viernes, 16 de enero de 2015

Corazones gastados


Harold atizaba el fuego de la chimenea ensimismado, con los puños de la camisa arremangados hasta los codos para aliviar el calor cercano. Su mirada caída no se encontraba en él, y en el espejo de su alma solo se reflejaba el brillo de las lenguas de fuego del hogar. Parecía muy pensativo, pero ni siquiera él sabía si estaba realmente pensando en algo concreto. Su mente pensaba a toda velocidad, tanta que solo podía percibir instantes de imágenes indescifrables. Un recuerdo tras otro en silencio, oyendo de forma lejana el crepitar de leña seca.

Se sentía como una ramita seca al fuego. Consumiéndose por fuera, quebrándose por dentro.

Solo un milagro volvería a traerle de vuelta al mundo real de un golpe.

Y entonces Beatriz rozó su hombro y le llamó.

-¿Harold?

La voz de Beatriz se apegó en su oído como terciopelo y no quiso separarse de su caricia. Harold pestañeó con los ojos sedientos para encontrarse con la mano arrugada de Beatriz. Ahí estaba,  apoyada gentilmente sobre su hombro. Había visto esa mano durante treinta años y aún así no cambiaría el regocijo que sentía cada vez que la veía, haciendo brotar sensaciones en las raíces muertas de su corazón. Cuando era joven había soñado mil maneras de tomar su mano y ahora entrenaba todos los días para soltarla en su imaginación. Hacía mucho tiempo ya, cuando eran aventureros junto con su hermano y su grupo de amigos, decidió que era mejor solo contentarse con la calidez que desprendían sus gestos. Era mejor así.

Ella siempre había elegido a Thomas, su hermano. Y desde que ese momento ocurrió supo que ya nunca podría amarla de la misma manera.

Thomas murió hacía ya tres años por la propia mano de Harold, manipulado por los poderes de un demonio astral al que una secta conocida como el Novus Ordum Mundi había colocado como Cuarto Profeta, el apocalíptico, para conseguir conquistar Théah entre las sombras a través de la traición y la manipulación. Se le antojaba tan lejano todo...y ya no podía llorar más por ese hecho: el fantasma de su hermano Thomas se manifestó a través del Glamour de Ávalon hacía menos de un año y le perdonó de su crimen inconsciente, y Beatriz ya lo hizo antes. Pero la que había comprendido todo lo que le ocurría desde el principio y dispuesta a perdonar había sido Marina.

El azabache de los ojos de la castellana lo seguía observando, paciente, esperando una respuesta.

-¿Harold?

-¿Sí?- preguntó somnoliento. Marina, Alonso y Beatriz habían irrumpido en su casa a las 4 de la mañana y él se había visto en la obligación de atenderles a pesar del cansancio.

Tampoco le había importado tener visita, casi siempre estaba solo.

-Te dejaste la puerta abierta y el agua del pórtico ha llegado hasta la entrada- susurró extrañada Beatriz- ¿No te diste cuenta de que estaba lloviendo?

Harold volvió a mirar a la chimenea asintiendo lentamente con la cabeza, tranquilo.

-Es Ávalon. Aquí siempre llueve- resopló ausente para sí mismo.

-No creo que el clima de Ávalon sea el más adecuado para ti, Harold- sonrió la castellana-. Deberías venirte a pasar una temporada a la villa de Santa Elena. El campo, el sol, los lugareños... Ya sabes, sentir que estás en casa.

-Ya estoy en casa- dijo azuzando más el fuego.

-Bueno, te sentirías en familia- susurró consoladora.

-No sé.

-Le harás un feo favor a mi hija si no vienes. Después de todo, es ella la que te ha invitado.

-Ya...Marina.

-Sí, Marina- confirmó un poco divertida sin entender de qué iba toda aquella melancolía.

Se sentó en el suelo junto la silla de madera desde donde Harold atizaba el fuego. La falda del negro vestido de luto rompió como una ola y se derramó como un manto de firmamento, brillante ante el fuego. Ambos miraron el fuego extinguiéndose y ninguno podía evitar pensar que se hacían viejos y que su fuego se había extinguido hace mucho. Harold sintió la imperiosa necesidad de ser el hombro sobre el que se apoyara Beatriz.

