martes, 19 de febrero de 2013

Al final del camino (I)

Pensaba que nunca llegaría a acostumbrarse a aquella  nación. Había viajado mucho, no había tenido más remedio. A toda prisa por muchos rincones de Théah, todos ellos oscuros, inmundos pero lo suficientemente discretos para él. Pero lo de Eisen no tenía nombre, aquello rozaba las descripciones que hacía el padre Merino sobre el purgatorio.

Se paró en mitad del camino. Le había alcanzado aquello que los castellanos denominaban "morriña". Era una sensación que cualquier castellano conocía, y les hacía volverse distantes y desapasionados cuando estaban lejos de su hogar. Alonso cerró los ojos y trató de respirar profundamente, pretendiendo fingir que se encontraba en Santa Elena, su hogar; pero no hubo éxito.

En el aire eiseno solo se podía respirar polvo. Las calles habían estado adoquinadas hace un tiempo, o se había pretendido al menos; pero después de que finalizara la Guerra de la Cruz en el año 1648 los cañones, los caballos y las carnicerías habían dejado un suelo lleno de baches y piedras. A pesar de que nos encontramos en el enero el año 1669, las disputas entre los Príncipes de Hierro para repartir las tierras no habían permitido que el país se recuperara del todo. 

Freiburg, sin embargo, sí parecía una ciudad ajena al resto de Eisen. Al menos pacería una ciudad, y era hermosa. Después de las guerras religiosas entre católicos y protestantes, Freiburg se había erigido como una ciudad neutral, dirigida nada menos por el filósofo Nicklaus Tägue, el primer gobernante declarado absolutamente ateo en toda Theah. Claro que, aunque muchos eisenos resentidos por las guerras religiosas habían aplaudido a este gobernador, también se había ganado a muchos enemigos sí creyentes, como el Vaticano y los protestantes.

Alonso pensaba que Freiburg iba a ser el lugar perfecto para celebrar la Cumbre Theana de las Seis Coronas, donde se pensaba llegar a un pacto para luchar contra los infieles de Cathay y el inminente apocalipsis profetizado por el nuevo Mesías; pero Nicklaus Tägue, borracho como otras muchas veces, cerró las puertas de Freiburg porque ni harto de vino iba a tolerar en su ciudad a "borregos estúpidos que siguen a un ciego pastor autoproclamado Profeta que lo único quiere es violar a sus ovejas". Ni qué decir que aquello indignó al Buen Rey Sandoval y...bueno, seguramente al Papa, si hubiera alguno en estos momentos.

Con ropas pardas y una capa de viaje, Alonso, o, mejor dicho, Frederic Strauss para quien preguntara en las afueras de Freiburg, entró en un hostal de mala muerte llamado el Dragón Verde. Había estado haciendo preparativos fuera, la cosa parecía estar marchando según sus planes. En el interior de la posada el ambiente no solo estaba rancio, como era normal, había miedo, mucho miedo. Las gentes de cuna más humilde se juntaban bajo las escaleras, señalando la parte y oscura parte de arriba donde se encontraban las habitaciones.

-¡Der Teufel! ¡Der Teufel!

El posadero parecía tener la mirada ausente, pero Alonso intuyó que estaba de los nervios. Todos estaban atacados.

Alonso se acercó al posadero y habló por encima de los gritos de los campesinos.

-¿Qué gritan esas pobres gentes?- preguntó pasando una moneda.

El posadero salió de su ensimismamiento sobresaltado y pensó las palabras en un mal castellano.

-Decir...eh..."el diablo"- explicó señalando arriba.

Alonso enarcó una ceja extrañado.

-¿Por qué?

-Sie wissen nicht- dijo el posadero encogiéndose de hombros mientras que Alonso hacía gesto de no entender nada,- Ellos...escuchar...hellscream, hellscream.

Aquello sí lo entendió y solo se le ocurrió una cosa. Frunció el ceño con rabia y subió corriendo mientras los lugareños seguían gritando "Der Teufel".

"Hellscream: grito infernal. Maldito sea, ¿qué ha sido de tanta discreción? ¿Tantas lecciones para que lo eche a perder?", pensó el Barón mientras subía.

Y entonces corriendo por la sala oscura llegó a la habitación. Entró y no se sorprendió nada en encontrar a un caballero allí dentro, a pesar de que la habitación estaba vacía cuando salió hará una media hora.

-¡Maldita sea!- exclamó el Barón con reproche hacia el caballero que estaba esperándole- ¿Se puede saber qué ha sido de "la discreción y el sigilo"?- imitó con un retintín sarcástico y una pizca de enfado mientras ordenaba un poco la habitación -¡Llevo tres días intentando no llamar la atención como me dijiste y tú vas y rompes el sigilo de un plumazo! Qué pasa, ¿no sabes predicar con tus propias lecciones? Me diste una soberana charla de media hora sobre no llamar la atención, ¡y ahora medio pueblo está gritando que el diablo está en esta casa!

Julius se encontraba sentado en el escritorio de la habitación, parecía que no estaba mucho en sus cabales. Tenía las manos ensangrentadas y sostenía el bastón del Barón igualmente cubierto de sangre. Parecía mareado o a punto de vomitar. Por supuesto, el "grito infernal" que habían oído los lugareños eran la hechicería de portales sanguíneos de Julius en acción. El espía no parecía estar escuchándole, había hecho mucho camino por el Otromundo. 

- Dejadme en paz- fue lo único que alcanzó a decir Julius.

