jueves, 26 de enero de 2012

Una reunión muy esperada (II)

A pesar de que era julio, las montañas estaban heladas. No era raro, ya vivía en lo alto de los picos férreos durante muchos años, por culpa de sus perseguidores. El hombre encendió una antorcha y se pudo vislumbrar su pelo cano plateado. Estaba en su cueva, rodeado de probetas y tubos con sustancias burbujeantes. Era hora de probar una de sus creaciones...

-Cuchillo.- dijo ajustándose unos anteojos con la templanza de un cirujano. Una mano joven salió de la oscuridad y se lo tendió con precisión.

-La piedra.

El ayudante le pasó una piedra rojiza. Rojo sangre.
El hombre se ajustó la lente y miró sus manos envejecidas. Acto seguido se rajó horizontalmente la palma de la mano con una piedra escarlata en ella. Apretó el puño y dejó que brotara la sangre hasta conseguir tenerla empapada. Acto seguido, arropó la piedra en su puño.

A pesar de su edad, avanzó rápidamente por la cueva y pegó una bofetada al aire. La sangre salió disparada como una lanza, cayendo gotas en una vasija vieja en un pedestal. El anciano sonrió y alzó la mano sana.

Un chasquido y...¡Bum!

Todas las gotas de sangre esparcidas por la vasija se iluminaron dando centelladas de luz por toda el laboratorio. Al final fue tanta la energía acumulada que la vasija y parte del laboratorio explotó por una simple gota de sangre.

El anciano sonrió.

-Venda.- dijo sentándose en un taburete mientras su ayudante le vendaba la mano herida.

-¡Ha...ha funcionado, mi señor! ¡Ha conseguido transmutar...solo con sangre!

El viejo ni le miraba, Sonreía mirando la piedra. Aquel era uno de sus mayores descubrimientos.

Un cuervo entró en el laboratorio y él lo miró con asco.

"Aquellos idiotas no entenderían mi trabajo..." pensó mientras se levantaba trabajosamente y empezaba a recoger sus cosas.

-Me marcho. Te dejo al cargo y mantenimiento de mis investigaciones.

-¡Pero...¿ahora, mi señor? ¿Después de este espléndido momento? ¿Qué puede ser más importante que su recién descubrimiento?

Él no respondió y salió del laboratorio.

"Idiotas sí, pero siguen siendo 12 idiotas poderosos" pensó mientras salía hacia la montaña nevada.
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En otro lugar, en un enorme despacho, una mujer madura leía en voz alta unos poemas con toda la pasión de su voz. Estaba tumbada en un diván tapizado de terciopelo y vestía una bata de seda. Tenía una encuadernación, pero su mirada se perdía en el vacío. Se lo sabía de memoria.

-He aquí Castilla, ahora arrebatada ¿vamos a quedarnos en casa? ¿vamos a inclinar nuestro cuello? ¡¿o vamos a luchar hasta quedar sin resuello?!- se quedó pensativa un rato, y comenzó a escribir mientras lo leía en voz alta.- Es interesante observar cómo unas palabras pueden afectar al alma humana. Es muy probable que ahí resida la diferencia del hombre y una bestia. La palabra es el alma del hombre. Los libros son peligrosos y valiosos. Textos como este pueden incitar a luchar sin conocer causa alguna.

Empezó a retozar mientras se estiraba en el diván, encontrando una encuadernación lujosa entre el montón de libros que salpicaba la sala. Estuvo un rato leyendo sobre la filosofía nihilista y luego fue a su despacho. Su OTRO despacho.

Miró el trozo de mapa pequeño, perfectamente cuidado y tratado. Apenas se atrevía a mirarlo, parecía muy frágil. Los símbolos seguían ahí...esperando a que ella los descifrara. Era algo con lo que nunca se había topado.

Aquél trozo de mapa antiguo le quitaba el sueño.

En esto estaba pensando cuando sonó una campana. Se asomó por la ventana y miró como el cuervo la miraba expectante desde un palomar, con una nota en su pata. No necesitaba leerla. Salió corriendo de su mansión mientras se abrigaba. Por fin sus habilidades se verían puesta a prueba. Y la sensación de éxito que tendría cuando consiguiera descifrar aquel galimatías antiguo...sería el mayor de sus éxtasis.

Las palabras eran su droga.
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En otra parte del mundo, llovía a mares. Un anciano encapuchado se tambaleaba por un callejón donde solo había maleantes y borrachos. El anciano se dispuso a descansar un rato, así que los rateros aprovecharon la lluvia y la vejez de su víctima para hacerse con una monedas.

-¡Eh, viejo! ¡Danos tus chelines! No creo que los vayas a necesitar carcamal.

El viejo, haciendo oídos sordos siguió respirando trabajosamente en un barril. Se sacó los pocos chelines que tenía y los dejó en la palma de su mano, totalmente quemada, tendiéndosela al bandido.

-Aquí tienes...cógela si te atreves a robarle a un pobre viejo.- dijo el encapuchado con voz lastimosa.

El asaltador, confiado, tomó la palma del viejo. Error. El encapuchado cogió su mano como si de un saludo se tratara y apretó su mano. Acto seguido, un estallido de energía pasó de una mano a otra, convirtiendo el asaltador en ceniza a la velocidad del rayo. Los mendigos del callejón salieron corriendo. Pero en cuestión de segundos el anciano ardía haciendo estallar un radio de energía que los redujo a los presente a polvo y ceniza. No podía permitir que vivieran.

Desde la capucha se veían dos ojos zafirinos, iluminados, viejos y poderosos. Miraba el bailar de las cenizas mecidas por la tormenta y la lluvia.

El viejo se quedó solo, riéndose nerviosamente. Le parecía divertido. Aquellas personas, mendigos, muertos de hambre...nunca habían existido.

Un cuervo se apoyó en su hombro y el viejo, con dificultad y un aullido, deshizo la realidad para desaparecer en un tronar luminoso. El callejón quedó vacío y en silencio...como si nada hubiera pasado allí.

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