lunes, 31 de diciembre de 2012

Feliz año, soldados

Los cañonazos del ejército de Montaigne eran incesantes. Uno tras otro las serpentinas de la marea azul invasora en Castilla caían entre la nieve blanca de las montañas del frente del norte. Los soldados castellanos, los hombres del Tercio Viejo de San Juan, todos ellos voluntarios para defender la patria, la corona y el hogar, se ocultaban en unas granjas abandonadas por la cercanía del ejército invasor.

El grupo de soldados veteranos había sido enviado en pleno mes de diciembre de 1665 a reconocer la punta de lanza de la reciente invasión montaignense. No por nada, se decía que el legendario Montegue lideraba el ejército enemigo. El Capitán Ramiro tuvo un escalofrío que nada tuvo que ver con el frío de las montañas al pensar en Montegue: era una leyenda viva, solo él podía haber conseguido cruzar el río con todos sus hombres y superar la frontera de Castilla con tanta facilidad.

La mansión solariega abandonada tenía dos pisos y seguía bien amueblada, como si el que hubiera vivido allí ni siquiera hubiera intentado salvar sus posesiones materiales. Desde una enorme ventana en la habitación se podía ver el campo donde podrían haber dado batalla los castellanos de no ser porque Montegue había sido astutamente rápido cruzando el río.

- Está bien, ¿mi capitán?- preguntó un hombre fornido, embutido en una coraza y coronado con el capacete propio de los ejércitos de Castilla.

Ramiro negó con la cabeza, contradiciendo lo que iba a responder:

-Sí, Mariano...estoy bien.

-Necesita comer algo, capitán-le instó el mismo enseñándole el único trozo de pan duro que les quedaba.

-No. Comeré cuando sepamos a qué nos enfrentamos.

El furriel del Tercio, Mariano, se sentó en un taburete guardando el único pan que quedaba. En la ventana había otro soldado acariciando un arcabuz y miraba el horizonte con los ojos desorbitados.

-Virgen Santa. ¡Cómo es posible que se hayan atrevío los gabachos a invadirnos! Más les vale que esos hi de putas estén haciendo la musa porque como esto sea en serio se las van a ver con Castellanos- dijo rasposamente el soldado con un bufido.

-¡Sshh! ¿Es que quieres desvelar nuestra posición?- le chistó Bianca Salvador, una veterana con las ropas casi feudales de un señorío de Castilla. Estaba enseñándole a cargar el mosquete a José, un chavalillo que se había alistado voluntariamente por no tener nada. José miraba atentamente y estornudaba cada dos por tres, ya que le había pillado la ventisca fuera- No te preocupes, pronto se te pasará, es solo un poco de fiebre- le dijo la muchacha a José mientras seguía desaprobando a Castellanos, que seguía refunfuñando.

- Si es imposible ver nada desde aquí, entre la noche y la nieve - respondió Castellanos enojado- ¡Aquí no pasa ná, cojone! Estoy más tostao que una puta en una iglesia.

Pero el capitán Ramiro levantó una mano cerrada en un puño y todos callaron. Había escuchado algo, así que prestos los exploradores bajaron con cautela por las quejosas escaleras de madera de la casa solariega. Detrás de la puerta pareció que entre el sonido de la ventisca se oyó algo. José, que era el más sigiloso, se aproximó a escuchar tras la puerta, pero con tan mala suerte, que el brutal resfriado le hiciera estornudar al lado de la puerta.

A partir de ahí todo fue un caos. Una salva de disparos atravesaron la fina puerta de madera, acribillando al joven y voluntario del Tercio. El chico cayó en el suelo de madera con un sordo golpe. Estaba muerto.

-¡Allez! ¡Allez!- se escuchó en el exterior de la casa entre la ventisca.

-¡Gabachos!- exclamó Ramiro y de inmediato Bianca y Mariano se habían puesto a los dos lados de la puerta principal, emboscando con éxito a los primeros y bien abrigados soldados extranjeros.

Desde el exterior, entre la nieve, un tirador montaignense apuntaba a la puerta donde se podía entrever el capacete del abanderado Mariano acabando con un mosquetero enemigo, pero antes de que apretara el gatillo alguien le atravesó la cabeza con un balín de plomo.

-¡Corred a casa desgraciaos! ¡Aquí no os queremos!- gritó Castellanos al resto de soldados desde la ventana del desván, recargando su recién disparado arcabuz.

Ramiro y sus soldados tuvieron un pequeño respiro, pero entre la ventisca se vislumbraba una línea de infantería.

- ¡Castellanos, acaba con el oficial! ¡Danos cobertura mientras escapamos por la puerta trasera!-gritó el Capitán desde el piso de abajo.

No oyó la respuesta, pero en un Tercio castellano lo normal era hacer las cosas en silencio.

Ramiro, Mariano y Bianca corrieron por la casa, y cuando salieron por la puerta trasera hacia la nieve no pudieron creer lo que veían.

Un comandante a caballo, seguido de una línea completa de infantería con mosquetes les apuntaba.

No había marcha atrás. Ramiro alzó los brazos.

-¡Alto! Me entregaré a cambio de que dejes partir a mis hombres.

El comandante, embutido en un uniforme azul y blanco, se acercó a caballo mostrando un rostro maduro, surcado de arrugas y de expresión inquisitiva. No dijo absolutamente nada y siguió observándolo.

- No hace falta derramar la sangre de nuestros hombres. Dejemoslo en un duelo honorable entre oficiales. Solos usted y yo. Nos entregaremos, si me derrota...

El oficial montaignense escupió en la nieve con expresión de total desprecio.

-Soy el comandante y duque consorte Charles Dupont de Dubois. Y no hago prisioneros.