Julius siempre había sido hosco y reservado, pero Alonso acabó percibiendo que había más tristeza en sus ojos que dureza en sus palabras. Era evidente que a Julius le había pasado algo malo. 

-¿Qué ha ocurrido?

Julius se incorporó, dejó el bastón ensangrentado junto la ventana y cogió la jarra de vino dispuesto a echarse un vaso.

-Nada...

-¿Va todo bien...? ¿Ha pasado algo malo en Montaigne?

-Nada. Son cosas mías. Cosas personales. Ella está bien. Solo...déjame en paz.

Alonso se sentó en la triste cama y, si no fuera porque veía a su guardaespaldas literalmente destrozado, hubiera intentado pinchar a Julius hasta que hablara. Hasta ahora el Barón ni se hubiera podido imaginar que Julius podía tener vida personal más allá de su rutina como espía. 

- Vamos, ¿es que no te pago lo suficiente? Es eso, ¿verdad?

Alonso tenía innumerables defectos, pero uno de los peores es que no sabía cuando parar de bromear. 
Julius mantuvo la compostura ante la broma.

-No es eso.

-Entonces es problemas de faldas.

Julius alzó la cabeza y lo miró. Alonso asintió con satisfacción.

-No intentes negarlo. Lo único que puede destrozar tanto a hombres simples como nosotros es una mujer difícil.

Julius bebió pausadamente. Tardó cinco minutos en hablar, pero Alonso esperaba mientras escribía unos documentos en el triste escritorio de madera de la habitación. Habló para sí mismo más que para su contratante.

-Ella no es difícil...el que es difícil soy yo. O mi vida, o mi pasado. O los sentimientos contradictorios que tengo. La quiero y por eso no puedo tenerla.

Cuando dejó el vaso en la mesa de madera vio la sonrisa picarona de Alonso mientras escribía al fondo e la habitación. Vaya sorpresa ¡Ni se podía imaginar que bajo la escueta apariencia de Julius se pudiera esconder alguien tan atormentado amorosamente! Julius estalló al ver la sonrisita estúpida de su contratante y le lanzó el vaso en un estallido de indignación. ¡Por eso no se abría ante la gente! Se sentía ridículo intentando explicar sentimientos estúpidos que no iban a ninguna parte. Alonso no tuvo problemas en esquivar el vaso con una carcajada y se acercó a él trayéndole otro vaso lleno de vino.

-Vamos, vamos...no puede ser tan difícil, te lo aseguro yo, que entiendo más o menos de mujeres. Veamos ¿ella sabe de tu existencia?

-Ella cree que estoy muerto desde hace cinco años. Ahora está prometida con alguien a quien ama porque yo he querido. No quiero ninguna burla, chiste, comentario, ni ningún abrazo, ni ayuda, ni ningún consejo de camarada ni nada por el estilo. Se acabó, sigo siendo su espía y protector y es lo que cuenta. Punto y final.

-...

Alonso seguía mudo. No esperaba eso. Julius concluyó con una frase pesada.

-Es mejor así. Así lo he querido.

-¿Y ya está? ¿La vais a abandonar?

Julius le miró fríamente.

-Abandonarla para no meterla en los peligros de mi vida. Menudo hipócrita sois los nobles ¿Acaso no hicisteis vos lo mismo con la señorita Oliván? Ni siquiera os atrevisteis a dar la cara cuando la abandonasteis. Si tan dispuesto estáis a insistir en que luche o haga algo ¿por qué no hicisteis vos lo mismo? No, Don Lara, no nos diferenciamos mucho. Voy a huir por verla bien, vos sois igual de cobarde que yo.

Alonso se levantó con una expresión neutra que Julius no supo descifrar. Comenzó a andar en silencio por la habitación, pero la calma fue interrumpida por una repentina lluvia caía de los cielos grises de Eisen. Julius se levantó observando la calle.

-Deberíamos partir.

-¿Qué? Pero si está lloviendo- se quejó el muchacho.

-Precisamente. Eso limitará la visión de tus perseguidores. Se lo pondremos más difícil. ¿O quieres que te vuelvan a partir una costilla como en San Elíseo?

Alonso rememoró aquél día. Un agente del Novus Ordum Mundi le había pillado en el este de Castilla por hacer preguntas en público que no debería. Se salvó al arrojarse desde lo alto de una pequeña arconada de la ciudad. El coste fue una costilla rota, pero era una suerte mucho mejor que ser prisionero o chantajeado por esos psicópatas. Cuando consiguió lo que se proponía en San Elíseo tuvo que alquilar un caballo hasta Charouse, tenía un baile al que asistir.

-Pero en San Elíseo no contaba con vos, Julius- respondió el Barón dándole una palmada en el hombro a lo que Julius le miró con dureza.

-Me temo que sobrevolarais mis habilidades.

-Nunca lo sabremos- replicó el Barón con una carcajada.

Julius abrió la puerta de la posada, se puso el traje de cuero de faena y el tricornio. La lluvia caía torrencialmente y antes de salir le respondió duramente:

-No tientes a la suerte.

Los dos misteriosos personajes entraron en la lluvia y comenzaron su larga andanza por el barro. El largo viaje de Alonso había sido penoso, pero tenía la sensación de que su esfuerzo iba a merecer la pena.
Un cuervo graznó desde lo alto de la posada. Quizás no lo escucharon o no hicieron caso de las advertencias del ave. Eisen estaba plagado de cuervos con ansia de devorar la carne de los hambrientos y los enfermos.

Quizás por eso no vieron venir el final de su camino.

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