lunes, 31 de octubre de 2016

La verdadera resistencia

Entre los bandoleros del Salobral no había figura más misteriosa que la de su líder, aquél que llamaban de una forma simplista el Salteador de Caminos. Todos habían oído hablar de él y sabían de sus hazañas: carruajes prisión de la Inquisición asaltados y vaciados, almacenes propiedad de eclesiásticos opulentos saqueados para los proscritos, ejecuciones injustas interrumpidas... Algunos de sus hombres fueron reclutados a las filas de su resistencia rescatados o alimentados por él.

Y quizás por eso era que todos se decepcionaban cuando lo veían cara a cara por primera vez. Flacucho, pálido, con un peinado alborotado y el lago de sus ojos drenado por un sumidero que llevaba a un pozo oscuro. Sonreía, pero la mirada no le acompañaba con la sonrisa.

No era un bandolero o un rebelde al uso. Seguramente había sido un joven apuesto y con cierto poder adquisitivo. Vestía una casaca que se deshilachaba hacia los bordes, como un espantapájaros Gustaba de beber brandy a solas por la noche y a hacer movimientos de ajedrez consigo mismo. Cuando alguien se ofrecía a jugar con él, siempre sonreía y negaba: "esto no es un juego, es un ejercicio que solo yo debo llevar a cabo". Se refugiaba todas las noches en los cimientos de una capilla cuyas paredes habían sido derruidas hacía mucho tiempo. Él fingía estar en soledad, pero todos veían su melancolía y cómo ahogaba su misterioso dolor en trabajo e incesante reflexión, siempre acompañado por un vaso de mal brandy y el tablero maniqueo siempre en tablas.

Con el tiempo el nombre de El Salteador de Caminos se quedó para los ignorantes. Pronto empezaron a llamarlo de maneras extravagantes entre los suyos. Entre los más vagos estaban el Señor de los Proscritos o el Rey de los Ladrones. Pero entre los poetas o los más profundos, le llamaban El Hombre Deshilachado (algunos decían que por sus ropajes y otros por su alma), el Caballero de la Triste Figura o el que más gracia empezó a hacerles a todos, sobre todo a los cómicos del campamento: Pierrot

Un hombre que se muestra alegre y enérgico como un payaso, que sabe cuándo es el momento de la máscara y cuando no, que llora las noches en soledad con la luna como testigo por un amor que es inalcanzable. Su piel pálida de tanto mirar la luna, su máscara desdibujada, su sonrisa desacompasada con la mirada triste...

Aunque todos veían lo que hacía por las noches, nunca pudieron penetrar en la intimidad de su mente. Algunos ni sospechaban que su verdadero nombre era Alonso Lara y había sido noble de Castilla.


Pero lo que nadie supo jamás, es que entre planos, movimientos de ajedrez y sorbos de alcohol se movía otro juego mental que se libraba en su mente. Un juego mucho más peligroso.

Una pistola cargada junto al tablero.

Todos los días reflexionaba sobre su vida y sobre si merecía la pena. Los dos primeros días llegó a apuntarse a la cabeza pero nunca llegó a creer que lo hiciera. La margarita azul que descansaba al otro lado del tablero le pedía que "siguiera creyendo" y que "no cambiara".

Por ella. Por su memoria. Por lo que había luchado y muerto.

Todos sabían que su líder amaba algo que nunca tocaría. Hablaban de su antigua vida, sus rentas, su familia, la vida pasada, la vida mejor.  Muchos lloraban o gritaban de ira por lo que habían perdido, él simplemente miraba a la luna con una pistola a un lado y una margarita azul al otro. Algunos se preguntaban qué demonios le hacía estar tan triste en soledad y tan enérgico ante los demás.

"Nunca le corresponderá la que él quiere, está más lejos que la misma luna", se repetía en las noches de luna.

Pero hubo un día que fue diferente. Hubo un día en que Pierrot no era consciente de que su luna le observaba y su corazón latía junto al suyo.


Marina Oliván de Santa Elena había vuelto.

No podía decir nada sin que fuera peligroso. Tres vidas estaban en juego si daba un mal paso y los traidores abundaban hoy día.


Si había una verdadera Resistencia en toda aquella causa, era la que impedía Alonso rendirse y la que impedía a Marina reprimir sus ganas de abrazarlo y gritarle al cielo que estaba viva.


Para así luchar un día más.

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Refugio secreto de la Registencia contra el reino de terror del Inquisidor Lucius Varela. Finales de octubre de 1671. Bosques entre el Salobral y Villanueva de los Peregrinos. Ducado de Aldana. Reino de Castilla.

2 comentarios:

  1. “Los amigos verdaderos volverán cuando todo sea negro y vendrán cuando menos lo esperes, como una fiesta sorpresa”. Por eso siempre merece la pena, porque nunca jugamos solos. El secretismo es nuestra mejor arma y a la vez la más peligrosa de todas: siempre luchamos contra los demás y contra nosotros mismos. Y hay partidas que no pueden dejarse para luego. Abandonarla es aceptar que estamos equivocados. Abandonarla es hacer que ellos ganen sin que nada les cueste, como un regalo. Y no es tiempo de regalos, es tiempo de mover nuestras piezas.

    Marina Oliván

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  2. Aunque nunca juguemos solos el corazón siempre nota el pedazo que le falta. Podemos enfrentarnos a todo el mundo, pero nuestra sombra es la que mejor nos apuñala por detrás.

    Ahora que has vuelto, podemos luchar espalda con espalda. Las sombras se disipan y el tablero se ve más claro.

    Por cierto, señorita Oliván, abandonar seguro que abandono muchas veces, pero confesar que me equivoco...eso nunca.

    -Alonso Lara-

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