jueves, 19 de enero de 2012

Una reunión muy esperada (I)

El patio del castillo se mostraba gris, como su cielo. Lo único que se alcanzaba a oír de fuera era el paso de las ovejas por la tierra húmeda y oscura de las afueras de la fortificación. Dentro, el paso marcial y el traqueteo de las armaduras de los guardias y los martillazos de los artesanos que estaban reconstruyendo su castillo. Solo el castillo.

"Había que dar prioridades a lo que era verdaderamente importante".

Esto lo pensó un hombre alto, de postura guerrera y desafiante. Se encontraba en el patio de entrenamiento de su guardia personal. Estaba en la arena de mercenarios. Llevaba el torso, atlético y ágil, descubierto a pesar del frío del nórdico castillo. Todos los hombres portaban las clásicas zweihander de su pueblo, sin embargo, él hacía frente a los espadones germanos de todos los soldados con las manos. Las llevaba siempre enguantadas con los famosos panzerhand, y bloqueaba las hojas con las palmas de las manos si hiciera falta. Con gran destreza desarmó a todos los contrincantes que le rodeaban y los fue derribando sin dar ni un respiro. Se quedó solo en la arena, rodeado de los cuerpos entumecidos de sus hombres, que se quejaban de la brutalidad de su instructor y señor. Pero tenían que pasar por ello si querían llegar a lo más alto.
Él se colocó mejor los guanteletes de dracheneisen, pero seguía con el pecho al descubierto. Corrían rumores entre sus hombres. Unos decían que tenía las manos deformadas, otros que fueron quemadas por un drachen...otros más cercanos a su círculo murmuraban que incluso vieron alguna escama que otra.

Eso ponía los pelos de punta a sus hombres. Y solo era un rumor.

El instructor de los guardaespaldas miró al cielo. Algo había atravesado el cielo con un graznido cruel. Un cuervo iba hacia su palomar. ¿Un cuervo?

-Fin de la instrucción.- se marchaba intentando no pisar los cuerpos de los hombres inconscientes.- Nos vemos al amanecer en el das Südlache.- se dirigió hacia las caballerizas del castillo y le gritó al primero que pasó- ¡Ensillen mi caballo! Puede que esté fuera un tiempo.

-¿Qué anuncio a los súbditos?

-Tengo...una reunión.- fue lo último que alcanzó a decir el militar antes de marcharse, sin dejar de asegurarse si el cuervo realmente era una señal

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Tenía mucho trabajo hacer. Una delicada mujer, de pálida piel y finas manos hacía ruido al arañar con su pluma múltiples papeles en su escritorio. Las manos se antojarían más finas y delicadas si no estuviera firmando las sentencias de muerte de gente que ella misma se había apañado en llevar a la horca. Con pruebas o sin pruebas. Por su labia o por los hechos. Tal era su influencia que nadie quería caerle mal a la señorita. Un hombre, pomposamente vestido y que se colocaba bien su peluca de noble, hacía de invitado de la dama.

-Nuestro amigo el barón de Voulois es hombre muerto. La pena está en camino.- dijo ella firmando la sentencia de muerte sin siquiera mirar el papel.

-¿Cómo es posible?- preguntó sorprendido su interlocutor gratamente- El Rey Sol parecía muy amable con Voulois. ¿Y de la noche a la mañana le habéis condenado a muerte?

Ella alzó la vista levemente de los papeles.

-¿De la noche a la mañana?...no. A través de mis influencias conseguí regalarle discretamente al barón de Voulois unos zapatos de tacón y una invitación a le Château du Soleil.

-¿La corte del Rey Sol?

-Así es.- confirmo indiferente la señorita.

-¿Y cómo llega el Barón de Voulois de invitado a la corte de Charouse a la horca?

Ella entornó los ojos, como si fuera obvia la respuesta.

-Como sospechaba, su vanidad le perdió.. Se le ocurrió estrenar los zapatos de tacón tan caros que le regalaron delante del Rey Sol...y cualquiera del entorno del Rey Sol sabría que a nuestro amado rey le entusiasman tanto los zapatos de tacón que solo puede usarlo él. Prohíbe al resto de su corte llevarlos bajo pena de muerte. Es una lástima que el barón desconociera tal ley.

