viernes, 28 de noviembre de 2014

Un nuevo sol (I)

El imponente castillo negro que se alzaba sobre el río Sineuse era la prisión de Les Insurgents. Un coloso de piedra fortificado que tragaba por sus fosos a los criminales, que rechazaba las tropas enemigas con los cañonazos de sus torreones y digería a los principales disidentes políticos de Montagine con un vientre oscuro y seco. 

Pocos salían de allí, y los que lo hacían salían "curados" de sus ideales.

Quién iba a imaginar que ese día el prisionero político más peligroso de Montaigne era el mismísimo Empereur.

León Alexandre XIV du Montaigne. 

El hombre que se autoproclamó Emperador, que se aventuró a desafiar a la Iglesia con sus artes hechiceras, que expandió sus fronteras hasta límites insospechados con el paso fuerte de su magnífico ejército y unió todo el poder en una sola cabeza.

La suya.

Pero ahora era el enemigo número uno de su propio pueblo.

Montaigne contenía el aliento ante tal golpe y nadie sabía hacia dónde iban a encaminarse los nuevos pasos. 

Iba a ser una larga y oscura noche, pero el amanecer llegaría un nuevo sol.



Aquella noche del 4 de noviembre de 1670 los soldados de la guarnición de la prisión de Les Insurgents tenían órdenes de bajar a medianoche los estandartes imperiales como signo de que el mismísimo Empereur no iba a gobernar. ¿Pero por cuánto tiempo? ¿Sería apresado por un tiempo o le ejecutaría el nuevo gobierno? ¿Estaban cometiendo traición a su rey respetando la decisión de los rebeldes de mantener al Empereur entre rejas? ¿Quién era el líder de los rebeldes? ¿Era un gobierno piadoso o unos cortadores de cabezas como los revolucionarios radicales? Esa noche los guardias de la prisión no sabían muy bien qué iba a pasar después del asalto improvisado de los ciudadanos de Charouse al Palacio Imperial. 

Asalto improvisado porque la reunión popular producida frente al palacio no buscaba en primer lugar invadir la corte, sino que buscaban simplemente entregar a su monarca a la enemiga número uno del Empereur: la espadachina castellana Marina Oliván. El Empereur había prometido a su pueblo que si le entregaban a la heroína castellana él les daría la comida, la ropa y los tratamientos médicos que necesitaba su maltratado pueblo. 

-¿Por qué es tan importante la chica para el Emperador? Nunca había oído hablar de ella- preguntó uno de los guardias uniéndose a su grupo en las almenas mientras se quitaba el capacete y dejaba la alabarda a un lado.

El resto se mostraban en un estado entre la alerta y la ociosidad, una actitud producto de muchos años de defender posiciones, probablemente en sirviendo en el frente de la guerra entre Castilla y Montaigne.

- Yo he oído- dijo un guardia con un uniforme que le quedaba grande- que el Empereur la odia porque Marina estaba ganando la guerra ella sola. Dicen que recuperó ella sola Santiago robándole un cañón a las tropas imperiales.

-Tonterías y leyendas- bufó otro que se limpiaba las botas como si fueran nuevos-. Marina Oliván no es más que una criminal que desautoriza la ley y el orden y por eso es buscada las tierras ocupadas. Te lo digo yo, estuve dos años sirviendo en la guarnición de La Reina del Mar, y provocó un desorden público en el nuevo teatro imperial que jamás olvidaré. Incluso le partió el labio al prefecto de la ciudad...

Un gallinero de risas, maldiciones, silbidos de admiración o escupitajos de asco sonó en las almenas ante el relato. Todos reaccionaban de diferente manera, con simpatía o con odio, ante las supuestas hazañas o desórdenes de Marina Oliván. El caso es que todos comenzaron a compartir el calor en las almenas en aquella noche que casi se convirtió en la más larga de la historia de Montaigne.

-Mi primo- decía otro- trabaja en la corte como tapicero y me ha contado que la tal Oliván asaltó al Emperador en sus propios aposentos hará casi un año.

-Sí, sí- asentía otro mientras se afeitaba bajo la luz de un quinqué ayudado por otro guardia que le enfrentaba un espejo- eso es seguro. Por ese incidente la querían colgar frente a la plaza del Emperador. Pero por alguna extraña razón ella consiguió evadirse de los guardias y pronunció un discurso que enmudeció al Empereur.

-¿El Emperador estaba el día que iban a ejecutar a la castellana? Si nunca va a ese tipo de eventos- preguntó confundido el que sujetaba el espejo.

-Sí, yo estaba aquí en Charouse cuando pasó. Oliván no pasó ni por un juicio que yo sepa, y voto a Theus si era raro que el mismísimo Empereur quisiera verlo en persona. Por lo visto durante el discurso Marina Oliván dio a entender que sabía algo que podría dañar la imagen pública del Empereur y la dejó marchar. 

-¿Y ha tenido la osadía de volver a Charouse?

-Sí. Por eso el Empereur ha puesto la ciudad bajo llave, impidiendo que entraran los pocos víveres del pueblo. Desde el castillo no se ha notado mucho pero mi esposa dice que la ciudad se había vuelto loca buscando a la guerrillera castellana. Y la pillaron por lo visto cerca de una fábrica abandonada de retales. La llevaron a Charouse reclamando la recompensa frente al Empererur, enarbolando a la muchacha, que estaba ya muy maltratada por el pueblo...

-Pero sigo sin entender cómo ha cambiado todo. ¿Cómo de pronto todo se convirtió en una revuelta contra el Empereur?

La pregunta se quedó en el cielo nocturno de Charouse y todos se ensimismaron, buscando respuestas o ignorando esos pensamientos. 

