El Buen Rey Sandoval descendió a las entrañas más inferiores
del Santísima Trinidad. Las campanas que anunciaban el incendio de la cubierta
superior comenzaron a sonar lejanas. Las llamas fueron sustituidas por lenguas
de frío, sudor agua salada. El que había sido el orgullo de la Armada de
Castilla estaba plagado de hemorragias internas de donde manaba la mar salada.
Las espléndidas botas de batalla del Rey chapotearon conteniendo el agua hasta
por encima de sus rodillas, mientras que el peto de batalla le impedía
respirar.
Los marineros se apartaban a trabajar prestamente, mientras
otros miraron sin ninguna discreción la figura ensangrentada del rey. Esperaban
por Theus que fuera sangre de sus enemigos y no sangre real.
El rey miraba cómo los marineros se increpaban los unos a los
otros, a veces con insultos llenos de urgencia La agobiante perspectiva de que
no pudieran salvar el gran galeón de la armada les ponía bajo una gran presión.
No era para menos: la Batalla de los
Tormentos había concluido y pasaría sin duda a los libros de historia, así que
debían quedar lo mejor posible.
Al menos de momento, Lyon se había retirado, pero la Armada
de Castilla había quedado tan diezmada que no podrían ni formar una guarnición
local.
El resultado estaba en tablas. De momento.
Lo que aún estaba por decidir era cómo iba a quedar la
figura del Rey de Castilla en la historia que se avecinaba.
-Majestad, será mejor que os lo traiga hasta aquí y que me
esperéis- susurró servicial Dorante de los Reyes, el Capitán de la Guardia de
Sandoval.
El Rey levantó su enguantada mano manchada de sangre.
Dorante sabía lo que eso significaba.
-Como queráis. Seguidme pues.
Dorante y el Rey se abrieron camino a través del agua,
madera, astillas y restos de navío. Avanzaban lento a causa de la inundación,
pero no les quedaba mucho tiempo.
Llegaron hasta la puerta pesada, que tres guardias de
Sandoval tuvieron que empujar debido a la presión de la inundación.
Entre las sombras chapoteaba desesperadamente con las
piernas un hombre de capa negra y ropajes rojos. Sus brazos estaban encadenados
fuertemente a una barra del techo y gemía dolorosamente por los esfuerzos de
escapar.
-Su majestad el Buen Rey Sandoval- anunció Dorante al
prisionero.
El rictus de Marcus se contrajo y sus ojos se clavaron en
los recién llegados. El aire se le escapó de su pecho y las piernas se
relajaron hasta el fondo de las frías aguas.
-Majestad...qué alegría que la batalla haya cesado y estéis
aquí. Sin duda es una buena nueva que terminará con el anuncio de vuestra
victoria en...
-Silencio- siseó el Rey.
Su labio inferior temblaba. Lo había hecho siempre durante
mucho tiempo. Un gesto que Aldana siempre le había metido en mente corregir. El
conde siempre le había advertido de que sus expresiones le delataban, sobre
todo ante sus enemigos. Le pasaba siempre que no sabía obtener una decisión por
sí solo y se encontraba perdido en el laberinto de las decisiones.
¿Cuál sería la decisión correcta?
¿Cuál sería la mejor para su país?
El Rey se mordió el labio inferior. No volvió a temblar,
pero apretó hasta que sangró.
-Escucha villano. La batalla ha terminado, y de esta
conversación dependerá el destino de vuestra miserable vida.
Marcus miró a Dorante, que abrió los ojos ante las palabras
del Rey, y pensó que iba en serio. El hombre que estaba frente a él no parecía
el niño del que les había hablado el Sumo Inquisidor antes de su suicidio.
-Como toda la Inquisición, pertenezco al Ministerio del
Terror. Estoy a vuestra disposición.
-Vas a contarme todo lo que sepas de Lucius, Marina y
Leandro. Y esta vez, no te vas a dejar nada.
Marcus suspiró gravemente. Eso le llevaría demasiado y el
barco seguía hundiéndose.
-Majestad, pertenezco a la guardia personal de Lucius
Varela, el anterior Sumo Inquisidor.
-Que cayó en desgracia por conspirar contra mi. No es un
buen comienzo para vos.
-...sí. Lucius llevaba tiempo obsesionado con un asunto
sobre un Éxodo hacia los mares del oeste que no nos quería revelar, ya que su
paranoia persecutoria se hizo patente en el último mes de su vida. Sabía que
había que dejar Théah en algún momento, sabía que se acercaban tiempos
difíciles y que debía encontrar a los elegidos. Pero...dejó de confiar en
nosotros.
-¿Por qué?
-Lucius Varela comenzó a coquetear con el conocimiento de
artefactos syrneth y otros saberes prohibidos que ninguno de nosotros
permitiría. Por eso les legó el
conocimiento a Marina y Leandro. Yo solo quería evitar que cayeran en sus
manos. Os oculté el suicidio de Varela, pero la situación debía ser tratada por
la Inquisición con sumo cuidado para protegernos a todos de esos conocimientos
y artefactos peligrosos...
-A ver si lo he entendido. Dices que ocultaste a tu Reino
información muy peligrosa sobre artefactos Syrneth que incumbían a Varela y que
pueden ser clave de la destrucción o salvación en el mundo. Y resulta, que tu
plan ha sido dárselo a Marina y a Leandro.
