lunes, 19 de septiembre de 2011

Se prepara la revuelta...

El salón del castillo del Marqués de Santiago estaba en silencio. Sólo se escuchaban los pasos del Mariscal y Duque consorte Charles Dupont dando vueltas alrededor de la mesa con un plano de la ciudad. Uno de sus oficiales de los fussilieur de línea le estaba explicando cómo el pueblo castellano se había movilizado desde la masacre durante las ejecuciones (abortadas por la Registencia de los Terreros) de la plaza de la Sala Consistorial de Santiago.

-Los insurrectos han intentado hacerse fuertes en toda la ciudad.- explicaba el capitán Jean Ettienne Bernard du Roman, subordinado del Mariscal Dubois marcando con su dedo índice las zonas claves-. Sin embargo, mis fusileros han masacrado cualquier intento de resistir en la zona rica de la ciudad y estamos a punto de limpiar los barrios medios.

-¿Dónde se esconden esas ratas, capitán?- preguntó el Mariscal desdeñoso.

- Aquí, mi señor.-respondió este señalando los barrios pobres y de construcción irregular-. Barrios pobres y suburbios. Los habíamos cerrado para que los miserables e inútiles no molestaran a la gente de bien. Pero resulta que ahora son demasiados y están montando barricadas.

-Hacedlos salir.

-Me temo que es imposible señor. Están bien atrincherados. Esperamos a que les falte la comida y...

-Colgad delante de esas ratas a todos los prisioneros que hayamos hecho en las revueltas- le interrumpió el Charles Dupont-. ¡Tienen que salir ya! Dales un ultimátum. O salen, o ejecutamos al resto.

-Mi señor.- comenzó a decir rasposamente Fernand Lemoin, una figura encorvada y envuelta en una gabardina gris de botones dorados. Se encontraba apartada, junto con los demás consejeros de guerra, pero no parecía un oficial del ejército-. Esos prisioneros, aunque criminales y ratas rebeldes deben ser sometidas a juicio. No puede acabar con vidas de gente por un capricho y saltarse nuestro espléndido sistema judicial y legal. Estoy convencido de que esos desgraciados son culpables pero no podemos saltarnos a la ligera nuestro deber moral de que venimos a traer la gloria de Montaigne a estos campesi...

-Gendarme Fernand Lemoin.- interrumpió hostilmente su mayor superior-. No creo que tenga ni voz ni voto a partir de ahora con este asunto. ¡Se suponía que su plan era perfecto! Tendimos la trampa a la resistencia castellana para que se mostraran y para atraparlos de uno en uno. ¡Y cual fue el resultado de su plan! Los rebeldes escaparon y se llevaron a los prisioneros. ¡Los gritos de los que tenían que haber sido ahorcados han provocado las revueltas! ¿Resultado final de su plan? ¡La rebelión del pueblo!- gritó iracundo.

El Gendarme ni siquiera pestañeó. Carraspeó y respondió.

-Señor, mi plan era perfecto. No podía suponer que los enmascarados actuarían antes de la cuenta, antes de fusilar a Rodrigo Salvador. Yo cumplí mi deber de tender el anzuelo y debo decir que los criminales enmascarados lo mordieron de lleno. Y creo que hice un buen uso y despliegue de los Mosqueteros del Rey al que vuestra señoría cedió de buen grado. No creo que fuera culpa mía que Harold Owen, vuestro querido caballero de la Rosa y la Cruz, ayudara a los criminales a huir. Y bueno, eso y la incompetencia de los fussilieurs y los Mosqueteros para atrapar a los enmascarados. En cuanto al chico prisionero, Alonso Lara, el que grito al pueblo que se alzara, reconozco que fue error mío y que fue él el que prendió la llama de la rebelión. La paz iba a ser inminente para todos pero ellos prefieren luchar. Me encargaré personalmente de él y de nuestros amigos los criminales esta noche por hacer que la sangre de los inocentes corra por Santiago.

-¿Esta noche?- preguntó el capitán, confuso.

Lemoin ni se inmutó.

-Sé dónde se esconden esos criminales.

-Es una resistencia, no son simples criminales, señor Gendarme.- le aclaró el capitán.

-Si su causa fuera justa no ocultarían sus rostros tras un antifaz, capitán.- prosiguió Fernand Lemoin-. Su cuartel general se encuentra en un burdel de mala muerte en los suburbios, llamado el Entre Cantos de Sirenas.

El Mariscal mostró sorpresa abriendo ligeramente los ojos.

-¿Cómo lo sabe?

-Por mucho que se arranque la Mala Hierba, ésta nunca muere, como bien dice el refrán. Sin embargo, si la arrancas muchas veces y de una manera metódicamente adecuada y estdiada...- Fernand sonrió- hace que cante hasta un mudo. Es un as que guardaba en la manga por si fallaba la captura de los Terreros.

