrigió su hermano desenvainando la espada entrecruzando su espada con la de sus viejos amigos.- Será un honor luchar junto a vosotros de nuevo.

Los viejos caballeros, aunque cansados y deseosos de encontrar la paz en sus vidas, volvieron a empuñar las armas después de mucho tiempo, al ver que nadie se iba a detener para acabar con la guerra, los crímenes y la injusticia que había traído la Guerra de la Cruz.


Mountaigne, antiguo refugio abandonado de la Orden de la Rosa y la Cruz en Crieux, hace 24 años.

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