-¿Tú lo sabías?- preguntó Harold.

-¿Que mi Marina se ha prometido con ese joven?- preguntó mirando al frente como si ambos intentaran digerirlo.

-Sí.

-Me enteré ayer en alta mar, viniendo hacia Carleon.

-¿Y qué piensas?

-Pues no estoy muy segura, la verdad.

-¿No lo sabes? Ya te lo digo yo. Ese joven no le conviene y ella no está preparada para atarse a ese enclenque.

-Harold, solo están prometidos. No significa que se vayan a casar mañana. Ni siquiera saben si van a poder casarse. Solo es una promesa de estar juntos.

-No me da buena espina el muchacho. No creo que deba confiar en él.

-¿Por qué?

-Son jóvenes, apasionados, incontrolables. No saben lo que quieren o creen que lo saben. ¿Cómo confías en que ella sabe lo que hace?

-Harold, son jóvenes, pero conozco a mi hija. Apostaría mi vida a que mi hija no daría todo su corazón por cualquiera.

-La gente se equivoca. Malinterpreta los sentimientos y después...se arrepienten. Se hacen daño.

"A veces los sentimientos son demasiado claros"

Suspiró y dejó de atizar el fuego.

-¿Cómo sabe que es el indicado?

-Han sufrido mucho por amor.

-Qué sabrán esos dos de sufrir por amor...-murmuró sin ser oído- ¿Qué sufren?

-La familia de él no acepta a Marina...y temo que esté haciendo locuras para intentar ganarse el favor para esa unión.

Harold calló.

"Al menos tienen la suerte de luchar por ellos a la desesperada. No hay nada peor que no poder luchar por lo que amas porque no depende de ti. No saben la suerte que tienen"

-De todas formas no estoy seguro de que eso sea una garantía...

-Es bajo la tormenta cuando un amor se sabe verdadero, Harold. Si han pasado por la mitad de aventuras y desventuras que sé que han vivido y siguen adelante...solo puede significar una cosa.

-No estoy de acuerdo. Ese joven solo la va a atar a sus manías de cortesano.

-Ellos se conocen desde pequeños.

-¡Y qué más da! La gente cambia, se hace daño. ¡Unos valen más que otros y ante la duda mejor esperar antes de prometer nada!

-¿Qué te asusta, Harold?- preguntó Beatriz asustada.

-No lo sé. Todo, me asusta que todo cambie.

-¿Por qué?

-¡Porque nadie merece alguien como Marina! No quiero que le corten sus alas, que le hagan daño.

-Ya sufre heridas continuamente.

-Las heridas del amor cicatrizan por dentro y son las más visibles.

-Así es la vida, créeme que a mi tampoco me hace gracia pero todos tenemos que aprender a vivir por nuestra cuenta.

-Ya...

Harold se levantó y trajo la tetera, sirviendo dos tazas con cierta reverencia y tranquilidad. La madrugada era fría y tranquila y el té humeaba placenteramente.

-Te preocupa algo más ¿Verdad?

-No.

-Vamos, dilo.

-No, no es...nada.

-Por favor.

Harold dejó de servir té e intentó escarbar donde se encontraba el problema.

-Por alguna razón sé que...poco a poco ella se alejará de mi. Que me iré haciendo viejo y que cada vez estaré más solo y...

"Ella es como una hija para mi"

Harold reprimió un sollozo y se sintió imbécil. Nunca admitiría decir eso en voz alta, porque sentía que con ese pensamiento profanaba el pensamiento de su hermano. Como si ocupara el privilegiado sillón de alguien respetado que se ha ido. Beatriz se arrimó con cuidado, como un navío fantasma buscando un arrecife.

-No sabía que tuvieras tanto aprecio por mi hija- dijo Beatriz, enternecida. Ella era la única de su grupo de aventureros que sabía que Harold ocultaba un pequeño brillo de luz bajo tanta grosería- Siempre la tratas tan...tan...despectivo. Y sé que en el fondo para ti es un juego o tu incapacidad para mostrar afecto. Pero a veces siento de verdad que es como si no quisieras verla.