-¡Absurdo!- exclamó el adinerado aún peleándose con su peluca.

-Retorcido- corrigió ella, alzando un dedo.

-¿Cómo puede existir semejante ley?

-Capricho- siguió corrigiendo-.Todos tenemos complejos, señor duque. Digamos que el rey está muy acomplejado con su estatura. Por ahora- dijo muy segura- sus caprichos son ley. Y ahora, hablemos de mi pago.

-Claro que sí, su señoría. Aquí lo tiene.- agradeció soltando una bolsa muy generosa de monedas.

-Ahora podrá apropiarse de su terreno como habíamos acordado. Sin asesinato, todo limpio y legal. - desvió la mirada rápidamente por la ventana, había pasado un cuervo.- Si me disculpa, estaré ausente un tiempo.

-Claro, madame.- dijo el noble, que salía torpemente sin creerse que todo hubiera sido tan fácil.

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Las risas sonaban amortiguadas por el elegante y decoroso pasillo. Una risa grave y descansada y otra más nerviosa.

-Bien, hablemos de los negocios que nos atañen.- dijo un señor, aún joven, sentado de forma muy relajada sobre un sillón que podía hacer las veces de trono.

El otro, un banquero vestido con un largo jubón de colores chillones y pantalones bombachos, estaba de pie frente a él.

-Claro, signore. La mercancía está toda a punto. El dinero llegado desde sus socios en el extranjero fue bien invertido...sin embargo, ha habido un cambio en las inversiones y no hemos ganado tanto como lo esperado.

El hombre del trono, se retrepó sobre los cojines de su sillón, mirando a su banquero y comerciante con una fija sonrisa.

-¿Quiere decir que has perdido dinero que me pertenecía?

-No, no...signore. Simplemente no hemos conseguido tanto como esperábamos.

-Como esperabas.- recalcó el otro atusándose la perilla elegantemente recortada- Aquí tenemos una norma: si no puedes cumplir algo...no lo prometas.

-Sí...sí, lo sé, pero se nos presentó un inconveniente con los barcos. Tuvimos que tirar parte de la mercancía para echar lastre por alta mar. Topamos con fuerzas del orden de sus primos...

-¿Fuerzas del orden? Es curioso...pensaba que yo era tu único señor.- susurró mientras alzaba su cuello para juguetear con los cordones de las bellas cortinas que caían detrás del sillón.- Pero bueno, no pasa nada, todos podemos ponernos nerviosos- El hombre, ágil y masculino se levantó y abrazó a su mercader. Le dio un beso en la mejilla.- Ya pasó todo...los hombres malos no volverán a perseguirte. Estás a salvo.

El mercader no sabía donde esconder su nerviosismo.

-Gracias signore. Sabía que lo comprenderíais- dijo tartamudeando.

-¿Queréis vino? Claro que sí, habéis hecho un largo viaje por mis intereses, ¿qué mejor manera que recompensaros con una buena copa de vino?- dijo acercándose con una sonrisa reconfortante hacia su mercader.

-No...gracias.

Su señor le miraba fijamente.

-Pero...si insistís.- bebió un sorbo, se temía lo peor. Al final tuvo que beber más para que su señor apartara su mirada de él.

No pasó nada. El señor dio unas palmas.

-Ah, Luigi, Luigi. Relajaos. No tenéis nada que temer.- le abrazó, pero el mercader estaba paralizado. En su interior, órganos internos reventaban y aún intentaba mantener la compostura. Seguía abrazado por su señor, que le susurraba al oído-. Nadie traiciona a un...

-¡Signore!- interrumpió un criado-. Hay un cuervo en su palomar, es de lo más inusual.

El signore sonrió. Dejó de abrazar a su mercader y le dejó que siguiera vomitando sangre sobre el salón decorado.

-Estaré fuera durante algún tiempo. Quizás fuera del país. Tengo asuntos importantes que atender.- dijo a su criado con una sonrisa felina dejando al moribundo, a su antiguo socio, morirse en su suelo tapizado. Ni siquiera miró al moribundo. Para él había muerto en el momento en el que le falló.
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