Nadie sabía cómo Marina Oliván y sus compañeros de aventuras habían conseguido convertir esa entrega de una prisionera en una revuelta popular. Por mucho que le dieran vueltas, los guardias de la prisión no entendían mucho, aislados de los acontecimientos del mundo civil. Todo parecía lógico. El pueblo tenía a Marina Oliván. El Empereur tenía los víveres para el pueblo. El pueblo quería los víveres y el Empererur quería atrapar a Marina Oliván. ¿En qué punto se perdió el norte del asunto?

No lo entendían porque no habían estado en las calles junto al pueblo aquél día. El Empereur había ordenado poner bajo llave la ciudad entera de Charouse, sin dejar entrar o salir nada ni nadie bajo pena de muerte. La ciudad estaba sitiada por su propio monarca, maltratando más aún a sus descontentos ciudadanos. Para motivar a su gente el Empereur había ordenado a todos sus súbditos peinar toda la ciudad para encontrar a la espadachina Marina Oliván y a cambio cubriría las necesidades básicas que él mismo les negaba con su tiránico reinado.

-Ni idea. Pero empiezo a tener miedo sobre el futuro rey...-resumió

-O el futuro gobierno. He estado leyendo octavillas por ahí clamando una revolución en contra del régimen absolutista de Leon XIV y formar una asamblea ciudadana...

- ¡¿Sin rey?! Theus nos libre de esos locos- se santiguó el que se afeitaba con la cara llena aún de espuma.

-No. Ha sido un golpe de estado por lo que tengo entendido. Lo que no sé es quién ostenta el poder.

-Joder-escupió otro un cacho de tabaco-. En este castillo nadie sabe nada...lo mismo son radicales lo mismo es otro monarca. A ver si alguien empieza a explicarnos algo.

La incertidumbre sobre el futuro de la nación les unió en las almenas frías para compartir el calor de la ignorancia común. Los guardias no se aclaraban entre ellos y toda la nación de Montaigne se preguntaba lo mismo: ¿había sido una revuelta? ¿una revolución? ¿un golpe de estado? Nadie sabía responderlo y seguro que hubo disputas populares por todas partes. Lo único que se sabía con certeza era lo siguiente: el Empereur había sido apresado por el pueblo y con ayuda de unos poderosos conspiradores de la corte.

Un joven guardia se asomó al patio interior del castillo y observó los torreones. 


-Debe ser duro para el Empereur pasar de dormir en el Palacio Imperial a dormir en una prisión.

Entonces, rompiendo la quietud y la magia de vivir aquella noche tan interesante de la historia de Théah, apareció el teniente George d'Argeneau. 

-Bajad ahora mismo. Hay un carruaje abajo que merece ser escoltado con todo tipo de atención.

Todos los montaignenses ignoraron la disciplina y se asomaron como cazurros a las almenas para ver el carruaje a ver si podían ver a algún personaje que les arrojara un rayo de luz en toda ese aislamiento en el que vivían en Les Insurgents. El Teniente lo entendió y no reprendió a sus hombres, estaban viviendo un momento histórico.

-¿Quién es, teniente?- preguntó uno de los más osados mientras se pateaban por conseguir mirar entre las almenas. 

-No os interesa. ¡Cumplid con vuestras órdenes!

-¡Venga teniente! ¡Por favor!- suplicaron los guardias.

El teniente se limpió el tabardo lo mejor que pudo. 

-Bien, pero mantened la discreción. 

Todos los capacetes bajaron y subieron lentamente en señal de fascinado asentimiento. 

-Por lo visto...se llama Louis Alexander, y es el hijo secreto demostrado del Empereur. 

-¡¿Cómo?!- exclamaron todos.

-¡Silencio!- reprendió el teniente.

Todos se cuadraron en silencio, pero sus miradas expresaban sus ansias de saber más, a lo que el teniente accedió dadas las extraordinarias circunstancias.

-Por lo visto está implicado en promover la revuelta y en la organización para enfrentar el poder del Empereur. Ha proclamado su real derecho a ser heredero de la nación. 

Uno de los guardias levantó una mano lentamente y el teniente suspiró.

-¿Sí...?

-¿El Emperador sabía que tenía un hijo?

-Por lo que sé no.

-Vaya palo que tu hijo desconocido rebele al pueblo contra ti...- reflexionó por lo bajo uno de los guardia y el resto rió por lo bajo.

-¡Todos abajos holgazanes!. Abrid los portones y ya sabéis, escoltadlo hasta la prisión donde está el Empereur...su padre.

Todos bajaron por las escaleras de piedra, aunque uno de los guardias más jóvenes se quedó en la escalera mirando al techo, absurdamente cuadrado. El teniente se quitó el sombrero y se corrigió el peinado.

-Qué pasa ahora...

-Teniente...¿cómo le tratamos...como a un traidor, como heredero o como al nuevo Rey?

El teniente pensó en cómo Marina Oliván y los suyos habían conseguido detener al Empereur y su maltrato al pueblo. No solo eso, además había traído un heredero legítimo bajo el brazo que aplacaba la anarquía y a los sangrientos revolucionarios que produciría enfrentarse al Empereur. Estaba impresionado. De alguna manera habían deshecho y establecido el equilibrio en el mismo día, sin excesiva sangre

-De momento, tratadlo como a un héroe...
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Primera noche tras asaltar Marina Oliván y sus compañeros la Chateau du Soleil para detener la tiranía del Empereur contra el pueblo y la invasión de Castilla. Plan que culminaba con el apresamiento del tirano y su intercambio por el hijo no conocido del Empereur, guardado en secreto el día de su nacimiento por la duquesa Mariam Dubois, el arzobispo Maurice Rostand du Pourisse y el Cardenal d'Argeneau. 4 de noviembre de 1670, Charouse, capital de Montaigne.


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