-Y no quiero verla- espetó rascando su rostro, aunque en realidad disimulaba para suicidar una lágrima-. Aunque no quiera verla no quiero perder la posibilidad de verla.

Beatriz arqueó las cejas sorprendida.

-¿De veras no quieres ver a mi hija?

-No. No la aguanto.

-Venga, Harold...pero tu siempre has sido así con todos- rió la castellana.

-Pero...ella. Me recuerda tanto...ella es la unión de las dos personas que más amo en este mundo. La caballerosidad, el sentido del humor y la temeridad de su padre; la voluntad, la pasión y la piedad de su madre.

"Ella es la unión de las dos personas que siempre querré de forma incondicional. Thomas y Beatriz."

-Cada vez que la miro, cada vez que habla, cada vez que gesticula...lo veo a él. Veo a mi hermano. Te veo a ti. Recuerdo el daño que os he hecho. Que te dejé viuda y a ella huérfana de padre.

Beatriz sonrió triste y suspiró con pesar. No sabía cuántas veces tendría que perdonarlo.

-Harold, eres como el tiempo de Ávalon. Siempre gris y lluvioso, pero sé que tras esas nubes hay un gran sol iluminando el cielo. Hasta Marina te ha perdonado por voluntad propia y está muy contenta de haber visto lo mismo que yo he visto siempre en ti.

-Marina siempre perdona.

La mano de Beatriz apretó su brazo de forma amistosa.

-Debería ponerse el sol en tu cielo de vez en cuando.

Harold la miró, con una sonrisa que abortó prematuramente en sus labios.

-A veces sale el sol.

La castellana sonrió de forma encantadora, la edad no había hecho mella en ella. Nunca lo haría, porque él siempre la recordaría jovial y alegre, porque así se quedó grabado a fuego en su memoria aquella fría mañana de 1636 en el puerto de Barcino. El día en que la conoció.

-Aceptaré su invitación. Iré a pascua.

-Mejor quédate una temporada.

-¿Hasta cuando?

-Todo el tiempo que quieras. ¿Hasta que pase el invierno?

Harold lo pensó antes de echar un trago.

-Tal vez.

-Así hablas con Marina y con Alonso. Y así lo conoces En su tierra es un joven respetado y querido, ingenioso, o eso dicen. La verdad es que yo nunca le he visto especialmente espabilado. Pero no es mal muchacho.

"Al menos el hecho de que haya venido a pedirme la mano de mi hija de frente me gusta..."

Beatriz sonrió recordando el momento. Su hija se hacía mayor...y cada vez sentía menos miedo por ella. Empezaba a asumir que su nido se quedaba vacío.

-Eso de que es un buen o mal muchacho lo juzgaré yo- replicó Harold pensando en el incidente que tuvieron en Ciudad Vaticana, en el que el espadachín pilló a Marina y a Alonso ligeros de ropa buscando algo. Aunque todo tenía pinta de ser una confusión dadas las circunstancias...a Harold no le cayó simpático el joven.

Harold trajo unas mantas y se mantuvieron con las tazas humeantes frente al fuego. La lluvia se hacía fuerte en el país de los Sidhes.

-Quien sabe...a lo mejor Alonso es lo que necesita Marina para que siente la cabeza.

Harold pegó la primera risotada de esa madrugada.

-Al contrario. El amor no es más que el inicio de todas las locuras.

Beatriz sintió miedo repentinamente. ¿Sería entonces cada vez peor los riesgos que correría su hija si consiguiera unirse al destino del joven Barón?

De pronto el miedo se derritió como la escarcha en su corazón y una sensación cálida anidó en su pecho. Era Thomas, que hablaba dentro de ella. Lo conocía tan bien que siempre sería inmortal en su corazón. Y supo lo que habría dicho en ese momento.

-Si es por amor entonces habrá valido la pena.

Harold la observó mientras ella recordaba a Thomas y sonrió.

-Siempre.

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Conversación entre Beatriz Oliván y Harold Owen tras decirles Alonso Lara que Marina y él están prometidos. Justo después de que ambos volvieran a San Cristóbal para la boda real de Castilla. Mediados de noviembre de 1670. Casa de los Owen. Carleon, Ávalon.

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