Sacó un pistolete velozmente y se produjeron dos disparos. Una centésima antes de segundo Castellanos había disparado al comandante desde la casa, dándole al caballo del comandante. Ésto le salvó la vida a Ramiro, porque el disparo del general Dupont erró el corazón del capitán al encabritarse el caballo, aunque le acertó en su pierna derecha.

Bianca y Mariano corrieron entre la nieve para escapar, pero un oficial montaignense gritó:

-¡Abran fuego!

Pero los disparos no se produjeron. Se produjo un milagro, no hubo fuego. La nieve había humedecido la pólvora de los enemigos dejando los mosquetes inútiles.

Castellanos saltó desde el desván de forma torpe y, rompiéndose unas cuantas costillas, cayó en un carro de provisiones del ejército enemigo. Pero no había tiempo que perder, así que se incorporó rápidamente y forzó al caballo a tirar del carromato.

-¡Vámonos que nos revientan!

El carruaje entró por la carretera de adoquines despejadas por el ejército enemigo, pero no tardaría mucho en que eso dejara de ser así, debían darse prisa.

Un mosquetero montaignense intentó detener el carromato, pero el capitán Ramiro le hizo frente sin armas y con una pierna herida por el disparo traicionero del comandante. Con una furia ciega y armado con uñas y dientes, profirió un rugido sobrenatural y mordió con mandíbula de hierro la yugular del enemigo. Cuando neutralizaron el obstáculo, los soldados subieron y escaparon por la carretera, huyendo de los aislados disparos enemigos.

-¡Por los pelos!- dijo Bianca agachándose en la parte trasera del carromato.

-Sí...por los pelos- repitió oscuramente el capitán Ramiro después de escupir un trozo de carne tierna del mosquetero enemigo con el que se acababa de batir. Tenía un aspecto terrible, con la cara, los labios y los dientes empapados en sangre enemiga.

Los hombres del Tercio decidieron que debían volver con el Tercio y avisar al  Maestre de Campo, Luís del Río, de que la invasión era peor de lo que se imaginaban.

Y ese maldito comandante Charles Dupont parecía que iba a dar mucha guerra en los años venideros de la invasión.

Cuando la nieve hizo imposible que el carruaje pudiera continuar, los guerreros castellanos se ocultaron en una pequeña caballeriza. Bianca y Mariano ayudaron al capitán Ramiro a llegar a la caballeriza, debían atender su pierna en seguida. Presto, le hicieron un torniquete y le lavaron la herida.

-Habrá que amputar.

-¡Un carajo! Aún no está morada. No pienso ser un jodido capitán con una pierna- gritó Ramiro con dolor.

-Esperemos que no sea gangrena, pero casi seguro que tendrás una cojera de por vida.

-Suficiente con tal de vérmelas con ese hijo de puta de Charles Dupont un día más.

La caballeriza pronto se quedó estancada de nieve e intentaron encender un fuego, pero no hubo suerte.

Castellanos llegó al refugio después de asegurar que los alrededores fueran seguros. Cuando vio dónde se habían refugiado sus compañeros soltó un bufido.

-¡Joder, debe ser una maldita broma! ¡Un pesebre! ¿Vais a representar el alumbramiento del Primer Profeta?- dijo Castellanos.

Bianca le miró con dureza, no estaba de humor.

-Sí, menos mal que has llegado, no podríamos haber empezado sin el burro.

-Vaya, y supongo que tú eres la Virgen, ¿no?- escupió Castellanos con gran sarcasmo, replicando con la misma dureza.

Bianca se escandalizó levantando la espada.

-¡¿Qué insinúas?!

Pero Mariano se puso entre los dos.

- Calma chicos, ha sido una dura noche. Sentaos y cenad.

-¿Cenar? Si no hay nada que comer.

Pero el furriel Mariano sacó del carro de provisiones montaignense un puñado de huevos frescos y algo de vino y, de pronto,  a los soldados se les olvidaron las penas.

-Los gabachos pensaban celebrar el cambio de año en esa granja, no esperaban encontrarnos allí- dijo el abanderado con una sonrisa.

Cogieron el vino y batieron los huevos, para mojarlos con el único trozo de pan duro que les quedaba, el cuál repartieron entre todos.

-¡Já! ¡Si yo soy el burro, Mariano es el buey!- se carcajeó Castellanos ahora de buen humor por tener algo en el estómago. El humor había mejorado y la ventisca de fuera crecía. Mariano aceptó ser el buey con buen grado.

- Y José podría haber sido José...- murmuró Bianca y todos se santiguaron por el voluntario fallecido.

Una voz medio dormida se escuchó a un lado. el Capitán Ramiro hablaba suavemente: estaba recostado y había cogido fiebre por la herida de la pierna.

-¿Y yo qué demonios sería? Y no me digáis que el jodido niño santo...

Todos le miraron en silencio, pero solo Castellanos abrió la boca, en nombre de todos.

-Mi capitán...pa usted ni buey, ni burro ni ná. Vuestra merced es un león.

Y a partir de ahí Ramiro fue conocido por su brutalidad al defender a sus hombres como León el Capitán.

Pronto amaneció y todos sintieron en su interior una mezcla entre vacío, unión y esperanza.

-Feliz año, mis guerreros, que peores no pueden ser- dijo el Capitán Ramiro "León" viendo el sol alzarse en un nuevo día por el que luchar.

Bianca, Mariano y Castellanos respondieron al unisono más como colegas que como soldados.

-Feliz año nuevo, capitán.



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Año 1666-1667, primer mes de la invasión de los ejércitos del recién nombrado Empereur Leon Alexandres du Montaigne al reino de Castilla. Frontera original entre Castilla y Montaigne en los montes de la provincia de Torres junto al Río del Comercio.

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