-Veréis, Majestad, solo ellos podían desvelar los secretos
de Varela.
-O sea, que para evitar que cayeran en sus manos...se las
entregasteis en mano precisamente a ellos.
-Majestad...
-Si de verdad queríais acabar con esos conocimientos, no les
hubiérais dado la clave de la supremacía de Théah a una de mis espadas más
temerarias e imprudentes y a uno de mis enemigos jurados más peligrosos.
Simplemente, los habríais destruido.
Marcus miraba sus cadenas y apretó su expresión intentando
encontrar un hilo entre el ovillo que acaba de formar con sus argumentos.
-No...
-Así que, parece ser, perteneces a esa facción de Varela que
atentó contra mi cargo alejándome del trono y creando el caos en mi reino. Con
lo cual, parece ser, que solo queréis obtener la información para sacar poder
para la Inquisición. Habéis conspirado y habéis puesto en peligro a la corona
de Castilla atrayendo enemigos visibles como Leandro e invisibles como el
legado perdido de los Syrneth, naturales como esa Atabean Trading Company y
antinaturales como ese Autómata. Habéis atraído de forma irresponsable el mal a
los mares del sur ¿Tenéis argumentos para defenderos?
-Majestad...yo...no...Marina...no es tan peligrosa...no
podía saber que las cosas se iban a poner tan peligrosas
-¡Habéis puesto el destino de las naciones en manos a Marina
Oliván! ¡La mujer que con menos de 20 hombres robó el Santísima Trinidad y lo
condujo a una batalla en nuestras costas! ¡La que oculta sus artefactos en las
sombras! ¡La que es amiga de todos y de nadie!
¡La temeraria que se jugó mi vida y la de mi esposa a un disparo! ¡La
enmascarada cuyas lealtades se balancean entre los suyos y los bucaneros,
piratas y maleantes! ¡La que se entregó voluntariamente a la Chateu du Soleil
en las Revueltas de Charouse con tal de destruir al lobo desde dentro! ¡La
guardiana de Leandro que ha acabado por ser la llave de su liberación!
-Sí, majestad...
-Le has dado una información que podría DESTRUIRNOS a todos,
que podría cambiar la hegemonía de poderes de las potencias de Théah o incluso
destruirnos a la persona más temeraria e incontrolable que conozco. ¡Nos
jugamos a cara o cruz el destino de todos!
-¿Es que no escuchas? No dudo de sus buenas intenciones.
Dudo de sus métodos. De sus lealtades. De que cometa un error...es cosa de probabilidad
de que algún día le saldrán mal las cosas. Y esta vez se está jugando el todo
por el todo. Y si no está con Castilla en esto...es un peligro para ella.
Marcus respiró aliviado y soltó una leve carcajada fatigada.
Dorante le desencadenó apresuradamente, ya que el nivel del agua subía
implacablemente.
-Llevad a este hombre a la prisión del Morro. Su previsión,
cadena perpetua con vista a condena de muerte. Cómplice de conspiración con
Lucius Varela, ocultación de información relevante para la seguridad de la
Corona, contacto con Traidores de la Nación, introducción de esto en tierras de
Castilla y conspiración.
-¿Qué? ¡Majestad! ¡Majestad...! ¡Yo! ¡Yo no tuve nada que
ver con los movimientos de Varela! ¡Yo...! ¡Yo...!
-¿Sí?
Marcus tragó saliva dejándose apresar por Dorante.
-Yo no soy un traidor. Pero como Guardián de la Fe, mi
misión es anteponer la obra de Dios. Yo sirvo a Theus.
El Rey masculló cerca de su rostro, salpicandole la sangre
real de sus labios heridos en la cara.
-Pues entonces te llevaré con él, para que goce de tu
lealtad, ya que parece que a tu rey no se la profesas.
Dorante arrastró por el agua a Marcus mientras gritaba
dolorido.
-¡No! ¡No! ¡Vos sois el Buen Rey Sandoval! ¡No he hecho nada
malo! ¡La información la tiene Marina Oliván! ¡Es vuestra amiga! ¡Le di la
información a una amiga del Rey! ¡No tendríais nada que temer!
Dago, uno de los fajines escarlatas de la guardia personal
del Rey, había permanecido fuera, después de haber ayudado a abrir la puerta al
Rey. Observó como el rey salía con los puños apretados por la ira, pero en sus
ojos leía el miedo de una alimaña acorralada.
-Que custodien a este hombre hasta la prisión de El Morro-
le ordenó el Rey.
Dago asintió, pero se aventuró a preguntar:
-Majestad, ¿no es posible encontrarle un indulto? ¿No hay
nada que pueda hacer?
El Rey le miró de forma helada. El vientre oscuro del
Santísima Trinidad descendía cada vez más hacia el oscuro océano. El Rey
pensaba a la velocidad que le permitía su estado. Cuando uno desciende a los
infiernos solo existe el bien y el mal, pero las cenizas ciegan los ojos del atormentado. Bajo el cuchillo vería quién sangra blanco y quién negro. Ya estaba bien de ser el títere de todos.
-Solo hay una manera en la que puede salvarse. Solo hay una
salvación para Castilla. Solo hay que empezar a actuar.
Y esta vez no habrá medias tintas.
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Febrero de 1672. El Buen Rey Sandoval tras la Batalla de los
Tormentos y antes de declarar a Marina en búsqueda y captura como peligro para
la Nación.