viernes, 14 de diciembre de 2012

Nada es imposible

-¡¿Perdón, messier?!- preguntó atónito el comerciante de un puesto de jardinería en un burgo rural perdido en las miles de encrucijadas de Montaigne- !¿Puede repetirme qué es lo que quiere vuestra merced?¡

El hombre, que hasta hace poco había sido alto, joven y atlético, estaba encorvado y no se le veía apenas la cara con la capucha oscura que llevaba, a excepción de unos deshilachados cabellos plateados. Suspiró y repitió lo que le había pedido al tendero jardinero.

- Quiero un millar de rosas rojas silvestres.

-¿Pero cómo es posible que le traiga eso, vuestra merced? ¡Es imposible!- cuestionó el tendero, atónito y reflexionó.

-Nada es imposible, amigo mío. Hace poco fue el festival de las flores en los pueblos de Montaigne, ¿me equivoco?- le dijo el misterioso cliente con aspereza, completando los pensamientos del tendero.

-Oui, oui...mandaré a mis chicos a los pueblos, corren rumores por el gremio que en Mont Sant los niños han cogido las flores más bellas antes de que murieran por el invierno. Pero, messier...¿para qué quiere tantas rosas?

De la capucha se vislumbró una sonrisa alimentada por el recuerdo y la imaginación.

-Tengo una amiga...que va a montar una fiesta.

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