Las
botas del joven soldado se lamentaban en el exterior de la mansión Dubois.
Louis notó que su pulso se aceleraba mientras miraba una y otra vez el camino
que venía desde las afueras de Paix. En cualquier momento aparecería un
carruaje...con el cadáver de su padre. ¿Cómo era posible? Su padre era uno de
los mejores mariscales del Rey Sol, ¿acaso los castellanos le emboscaron junto
con sus guardaespaldas? Seguramente, pensó Louis, incluso le disparó algún
guerrillero castellano antes de la batalla de San Teodoro, o un asesino. Desde
luego, su padre, el mariscal Charles Dupont, era demasiado experto como para
ponerse en peligro tontamente. Su mente privilegiada para la estrategia estaba
por encima de los riesgos tontos de los guerreros. ¿Entonces...como había
muerto su amado padre?
Además,
no tenía sentido. Todas sus victorias por Castilla habían sido obras
estratégicas dignas del gran general Montegue. Las ciudades acababan
rindiéndose después de ofrecer una leve resistencia, incluso hasta el
gobernante de Santiago lo iba a hacer. Su padre era un negociador nato...hasta
que esos estúpidos guerrilleros asaltaron las calles e incendiaron la ciudad
que a su padre tanto le había costado mantener intacta. A pesar de que el Rey
Sol ponía en un apuro a su padre y le forzaba a la conquista de toda la
península oeste de Castilla antes del invierno, su padre traía conquistas y
conquistas y venía a contarlas. Y por supuesto, él mismo escuchaba las campañas
de su padre en Castilla de principio a fin.
Al fin
apareció el carruaje negro donde debía estar su padre. Miró a su lado. Su
hermana Jeannette estaba estática y pálida como una estatua de mármol. ¿Acaso
no sufría por la innoble muerte que les había dado esos campesinos castellanos
a su amado padre? Ah...ojala le hubieran dejado ir a él también a Castilla con
su padre cuando tomó Santiago sin apenas derramamiento de sangre. Pero tenía
que quedarse en Charouse si quería llegar a ser como su padre; no podía
permitirse dejar de ir a la Academia Militar más prestigiosa de la nación solo
por una excursión. A su otro lado estaba su madre, la excéntrica duquesa Mariam
Dubois. Iba con uno de esos vestidos horribles que tanto les gustaba a algunas
viejas chochas de la corte del Rey. Ella tenía el rostro arrugado por la vejez
y mostraba el semblante aburrido. Ni siquiera se había vestido de luto.
-¿Tan
poco respeto le tenéis al padre de vuestros hijos, que ni si quiera se os ha
pasado por la cabeza vestir como una persona decente, madre? ¿Ese es el respeto
que le tienes a tu difunto marido?- su madre ni siquiera se giró, parecía
hastiada de todo. Ante la falta de respuesta de su madre Louis le alzó la voz,
pero evitando que los criados, centenares de militares y docenas de cortesanos
que habían acudido para el funeral del famoso mariscal Charles Dupont
escucharan sus ataques a su madre- ¡¿Es que acaso os dais cuenta de que sois
viuda, madre?! Muestras un semblante como si el que hubiera muerto fuera
cualquiera, sin daros cuenta de que no solo habéis perdido a vuestro esposo,
sino que la nación ha perdido a un excelentísimo y noble general.
Hubo un
incómodo silencio antes de que hubiera una reacción. Ella respondió muy
tranquilamente, mirando fijamente cómo iba llegando el carruaje desde Paix.
-No te
equivoques, hijo mío. Es cierto que tu padre era un gran general, un excelente
estratega y un conquistador nato- dicho esto miró a su hijo con semblante
ausente-, pero te aseguro de que no había nada de honor en él.
-¡Madre!
¿Cómo os atrevéis?- farfulló su hijo mientras levantaba la mano con furia
instintiva hacia la duquesa, pero ella le aguantó la mirada fríamente.
-De
hecho, no os diferenciáis en nada a él- sentenció la madura duquesa con voz
quebrada esperando recibir el golpe.
Louis
recogió su brazo sin querer. Era Jeannette, quién con expresión asustada tomaba
su brazo y lo dejaba abajo.
-¡Louis,
por favor!- rogó su hermana con gran sufrimiento, pero Louis sospechó que era
más por el enfrentamiento con su madre que por la muerte de su padre.
El
carruaje llegó a la entrada de la Mansión Dubois. Los militares hicieron una
salva de mosquetes y un camino de sables de caballería hasta que paró delante
del porche de la mansión. Louis Dupont se deshizo de la presa de su hermana y
bajó por las escaleras de la mansión, llegando al féretro donde debía estar el
cuerpo de su padre.
Un
sargento vestido con un peto con el sol de la nación estampado en el pecho se
adelantó a Louis con el rostro desencajado.
-Caballero,
no creo que debáis...
-¡Apartad!
¡Es mi padre, y voto a bríos que quiero verlo por última vez!- gritó con
violencia.
Con
toda la impaciencia apartó a los soldados y a los criados y en un silencio
sepulcral y expectante, abrió el ataúd.
-¡Por
todos los diablos!
Hubo un
tumulto general de sorpresa entre todos los presentes. El cadáver del mariscal
no solo estaba irreconocible, probablemente por un cañonazo, sino que además le
habían propinado docenas de cuchilladas en el pecho.
-¡¿Qué
clases de salvajes le han hecho esto a mi padre?! ¡Esto es una salvajada
incluso para la guerra! ¡Malditos castellanos, salvajes, bestias de campo, eso
son! No merecen otro nombre...
Dicho
esto cayó llorando sobre el ataúd y comenzó a llover en sobre Louis Dupont.
El
velatorio siguió su curso y los cortesanos y militares comenzaron con sus
corrillos y sus habladurías después de mostrar sus respetos al difunto militar.
Louis no se apartó del cuerpo de su padre. No podía dejar de escuchar los
comentarios de su alrededor. Todos hablaban de que el dirigente de la Academia
Militar en la que Louis estudiaba, Philippe Leveqe, sería el candidato idóneo
para sustituir a Charles Dupont. Ni siquiera había empezado a descomponerse el
cuerpo de su padre y ya hablaban del nuevo mariscal: Philippe Leveque. Louis lo
conocía, le había dado clases de logística y maniobras de campaña en la
Academia Militar de Charouse. Ahora sería messieur Leveque el nuevo Mariscal...
y ni siquiera había venido a presentar sus respetos al cuerpo de su padre.
Es indescriptible lo que se siente al perder a un padre, lo sé; pero vuestro dolor puede apaciguarse si abrís los ojos y descubrís quién era Charles Dupont realmente. Y os digo que ojalá hubiese sido la mitad de honorable decís que era, aunque por supuesto, palabra de castellano, mejor en boca cerrada, ¿no es así, Louis?
ResponderEliminarMarina Oliván.