- Ya entiendo, por eso no queríais fusilar de verdad a ese traidor.- reconoció el Mariscal-. Veo que en ese aspecto habéis sido muy astuto. Bien, tendrás una última oportunidad de sofocar ésta rebelión, para eso os mandó personalmente el Rey desde Montaigne.

-He sofocado las peores revueltas en Charouse y Paix. Los insurrectos saben que conmigo se puede llegar a un acuerdo...pero si se resisten, no podrán aplacar la justa ira de la justicia. Esos desgraciados no crean ningún bien a la sociedad, solo saqueos, muertes y destrucción. Hay que pararles los pies.

- Pero yo no quiero que dialogue con rebeldes. No son de los nuestros, son ratas extranjeras. Os encargaréis de apagar la revuelta con fuego.- continuó el Mariscal-. Capitán Bernar, necesitaremos reservas en el ejército para sustituir las bajas. Haced llamar al Teniente Félix Marangio y que traiga a los gascones que tiene en el cuartel prisión de la Sierra...

-Mi señor. Debo informarle de que Félix Marangio mostró su incompetencia dejando escapar a dos prisioneras y al líder de los ladrones de la Sierra, Antonio el Patillas. Una de las prisioneras era Marina Olvián, una chica muy problemática que según los guardias de la ciudad dicen que se encuentra por nuestras calles creando algún que otro problema, como destrozar todo el mercado pobre de los barrios bajos. Así por no mencionar que también Félix dejó escapar a esta chica con los preciados bienes que iban a ser entregados a nuestro amado Rey Sol. Decidí sobre juicio militar degradarle de rango de Teniente a soldado raso de los gascones. Ahora no es Teniente.

-Me da lo mismo capitán, hágase con los gascones y de la mayoría de los fussilieurs y rodeen la Catedral de Santiago, la necesitaremos. Lemoin se encargará de quemar ese burdel pecaminoso.

-Será un juego de niños, señor. -sentenció el capitán Jean Ettiene.

Fernand Lemoin dió un taconazo a modo de saludo y se marchó tras una inclinación. Mientras el Gendarme se marchaba el Mariscal vio como apretaba los puños enguantados en cuero y susurraba ásperamente:

-Ya sois mios...

Los oficiales del Mariscal saludaron militarmente y se marcharon. Solo una figura quedaba en la sombra. Un hombre mayor, vestido totalmente de negro, sin muchas riquezas. Tenía el pelo cano y un bigote espeso casi colorido.

-Nuestro plan para mantener la paz se nos está yendo de las manos. -dijo en perfecto castellano.

-Tranquilizaos, Marqués. Os prometo que vos os mantendréis en el poder y la ciudad pertenecerá al Rey Sol. Simplemente tenemos que cambiar nuestra táctica. Ya no tenemos que fingir que Castilla y Montaigne están dialogando...sino que tenemos que adelantar el enlace entre mi hija Jeannete y vos. Así yo podré marcharme tranquilo hacia el sur con mis tropas y conquistar el fuerte de San Teodoro...

"Pero necesito la maldita Piedra Acuario, la piedra de esa maldita niña, Marina Oliván. ¿Por qué me traicionaría Harold Owen y hasta que punto está implicado con el caso de las Lágrimas de la Madre océano?"

-Entonces el pueblo se calmará cuando todos los montaigneres nos vayamos.- prosiguió el Mariscal-. Creerán que vos gobernáis la ciudad y os mantendréis en el poder como deseáis. Y no tendremos que sofocar más revueltas. Acabaremos con esas ratas esta noche y os casaréis en la catedral de Santiago. El obispo os lo permitirá si sois el Marqués de la ciudad. Nadie sospechará que realmente Santiago pertenezca al Rey Sol.

-Es un plan brillante, debo reconocer.- dijo el Marqués.- Y además, vuestra hija es preciosa.

-Preciosa pero inútil. La verdad es que esperaba un momento como éste para usarla. Ahora agradezco tener una hija. Es una gran arma política.

-Me alegro de que mi ciudad pueda convertirse en Montaignesa. Vuestra civilización es hermosa y vuestra sociedad avanzada. No como nosotros, que tenemos viejos cardenales fanáticos gobernando y a un rey de 16 años que no sabe ni lo que es gobernar...

-¿Lo ve, mi amigo? Todos salimos ganando.

-Menos vuestra hija Jeannete.- reconoció el Marqués castellano.

-Eso es lo de menos. - rió el Mariscal Charles Dupont mientras brindaba con su amigo.

La puerta del Salón del castillo del Marqués de Santiago se cerró de una embestida. Los hombres se giraron y no vieron nada. No sospechaban que Jeannete Dupont había estado escuchando toda la conversación y había salido huyendo por los pasillos del castillo...como un mar de lágrimas.

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Castillo de Santiago. Justo después de los fallidos ahorcamientos de los presos en la plaza de la Sala Consistorial. Dos horas antes de que Marina Oliván se pusiera al frente de una de las barricadas.

1 comentario:

  1. Querían hacernos salir, ¿no? Pues aquí nos tienen.
    Que se preparen ellos.


    Marina Oliván.

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